⋆˚ʚɞ Traducción: / Corrección: Nue
¿De verdad tenía que responder de manera tan despiadada?
Parece que aún queda mucho por recorrer para que sepa suavizar las cosas tan crudas que dice.
Lo pregunté como una broma y terminé con una herida emocional muy grande.
Incluso un perro quiere a la persona que lo cría y lo cuida.
¿Cómo es posible que un ser humano que puede hablar sea así?
Diarin reprimió una maldición mientras se quejaba.
—¿Por qué no te gusto?
—Eres ruidosa.
—…¿Qué?
La razón fue tan clara e inmediata que no pude replicar.
Y era un hecho innegable también.
Desde el punto de vista de Ceres, un ser que hace ruido podría ser, simplemente, molesto.
Aun así, me sentí agraviada.
¡No es para tanto, no tienes por qué odiarme!
—¡Pero si últimamente ni ronco ni rechino los dientes tanto!
Ceres ya no reaccionaba con una hipersensibilidad mortal ante la presencia de Diarin.
Diarin también se había relajado, y eso había reducido sus murmullos durante el sueño.
Pero seguía siendo injusto.
—Eres ruidosa.
Para los estándares de Ceres, aún seguía siendo ruidosa.
Podía soportarlo mejor, pero eso no significaba que no lo escuchara.
Ceres absorbía rápidamente todo lo que se le enseñaba, desde modales en la mesa hasta nuevas palabras.
Si seguía así, podría debutar en la sociedad aristocrática en menos de un mes.
Pero no era fácil calmar su sensibilidad.
Diarin no iba por ahí gritando, pero la queja de que era ‘ruidosa’ no desaparecía.
Simplemente, su presencia resultaba molesta y ruidosa.
No arrojaba candelabros a los pájaros que trinaban por la mañana, pero de vez en cuando, entraba al dormitorio de Diarin y la miraba fijamente durante largo rato.
De hecho, Diarin estaba comenzando a acostumbrarse a la sensibilidad de Ceres.
—Es que no voy por ahí con un cuchillo, cortando cuellos.
—Eres ruidosa.
—Las personas tienen que respirar para vivir.
—…
Ese silencio decía: Preferiría que estuvieras muerta.
¡Vaya, qué cruel eres con alguien que está haciendo lo mejor que puede!
—Es increíble que odies a alguien solo porque es ruidosa… —Diarin murmuraba.
No podía vivir más en silencio de lo que ya lo hacía.
El shock de que alguien a quien cuidaba con tanto esfuerzo le dijera que no le gustaba era considerable.
—¿Entonces tampoco te gustan los gatos?
—No.
—¿Los pájaros?
—No.
—¿Los ratones?
—No.
—¿Entonces todo lo que se mueve te molesta?
Ceres lo pensó por un momento y luego asintió.
—No me gusta.
—…
Vaya, qué criterio más firme y claro.
—Está bien, a partir de ahora viviré sin siquiera respirar.
Veré cuánto tiempo tarda en decir que algo le gusta.
Diarin estaba decidida a llenar la casa de completo silencio.
Sin embargo, no se había dado cuenta de la cantidad de ruido que genera la vida diaria.
Cuando decidió no hacer más ruido, empezó a notar sonidos que antes no percibía.
Por ejemplo, el sonido de las hojas arrastradas por el viento golpeando la ventana.
—¡!
—Son solo hojas.
Diarin le explicó tranquilamente a Ceres, quien se había levantado de golpe con los oídos atentos.
Ceres, que estaba a punto de lanzarse sobre las hojas para destrozarlas, bajó su postura, desinflado por la explicación de Diarin.
—¿Vas a pelearte con las hojas? —Preguntó Diarin con calma.
—…
Ceres se sentó en silencio.
Todavía echaba miradas de reojo a la ventana, como si aún le molestara, pero no salió corriendo a destruir las hojas.
—Muy bien.
Diarin elogió a Ceres por sentarse obedientemente.
Al menos había logrado mantener un poco de racionalidad.
Cuando lograba explicarle las cosas con palabras y que él lo entendiera, la satisfacción era enorme.
Tanto que Diarin incluso pensó en adoptar un perro cuando todo esto terminara.
—Ven aquí.
Diarin le hizo un gesto a Ceres.
Sin preguntar ni dudar, Ceres se sentó en el suelo y apoyó sus brazos sobre el regazo de Diarin.
Aunque le decía que no lo hiciera, parecía que esa postura le resultaba cómoda, ya que la repetía constantemente.
Bueno, en cierto modo, esta imagen de Ceres parecía la de un niño mimado.
Diarin había decidido no corregir esa postura.
Así, poco a poco, los acuerdos entre Ceres y Diarin iban aumentando.
—Inhala profundamente, y luego exhala.
—…Fuuu… Fuuu…
Ceres obedecía pacíficamente las instrucciones de Diarin.
Aunque normalmente hacía mucho ruido cuando dormía o se movía, en estos momentos de calma, experimentaba una paz que nunca antes había sentido en su vida.
No era la tranquilidad de un mundo sin sonidos.
Era más bien que los ruidos del entorno ya no lo perturbaban.
Para Ceres, era una experiencia nueva y sorprendente.
Mientras estuviera con Diarin, podía controlarse y no perder el control. Sentía cómo los nervios que alguna vez estuvieron en llamas empezaban a enfriarse.
Los medicamentos y hechizos que usaban en el frente para calmar a los soldados de la Octava División no traían paz; eran más como un abismo profundo donde se enterraban los nervios.
Pero la tranquilidad que Diarin le proporcionaba era diferente.
Ceres, instintivamente, reconoció esto como la paz.
Y la paz, le gustaba.
—¡Ah!
En ese momento, se escuchó un breve grito desde afuera de la ventana. Esta vez no pudo contenerse.
Ya había sentido, desde antes, una presencia merodeando sin motivo cerca de la casa, lo que lo tenía más alerta.
Parecía ser la misma persona que había venido a entregar alimentos la vez pasada. Había decidido que si lo dejaban tranquilamente, intentaría tolerarlo.
Pero después de escuchar algo caer con un estruendo, los pasos apresurados, los movimientos torpes y hasta el grito, la paciencia de Ceres llegó al límite en un instante.
—¡Ah! ¡No, espera! ¡Espera un momento!
Diarin se colgó de Ceres con todas sus fuerzas antes de que pudiera saltar por la ventana. Sin embargo, otro estruendo resonó nuevamente, y Diarin empezó a dudar si realmente podría detenerlo.
¿Quién demonios era tan torpe como para tropezar con una caja, caerse, levantarse y volver a tropezar?
¡Y eso que había vuelto a pedirle a Roben que tuviera más cuidado con los ruidos después de la última vez!
Ceres, completamente alterado, empezó a gruñir instintivamente.
—Grrrr…
No había señales de que fuera a calmarse.
Diarin, que había hecho un gran esfuerzo para mantenerlo tranquilo, también empezó a perder los estribos.
¡Tanto que me costó calmarlo! ¿No podría esforzarse un poco más en intentar controlarse, como lo hace con otras cosas?
Finalmente, cuando Ceres ya no pudo contenerse más y empujó a Diarin para apartarla, dispuesto a dirigirse a la ventana, ella explotó.
—¡Hey! ¡Te dije que te detuvieras!
Su grito fue una clara amenaza, tan intimidante que incluso Ceres, sorprendido, detuvo sus pasos por un momento.
Mientras tanto, la persona que estaba entregando los alimentos, con el corazón en la garganta, se alejaba apresuradamente de la mansión.
—¡Huff, huff!
Ceres respiraba con dificultad mientras miraba con furia las figuras alejándose por la ventana. Sabía que, si quisiera, aún podría salir corriendo y eliminarlos fácilmente.
Pero no eran enemigos. Podrían ser asesinos, aunque la posibilidad era baja.
Además, Diarin lo miraba con una expresión que decía que lo mataría si no se detenía.
La única persona en la que confiaba lo suficiente para tomar una decisión adecuada en ese momento era Diarin.
Con pasos pesados, Ceres regresó.
—Huff, huff…
Se arrodilló frente a Diarin, respirando tal como le habían enseñado.
Ceres rodeó la cintura de Diarin con sus brazos y frotó su frente contra su abdomen. Su cabeza estaba llena de dolor por la sobrecarga de tensión.
Acaríciame rápido. Cálmame rápido.
Con gestos que parecían de un niño buscando consuelo, Ceres la instaba a que lo calmara. Diarin, suspirando, puso su mano sobre la cabeza de Ceres.
—…Hiciste bien.
Diarin continuó acariciando su cabello mientras ambos permanecían así por un buen rato.
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—Vamos a poner en orden algunas cosas.
Una vez que Ceres se hubo tranquilizado un poco, Diarin decidió que era momento de aclarar algunas cosas.
Hasta ahora, había pensado que, para que Ceres pareciera un joven noble, debía tratarlo como si fuera una sirvienta y consentirlo en todo.
Pensaba que, de esa manera, él aprendería a exigir ese tipo de trato en otros lugares también.
Pero entonces se dio cuenta de que no todos serían inferiores a Ceres. No tenía sentido seguir haciéndolo.
Incluso en la sociedad humana existía una jerarquía.
Aunque la obediencia ciega a las órdenes no debía ser la base de la socialización, también era necesario saber cómo tratar a las personas según su rango.
Y entonces, Diarin se preguntó: ¿Por qué debo ser yo la que está en una posición inferior?
Si lo piensas bien, yo soy hija de una familia noble, ¿sabes?
Aunque la casa de su familia, la de un Barón casi en ruinas, no era muy diferente a la de un plebeyo, seguía siendo noble.
Ceres era un héroe de guerra, pero aún no era un noble.
Si lo veíamos desde esa perspectiva, el rango de Diarin era más alto.
—Así que también te voy a hablar de manera informal.
—…¿Eh? Está bien.
Ceres aceptó sin ninguna objeción.
Para él, no importaba si le hablaban de manera formal o informal. No era algo en lo que prestara mucha atención.
—…¿En serio?
Diarin, que había tomado la iniciativa en la conversación, se quedó desconcertada al ver que Ceres no ofrecía ninguna resistencia.
Lo había soltado en un arranque de frustración, pero no esperaba que todo fuera tan fácil.
Era como haber tensado un arco con todas sus fuerzas, solo para que la otra persona soltara la cuerda sin más, dejándola completamente descolocada.
Diarin, sintiéndose un poco ridícula, carraspeó para aclararse la garganta.
—Entonces… eh, Señor Ceres.
—…
Si iba a usar un tono informal, lo lógico sería llamarlo simplemente por su nombre, ¿no?
Sin embargo, Diarin pensó que decir ‘Hey, Ceres’ sonaba demasiado brusco, así que optó por agregar ‘señor’ al final, aunque en tono informal.
Pero, a diferencia de cómo había reaccionado ante el tono informal y los gritos anteriores, cuando Diarin lo llamó ‘Señor Ceres’, él se quedó atónito.
La miró, desconcertado, como si hubiera dicho algo extraño.
—…¿Qué? ¿Hay algún problema…?
Diarin, sintiéndose culpable y nerviosa, preguntó.
¿Será que, aunque aceptó el cambio de tono, no estaba dispuesto a permitir cambios en cómo lo llamaban?
Pero Ceres sacudió la cabeza.
—…Señor…
—¿Señor?
—Dilo otra vez.
—¿Eh? ¿Señor Ceres?
Ceres tenía una expresión completamente sorprendida, como si hubiera escuchado algo increíble.
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