⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Cuándo haces elogios? —preguntó Diarin con cierto recelo.
—Cuando saludo a los demás en la fiesta —respondió Ceres con serenidad.
De inmediato, Diarin recordó aquellos halagos que Ceres solía pronunciar, como: ‘Es como la sonrisa de Diarin’. Halagos que hacían que la persona aludida quisiera desaparecer y los oyentes quisieran huir.
—¿Por qué elogias a tu pareja frente a los demás?
—Porque es mi pareja —contestó Ceres como si fuera lo más natural del mundo.
Diarin pensaba que el objetivo sería elogiar a los demás en ese tipo de eventos, pero claramente estaba equivocada. La dinámica implicaba elogiar a los demás y también a sí mismo con entusiasmo desbordante.
Era el momento perfecto para huir. Diarin dudaba de su capacidad para soportar una lluvia de elogios frente a la brillante élite aristocrática mientras intentaba mantener una sonrisa digna.
—Estos vestidos ni siquiera servirían para una fiesta de té —comentó Ceres evaluando el guardarropa.
—¿Estos? —preguntó Diarin incrédula.
—Por supuesto. Por eso te los dieron.
Para los estándares de Diarin, esos vestidos eran magníficos. Aunque no pudiera venderlos enteros, podría desmontar los botones y encajes para obtener una pequeña fortuna en el mercado exterior. Pero dentro del palacio, todo era diferente.
—Entonces también tienes que hacerte un vestido nuevo —afirmó Ceres con decisión.
—Está bien —aceptó Diarin con resignación.
Si lo que Ceres decía era cierto, aparecer con algo demasiado simple podría ser un problema.
—Pero el mejor material debe ser para tu ropa. No transijo en eso.
Ceres frunció el ceño, evidentemente insatisfecho, pero cuando Diarin insistió, no tuvo más remedio que ceder.
El antiguo Ceres habría aceptado sin más. Sin embargo, el Ceres más astuto de ahora no estaba dispuesto a dejar las cosas así.
—Entonces, que sean cinco vestidos —propuso.
—¿Por qué cinco? —preguntó Diarin, desconcertada.
—¿Planeas no asistir a más fiestas conmigo? —replicó Ceres, entrecerrando los ojos.
—Después de esta fiesta, probablemente ya no me necesites.
—Si no estás, podría volverme loco.
Diarin lo fulminó con la mirada. Ya no sabía qué creer. Tal vez fingiría estar loco, pero si insinuaba distanciarse, seguramente actuaría como si estuviera realmente desesperado.
—De acuerdo —suspiró Diarin, cediendo finalmente.
Era mejor evitar peleas innecesarias antes de que la fiesta siquiera comenzara. Además, ¿qué más daba uno o cinco vestidos? Solo habría una diferencia de costo.
Pero estaba equivocada.
—Bien, probemos este lazo en el pecho —dijo el sastre mientras sostenía una cinta.
—No me gusta —respondió Ceres fríamente.
—Entonces, ¿qué le parece este adorno floral?
—Que quede por debajo de la cintura.
—¡Oh! ¡Qué sugerencia tan acertada! Me encanta la idea.
—Cámbialo por un color más suave.
—De inmediato, señor.
Diarin no tenía idea de que diseñar cinco vestidos implicaría evaluar cincuenta tipos de telas y probar ciento cincuenta decoraciones.
—¡Este tejido ilumina el rostro como un reflector! —exclamó el sastre emocionado.
—Es apagado —sentenció Ceres.
El sastre, con un entusiasmo inquebrantable, incluso confesó que soñaba con hacer un vestido. Y a pesar de ser un maestro reconocido en trajes masculinos, parecía dispuesto a superarse.
Mientras tanto, Diarin, agotada, se hundía en su asiento, apenas capaz de mantener los ojos abiertos.
—No es la tela lo que está apagado… es mi cara… —murmuró.
—Tu rostro siempre luce radiante como el sol de la mañana —replicó Ceres con total sinceridad.
—¡Tiene razón! Su cutis, con ese sutil tono melocotón, ¡es digno de un maquillaje elegante y refinado! —agregó el sastre, tratando de suavizar la situación.
Diarin no podía evitar dudar. ¿Acaso los ojos de Ceres estaban bajo algún hechizo barato?
—Por hoy terminamos —declaró Diarin abruptamente, agotada.
—¿Ya? Si está cansada, tal vez un jugo fresco… —intentó sugerir el sastre.
—Hoy no habrá más. Puede retirarse.
El sastre se marchó a regañadientes, dejando a Diarin completamente exhausta. Apenas se fue, Diarin se dejó caer en el sofá con un suspiro exasperado.
Ceres, aprovechando la situación, deslizó su muslo bajo la cabeza de Diarin, ofreciéndolo como almohada.
—Así descansarás mejor —dijo con naturalidad.
—¿Quién?
—Yo.
—Pues yo no —replicó Diarin, rodando los ojos.
Ceres siempre encontraba la forma de acercarse, ya sea apoyando la cabeza en el regazo de Diarin o rodeándola con los brazos, imitando lo que él consideraba gestos de cuidado.
—¿Hmm… entonces, quieres que te dé un beso?
—¿Qué? —Diarin se quedó completamente sorprendida ante la inesperada propuesta.
Después de escuchar palabras como compromiso, matrimonio y amor, ahora llegaba beso. Habían salido todas las palabras del paquete completo.
—¿Por qué mencionas eso de repente?
—En las historias antiguas dicen que incluso pueden despertar a alguien con un beso.
Diarin, todavía tumbada, clavó la mirada en los ojos de Ceres. Él la miraba con una serenidad inquebrantable, con una expresión tan desvergonzada que parecía hecha para triunfar en los círculos sociales.
Sin embargo, para Diarin, esos ojos no podían ser más intimidantes en este momento.
—Creo que si me besas, me moriré.
—¿Tan insoportable sería mi beso?
—No pongas esa cara de herido, sé que no te importa en absoluto.
—Es triste escucharlo.
Ceres, astuto, evitaba responder directamente mientras se lamentaba con un tono lastimero. Ese comportamiento era prueba suficiente de que su mente estaba calculando algo, lo cual solo secaba más la simpatía de Diarin.
—Seguro que vas a seguir insistiendo para que te dé un beso mientras finges ser lastimoso.
Ceres no respondió, pero su expresión mostró un leve sobresalto, lo cual confirmó las palabras de Diarin.
—Deberías guardar esos besos para alguna dama hermosa que conozcas en la fiesta.
—Entendido.
—Sin incluirme a mí.
—Qué injusta.
Después de tantos días enfrentándose a Ceres, Diarin sabía cómo bloquear todas sus posibles tácticas. Ceres hizo un puchero, pero no insistió más. Al menos parecía recordar que un beso no era algo que pudiera imponer arbitrariamente.
—Diarin, ¿ya descansaste? —preguntó Ceres repentinamente.
—¿Eh? ¿Por qué?
—Es hora de practicar para la fiesta.
—¿Practicar…? ¿Para la fiesta…?
—Diarin, no sabes nada sobre los bailes ni las reglas de etiqueta de los círculos sociales, ¿verdad?
Los ojos de Ceres brillaban con intensidad, casi parecía un poco vengativo.
—Bueno, sí, no tengo idea…
Era cierto. Incluso el séquito del tercer príncipe parecía haberlo pasado por alto, tal vez porque Diarin no sería el centro de atención en la fiesta. Sin embargo, dado que iba a entrar al salón tomada de la mano de Ceres, al menos debía evitar convertirse en el hazmerreír.
Contaba con el mejor maestro en etiqueta de la realeza, así que no había motivo para preocuparse.
—Está bien, enséñame bien.
Diarin tomó la mano de Ceres y se levantó de un salto.
Ceres dejó atrás su expresión de descontento por el rechazo al beso y, con la actitud de un caballero, escoltó a Diarin hacia la parte amplia del salón.
La posición de tomarle una mano y colocar la otra en su cintura ya le resultaba familiar. Pero mirarse mutuamente a los ojos mientras estaban de pie era algo aún extraño.
—Diarin, tienes que mirarme.
—Ah, sí, claro…
Aunque lo sabía, no estaba acostumbrada, y eso la hacía sentirse incómoda.
Como Diarin no levantaba la vista, Ceres extendió la mano y sujetó su mentón.
—¡…!
Era una mano firme, la de un hombre. Nunca antes había experimentado que alguien le tomara el mentón de esa manera.
El corazón de Diarin saltó alarmado, como si se le hubiera detenido por un momento.
Respiró hondo para calmarse y finalmente levantó la mirada.
Ceres, por el contrario, tenía una expresión tranquila y la miraba con paciencia, como si estuviera dispuesto a esperar hasta que ella se calmara.
Esa serenidad fue suficiente para tranquilizar los nervios de Diarin.
—Solo necesitas relajarte, Diarin.
—¿Y los pasos…?
—Mira, si yo inclino mi cuerpo así…
—Ah…
Cuando Ceres se movió, Diarin siguió automáticamente sus pasos. Su cuerpo parecía moverse como si estuviera bajo el control de las manos de Ceres.
¿Qué…? ¿Pero si yo no intenté moverme?
¿Así era cómo funcionaban los bailes sociales?
Siempre había sentido curiosidad por cómo algunos nobles lograban bailar con tanta gracia. Ahora entendía que aquellos que bailaban bien eran los que manejaban con naturalidad el cuerpo de sus parejas para crear movimientos armoniosos.
Diarin abrió los ojos sorprendida por el descubrimiento.
Ceres la observó y esbozó una leve sonrisa.
—Lo has hecho bien.
—¿Eh…?
Había sido elogiada.
Ella siempre era quien solía elogiar a Ceres, pero ahora él la estaba halagando.
Sentía que las dinámicas en su relación estaban cambiando.
Pero, lejos de ser molesto, no era una sensación desagradable.
Diarin bajó la cabeza, avergonzada sin saber por qué.
—Tienes que levantar la cabeza.
—Pero…
—Diarin.
Sin darse cuenta, sus pies seguían moviéndose al ritmo de la danza.
Y fue por eso que, al oír el llamado de Ceres, levantó la cabeza casi como hipnotizada.
Sus miradas se encontraron, y entonces notó los labios de Ceres.
Eran rojos, pero de una manera discreta y elegante.
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