⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Leon, que había sido arrastrado sin siquiera poder decir si le gustaba o no, también giraba en círculos atrapado en un candado de cabeza por el brazo de Elias. Robert, con una expresión que afirmaba que preferiría renunciar a su visión, abandonó el lugar.
Después de la tormenta de emociones, en un ambiente donde parecía haberse establecido implícitamente la regla de no hablar de lo ocurrido, los cuatro hombres se dejaron caer con holgura, disfrutando de un merecido agotamiento.
La estatua dorada en cuestión había sido cubierta nuevamente hacía tiempo, esta vez con una tela negra, y trasladada a una dependencia separada.
—Uf, no quisiera volver a pasar por esto, pero sin duda será una aventura para recordar.
—Por supuesto, otro recuerdo más para brindar en el futuro.
—Señor Duque, ¿cree que debería seguir con Strafe?
—La luz sólo puede existir si hay sombras. Si estás dispuesto a asumir el papel de la sombra del imperio, ocupándote de todas las tareas sucias que los demás desprecian, entonces quédate. Pero si sueñas con honor y reconocimiento, más vale que lo dejes antes de que sea tarde.
—…Es complicado. No sé qué pensará mi madre.
—Aunque decidieras convertirte en un bailarín sobre las mesas de un bar, si ese fuera tu sueño y tu orgullo, tu madre te apoyaría con gusto.
Jeremy, que estaba acariciando su anillo con reverencia, soltó una risita. Leon frunció el ceño, confundido. Aunque el tono de Nora era grandilocuente, su mensaje resultaba un enigma. ¿Y por qué mencionaba lo de bailar sobre una mesa de bar?
Con el rostro rojo como un tomate, Elias se incorporó de golpe. Estaba a punto de protestar, pero de repente recordó algo y se quedó en silencio.
—…Espera. ¿Pero qué era eso que mencionaste sobre papá antes?
—Si lo supieras, te harías daño, mocoso.
—¡Ah, vamos! ¿Qué fue? ¿Por qué solo tú lo sabes?
Jeremy no respondió, limitándose a esbozar una sonrisa misteriosa.
En ese momento, una voz interrumpió.
—Señor Duque, hay un mensaje para usted.
—…Ehh, Robert, el dueño de esta casa soy yo, no él…
—¿Y quién no lo sabe? Solo dije que el mensaje es para él.
—¿Qué? ¿Quién demonios contactó con mi casa para buscar a otro? ¿Quién es? ¿Y por qué lo buscan a él…?
—Es el anciano Euk.
Jeremy se encogió de hombros con una sonrisa tímida mientras se rascaba la cabeza. Nora, divertida, tomó el comunicador y lo activó con un tono animado.
—Habla, Euk.
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-…¿Han resuelto todo el asunto?
—¡Por supuesto! De hecho, justo ahora mismo…
-Ah, qué alivio escuchar eso. En realidad, poco después de que ustedes salieran corriendo, llegó la señora con su comitiva. Ha sido por los pelos.
Los ojos de Nora se abrieron de par en par. Los hombres de Neuschwanstein también se incorporaron, alarmados, y se agruparon en torno al comunicador.
—¿Ya están aquí?
-Sí, regresaron antes de lo previsto. Por ahora, les dije que usted y los jóvenes tenían un asunto urgente en el palacio y que habían salido. ¿Es cierto?
—¿Y por qué me preguntas eso a mí, si tú mismo lo dijiste? ¡En fin, menos mal que eres tú! Entonces, regresaremos en seguida…
-Todos están preparándose para ir a ver el lanzamiento de faroles. Si quieren alcanzarlos, deben darse prisa.
—¿Ah, sí? ¿No están cansados? Desde luego… Bueno, en fin, gracias. ¡Nos vemos pronto!
El comunicador se oscureció. Justo cuando los hombres estaban a punto de dispersarse apresuradamente, se detuvieron al notar la mirada mordaz de Robert, quien chasqueaba la lengua con desaprobación.
—Según los antiguos dichos, el alcohol es la bebida del diablo, que saca a relucir lo peor de uno.
—….
—Si eso era lo peor que tenían dentro, yo, como anciano, me siento aliviado.
No estaba claro si lo decía con sarcasmo o con sinceridad. De cualquier forma, todos coincidieron en que había sido un alivio. Después de todo, lo peor que habían hecho en su estado de embriaguez solo había resultado vergonzoso para ellos mismos. Probablemente no tocarían el alcohol en mucho tiempo.
—Bien, entonces, ahora cada uno vuelve a su lugar…
—Pero antes, deberíamos arreglar nuestra apariencia.
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El cielo ardiente de tonos rojizos se iba oscureciendo poco a poco, y el sol comenzaba a desaparecer por completo. En la pradera sobre la colina con vista al río Danubio, grupos de personas se reunían con faroles de distintos colores en las manos, esperando el momento adecuado para soltarlos. Era una escena cálida y llena de vida.
—¡Ah!
Diane, que observaba su farol azul y pensaba que quizá debió haber elegido otro color, se sobresaltó cuando alguien la tomó de los hombros repentinamente.
—Vaya, ¿pero quién tenemos aquí?
—Me alegra verte, mi amor.
—¿Qué es esto de repente…? Ay, qué cursi.
—¿Cursi? ¿Cómo puedes ser tan cruel con tu amado? ¡No tienes idea de cuánto te extrañé, casi muero!
Jeremy, que se restregaba contra ella como un gato reencontrando a su dueño, había vuelto a lucir como el perfecto y elegante capitán de la guardia. Su cabello dorado, aún ligeramente húmedo, desprendía un tenue aroma a aceite perfumado.
Diane lo miró con recelo durante un instante, pero luego sonrió.
—¿Pasó algo bueno?
—Sí, tú. No tienes idea de cuánto te extrañé. De verdad sentí que iba a morir.
—Vaya, jaja. Parece que hice bien en volver temprano. Aunque es un poco empalagoso.
Sus claros ojos azules brillaban de alegría con la brisa vespertina. ¿Cómo era posible que, por muy borracho que estuviera, hubiera confundido a su hermosa prometida con esa horrenda estatua dorada?
Lleno de vergüenza por sus propias acciones, Jeremy tomó la mano de Diane con firmeza y la besó en el dorso.
—De verdad te extrañé. En tu ausencia… no tienes idea de cuánto te amo.
—Oh… ¿en serio?
—Gracias por aceptar casarte conmigo.
—Eso… pero ¿qué le pasó a tu frente?
Mientras la pareja comprometida tenía una reunión tan afectuosa, no muy lejos de allí, Elias, quien también se había reunido con su familia, estaba pasando por un momento complicado.
—¡Mi amada esposa! ¡Y mi hija!
—…Oh, vaya, ¿y quién tenemos aquí? ¿No es acaso el infame villano que secuestró a nuestra hija?
Elias no había considerado que su esposa ya se habría enterado de lo sucedido. Por un momento, se quedó con los brazos abiertos en el aire, sin saber qué hacer.
—Es que… verás… cómo decirlo…
—Últimamente parecía que habías mejorado, pero al final… Si querías dormir con la niña, podrías haberte quedado en casa. ¿Por qué demonios te la llevaste al ducado en medio de la noche, causando molestias? ¡Molestias! Ana casi se pone a llorar en cuanto te vio, diciendo que le dabas miedo.
¿Que qué? La mirada de Elias se clavó en su hija, que le devolvió la mirada con aire desafiante antes de esconderse tras las faldas de Ohara, sacándole la lengua. No parecía asustada en absoluto.
—Es que… yo no estaba en mi sano juicio… Mi hermano me arrastró a eso…
—No pongas de excusa al Marqués.
—No es una excusa… ejem… Pero, oye, desde que volviste pareces aún más hermosa. ¿No podríamos…
—Pide disculpas a Ana primero y luego hablamos.
—Pero, cariño…
Mientras tanto, Leon estaba abriéndose paso entre la multitud reunida en la colina, buscando a sus hermanas. Aunque el lugar estaba abarrotado, encontrar a Rachel fue pan comido.
—Hermana, ¿puedo cambiar mi farol contigo?
—¿Por qué? Creo que el que Leah eligió es más bonito que el mío.
Leon se acercó rápidamente y se dejó caer junto a sus dos hermanas, que estaban sentadas bajo un plátano.
—Definitivamente naciste para ser reina.
—…¿Eh? ¿Tú qué haces aquí?
—¡Es Leo!
—No es Leo, es Leon, con una ‘n’. ¿No están cansadas después del viaje?
—Pasamos unos días tranquilos, no hay razón para estar cansadas. Pero tú sí que pareces agotado.
Rachel, con su mirada verde oscuro chispeante de diversión, llevaba ropa común de noble imperial. Sin embargo, su elegancia innata y su aire exótico eran inconfundibles. Ya parecía haberse convertido por completo en una mujer de Safavid.
—Ni me lo digas. Ha sido un desastre tras otro.
Leon sacudió la cabeza con resignación. Su mirada se dirigió entonces a una mujer que estaba de pie en silencio a poca distancia. A pesar de vestir como una simple doncella, su porte distinguido no podía ocultarse.
Cuando sus ojos se encontraron, la mujer le dedicó una leve inclinación de cabeza en señal de saludo. Leon sintió cómo se le encendía el rostro… hasta que Rachel le golpeó la cabeza sin piedad.
—¡Oye!
—¿Por qué le guiñas el ojo a mi preciada guardaespaldas?
—¡No le guiñé el ojo! Solo la saludé porque la recordaba de antes…
—¿Ah, sí? ¿Y eso que fue hace años? ¿Cómo la reconociste de inmediato?
—¡Porque tengo buena memoria! Oye, dime la verdad, ¿en Safavid no te llaman la Reina Violenta?
—¡Qué tontería! ¿No sabes que soy una reina elogiada por mi elegancia y refinamiento?
Leon bien sabía que Rachel podía cambiar de rostro en un abrir y cerrar de ojos si así lo deseaba. No estaba seguro de si él mismo tenía esa habilidad, pero de haber entrado Rachel en la Strafe, probablemente habría encajado incluso mejor que él.
—¡Hermano, lanza esto conmigo!
Leah, que agitaba su farol lila, le dio unas palmaditas en la mano con sus pequeñas manos. Su ternura era suficiente para derretir corazones.
—Bueno, si insistes, supongo que tendré que ayudarte… Pero, ¿dónde está mamá?
—Está por allí, Michael la convenció para cambiar su farol por otro. Los niños pueden ser tan caprichosos.
—Aun así, te encantan los niños. ¿Cómo se llama el nuevo príncipe?
—Bayezid, en honor al Gran Sultán. Quería que mamá lo conociera, pero será en otra ocasión.
—La próxima vez, iré con mamá a visitarte y a tu familia.
Leon lanzó una mirada significativa a la guardaespaldas de Rachel, pero, por suerte, su hermana no lo notó esta vez.
—Uf, aún me cuesta creer que nuestro hermano mayor finalmente se case.
—Yo también. ¿Quién hubiera pensado que encontraría a alguien capaz de aceptarlo?
—Anda, dime la verdad, ¿qué desastre han causado esta vez nuestros hermanos?
—Ni te imaginas…
Mientras los gemelos y Leah cuchicheaban sobre lo ocurrido durante el día, un poco más lejos, en un puesto de farolillos, una mujer de cabello rosa brillante y su hijo elegían un nuevo farol.
—Así que no querías el mismo que tu hermana, ¿verdad, Michael?
—No es exactamente eso… solo que, de repente, preferí otro color.
—Entonces, ¿quieres uno del mismo color que el de mamá?
Con tal de que no fuera dorado, cualquier color estaría bien.
Mientras tanto, Nora se acercaba a ellos sigilosamente desde atrás.
Gracias a un baño y un cambio de ropa apresurados, había recuperado su aspecto pulcro y distinguido de siempre. Sin embargo, no estaba segura de si eso bastaría para compensar la impresión que le había dado a Michael aquella mañana.