⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Uhh…
—¿Eh?
Diarin, que había estado cabeceando de sueño, se despertó sobresaltada al escuchar un gemido de Ceres.
Desde que Ceres había sido llevado al tercer palacio tras sufrir una crisis en el primer palacio, no había hecho más que dormir.
A veces se movía inquieto o decía cosas sin sentido, pero había pasado la noche sumido en un sueño profundo, como si estuviera muerto, mientras una fiebre alta lo consumía.
Diarin pasó toda la noche vigilándolo desde la cabecera de la cama.
Sin embargo, su resistencia no era suficiente para soportar una noche en vela tras haber usado una gran cantidad de su poder divino. Cerca del amanecer, cerró los ojos sin darse cuenta.
Al final, mientras cabeceaba repetidamente, terminó durmiéndose completamente con la cabeza apoyada sobre la cama.
El gemido de Ceres la despertó, y cuando abrió los ojos, el amanecer estaba dando paso a la mañana.
—…Arin…
Los párpados de Ceres temblaban ligeramente.
Diarin le tomó la mano con fuerza.
—Ceres… No, Su Alteza, el Príncipe Cerendias.
Trató de acostumbrarse a ese título extraño, esforzándose por usarlo mientras llamaba a Ceres.
Al igual que ocurre con un resfriado, la fiebre sube antes de que la enfermedad se cure. Especialmente justo antes de que las bacterias sean completamente eliminadas, el dolor puede intensificarse.
Los recuerdos de Ceres, reprimidos durante diez años, estaban liberándose y reorganizándose, lo que seguramente le causaba un sufrimiento considerable.
Ahora, enfrentaba esa última etapa crítica.
Al igual que hay quienes mueren por un resfriado, Ceres podría no superar este último dolor.
—Aguanta un poco más, por favor.
Diarin rezó fervientemente mientras apretaba su mano.
La mano de Ceres, ardiente como el fuego, se movió débilmente. Incluso en su inconsciencia, buscaba la mano de Diarin y la agarraba.
Aunque sentía que su mano iba a romperse por la fuerza, Diarin no retrocedió.
Si eso era lo que Ceres necesitaba en ese momento, estaba dispuesta a dárselo, incluso si fuera su propia mano.
No porque fuera un príncipe.
Sino porque era Ceres.
Porque deseaba, desde lo más profundo de su corazón, que él tuviera una vida feliz.
—…Arin, Diarin…
—Estoy aquí. Está bien. Todo estará bien…
Hablaba como si se tranquilizara a sí misma, murmurando sin cesar.
Con la mano libre, acarició suavemente su cabello.
Aunque su poder divino estaba agotado y aún no regresaba, reunió hasta la última gota que le quedaba y lo canalizó hacia Ceres.
Si con eso lograba que regresara sano y salvo, todo habría valido la pena.
Si solo logra regresar sano y salvo…
El pensamiento que cruzó su mente al final la sobresaltó.
¿Realmente estaría bien?
Cuando Ceres despertara, ya no sería simplemente Ceres.
Sería el Príncipe Cerendias, con una mirada distante y altiva, observándola desde las alturas.
Un nudo de inquietud se formó en el pecho de Diarin.
¿Por qué estoy preocupada?
Era absurdo sentirse así.
Había sido ella quien había intentado devolverle los recuerdos.
Pensó que, si resultaba ser un joven de una familia noble, ganaría suficiente apoyo y sería más fácil para ella alejarse.
Pero ahora, al darse cuenta de que Ceres no solo era noble, sino un príncipe que estaba a un nivel inalcanzable, todo había cambiado.
Temía que él la mirara con una frialdad absoluta, como si nunca hubiera existido para él, como si fuera una simple hormiga insignificante.
Eso sería lo mejor, ¿no?
Sí, lo mejor.
Podría rezar por la seguridad del Príncipe y, tal como deseaba, regresar al templo para vivir una vida tranquila hasta el final de sus días.
Incluso podría aspirar a convertirse en la Gran Sacerdotisa.
No tendría que vagar por los campos de batalla ni lidiar con tareas triviales, que delegaría a los demás sacerdotes.
Cada día comería deliciosos banquetes, evitaría usar su poder divino y viviría una vida cómoda. Sería realmente feliz.
Ya no tendría que luchar cuerpo a cuerpo con un ‘perro rabioso’ que intentaba morderle la garganta, ni gastarse su poder divino en calmarlo cada vez que se descontrolaba.
No tendría que preocuparse por los problemas que pudiera causar ni temer que una mujer extraña arruinara su vida.
Porque ahora era un príncipe.
Claro, los príncipes también tenían sus propias dificultades, pero eso no era algo que Diarin pudiera resolver.
Ella no era útil para él.
¡Thump!
Sintió algo caer dentro de su pecho.
No soy útil.
Aceptar eso no era fácil.
No ser útil significaba no tener valor alguno.
Pero Diarin sacudió la cabeza y ahuyentó esos pensamientos.
¿Cuántas personas realmente útiles podía haber para un príncipe?
Todo estaba bien.
Ese perro rabioso del que tanto rezaba para deshacerse había regresado como un joven distinguido, no, como un príncipe.
Había salido ganando.
—Diarin…
Pronto llegaría el día en que su nombre ya no saldría de esos labios.
Hasta que llegara ese momento, Ceres tenía que resistir.
Diarin apretó nuevamente su mano, igual que al principio.
Ceres gimió, moviendo ligeramente la cabeza. ¿Qué tipo de tormenta estaría desatándose en su mente? Diarin no podía verlo.
—Uhh…
Como lana gris que se ha tejido durante años, los recuerdos de Ceres comenzaron a desmoronarse, hilo por hilo.
( Si te detienes, mueres. )
( ¿Por qué te fuiste de casa? )
( ¡Aguanta! )
( Parece que este tipo ha usado una espada antes, ¿eh? )
( ¡Mata! )
( Mátalos antes de que te maten. )
( ¡Mata! )
( ¡Tienes que matar! ¡Tienes que matar! )
( ¡No me mates! )
Diez años de supervivencia como Ceres en el campo de batalla.
Y, debajo de esos recuerdos, el tiempo del primer príncipe, Cerendias, comenzó a mezclarse.
( Debo sobrevivir. )
( No necesitas convertirte en Emperador necesariamente. )
( ¡Su Alteza, el Príncipe! )
( Al final, el más fuerte es quien lidera. )
( Jajaja, joven maestro… )
El traqueteo de las ruedas del carruaje.
Era el último recuerdo que tenía como el Primer Príncipe, Cerendias.
¿Cómo llegó a suceder esto?
Cuando intentó recordar, la densa neblina comenzó a despejarse poco a poco. Los recuerdos regresaban desde los más cercanos al punto donde se habían interrumpido.
La razón por la que Cerendias se convirtió en Ceres.
( ¡Cerendias, debes sobrevivir! )
El último aliento de su madre, desplomándose mientras escupía sangre.
Ese fue el principio.
Tras la muerte de la Emperatriz Olivia, los intentos de asesinato contra el Primer Príncipe se intensificaron día a día.
No era difícil señalar al culpable, incluso con los ojos cerrados.
La consorte Pelian, madre del Segundo Príncipe, Endin.
O tal vez, el propio Endin.
La Emperatriz Olivia había llegado al palacio imperial hace poco tiempo antes de que Pelian fuera convertida en consorte.
Poco después del nacimiento de Cerendias, el Primer Príncipe, nació Endin, el Segundo Príncipe.
Endin poseía todas las características físicas de la familia imperial. No importaba de quién fuera hijo, cualquiera con sangre imperial tenía derecho a aspirar al trono.
La fallecida Emperatriz Olivia era originaria de Sorven.
La consorte Pelian, en cambio, era hija de una familia prestigiosa de Racklion, la segunda hija de la Casa Ducal de Juren.
El poder político que apenas se mantenía en pie gracias a que Cerendias era el Primer Príncipe se inclinó naturalmente hacia el Segundo Príncipe tras la muerte de Olivia.
El Primer Príncipe estaba acorralado.
Incluso aquellos que consideraba sus leales comenzaron a darle la espalda, uno tras otro.
Quienes intentaron protegerlo se sacrificaron en el proceso.
( ¡Príncipe, huya! )
( Su vida está en peligro si permanece aquí. )
( Debe encontrar un lugar seguro. )
( Pero, ¿a dónde podría ir? )
( ¿Qué tal Sorven? )
Las pocas personas que aún se preocupaban por la seguridad de Cerendias sugirieron la única solución que encontraron: alejarlo de la lucha por el trono.
Sorven tenía numerosos primos por encima de Cerendias en la línea de sucesión. No era un contendiente para el trono de Sorven en ese momento. Aunque no fuera una solución ideal, al menos estaría a salvo de los intentos de asesinato.
Así, se decidió que el Primer Príncipe iría a Sorven.
Prácticamente una huida.
Con solo algunos caballeros y un pequeño séquito, emprendió un viaje humilde tras dejar atrás los preparativos y las pocas pertenencias que podía llevar.
Debió haber estado más alerta en las zonas desiertas que al abandonar la capital.
Los caballeros que lo acompañaban eran novatos recién nombrados, sin experiencia en combate real, incapaces de defenderse de los ataques de los asesinos.
Sin embargo, cumplieron con su deber hasta el final.
Bloquearon a los atacantes con sus vidas, permitiendo que el Primer Príncipe escapara.
( ¡Ahí está! ¡Atrápenlo! )
( ¡Sigan ese cabello, no se pierdan! )
Su apariencia era un distintivo de la familia imperial de Racklion.
Por más que se escondiera, tarde o temprano lo encontrarían.
Rápidamente robó un sombrero de la ropa tendida en alguna casa y huyó hasta un callejón oscuro.
Era un lugar habitado por mendigos, donde también se encontraban vendedores clandestinos y adivinos callejeros.
( ¿Quieres cambiar el color de tu cabello y ojos? )
Un adivino en las sombras, que no reconoció al príncipe gracias a la oscuridad, le ofreció un hechizo barato por un simple botón.
( Pero… parece un joven de buena familia. ¿Qué hace en un lugar como este? )
Eso marcó el inicio de la tragedia.
Aunque no pudo discernir el valor real del botón, el adivino barato reconoció inmediatamente el cuerpo bien cuidado de alguien noble.
Tan pronto como el príncipe escuchó esas palabras, huyó de nuevo.
Sin embargo, fue capturado poco después por traficantes de personas.
El adivino había vendido la información.
( Vaya, sí que tiene buena pinta. )
Por más que hubiera sido entrenado en artes marciales de alto nivel, el cuerpo de un adolescente apenas entrado en la pubertad no podía contra varios hombres adultos.
Pensó que lo entregarían a los asesinos, pero su destino fue ligeramente mejor que eso.
Le borraron los recuerdos.
El traqueteo de las ruedas del carruaje.
Cuando sus recuerdos se reconectaron, encontró un cuchillo en sus manos.
( Soy… )
Era Ceres.
El momento en que se convirtió en Ceres, con el cuchillo en la mano, volvió a su memoria.
El dolor que amenazaba con partirle la cabeza y la negrura que nublaba su mente comenzaron a disiparse.
—¡Ceres!
Una voz familiar lo llamó, y Ceres abrió los ojos de golpe.
—…
Parpadeó.
Podía ver.
El mundo apareció ante sus ojos.
Parpadeó una vez más.
Un techo ornamentado.
Parpadeó de nuevo.
—Soy…
Pero pronto todo se volvió borroso.
Las lágrimas comenzaron a brotar.
—Soy Cerendias Racklion.
Había regresado.
N/Nue: Lloré con esto, pobre mi Ceres…
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