⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¡Kyaaa! ¡Cálmate!
Otro día que comenzaba con gritos.
Diarin estaba sudando mientras intentaba controlar al maldito loco que la embestía con todo su cuerpo. Por supuesto, tratar de hablar con alguien que es una combinación de ‘loco’, ‘imbécil’ e ‘hijo de perra’ no daba resultado.
Es difícil lidiar con una sola de esas cosas, pero él tenía las tres. Piensa en lo complicado que sería.
Sin embargo, Diarin no era novata en esto. No era la primera vez que lidiaba con un perro loco y sus rabietas.
Ya se había acostumbrado a estas explosiones de locura.
Con destreza, acarició la espalda del hombre mientras infundía su poder sagrado. No cualquiera sería capaz de manejar esta situación mientras estaba aplastada debajo de un hombre jadeante.
Por mucho que fuera sacerdotisa, seguía siendo una mujer. Pero Diarin se mantuvo serena y movió las manos con calma. Todo esto era posible gracias a su experiencia.
—Shhh… Todo está bien… Aquí no es un campo de batalla…
El hecho de que pudiera hablar con una voz suave, como si fuera una canción de cuna, en esta situación, no era algo que cualquiera pudiera hacer.
Claramente, era una sacerdotisa especial, elegida directamente por los dioses.
Así se convencía a sí misma de lo ridícula que era la carga de trabajo que tenía. Era una forma de evitar huir.
El perro loco, tras un buen rato jadeando contra su hombro, finalmente soltó un largo y pesado suspiro, y su cuerpo se desplomó.
Finalmente, el episodio de locura había terminado.
Le llamaban ‘loco’ porque realmente perdía la cabeza de vez en cuando. Y la persona encargada de calmar a este hijo de perra no era otra que Diarin.
—¿Podrías apartarte ahora?
Diarin le dio un par de golpecitos en su grueso torso, haciéndole saber que seguía viva. Aunque, si seguía aplastada un poco más, no lo estaría por mucho tiempo.
—Ah…
El ‘ya no tan loco’ hombre, ahora en sus cabales, se levantó torpemente.
Diarin, echando un vistazo de reojo al reloj en la distancia, le felicitó con indiferencia.
—Felicitaciones. Te has calmado diez segundos más rápido que la vez anterior.
El ‘ya no tan loco’ hombre se quedó sentado sin decir una palabra.
No esperaba ni siquiera un agradecimiento.
Diarin suspiró mientras se levantaba.
Como era de esperar, la habitación estaba hecha un desastre, acorde con el comportamiento de un perro loco.
Ya estaba acostumbrada a ver este tipo de desorden. Si alguien más entraba a limpiar, seguro que volvería a perder la cabeza.
Así que Diarin empezó a recoger las cosas de manera habitual.
Sin embargo, apenas había levantado algo cuando sintió un tirón en su ropa.
Se giró para encontrarse con esos ojos tristes, como los de un cachorro abandonado, mirándola fijamente.
—¿Qué pasa?
—…
Este hijo de perra no sabía cómo expresar lo que quería decir con palabras. Solo lo hacía con gestos o miradas.
¿Eso significaba que Diarin podía entenderle? No.
Diarin solo entendía cuando se le hablaba claramente.
—Dilo con palabras.
—Quédate… a mi lado.
¿Qué era esto? Tenía unas ganas inmensas de mandarlo al diablo…
Pero sabía que si lo hacía, tendría que volver a empezar todo de nuevo.
Esa mirada triste era, en realidad, una amenaza encubierta.
—Uf…
Diarin soltó un largo suspiro y se sentó en el suelo.
A pesar de pedirle que se quedara a su lado, él no era capaz de acercarse del todo ni de abrazarla. Se quedó a unos centímetros de distancia, vacilando.
Diarin lo observó, suspirando nuevamente.
Convertir a este hijo de perra en un caballero elegante que pudiera debutar en la sociedad aún parecía algo muy lejano.
¿Cómo terminé con esta vida?, pensó Diarin, mirando al techo con una expresión vacía.
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—La bendición de los dioses esté contigo.
El sumo sacerdote la recibió con una sonrisa bondadosa.
Siempre sonreía de esa manera, pero las palabras que salían de su boca siempre traían calamidades.
Diarin forzó una sonrisa mientras devolvía el saludo.
—¿Para qué me ha llamado?
Que una simple sacerdotisa como Diarin tuviera una audiencia privada con el sumo sacerdote era algo extraordinario.
En Racklion, el templo era una institución enorme.
Además del Gran Templo Central, donde servían los siete sumos sacerdotes conocidos como ‘Los Siete Hijos de Dios’, había templos en todas las regiones.
Cada templo estaba bajo la responsabilidad de un sumo sacerdote, y un alto sacerdote supervisaba todos los templos de cada región.
Dentro de esta rígida jerarquía, Diarin no era más que una sacerdotisa ordinaria.
En resumen, tenía que hacer lo que se le ordenara.
—Sacerdotisa Diarin, llevamos mucho tiempo trabajando juntos para cumplir la voluntad de los dioses en este mundo, ¿verdad?
—Sí…
Se sentía inquieta.
¿Por qué tanta cercanía de repente?
—Hemos enfrentado desafíos, pero has demostrado ser una sacerdotisa valiente y capaz de superar cualquier dificultad.
—Ehhh…
Era una señal clara de que estaban a punto de asignarle una tarea horrible.
La sensación de inquietud en Diarin aumentó.
—La voluntad de los dioses brilla como el sol, pero en este mundo siempre hay sombras. Y es nuestra misión, como sacerdotes, encontrar esas sombras y llevar la luz divina a todos los rincones del mundo.
—Entonces, ¿qué es lo que debo hacer?
No era la primera vez, Diarin ya estaba acostumbrada. Al principio, lloraba, se resistía, decía que no, y hasta rodaba por el suelo. Pero hacía tiempo que había comprendido que esas reacciones solo empeoraban las cosas.
Si te dicen que lo hagas, lo haces.
Solo esperaba que al menos le explicaran bien qué debía hacer y cómo.
No tenía un respaldo fuerte, así que siempre se encargaba de las tareas más duras, sin posibilidad de ascender.
Las familias nobles siempre enviaban al menos a uno de sus hijos al templo para hacer conexiones, aunque no tuvieran ni una pizca de poder sagrado, y aun así, ascendían sin problemas.
Diarin, que había visto esto durante mucho tiempo, se había convertido en una sacerdotisa endurecida por las realidades del mundo.
—Es para ayudar a alguien que sufre las secuelas de la guerra a reintegrarse en la sociedad.
Racklion había tenido una larga guerra con Sorven.
Diarin fue enviada al campo de batalla dos veces.
En una guerra no solo se necesitan soldados, sino también sacerdotes y médicos.
Los sacerdotes eran valiosos en el campo de batalla porque podían proporcionar estabilidad emocional y curación médica, todo en una sola persona.
Eso significaba que Diarin estuvo al borde de la muerte haciendo el trabajo de dos personas.
Diarin miró fijamente al sumo sacerdote.
Ya he ido dos veces al campo de batalla, y ahora quieren que trate las secuelas de la guerra.
Incluso sonaba como un trabajo difícil.
Solo quienes han estado cerca de una guerra saben lo devastador que puede ser.
—Son personas que necesitan el cuidado de los dioses más que nadie.
Yo misma creo que debería recibir ese cuidado.
Cuidado financiero, o un ascenso, tal vez.
Los sacerdotes no podían ganar dinero para ellos mismos, según las reglas. Los ingresos del templo eran fondos compartidos por todos.
Por más que Diarin trabajara hasta el agotamiento, no recibía nada para sí misma.
Había crecido en el templo, aceptando eso como algo natural. Estaba satisfecha con no pasar hambre ni frío.
Pero después de haber estado cerca de la muerte varias veces en el campo de batalla, cambió de opinión.
—¿No deberíamos pensar en esto como ofrecer un sorbo de agua a alguien que está a punto de morir de sed?
—¿Y qué pasa si yo muero en el proceso?
—Entonces disfrutarás de la paz eterna en los brazos de los dioses.
—…
La última vez que esas palabras le conmovieron fue hace siete años.
¡Ah, los dioses me salvarán, debo esforzarme al máximo!
En su juventud, cuando era inocente, pensaba así y trabajaba con todo su cuerpo y alma.
Ahora entendía lo que realmente significaba.
Morir significaba el final.
—¿Y si llego a sufrir hasta casi morir?
Diarin pedía una recompensa más tangible y realista.
Sus miradas se cruzaron, ambos sin ceder.
El sumo sacerdote no estaba en esa posición por casualidad. Sabía cuándo usar la amenaza y cuándo negociar.
—He visto las increíbles habilidades de la sacerdotisa Diarin al difundir la voluntad de los dioses. Es una pena que el centro no haya reconocido tu talento y sinceridad.
Diarin levantó ligeramente una ceja.
Le estaba haciendo una oferta.
—Si logras completar esta tarea con éxito, no solo el centro, sino incluso los Siete Hijos de Dios, reconocerán tus capacidades.
Eso significaba, ‘te ascenderemos’.
Era la respuesta que esperaba.
Finalmente, Diarin aceptó su deber con humildad.
—Si los dioses lo desean, cumpliré con mi misión, sea donde sea.
—Sabía que la sacerdotisa Diarin respondería de esa manera.
Ambos recuperaron sus sonrisas sinceras tras llegar a un entendimiento mutuo.
—Entonces, ¿cuándo y a quién debo ayudar?
—Lo antes posible sería mejor. Solo debes encargarte de una persona.
La inquietud volvió a aparecer.
¿Solo una persona?
Un momento, esto no era lo que esperaba.
Cuanto menor sea el número de personas, mayor suele ser el nivel de problemas.
—Es el héroe de la última guerra, un guerrero de la 8ª división.
—…
Sus sospechas no habían fallado.
Diarin soltó una risa amarga.
—Ja, ja… ¿Te refieres a esos perros locos del campo de batalla?
—Solo tienes que encargarte de uno, no de todos.
—…
Ni siquiera el sumo sacerdote negó que era un ‘perro loco’.
La 8ª división del ejército de Racklion.
Los llamados ‘perros locos del campo de batalla’.
Eran un grupo especial que trajo la victoria a Racklion en un momento desesperado.
Era un secreto militar; no se sabía de dónde los habían reclutado ni cómo los habían entrenado.
Su existencia no era conocida públicamente, y solo aquellos que habían estado en el frente de batalla sabían de ellos.
Diarin los había visto de pasada en el campo de batalla, cubiertos de sangre y con ojos desorbitados.
Incluso atacaban a sus propios compañeros, sin reconocerlos.
Por eso los llamaban ‘perros locos del campo de batalla’.
—¿Por qué, por qué a mí?
Diarin dejó escapar un gemido y se cubrió la cara con las manos.
No se sentía capaz de lidiar con esos perros locos, ni siquiera siendo sacerdotisa de los dioses.
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