⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¡Cof, cof!
Ceres tosió violentamente, escupiendo sangre de nuevo.
Diarin, en lugar de preocuparse por el horror del momento, se agachó y, con los dedos, recogió un poco de la sangre que Ceres había escupido.
No había tenido tiempo de practicar lo que estaba a punto de hacer, pero la simplicidad del ritual era su única ventaja. El problema no era la complejidad del hechizo, sino los riesgos que implicaba.
—Espera un poco, Ceres. Por favor, solo un poco más…
Concentrándose por completo, Diarin comenzó a dibujar el texto del hechizo.
Este ritual no era para borrar recuerdos, sino para restaurarlos. Y no se trataba de uno o dos recuerdos momentáneos, sino de todo un conjunto de memorias reprimidas durante más de diez años.
A diferencia de lo que había hecho Merian, que solo había borrado una palabra, este hechizo abarcaba un rango mucho más amplio. Por lo tanto, los símbolos mágicos no podían limitarse al cuerpo de Ceres.
El texto del hechizo comenzó en el cuerpo de Ceres y se extendió hasta el suelo, abarcando el espacio a su alrededor.
—Uf…
Aunque el piso de piedra parecía limpio y bien cuidado, tenía grietas y hendiduras. Mientras Diarin dibujaba apresuradamente, una de sus uñas se rompió, y un borde afilado le cortó un dedo.
Un leve gemido escapó de sus labios por el dolor punzante, pero no se detuvo.
La sangre de Ceres, mezclada con la suya propia, se convirtió en tinta improvisada para completar el ritual.
—Está… listo.
Diarin colocó la cabeza de Ceres sobre su regazo, apoyándola con delicadeza.
Mientras sostenía la cabeza de Ceres entre sus manos, levantó la vista hacia la anciana que seguía observándolos con una mezcla de confusión y alarma.
—Si llego a desmayarme, por favor, salga y busque ayuda.
—Ah… Ah…
Por el aspecto de la mujer, parecía que nunca había salido del Primer Palacio del Príncipe. Pero no había nadie más a quien pedirle ayuda.
El hechizo que estaba por realizar era algo que Diarin nunca había intentado antes. Ni siquiera ella sabía si estaría bien después de hacerlo.
Pero no hay otra opción.
Diarin cerró los ojos, enfocándose mientras canalizaba su energía divina.
—Ceres.
—¡Aghh!
—Será difícil, pero intenta concentrarte en mi voz.
Cuando se trataba de borrar recuerdos, la clave era centrarse únicamente en esa tarea. Restaurar recuerdos no era muy diferente.
En el caso de Ceres, las memorias reprimidas eran como un paquete sellado. Debía abrir el sello y alcanzar el núcleo.
—Piensa en tu recuerdo más antiguo.
—Ugh…
Incluso mientras luchaba entre la vida y la muerte, Ceres trató de obedecer, esforzándose por evocar algo.
Recuerdos…
El olor a sangre en un campo de batalla.
El sonido metálico de espadas chocando.
Silencio desolador.
El viento frío que atravesaba su piel.
El hedor a hierro y manchas oscuras impregnadas en el suelo de un campo de entrenamiento.
El dolor agudo recorriendo su cuerpo.
Caras desconocidas.
Calles extrañas.
El traqueteo de una carreta.
—¡Haaah! ¡Aaaah!
El traqueteo continuaba.
( ¿No sería mejor buscar a sus padres y pedir rescate? )
( No. Si fueran padres que valieran la pena, no habrían dejado que un niño deambulara solo. Además, su aspecto es humilde. )
( Puede ser humilde, pero tiene un aire de nobleza. )
( Si no hay familia que lo busque, venderlo como esclavo será más rentable. Además, es bastante atractivo; hay muchos lugares donde podríamos venderlo. )
El traqueteo se hizo más fuerte.
( ¿Qué tal si lo enviamos al frente de batalla? )
( ¿Al frente? )
( Sí, están reclutando niños para el ejército. Dicen que pagan bien. )
( ¿Aceptan esclavos? )
( Claro, los usarán como carne de cañón. )
( Perfecto. Entonces podemos borrar su memoria por completo, convertirlo en un idiota y venderlo. Así se desharán de él rápido. )
( Por si acaso sus padres lo buscan después. )
El traqueteo cesó de golpe.
( ¿Esta medicina es la correcta? )
( Sí, verifica la dosis. Si usas demasiado, morirá antes de que podamos venderlo. )
( Qué desperdicio… Debería haberse quedado en casa, jovencito. )
—¡Ahhh!
Una ráfaga de imágenes abrumó su mente, como si todo su ser estuviera ardiendo.
El mundo a su alrededor giraba en un caos absoluto.
Con un jadeo profundo, Ceres abrió los ojos como si tomara aire por primera vez.
—¡Ceres! ¿Estás bien?
Una figura borrosa apareció frente a él.
Parpadeó, pero sus ojos aún no lograban enfocarse.
—Dia… rin.
Ese nombre.
El único lugar donde podía refugiarse.
La única columna firme que podía sostenerlo.
La luz que nunca se apagaba.
—Diarin.
Sintiendo una cálida mano cerca, Ceres la tomó con todas sus fuerzas, aferrándose desesperadamente a ella.
—Ugh… Ugh… Dia…
—Sí, aquí estoy.
Diarin apretó la mano de Ceres, que seguía susurrando su nombre inconscientemente.
Las convulsiones habían cesado.
Pero su respiración seguía siendo pesada, y su cuerpo ardía con fiebre.
Había abierto los ojos por un breve momento, pero no había vuelto a recuperar la consciencia.
—Ceres.
Aunque lo llamaba, no había respuesta.
Pero Diarin no tenía dudas sobre el resultado.
El hechizo había funcionado. Podía sentir cómo fluía la energía divina, marcando el éxito del ritual.
El dolor que ahora experimentaba Ceres era el resultado de sus recuerdos regresando a su lugar. Como un cabello atado demasiado tiempo que deja una marca, o un músculo dormido que duele al recuperar la circulación.
Los recuerdos de Ceres no estaban atados por un hechizo con poder divino. Era un método burdo y rudimentario, algo que apenas usarían los mercenarios de los callejones oscuros.
Y, sin embargo, estaba terriblemente bien sellado, enredando y destrozando la mente de Ceres.
Aunque Diarin deseaba aliviar su dolor usando su poder divino, sabía que continuar utilizándolo podría costarle la vida. El proceso de liberar ese viejo y tosco hechizo había drenado demasiado su energía. Sus manos y pies temblaban de agotamiento. Nunca antes había usado su poder divino hasta el punto de casi colapsar.
—Haa… —Diarin exhaló profundamente y se dejó caer al suelo junto a Ceres.
Ni siquiera tenía fuerzas para mantenerse sentada.
A lo lejos, vio a la anciana observándolos con evidente incertidumbre y temor.
—Oiga… si no le molesta, ¿podría traerme un poco de agua?
—¿A-agua? Sí, claro… —respondió la mujer, apresurándose a cumplir su petición.
Aunque Diarin se sentía culpable por pedirle un favor en ese estado, no tenía otra opción. Si se desmayaba, no habría nadie para cuidar de Ceres.
La anciana, sin cuestionar, salió corriendo del lugar. Diarin, mientras tanto, dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyándola en el suelo, tratando de recuperar el aliento.
—…Diarin… —murmuró Ceres, temblando mientras instintivamente buscaba refugio en su pecho.
Sin dudarlo, Diarin abrió los brazos y lo acogió en su regazo.
—Está bien, tranquilo. Pronto te sentirás mejor.
Mientras hablaba, le daba suaves palmadas en la espalda, como calmando a un niño.
Ceres, como si fuera un bebé necesitado de consuelo, se aferró a ella desesperadamente, hundiendo su rostro en su pecho.
Observándolo, Diarin no pudo evitar esbozar una sonrisa amarga.
¿Cuánto tiempo más estaría así?
Con el regreso de sus recuerdos, Ceres recuperaría muchas cosas. Entre ellas, otros lugares y personas a quienes acudir y en quienes apoyarse.
Un vacío desconocido se instaló en el pecho de Diarin.
—…Diarin…
—Sí, estoy aquí.
Por ahora, sin embargo, Ceres seguía siendo como un cachorro asustado, buscando consuelo únicamente en ella.
Diarin acarició su cabello húmedo por el sudor, sus dedos deslizándose por los mechones oscuros y lisos.
Y entonces lo notó.
Había otro hechizo más.
Un hechizo de coloración que cubría el cabello y los ojos de Ceres. Era tan burdo y simple como el que ocultaba sus recuerdos, probablemente realizado por algún aficionado.
Liberar este hechizo no requería más que una pizca de poder divino, tan sencillo como respirar. Hasta ahora no lo había tocado porque estaba ligado a los recuerdos de Ceres, pero ahora que el hechizo principal había sido deshecho, podía hacerlo.
—Probemos… —murmuró, incapaz de contener su curiosidad.
Aunque apenas podía mover las manos, no podía ignorar su impulso de saber.
Con una mano temblorosa, acarició el cabello de Ceres, infundiendo su toque con poder divino.
Cuando comenzó a recitar el sencillo conjuro en su mente, el cambio se manifestó.
Desde las puntas hacia arriba, el negro de su cabello comenzó a desvanecerse, revelando lentamente un color oculto.
El verdadero tono del cabello de Ceres, escondido bajo la capa oscura, finalmente emergió: un dorado brillante, como el trigo iluminado por el sol.
—¡…!
Diarin se quedó paralizada al ver el destello de luz reflejado en su cabello.
Los mechones dorados captaban la luz de una manera que los hacía parecer un arcoíris vivo.
Era más deslumbrante y vívido que cualquier cosa que hubiera visto en los miembros de la familia imperial.
Diarin sintió su mente vacilar.
Ese destello, ese brillo… No podía equivocarse sobre su significado.
¡Crash!
El sonido de algo rompiéndose la sacó de su estupor.
Giró rápidamente hacia la puerta, donde la anciana había dejado caer el cuenco de agua que llevaba.
La mujer estaba allí, petrificada, mirando a Ceres con una mezcla de incredulidad y reverencia.
—E-eso es… —balbuceó Diarin, incapaz de encontrar las palabras para explicar lo que estaba sucediendo.
Fue la anciana quien rompió el silencio, exclamando con una voz temblorosa y llena de emoción:
—¡Su Alteza el Príncipe!
La verdad cayó sobre Diarin como un peso insoportable.
Un príncipe.
Eso era lo que Ceres era.
El hecho que ella había estado evitando considerar se confirmó finalmente.
Ceres no era cualquier príncipe.
Era el primer príncipe.
Aunque todavía necesitaba confirmar los detalles con el propio Ceres, todas las pruebas apuntaban a esa conclusión.
El resplandor característico de la familia imperial.
La desaparición del primer príncipe hace más de una década.
La reacción de la anciana, que claramente lo reconoció.
Y los intensos episodios que Ceres sufrió al estar en el Palacio Imperial, especialmente en los aposentos del primer príncipe.
—…Ah… —Diarin apenas pudo procesar lo que ocurría.
En ese momento, Ceres gimió, revolviéndose en su regazo.
—Diarin…
—Ceres…
Diarin, con las manos temblorosas, sujetó la de él, que la buscaba desesperadamente.
Entonces, lo miró directamente a los ojos y, con voz temblorosa, preguntó:
—¿Cuál es… tu nombre?
A pesar de estar medio inconsciente, Ceres respondió con voz baja, casi un susurro:
—Mi nombre es… Ceren…dias… Racklion…
Era el nombre del primer príncipe perdido de Racklion.
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