⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Un Emperador poderoso, una Emperatriz hermosa.
Todo el Imperio inclinó la cabeza ante el niño nacido entre ellos.
—¡Que la diosa bendiga a Su Alteza el Príncipe!
Rashid lo tenía todo.
Un vasto palacio imperial, mantas de la mejor lana que cambiaban cada día, ropas confeccionadas con cada puntada por los mejores diseñadores del Imperio, tantos juguetes que ni siquiera podía jugar con todos ellos.
Pero había una sola cosa que Rashid no tenía.
El amor de su madre.
Ante los demás, la Emperatriz era dulce con Rashid, pero cuando estaban solos, no era así en absoluto.
Ella no le sonreía. No lo abrazaba.
Cuando él extendía sus pequeños brazos pidiendo ser abrazado, ella solo lo miraba con una frialdad cortante.
Rashid nunca pensó que eso fuera raro o triste.
Desde su nacimiento, siempre había sido así.
Como respirar, comer y dormir, pensaba que era algo natural.
No fue hasta que cumplió cinco años que se dio cuenta de que no lo era.
En el palacio, se encontró con un niño que nunca había visto antes.
Rashid lo miró con sus grandes ojos y le preguntó:
—¿Eres un nuevo sirviente?
El niño negó con fuerza.
—No, vine a ver a mi mamá.
—¿Mámá?
—Sí, mi mamá trabaja aquí.
En ese momento, se escuchó una fuerte voz a lo lejos.
—¡Tommy!
Era una de las nodrizas que había estado con Rashid desde su nacimiento. (Por cierto, Rashid tenía un total de ocho nodrizas).
Siempre mostraba una sonrisa amable, pero en ese instante se acercó con una expresión de absoluto terror.
—Cómo… ¿Cómo llegaste aquí?
A diferencia de su madre, el niño respondió con inocencia.
—Me escondí en la bolsa que papá preparó para enviarte cosas.
El rostro de la nodriza palideció al instante.
—¡Si te hubiera pasado algo!
Cuando su madre alzó la voz, el niño se estremeció y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—M-mamá, siempre estás en el palacio. Apenas vienes a casa…
La nodriza de Rashid solo podía visitar su hogar una vez cada quince días.
A cambio, recibía una suma exorbitante que una mujer común nunca podría ganar, pero rara vez podía ver a su propio hijo, que había nacido en la misma época que Rashid.
El niño abrazó a su madre y rompió en llanto.
—Te extrañé mucho, mamá. No te enojes…
Pronto, los ojos de la nodriza también se llenaron de lágrimas.
Olvidando las estrictas reglas del palacio, abrazó con fuerza al niño que había ido a buscarla.
—No estoy enojada. También te extrañé mucho, Tommy…
Sus ojos se curvaron suavemente en una sonrisa.
Los ojos de Rashid, que observaba la escena, se abrieron de par en par.
La nodriza siempre le sonreía con amabilidad mientras lo cuidaba.
Pero esta sonrisa era completamente diferente a la que le había mostrado a él.
Como la diferencia entre una imagen y la realidad.
O entre lo falso y lo verdadero.
Había calor y un aroma en ella.
Así que sólo sonríen así a los hijos que ellas mismas dan a luz… ¿Entonces, mi madre también me sonreirá así?
Por primera vez en su vida, Rashid tuvo un deseo ferviente.
—¿Cómo puedo hacer sonreír a mi madre?
Ante la pregunta del pequeño Rashid, el joven Sol frunció el ceño. (Sol, hijo del caballero de la guardia imperial, tenía una edad similar a Rashid y a menudo entraba al palacio con su padre para pasar tiempo con él).
Sol respondió:
—A mi mamá le gusta cuando como mucha carne. Dice que así creceré rápido.
—Yo como solo.
—…Entonces, ¿y si juegas solo sin pedirle que juegue contigo? Mi mamá dice que eso significa que ya crecí mucho.
—Siempre juego solo.
Compartir juguetes con su hermano, cepillarse los dientes antes de que su madre se lo pidiera, dormir temprano y despertarse tarde…
Sol mencionó todas las cosas que hacían sonreír a su madre, pero nada ayudaba a Rashid.
Poco después, Sol exclamó:
—¡Ah! Hace poco le regalé flores a mi mamá y le encantó.
—¿Flores?
—Sí. Dicen que a todas las mujeres les gustan las flores. Por eso, cuando encuentras a la persona que amas, debes confesarle tu amor con flores.
Habló con aire de superioridad, a pesar de ser solo un niño.
Rashid lo miró inexpresivo y luego se levantó de su asiento.
—¿Adónde vas?
—A buscar flores.
Bajo el sol resplandeciente, Rashid recorrió el jardín, su rostro tan rojo como una manzana.
Finalmente, encontró una flor amarilla que se parecía al cabello dorado de la Emperatriz.
Con sumo cuidado, la tomó entre sus manos y la llevó a su madre.
—Madre, esto es para usted.
Su corazón latía con fuerza.
¿Le sonreiría ahora, como la nodriza a su hijo?
La Emperatriz no sonrió.
Su hermoso rostro se torció con disgusto.
—Estás perdiendo el tiempo, Rashid.
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Estalló la guerra.
El Emperador dijo:
—Es una guerra crucial para el destino del imperio. Necesitamos algo que eleve la moral de los soldados.
Lo mejor sería que el Emperador mismo marchara al campo de batalla, pero no quería abandonar la comodidad del palacio imperial para enfrentarse a la dureza de la guerra.
Mientras el Emperador meditaba, la Emperatriz habló:
—¿Qué le parece enviar a Rashid?
—¿A Rashid? ¿No es todavía muy joven?
—Tiene trece años, pero es tan inteligente como un adulto. Su habilidad con la espada es sobresaliente, lo suficiente como para vencer a los mayores en combate. Y lo más importante, es el príncipe que Su Majestad más aprecia. Si él marcha a la guerra, todos se sentirán inspirados para luchar con fervor.
Los ojos del Emperador brillaron.
Unos días después, el Emperador dio su orden:
—Príncipe Rashid Revijon de Arden, conduce a los soldados hacia la victoria en esta guerra.
La nodriza que había cuidado de Rashid desde su nacimiento rompió en llanto.
—¿Cómo pueden enviar a la guerra a un niño que apenas tiene trece años? ¡Es una crueldad!
Pero la Emperatriz sonrió.
Mirando a Rashid, quien ya era más alto que ella, dijo:
—Si regresas con vida, serás reconocido sin duda alguna como el heredero de Su Majestad.
Entonces, ¿madre también me sonreirá de verdad?
Rashid se preguntó en silencio mientras partía hacia el campo de batalla.
En la guerra, Rashid estuvo en la línea de frente, cortando y matando.
Algunos días, fue él quien casi muere, quedando con heridas tan graves que estuvo al borde de la muerte.
Sol, quien había seguido a Rashid al campo de batalla por preocupación, gritó con el rostro empapado de lágrimas:
—¡Esta vez de verdad estuvo a punto de morir!
—…….
—¡Deje que los caballeros luchen! Solo quédese en la retaguardia, coma y descanse con descaro hasta que termine la guerra, y luego aparezca para proclamar la victoria.
Rashid, con el cuerpo envuelto en vendas, respondió:
—Madre me ordenó hacerlo, así que daré lo mejor de mí.
—¿Por qué? ¿Acaso cree que la Emperatriz sonreirá de verdad si lo hace?
—Sí.
Sol se golpeó el pecho con frustración.
El príncipe, que mataba a sus enemigos sin un ápice de remordimiento, se aferraba a su madre como un niño pequeño.
Era desesperante.
Pero por más que intentó detenerlo, no sirvió de nada.
Rashid se adentró en el corazón del enemigo con su espada y ganó el apodo de ‘El príncipe loco’.
Sol, que lo acompañaba, sin quererlo, también mejoró sus habilidades y se convirtió en uno de los caballeros más destacados del imperio.
Años después, ambos regresaron victoriosos tras una larga guerra.
—¡Estoy orgulloso de ti, Rashid!
El Emperador expresó su gran afecto y le otorgó el título de príncipe heredero.
Todo el imperio coreaba el nombre del héroe de guerra, Rashid.
—¡Larga vida al príncipe heredero!
Mientras escuchaba esas voces llenas de admiración, Rashid se acercó a la Emperatriz.
Después de cinco años sin verla, su madre seguía mostrando la misma sonrisa falsa.
—Bien hecho, Rashid.
Y en ese momento, Rashid comprendió.
Ah, no importa lo que haga… jamás veré la sonrisa real de mi madre.
Así, Rashid renunció al sueño que había anhelado desde la infancia.
Sol, el único que conocía el deseo de Rashid, intentó consolarlo.
—No se entristezca demasiado, Su Alteza. Al menos yo puedo sonreírle.
Sol levantó las comisuras de los labios con todas sus fuerzas.
Rashid lo sabía.
La sonrisa de ese idiota era real.
Pero aún así…
—No la necesito.
—Vaya, qué cruel.
Desde entonces, el corazón de Rashid se volvió tan seco como el desierto.
Ni el oro y las joyas, ni los manjares más exquisitos, ni las mujeres más hermosas lograban despertarle interés.
Día tras día, su vida se tornó en un tedio insoportable.
Hasta que, un día…
En una nación derrotada, la encontró.
—Soy muy saludable, ¿sabe? También sé bordar y preparar té. Así que….
—¿Así que?
—Soy perfecta para ser su sirvienta.
Por primera vez, sintió curiosidad por alguien.
—Quiero ver tu rostro.
La mujer levantó lentamente la cabeza.
Un rostro redondo y pálido como un pan recién horneado, unos ojos verdes vibrantes como un brote fresco.
En el momento en que sus miradas se encontraron, un deseo olvidado durante mucho tiempo renació en él.
Quiero ver la sonrisa de esta mujer.
⊱ ──────ஓ๑♡๑ஓ ────── ⊰
—Despierte, Su Majestad.
Rashid abrió los ojos.
Bajo la luz brillante del sol, allí estaba Siana.
Sonriendo con más resplandor que la propia luz del día.
Su sonrisa no tenía condiciones.
Ella simplemente sonreía cada vez que veía a Rashid.
Él la observó en silencio por un momento y murmuró:
—Hueles dulce.
—¿Sí? Ah, es que esta mañana horneé pan. Supongo que el aroma se quedó en mi ropa.
—No, este olor viene de tu sonrisa.
¿Una sonrisa con olor?
Siana ladeó la cabeza, sin comprender sus palabras.
Rashid la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí.
Ahora lo sabía.
Lo que siempre había anhelado…
Era amor.
[ FIN DE LOS SPECIAL SIDE STORIES ]
N/Nue: No me recuperaba del príncipe obsesivo y me dieron esto para llorar y amar de nuevo. QUE PEDAZO DE HISTORIA MÁS HERMOSA, AMOOOO.
Gracias por acompañarme en este maravilloso proyecto. ¡Nos vemos en otro!