⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Cuando salieron del Palacio del Tercer Príncipe, no lo pensaron demasiado.
Diarin llevaba un vestido notablemente elegante y hermoso, y Ceres destacaba por su impresionante apariencia.
Las miradas que inicialmente se dirigían hacia el llamativo vestido de Diarin rápidamente se desviaban hacia Ceres, sorprendidas por su atractivo. Muchas se quedaban un buen rato observándolo y seguían lanzándole miradas furtivas.
Hasta ahí, todo era comprensible.
Sin embargo, al alejarse del Palacio del Tercer Príncipe y dirigirse al Palacio Imperial, el tipo de atención cambió.
Al principio, Diarin pensó que se debía a que Ceres era un nuevo noble del entorno del Tercer Príncipe, algo que naturalmente despertaba curiosidad. Y ciertamente, había muchas miradas de ese tipo.
—¿Ese joven…? Qué rostro tan familiar…
Sin embargo, algunas personas, especialmente las de mayor edad, observaban detenidamente a Ceres, enfocándose en su cabello y sus ojos.
Si alguien había conocido a Ceres durante su adolescencia, aunque su apariencia había cambiado bastante, aún era posible reconocerlo.
La mayoría de las personas cercanas al Tercer Príncipe eran nobles jóvenes, que habían debutado después de la desaparición de Ceres. Probablemente no se les ocurriría asociar sus rasgos con los de la familia imperial.
Esto podría convertirse en un problema por otro lado… pensó Diarin, con los nervios de punta.
Los problemas siempre surgen de los lugares más inesperados. Diarin apretó con fuerza el brazo de Ceres, sobre el cual descansaba su mano.
Ceres, por su parte, ignoraba las miradas como si fueran aire, avanzando tranquilamente. Gracias a su actitud, Diarin también pudo seguir caminando.
Una vez dentro del salón de la fiesta, las miradas hacia Ceres disminuyeron. Había demasiadas personas destacadas en el recinto, lo que dispersaba la atención.
—¡General, escuché que logró un gran mérito en esta ocasión!
—Exageran. No fue más que un pequeño logro gracias a las estrategias de Su Alteza, el Segundo Príncipe.
—¿Es cierto que el hijo menor de los marqueses de Sarten también participó en el frente? ¿No sufrió heridas?
—Una flecha enemiga pasó rozando mi oído. ¡Miren! Esta es la cicatriz que dejó como prueba de mi gloria.
—¡El Emperador seguramente reconocerá su hazaña!
Al tratarse de un banquete para celebrar la victoria, había muchos que habían participado en la reciente guerra contra Sorven. Todos estaban absortos en narrar sus propios actos heroicos.
—Es un rostro nuevo. ¿Ha sido invitado por algún mérito relacionado con la guerra?
Algunas personas, intrigadas por las caras desconocidas, se acercaban impulsadas por la curiosidad.
Dado que el banquete era organizado directamente por el Emperador, no había divisiones obvias entre las facciones de los príncipes. Los partidarios del Segundo y del Tercer Príncipe se mezclaban entre sí, compartiendo sonrisas y conversaciones cordiales.
Sin embargo, era inevitable que las personas que se conocían formaran pequeños grupos.
—¡Ah, ya están aquí!
—¿Por qué no vinieron con nosotros desde el principio?
Los allegados al Tercer Príncipe fueron los primeros en reconocerlos y acercarse.
Diarin, sintiéndose como si estuviera iniciando una operación militar, apenas logró esbozar una sonrisa. Ceres, como de costumbre, parecía desinteresado y apenas prestaba atención a las personas a su alrededor.
—¡Debe estar nervioso por ser un banquete tan grande!
Los demás interpretaron su comportamiento a su manera y se rieron, lo que permitió a Diarin relajarse un poco y sonreír con ellos.
Aunque solía considerar a esas personas inútiles, ahora, de manera inesperada, estaba recibiendo ayuda de ellos.
—Espero que el Emperador aparezca pronto. Quiero beber algo.
—Hoy es un banquete de celebración. Seguro que servirán un buen vino.
En los banquetes, la comida y las bebidas no se servían hasta que el anfitrión hacía su entrada. Siendo un evento imperial, esto significaba esperar la llegada del Emperador.
—¡Su Majestad, el Emperador, está entrando!
En ese momento, el anuncio resonó en el salón.
—Vaya, hoy llegó a tiempo.
Alguien murmuró inclinando la cabeza con respeto. Al parecer, incluso el horario de llegada del Emperador era impredecible.
Diarin inclinó la cabeza también. Una sensación de tensión le recorrió el cuerpo, y toda la calma que había ganado se desvaneció al instante.
Dentro del salón, la lucha por el poder continuaba de manera sutil. La cercanía al camino del Emperador se consideraba una muestra de influencia.
Naturalmente, Diarin y quienes estaban en su grupo quedaron relegados a un rincón lejano.
El Emperador apareció al frente, seguido por la Emperatriz Pelian y el Segundo Príncipe. Un poco más atrás, entraron Charlotte y el Tercer Príncipe.
—Adelante.
Desde el estrado, el Emperador dio una orden breve.
Fue la primera vez que Diarin pudo observar de cerca al Emperador. Aunque aún estaba lejos, era una visión mucho más clara que la de los desfiles que apenas le permitían echarle un vistazo fugaz.
Se parecen… pensó, sorprendida.
Ceres y el Emperador compartían rasgos similares. Cualquier persona con buen ojo podría notar algo y detenerse a observar con más atención.
Por otro lado, el Segundo Príncipe se parecía mucho más a la Emperatriz Pelian.
En cuanto al Tercer Príncipe, tal vez por su corta edad, no parecía tener un parecido particular ni con el Emperador ni con Charlotte, su cuidadora.
El Emperador tomó asiento al centro, con el Segundo y el Tercer Príncipe ocupando lugares a cada lado. Charlotte, al no ser una miembro oficial de la familia imperial, permaneció de pie junto al Tercer Príncipe, con las manos entrelazadas frente a ella.
Una vez que todos estuvieron acomodados, el Emperador se levantó con una copa en la mano.
—Hoy celebramos nuestra victoria. Les invito a todos a alzar sus copas sin reservas.
Los sirvientes comenzaron a repartir copas llenas de vino por todo el salón.
Diarin tomó una copa de la bandeja que pasaba.
—Esta guerra fue provocada por la insensata agresión de Sorven, quienes intentaron culparnos por el accidente ocurrido a nuestro Primer Príncipe, Cerendias.
Diarin apretó la copa con fuerza.
Nunca había esperado escuchar el nombre de Ceres pronunciado por otra persona, y mucho menos por el propio Emperador.
—Fue… un trágico malentendido.
Era imposible saber qué expresión poner, así que Diarin levantó la vista hacia el techo por un momento y luego volvió a bajar la mirada. Fue entonces cuando, desafortunadamente, cruzó los ojos con un hombre.
Grelind, el príncipe.
El único príncipe sobreviviente de la familia real de Sorven. El último superviviente.
No podía creer que hubieran invitado a ese hombre a la fiesta. ¿Quién lo había traído aquí?
Pero en una fiesta imperial no hay errores de ese calibre. Esto era intencional.
Todo estaba diseñado para que él presenciara esta escena, para que sintiera la humillación. Era un recordatorio de que Sorven estaba ahora bajo los pies de Racklion.
Sin que soplara viento alguno, un escalofrío recorrió los hombros de Diarin. Apenas logró controlar el temblor mientras volvía a enfocarse en las palabras del Emperador.
—Sin embargo, hemos superado todos los malentendidos y recuperado la paz de Racklion. ¡Por la gloria de Racklion! —exclamó el Emperador, levantando su copa.
La copa brilló intensamente al reflejar las luces deslumbrantes de la sala.
—¡Por la gloria de Racklion!
—¡Por la gloria de Racklion!
Desde todas partes se repitieron las palabras del Emperador, mientras los asistentes levantaban sus copas. La vista era cegadora.
El Emperador vació su copa de un trago. Los demás, que habían levantado sus copas con entusiasmo, también bebieron hasta el fondo. Pero Diarin no pudo hacerlo.
¿De quién era esta gloria?
¿Quién había entregado esta gloria?
Esta no era una gloria que ellos pudieran proclamar desde sus altos puestos con elegancia.
Incluso Ceres se limitó a sostener la copa en la mano sin beber de ella.
—A continuación, procederemos a nombrar a aquellos que han luchado por la gloria de Racklion —anunció un mayordomo cuando el Emperador se sentó.
—¡El general Clende! —proclamó.
—¡Presente! —respondió Clende con firmeza.
—El general Clende avanzó valientemente en la batalla de las llanuras de Garnita, a pesar de haber recibido una flecha. Gracias a su valentía, logramos romper las líneas enemigas y capturar la colina Sendes.
—Admirable. ¿Te encuentras bien tras la herida? —preguntó el Emperador.
—¡Sí! Mi lealtad hacia Su Majestad me permitió resistir.
—Tu lealtad ha conmovido mi corazón. Hm… Te concederé el feudo de Ronde.
Así continuó la ceremonia.
El mayordomo leía los nombres y logros en el orden previamente establecido. Los homenajeados avanzaban para recibir elogios y recompensas según el estado de ánimo del Emperador.
Diarin esperó. Y siguió esperando.
Ya no podía contar cuántos reconocimientos se habían entregado. Por supuesto, el nombre de Ceres no sería llamado. Para el Emperador, un simple soldado era insignificante, como una pieza de ajedrez que ni siquiera merecía mención.
—Y, finalmente, la persona que desempeñó el papel más destacado en la toma de la fortaleza de Sorven es Su Alteza, el segundo príncipe.
—¡Hurra! —estalló una ovación.
Naturalmente, el protagonista del evento sería nombrado al final.
Sin embargo, aunque su nombre fue llamado, el segundo príncipe, Endin, no se movió de su asiento. No mostró ni el más mínimo cambio de expresión. Se limitó a mirar fijamente su copa, lo que hizo que la euforia de los nobles leales a él se desvaneciera poco a poco.
El Emperador se levantó de su asiento.
Solo entonces Endin levantó la cabeza.
—Si hay alguien que merece ser elogiado por su desempeño en esta guerra, es mi hijo, Endin —declaró el Emperador.
—¡Hurra!
—¡Larga vida al segundo príncipe!
El entusiasmo, que había empezado a disiparse, volvió a encenderse como si alguien hubiera arrojado paja a las brasas.
—Antes de otorgarte tu recompensa, ¿por qué no dices unas palabras? —dijo el Emperador, dándole la palabra a Endin.
En situaciones como esta, normalmente se otorga el premio y luego el destinatario da un discurso de agradecimiento. Darle la palabra antes era una amenaza tácita: sus palabras podrían influir en la magnitud del premio.
Diarin frunció el ceño ante lo obvio de la maniobra.
Nadie en la sala era ajeno a las intenciones del Emperador. Pero ninguno, ni siquiera el segundo príncipe, dejó entrever su incomodidad.
—Gracias por concederme la oportunidad de hablar, Su Majestad —dijo Endin con una inclinación respetuosa.
El Emperador asintió, dándole luz verde para continuar. Ahora, completamente en posesión del micrófono, el segundo príncipe miró lentamente a su alrededor antes de hablar.
—Mi victoria es, en última instancia, también la victoria de quienes lucharon a mi lado. Deseo compartir este triunfo con mis leales soldados.
¿Qué…?
Algo no encajaba.
El Endin que Diarin conocía no era alguien que compartiera sus logros con otros.
Endin, sin embargo, sonrió a la audiencia y continuó.
—Quiero compartir esta gloria con mis subordinados más fieles, los miembros de la octava división, quienes lucharon incansablemente por mí.
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