⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¡Ohhhh! —gritaron las personas con entusiasmo.
Diarin, en cambio, se quedó paralizada.
Esto no debía estar ocurriendo.
El segundo príncipe, que había tratado de borrar la existencia misma de la Octava División, ahora se adelantaba para reconocerla y elogiarla públicamente.
¿Qué está pasando aquí?
Con ojos confundidos, Diarin buscó a Charlotte.
En el estrado, Charlotte mantenía una expresión completamente neutral, como si fuera una muñeca. Sin embargo, también parecía igual de desconcertada, ya que buscó a Diarin con la mirada.
Sus ojos se encontraron de inmediato. Había una clara señal de preocupación en ellos.
El discurso del segundo príncipe continuó.
—La Octava División es mi unidad secreta directa, compuesta únicamente por quienes me juraron una lealtad excepcional. Durante la guerra, no se dieron a conocer y operaron en las sombras, cumpliendo sus misiones con la máxima discreción. Por eso, nadie conoce sus hazañas.
La gente, que ni siquiera sabía que esa unidad existía, estaba sorprendida. Era una situación en la que el segundo príncipe podría haberse atribuido todo el mérito sin problemas. Entonces, ¿por qué estaba compartiéndolo?
La curiosidad de las personas hizo que escucharan con más atención.
—Hubiera sido ideal que todos los miembros de la división estuvieran presentes, pero, lamentablemente, hoy solo uno de ellos está aquí como representante.
El segundo príncipe descendió del estrado.
Los ojos de la multitud lo siguieron con interés mientras caminaba lentamente entre ellos. En ese momento, toda la atención estaba centrada únicamente en él.
El príncipe parecía disfrutar de la atención mientras caminaba con calma. Finalmente, se detuvo frente a alguien.
Alguien que había estado escondido entre la multitud, completamente invisible hasta ese momento.
—¡…!
Cuando Diarin vio el rostro de esa persona, su cuerpo se tensó de golpe.
¿Halt?
Era Halt.
¿Cómo puede ser? ¿Está vivo?
Diarin no sabía si alegrarse porque Halt estuviera vivo o enfurecerse porque estaba de pie junto al segundo príncipe.
Incluso miró de nuevo con atención, pensando que podría ser alguien parecido a Halt. Pero no, era él.
Pero, ¿cómo?
Si Roben había estado jugando a dos bandas desde el principio, sería fácil simular la muerte de Halt y esconderlo. Después de todo, Roben había manejado todo por completo.
Sin embargo, lo que realmente sorprendió a Diarin fue que Halt estuviera allí, entre tantas personas, sin tener uno de sus ataques.
Halt tenía la mirada perdida, fija en un punto, como si no estuviera consciente de lo que sucedía.
—¡Halt! Mi leal guerrero —dijo el segundo príncipe con una gran sonrisa mientras levantaba su copa hacia Halt.
Cualquier otro día, Halt habría perdido el control ante un gesto así. Acercarle un objeto de metal al rostro era una provocación en toda regla.
—…Sí —respondió Halt tranquilamente, sin reaccionar.
Esto es extraño.
Diarin negó con la cabeza.
No importaba cómo lo mirara, algo no cuadraba. Estaba claro que le habían hecho algo.
Como el silbato que usaron para dominar a Ceres, tal vez había algún tipo de hechizo que convertía a Halt en una marioneta.
Si es un hechizo…
Tal vez Diarin podría romperlo. Sin embargo, esto era solo una posibilidad, nada seguro.
—Por favor, ¿harían un brindis por la lealtad de este guerrero? —dijo el segundo príncipe, dirigiéndose al Emperador.
El Emperador, sonriendo, levantó su copa. Si el brindis se completaba, todo habría terminado.
¿Acabaría todo así? ¿Sin siquiera haber tenido la oportunidad de hablar?
—Un momento, yo también quisiera decir algo —intervino la voz de Charlotte—. Primero, quiero elogiar el valor de Su Alteza, el segundo príncipe, así como su lealtad tan noble —dijo con una elegancia y calma que contrastaban con la urgencia de su intervención.
¿Iba a dejar que todo terminara con un brindis? ¿Pensaba que habría más oportunidades después? Sin embargo, si no actuaban ahora, la Octava División quedaría completamente absorbida como parte de los méritos del segundo príncipe.
Diarin miró a Charlotte, impaciente.
La gente comenzó a murmurar ante la inesperada aparición de Charlotte.
Técnicamente, no era más que la amante del Emperador, alguien a quien ni siquiera se le había asignado un asiento en el estrado. No era su lugar para intervenir.
—¿Cómo se atreve? —gruñó el segundo príncipe con furia en su voz.
El Emperador, sin embargo, no detuvo a Charlotte. Solo la miró con una sonrisa tranquila, como diciendo: Veamos qué puedes hacer.
—Sé que este no es mi lugar, pero tengo entendido que otro miembro de la Octava División, alguien que merece ser celebrado, está presente. Por eso me atrevo a intervenir.
La voz de Charlotte tembló al final, pero logró decir lo que quería.
Diarin, en su mente, elogió su valentía.
Este era un enfrentamiento donde alguien tendría que morir. El simple hecho de desafiar al segundo príncipe era una cuestión de vida o muerte.
—¿Otro miembro de la Octava División? —preguntó el segundo príncipe, sin mostrar signos de perturbación.
Por supuesto, ya que el plan se había llevado a cabo gracias a la traición de Roben, el segundo príncipe seguramente sabía todo sobre Ceres, así como el paradero de los demás miembros.
Pero Diarin había previsto esta situación.
—Roben, ¿qué pasó con los demás? —preguntó el segundo príncipe.
—La mayoría murieron en combate, y algunos están recuperándose en zonas rurales. No están en condiciones de asistir a la fiesta, por lo que solo Halt fue convocado —respondió Roben con calma.
—…Ya lo has oído —dijo el segundo príncipe.
Roben había recibido previamente el reconocimiento por sus logros, junto con el título de Marqués, dos feudos y una caja de oro.
Sus palabras tenían un peso indiscutible. Era difícil contradecir a alguien cuyo mérito acababa de ser reconocido, especialmente si la oposición venía de alguien como Charlotte, que nunca había pisado un campo de batalla.
Ahora era el turno de Diarin y Ceres.
Diarin empujó suavemente a Ceres hacia adelante.
Ceres, como un actor a punto de subir al escenario, respiró profundamente y avanzó con paso firme hacia el frente del público.
—Aquí estoy.
Con su voz, el murmullo de las personas se apagó instantáneamente.
Era una voz clara y contundente, en marcado contraste con la de Charlotte, que había temblado mientras hablaba. Tenía un poder natural para captar la atención de los presentes, incluso sin proponérselo.
Diarin, unos pasos detrás de él, lo seguía mientras presionaba su pecho como si marchara. Pensó que si alguien como Ceres hubiera sido su comandante en el campo de batalla, tal vez aquellos escenarios no habrían parecido tan horribles.
—Soy Ceres, miembro del Octavo Escuadrón.
El rostro del segundo príncipe se alteró al escuchar esas palabras y ver a Ceres.
Aunque había anticipado su aparición, el cambio en su expresión no se debía a la sorpresa. El impacto radicaba en otro aspecto: no había esperado que el renombrado Ceres tuviera esa apariencia ni irradiara semejante presencia.
No sabía por qué, pero por primera vez sintió algo parecido a la intimidación. Como príncipe, solo había experimentado esa sensación frente al Emperador, y ahora un simple subordinado del Octavo Escuadrón lo hacía sentirse pequeño.
—¿Qué está pasando?
—¿Dijo que es del Octavo Escuadrón? Si realmente fuera un compañero de batalla, ¿no lo reconocerían de inmediato?
—Pero no parece alguien que haya pasado por un campo de batalla…
El público comenzó a murmurar y a especular sobre Ceres.
No importaba lo que dijeran; lo esencial era captar la atención del Emperador.
El Emperador, que observaba la escena con interés, giraba lentamente su copa, como si estuviera disfrutando de un espectáculo teatral en lugar de un enfrentamiento entre su hijo y su concubina.
—Roben.
El segundo príncipe buscó a Roben, como si le estuviera transfiriendo la responsabilidad.
Roben, con una expresión amarga, dio un paso adelante. Desde que Ceres apareció, su rostro había palidecido aún más.
Sin embargo, nadie esperaba que Roben rectificara sus palabras o confesara algo. Si hubiera sido una persona íntegra, nunca habría traicionado en primer lugar.
—Yo… nunca vi a esa persona en el Octavo Escuadrón.
Roben evitó la mirada de Ceres mientras respondía con dificultad.
—¿Eso dice él?
El segundo príncipe se cruzó de brazos, como retando a que hicieran algo.
Diarin inhaló profundamente.
El príncipe ya había jugado todas sus cartas.
Negar la existencia de Ceres era su forma de enterrar las atrocidades que había cometido.
Aunque podía glorificar la existencia del Octavo Escuadrón, no podía maquillar cómo los había reclutado, entrenado y convertido en guerreros trastornados. Por eso había intentado borrar todo rastro de ellos.
Utilizar a Halt para reescribir esa historia era arriesgado, pero sabía que Ceres intervendría y decidió asumir el riesgo.
Para ellos, asumir ese riesgo era como un barril de pólvora que Diarin y Ceres podían hacer estallar.
—Halt.
Ceres no se dirigió ni al segundo príncipe ni a Roben, sino directamente hacia Halt.
De las muchas posibilidades que Diarin y Ceres habían discutido, una era que trajeran a otro miembro del Octavo Escuadrón. No esperaban que fuera Halt, el más agresivo del grupo.
Halt, que solía estallar incluso con el más mínimo roce, permaneció inmóvil a pesar de la presencia de Ceres, quien solía ser su mayor provocador.
—Nuestro orgulloso miembro del Octavo Escuadrón… Halt, parece que no te reconoce.
—Lo hago.
Ceres dio un paso más hacia él.
Halt seguía sin reaccionar.
El segundo príncipe, al ver que Halt no respondía a Ceres, se sintió aliviado y se apartó para dejarles espacio.
Habían asegurado que, aunque Halt pudiera perder el control, no tenía capacidad para reconocer a alguien ni mantener una conversación coherente.
El príncipe miró de reojo a Merian, la suma sacerdotisa, que estaba al margen observando la situación.
—Tranquilo, todo está bajo control.
Merian asintió con la cabeza. Ella mismo había lanzado el hechizo que borró los recuerdos de Halt, haciéndolo incapaz de hacer algo más que responder con un simple ‘sí’. Había anulado incluso su instinto de supervivencia.
Debería haberlo hecho desde el principio.
¿Cómo no pensé que estarían atormentados por los recuerdos de la guerra…?
Merian lamentaba no haber borrado los recuerdos del Octavo Escuadrón al terminar la guerra, para permitirles vivir en paz.
Después de la guerra, los miembros del escuadrón desaparecieron como si se hubieran desvanecido.
Cuando descubrió que Roben los había escondido, Merian se enfureció.
¿Vas a seguir explotándolos después de todo lo que pasaron?
Mientras tuvieran esos recuerdos, nunca serían felices. Ahora, al menos, podía ofrecerle a Halt un poco de paz.
Estaba convencida de la perfección de su hechizo.
Lo que Merian no sabía era que existía alguien capaz de deshacer su magia: Diarin, una sacerdotisa que poseía un talento especial.
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