⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Diarin parpadeó, sin comprender el significado de las palabras de Ceres.
¿Volver al templo?
—¿Quieres que me vaya?
Ceres asintió con la cabeza.
¿Así de repente?
Diarin miró detrás de Ceres, pensando que tal vez alguien le estaba apuntando con una espada.
Sin embargo, no había nadie detrás de él sosteniendo un arma ni obligándolo. Y tampoco tenía la mirada de alguien que estuviera siendo amenazado.
Los ojos de Ceres, fijos en ella con firmeza, reflejaban sinceridad.
—¿De qué estás hablando de repente?
—Falta poco para la fiesta.
La fiesta era dentro de dos días. Pero Diarin aún no entendía qué relación tenía eso con que ella regresara al templo.
—¿Y?
—Si apareces en la fiesta, no podrás echarte atrás.
—¿Y ahora sí puedo?
—Los del lado del Segundo Príncipe todavía no conocen tu rostro.
Diarin frunció el ceño.
Aun con esa explicación, no entendía completamente.
—Pero si no estoy, ¿no te volverás loco?
—No quiero que te sea demasiado difícil.
Seguramente Ceres había oído los sonidos de Diarin luchando por conciliar el sueño.
—Siempre ha sido difícil para mí.
Durante todo el tiempo que había pasado junto a Ceres, los momentos de tranquilidad habían sido breves. Probablemente ni siquiera recordaba las veces que la había agotado con su locura.
—No como ahora, sin dormir y tan estresada.
—Es porque nunca había tenido que cargar con tanto. Y como no puedo garantizar los resultados, me preocupo demasiado y…
Mientras intentaba explicar por qué sus noches eran tan inquietas, Diarin se quedó sin palabras.
¿Por qué estaba justificándose para no irse cuando Ceres mismo le estaba dando la oportunidad? Debería estar celebrando y empacando sus cosas.
Sin embargo, incluso al pensar en ello, no sentía ganas de irse.
—El Tercer Príncipe se encargará de tu recompensa. No importa cuál sea el resultado.
—Eso… lo entiendo.
Pero no se trataba de eso.
De todos modos, el templo ya había aprobado que Diarin fuera enviada. Además de la recompensa del Tercer Príncipe, le habían prometido el puesto de sumo sacerdote como compensación por las dificultades enfrentadas. Era algo que no dependía del éxito o fracaso de la misión.
Por lo tanto, no había problema alguno en que Diarin regresara al templo de inmediato.
—Entiendo, pero… espera, ¿así de fácil puedes dejarme ir?
La mente de Diarin estaba hecha un lío. Con un sentimiento de confusión tan caótico como su cabello desordenado, se pasó las manos por la cabeza una y otra vez.
Ceres, que la observaba en silencio, no mostró dudas. Parecía dispuesto a esperar hasta que ella se calmara.
Era extraño. Siempre había sido Ceres el impaciente, mientras que Diarin lo tranquilizaba.
Ahora, era al revés.
—No es fácil.
Aunque lo dijo, Ceres parecía sereno.
No es fácil, pero puedo hacerlo, parecía querer decir. Entonces sí era fácil.
Un dolor agudo le atravesó el pecho, como si alguien le hubiera dado una patada.
—¿Ceres, realmente quieres que me vaya?
—No.
La respuesta llegó sin vacilaciones.
Diarin contuvo el aliento y levantó la cabeza.
—Entonces está bien.
—… ¿No te irás?
—No todavía.
—¿Por qué?
Todavía no estaba preparada para irse.
Si Diarin había entrado profundamente en la vida de Ceres al devolverle un propósito, entonces Ceres también había llegado a ser una parte importante en la vida de ella.
Pensaba que sería una relación superficial, alguien con quien podría mantener contacto ocasional hasta la muerte. Pero resultó ser más profundo de lo que imaginaba.
Habían llegado a un punto en el que separarse requeriría una preparación emocional.
Creía estar lista para irse, pero no lo estaba en absoluto. En cambio, se dio cuenta de que su corazón estaba disperso por todas partes, desordenado.
—Incluso si me voy, seguiría estando igual de preocupada.
—Si hago las cosas bien, no deberías preocuparte.
—Es diferente verlo con mis propios ojos y ayudarte estando a tu lado.
—Me preocupa que te hagas daño.
Ceres habló en voz baja, casi amarga.
—…Ah.
Así que era por eso.
Diarin recordó cómo casi había perdido la vida una vez debido a algo relacionado con Ceres. Sin embargo, eso ya había pasado, y ambos se habían adaptado con seguridad al Palacio Imperial. Tanto era así, que casi había olvidado aquel incidente.
—Soy fuerte. Lo sabes bien, ¿no?
—Pero…
—¿Crees que me iré solo para que tú estés tranquilo?
Los ojos de Ceres, que buscaban los de Diarin, mostraban indecisión.
Sonriendo, Diarin dio un paso hacia él. Al menos ahora estaba segura de que Ceres no intentaba apartarla por considerarla una carga, y eso alivió la tensión en su pecho.
Este cachorro había crecido más de lo que esperaba. Tanto, que ya comenzaba a verlo como un hombre. Y lo había hecho bien: había crecido lo suficiente como para pensar primero en los demás.
—Todavía no eres nadie, Ceres.
No era un príncipe oficialmente reconocido, ni tampoco había recibido un título por sus méritos como miembro del Octavo Batallón. ¿Qué haría si todo salía mal y acababa abandonado en la calle? Y aun así, estaba dispuesto a enviarla lejos.
—Por eso, hasta que te conviertas en ‘alguien’, es mi responsabilidad cuidarte.
Antes de que Diarin pudiera dar un paso más, Ceres se adelantó rápidamente hacia ella.
De repente, sus brazos fuertes rodearon a Diarin, abrazándola con firmeza.
—¡…!
No era como de costumbre, cuando se colgaba de su cintura o apoyaba la cabeza en su hombro.
Sus grandes manos la atrajeron hacia sí, sujetando su cintura y cabeza.
Ese gesto, más protector que dependiente, hizo que el corazón de Diarin se desbocara nuevamente.
—Me haré responsable de tu vida, Diarin.
Diarin, con el rostro oculto contra el pecho de Ceres, no pudo responder.
Sentía que si abría la boca, su corazón saldría disparado de ella.
Últimamente, su corazón estaba más revoltoso que nunca.
⊱─━━━━⊱༻●༺⊰━━━━─⊰
El día de la fiesta llegó.
—¡Haa, haa…!
Diarin se cubría la boca con ambas manos, luego las apartaba, se agachaba, se levantaba de un salto. No importaba lo que hiciera, no lograba calmar sus nervios.
Desde la mañana había estado ocupada con preparativos, ajustes y detalles. Pero cuando se acercaba el inicio de la fiesta, todos desaparecieron, dejándola sola.
Eso solo empeoró su nerviosismo.
—¿Estás bien, Diarin? —preguntó Ceres, preocupado por el sonido del corazón de ella.
Ceres, que estaba acostumbrado a escuchar latidos fuertes, ahora percibía que el corazón de Diarin parecía que podría detenerse de tan intenso que era.
—No, creo que no estoy bien —admitió Diarin con franqueza.
Sentía que podría morir de verdad.
En el campo de batalla, podía resignarse, dejándolo en manos de los dioses. Pero morir en una fiesta era algo que podría evitarse si lo hacía bien.
Esa presión la ahogaba.
—Estás preciosa.
De repente, Ceres dejó caer esa frase.
—¿Eh?
—Serás la más hermosa en la fiesta.
—¿Por qué dices eso ahora?
—Oí que las damas suelen preocuparse por eso antes de entrar a una fiesta.
Diarin no pudo evitar soltar una carcajada.
—¿De verdad piensas que estoy preocupada por si me veo bien o no?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo dices?
—Solo…
Ceres fijó su mirada en el rostro de Diarin. Sus ojos recorrieron lentamente sus cejas, el puente de su nariz, sus labios, bajando hasta su mandíbula y clavícula.
Esa mirada era tan cálida que se sentía como una caricia ardiente.
Diarin exhaló profundamente sin darse cuenta, dejando escapar el aire entre sus labios.
—Eres tan hermosa que lo dije sin pensar.
—…
—De verdad, Diarin. Eres deslumbrante.
A partir de ahora, cada vez que alguien dijera ‘deslumbrante’, pensaría en Ceres.
Esa palabra saliendo de su boca era especialmente embarazosa.
—Con todo lo que he gastado, debería verme bien…
Evitó su mirada y murmuró, sintiéndose incómoda.
Gracias a la insistencia de Ceres, estaba cubierta de joyas de pies a cabeza. Era como un candelabro ambulante, aunque un poco exagerado.
Sin embargo, sus palabras la ayudaron a calmarse. Hasta hace un momento, estaba tan nerviosa que todo a su alrededor parecía tambalearse. Ahora, finalmente podía ver las cosas con claridad.
—Ceres, pareces un príncipe.
Diarin observó su atuendo.
El traje formal, ajustado perfectamente a su musculatura, brillaba como la piel de un animal salvaje. Los accesorios masculinos no eran tan variados ni llamativos como los femeninos, pero cada detalle era obra de un maestro artesano. Todo había sido seleccionado y encargado personalmente por Ceres.
Además, sus ojos, con esa mirada que parecía dominar el mundo, lo hacían parecer un príncipe de algún reino.
De repente, Diarin pensó en cómo se vería Ceres con su cabello y ojos naturales, sin disimular. ¿Cuándo podría vivir como realmente era?
—Soy un príncipe.
—Lo sé. Lo eres. Pero ahora todos deberían saberlo.
—No es necesario que lo sepan.
Diarin no respondió más y simplemente sonrió.
Tal vez porque nació teniendo todo, Ceres no parecía ser ambicioso. Incluso después de recuperar la memoria, no hizo escándalos ni quiso arrasar con todo. Tampoco parecía tener gran interés en recuperar su posición como príncipe.
Pero Diarin era diferente. Ella quería tener más, y también deseaba que Ceres tuviera todo en sus manos.
—Es hora. Por favor, prepárense para moverse.
Desde fuera, una sirvienta anunció que era momento de dirigirse al salón de la fiesta.
Diarin tomó la mano de Ceres y se puso de pie.
El momento había llegado.
Era hora de que Cerendias Racklion, el Primer Príncipe, regresara a su lugar.
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