⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
El plan transmitido a las dos personas no era complicado.
Diarin solo debía preparar al joven amo. Ceres solo necesitaba comportarse como tal.
El resto lo manejaría Roben. Ese era el plan completo.
Mientras más personas lo supieran, mayor era el riesgo de que el secreto se filtrara. Por eso, incluso entre los nobles que residían en el palacio del Tercer Príncipe, nadie más conocía los detalles del plan.
—De todos modos, no importa cuántos estén de nuestro lado, lo crucial es que el Emperador cambie de opinión.
Eso implicaba que, aunque muchas personas presionaran, no necesariamente influirían en la decisión del Emperador.
¿Qué clase de persona es el Emperador?
Si todo dependía de una sola persona, lo más importante era averiguar cómo era el Emperador.
Por suerte, quien mejor podía conocerlo estaba justo frente a ella.
¿Quién podría emitir un juicio más preciso sobre el Emperador que el Primer Príncipe, que había crecido viendo al Emperador desde el momento en que nació?
Con los ojos llenos de expectativas, Diarin miró a Ceres, quien dudó brevemente antes de responder con sinceridad:
—No lo sé.
—…¿No lo sabes? ¿Por qué?
No podía creerlo. Era el primogénito. ¿Cómo era posible que no supiera nada cuando debía haberlo visto más veces que nadie?
—Mi madre siempre decía que el Emperador era alguien imposible de entender.
—Pero algo habrás notado. Al menos, ¿alguna impresión personal?
Ceres intentó recordar.
En su memoria, el Emperador era alguien completamente inescrutable. Nadie podía comprenderlo, salvo él mismo.
Era amable y educado con la Emperatriz, con quien se había casado por conveniencia, pero al mismo tiempo tomaba a una concubina. Daba la impresión de respetar al Primer Príncipe, pero manipulaba hábilmente una rivalidad con el Segundo Príncipe.
Sin embargo, ni siquiera mostraba favoritismo especial hacia la concubina Pelian, ni parecía preferir a Endin.
De hecho, había favorecido más veces a Ceres. Aun así, nunca tomó medidas decisivas, como declarar a Ceres como heredero al trono.
No importa lo que haga Endin. Si no logra ganarse el favor del Emperador, será en vano.
Dada la ambigüedad con la que siempre había manejado las cosas, era probable que el Emperador dejara pasar todo a menos que algo lo impactara enormemente.
—Entonces, si Ceres revela que es el Primer Príncipe, ¿qué pasará si no logra ganarse el favor del Emperador?
—Me matará.
Ceres respondió sin dudar.
—¿Qué?
—Si no le agrado o no le resulto útil, es posible que me mate.
—…¿Cómo puede ser algo ‘posible’?
Diarin frunció el ceño ante la tranquila respuesta de Ceres.
Hay cosas que son comprensibles y otras que no lo son. Por muy frías que fueran las circunstancias, seguía siendo su hijo.
—Si realmente le importara, mi madre no habría muerto de esa manera.
Si el Emperador hubiera tenido la voluntad de protegerla, la Emperatriz Olivia no habría sido asesinada de manera tan trágica.
El Emperador lo permitió. Fue un apoyo pasivo, pero al fin y al cabo, una decisión. Ceres sospechaba que había algo en su madre que no le agradaba al Emperador.
—Y si hubiera querido encontrarme tras mi desaparición, habría hecho todo lo posible.
Cuando un príncipe desaparece, el país entero debería movilizarse para buscarlo. Sin embargo, ni siquiera Diarin recordaba que eso hubiera sucedido.
La desaparición del Primer Príncipe fue tratada como un simple rumor, mientras que la guerra con Sorven recibía toda la atención.
Si Ceres realmente fuera importante para el Emperador, aún lo estarían buscando. Incluso si no fuera un príncipe, cualquier padre seguiría buscando a su hijo hasta confirmar su muerte, o hasta el último día de su vida.
—No soy una figura importante para el Emperador.
Ceres resumió su situación de manera sencilla.
La situación de Ceres resultó ser peor de lo que Diarin había imaginado, y se sintió mareada por la realidad.
—…¿No acabaremos los dos muertos al final de esto?
—Hm…
—…¡No te pongas a calcular seriamente esa posibilidad!
Ceres parecía estar considerando genuinamente las probabilidades de que murieran.
De haber sabido esto, habría sido mejor declararlo como un ‘caso perdido’ y enviarlo a vivir al campo.
¿Por qué, de todas las cosas, este loco tenía que ser tan excepcionalmente talentoso y, por lo tanto, terminar en esta situación?
—Diarin no morirá.
—¡Ceres, tú también tienes que pensar en no morir!
—Si puedo evitarlo, no moriré.
Era una promesa poco convincente.
—No mueras. Haz lo que sea para no morir. Si parece que vas a morir, olvídate de los méritos del Octavo Batallón y del Primer Príncipe. ¡Escóndete en el campo y simplemente vive!
—¿Diarin iría conmigo al campo?
—…No, eso no…
—Entonces simplemente moriré.
Enfurecida, Diarin golpeó la espalda de Ceres con el puño. No fue un golpe ligero. Estaba tan molesta que realmente lo golpeó con fuerza.
Por supuesto, a ella le dolió más la mano que a Ceres la espalda. Sin embargo, él pareció captar la sinceridad de su enojo, ya que su leve sonrisa se desvaneció.
—Hablo en serio.
—¡Otra vez!
—Si no soy un príncipe ni un noble, ¿por qué viviría solo en el campo sin Diarin?
Aunque era imposible prever lo que haría en una situación límite, si ya tenía ese pensamiento ahora, podría negarse a huir cuando llegara el momento.
Entonces, si dices algo sin cuidado a Ceres, podría volverse en tu contra.
Diarin se esforzó por distinguir cuidadosamente entre lo que podía hacer y lo que no debía hacer.
—Si llegara a suceder algo así… solicitaré ir como voluntaria a un templo rural y me iré contigo.
No sería un templo en la ciudad, donde podría ganar algo de dinero, y seguramente enfrentaría la hostilidad de los sacerdotes locales, pero estaba dispuesta a renunciar a eso por el resto de la vida de Ceres. Lo único que quería era que él viviera.
—¿Diarin… vendría conmigo?
Los ojos de Ceres se abrieron de par en par, como si hubiera escuchado algo completamente inesperado.
Ni siquiera Diarin podía creer que había dicho eso. Pero ya lo había dicho. Y no había cambiado de opinión. Su deseo de que Ceres sobreviviera permanecía intacto.
—Sí. Así que, si sientes que no hay otra salida, huye. ¿Entendido?
—Entendido.
Finalmente, Ceres dio una respuesta que tranquilizó a Diarin.
Ella dejó caer los hombros con alivio.
De repente, ya no le importaba lo que Roben pudiera hacer ni lo que sucediera frente al Emperador. Solo quería que vivieran. Eso era lo único que importaba.
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En los días que siguieron, los dos pasaron horas planeando soluciones juntos.
Dado que las intenciones del Segundo Príncipe y las posibilidades de acción de Roben estaban limitadas, podían prever en cierta medida lo que harían: negar la existencia del Octavo Batallón o acusar a Ceres de ser un impostor, entre otras cosas.
Sin embargo, ellos poseían dos cartas que sus oponentes no tenían.
Primero, desconocían la verdadera extensión de las habilidades de Diarin. Segundo, no sabían que Ceres era el Primer Príncipe.
Aunque las palabras de un ‘perro loco del campo de batalla’ fueran cuestionables, las del Primer Príncipe desaparecido serían escuchadas, al menos por obligación.
¿Saldrá bien?
Diarin se giró una y otra vez en la cama, repasando en su mente cómo sería el salón de la fiesta.
No era una o dos veces. Había perdido la cuenta, pero lo había imaginado decenas, cientos de veces.
Y, sin importar lo que imaginara, siempre aparecía la escena de Ceres cayendo ensangrentado por la espada del Segundo Príncipe.
¡No! Ceres es fuerte.
Diarin intentó alejar esa imagen de su mente a la fuerza.
La incertidumbre sólo intensificaba su ansiedad, y la ansiedad siempre traía pensamientos negativos, que a su vez podían influir en el resultado.
Ceres era humano. Por fuerte que fuera, no era invencible. Sus numerosas cicatrices contaban historias de heridas, sangre y momentos en los que estuvo cerca de la muerte.
Sin embargo, en el salón frente al Emperador, no habría espadas desenvainadas. No sucederían cosas así.
Aunque se repetía esto para consolarse, su corazón no lo creía del todo.
Los latidos inquietos de su corazón no se calmaban.
—Ah…
Sumida en una ansiedad que no podía controlar, Diarin rodó sobre la cama.
Sentía que su corazón subía por su garganta y estaba a punto de derramarse por su boca. O como si tuviera agujeros en el pecho por los que su sangre fluía libremente. Tal vez estaba practicando cómo sería morir.
Enterró su rostro en la almohada, apretando los párpados con fuerza.
No importaba lo que la inquietara, perder el sueño dando vueltas en la cama solo le haría daño. Lo mismo aplicaba para preocuparse: si no tenía una solución inmediata, era mejor descansar y dejarlo de lado.
Si no se cuidaba a sí misma, nadie lo haría. Por eso, nunca había permitido que nada ‘ni las injusticias en el templo, ni las flechas que volaban sobre su cabeza en la guerra’ le robara el sueño.
Todo estará bien… Necesito dormir, necesito dormir.
Sin embargo, cuanto más se decía que debía dormir, más lejos estaba el sueño.
—…¡Argh!
Rindiéndose, Diarin se levantó de la cama y salió al salón.
Tenía la intención de preparar una taza de té caliente para calmarse.
Para su sorpresa, encontró a Ceres en el salón, aunque pensaba que ya habría ido a dormir hacía tiempo.
—¿Ceres?
Él estaba junto a la ventana, mirando la luna en el cielo nocturno. Aunque debió de notar la presencia de Diarin, no volteó al escuchar su voz.
Envuelto en un aura de calma inquebrantable, Ceres parecía inaccesible, y Diarin no pudo acercarse. Simplemente lo observó en silencio desde la distancia.
—Diarin.
Finalmente, Ceres se giró hacia ella.
Sus ojos, reflejando la luz de la luna, brillaban con una claridad inusual.
Con una mirada que parecía capaz de tomar decisiones más frías y lúcidas que nunca, Ceres le preguntó:
—¿Regresarías al templo?
—… ¿Qué?
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