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⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Todo el mundo sabía que Jian estaba perdiendo la cordura.
Aunque nadie lo había visto directamente, la leyenda de ‘la niñera loca que vive en el Primer Palacio del Príncipe Heredero’ era conocida por todos en el palacio imperial.
—Debe estar emocionada porque hace tiempo que no había tanta gente en el Palacio del Príncipe Heredero. Es un día especial después de todo, ¿no creen que deberíamos hacerle el gusto? —dijo Arien, como si entendiera todo a la perfección.
Ante esa actitud, algo explotó dentro de la cabeza de Diarin.
¿Tú quién te crees que eres?
Habías intentado acercarte a Ceres y solo recibiste un desaire, ¿y ahora te atreves a comportarte como si fueras la verdadera consorte solo porque una anciana senil confundió a alguien y dijo una tontería?
Diarin tuvo que contenerse para no gritar.
No era la única que estaba molesta.
—¡Vaya, parece que ya tenemos consorte! —comentó alguien con tono sarcástico.
—¿Cuándo fue que terminó el proceso de selección? —preguntó otra persona, con una sonrisa cargada de veneno.
En el grupo había varias personas con intereses personales hacia Ceres, y aunque sus palabras parecían ser una broma, estaban llenas de espinas.
—¿No me veo como una consorte? —preguntó Arien, desafiante.
—¿Y yo? —añadió otra mujer, acercándose juguetonamente al lado de Jian.
Aunque parecía una broma, no era del todo en tono ligero.
Observando esa escena, el ánimo de Diarin se hundió más y más.
Aunque sea por educación, debería sonreír…
—Ehhh… eeehh… —murmuró Diarin, incómoda.
Afortunadamente, las personas estaban más interesadas en la reacción de Jian que en la suya. Jian, por su parte, parecía desconcertada con tantas mujeres elegantemente vestidas acercándose a la vez.
Lo sabía. Para ella, cualquier persona bien vestida podría ser la consorte.
—Vamos, dejemos de molestar a alguien tan ocupado. Salgamos al jardín a pasear.
Diarin, finalmente más tranquila, colocó las manos en los hombros de Jian y lo giró con firmeza.
Jian, aún confundida, permitió que la alejaran.
—Pero realmente, ¿no necesitaríamos la aprobación del Vizconde Arianth si quisiéramos que se seleccionara una consorte? —comentó alguien mientras salían al jardín.
A pesar de estar en otro lugar, la conversación sobre la ‘consorte’ continuó.
Esa palabra, ‘consorte’, le hacía sentir como si le rasgaran un nervio en algún lugar. Era como un dolor de muelas: difícil de localizar, intermitente, pero extremadamente incómodo cuando aparecía.
—Oh, oh, parece que el Vizconde Arianth no está de buen humor.
Alguien señaló que Diarin lucía tensa.
Diarin reaccionó rápidamente y fingió estar bromeando.
—¿Cómo no voy a estarlo? Si ya estoy hasta el cuello de trabajo y encima me dan esa tarea, de verdad podría morir.
—¡Es lo que hacen los más cercanos, después de todo! —respondió alguien con una risa burlona.
Aunque logró desviar la atención sobre su mal humor, no pudo detener los comentarios.
—Parece que el Vizconde Arianth ya hace todo el trabajo, ¿no sería más sencillo que usted misma se convirtiera en consorte?
—Ja, ja, ja… —rio Diarin, forzando la sonrisa.
Mientras los demás reían, Diarin no encontraba gracia en absoluto.
¿Yo, una consorte? La idea de que alguien ocupara ese puesto ya era incómoda, pero imaginarse a sí misma en ese rol era completamente impensable.
—Su Alteza, ¿qué opina? ¿No cree que sería una consorte confiable? —preguntó alguien con un descaro alarmante.
El problema era que se lo preguntaron a Ceres.
Diarin, alarmada, levantó la cabeza rápidamente.
La respuesta de Ceres era obvia, ¿verdad?
—Confiable.
—¿Oh? ¿Eso significa que estaría dispuesto a aceptarla como consorte si fuera necesario?
—Eso me gustaría.
Lo dijo.
Era como si un rayo la hubiera golpeado; todo se volvió blanco frente a sus ojos.
Aunque seguía respirando, sentía que ya estaba muerta.
—¡Woooo!
—¿Qué hará ahora, Vizconde Arianth? Parece que tendrá que asumir el rol de consorte también.
Las risas resonaban a su alrededor, pero Diarin quería llorar.
¿Esto les parece un chiste?
Los ojos de Ceres eran más serios que nunca. Él lo decía en serio.
Diarin cerró los ojos con fuerza, tratando de ignorar la realidad.
Quería maldecir a todos por provocar a alguien que ya era difícil de manejar.
—¡No acepto! —exclamó con fuerza, negándose rotundamente.
Sin embargo, las mentes de los presentes ya estaban llenas de nubes rosas.
Una vez que las emociones se calientan, ni siquiera los dioses pueden enfriar los ánimos.
Por eso los templos se esfuerzan tanto por erradicar el fanatismo antes de que crezca.
—¿Eh? Pero si incluso comparten habitación, ¿no? Desde el Tercer Palacio del Príncipe Heredero. Quizás… ¿podría ser?
Aunque sus dormitorios estaban separados, que un hombre y una mujer jóvenes compartieran un espacio ya era motivo suficiente para que los rumores volaran.
Con la mente llena de ilusiones, aquellas personas no tardaron en hilar todas estas ideas y hacer sus propias conclusiones.
Diarin rápidamente borró la expresión de su rostro. Si dejaba que la situación se descontrolara más, los rumores realmente extraños comenzarían a propagarse. Aunque rompiera el ambiente, tenía que detener aquello con seriedad.
—¿’Podría ser’ qué? —preguntó, con el ceño fruncido.
—Podría ser… Bueno, ya sabe. —La otra persona evitó mirarla directamente, con una sonrisa juguetona.
—No, no lo sé.
—¡Vamos! Un hombre y una mujer jóvenes compartiendo la misma habitación…
—Las habitaciones están separadas.
—Aun así, es un espacio cerrado, ¿no? Desde el principio, ¿por qué comparten habitación?
Diarin mostró una amarga sonrisa, una que solo alguien agotado podía esbozar.
Ustedes nunca han trabajado hasta el punto del colapso, ¿verdad? No tienen ni idea de lo que es el agotamiento.
—Porque no hay nadie más que pueda atenderlo. ¿No soy yo su persona de máxima confianza? ¡La más cercana!
—Ah…
—No me gusta quejarme frente a él, pero ya que tengo la oportunidad, lo diré: ‘No puedo dormir por la noche, no me gusta la cama, el ruido del cuarto de al lado me molesta, la temperatura del aire es incómoda, la luz de las velas me distrae, el sonido de la madera quemándose me molesta…’
Sorprendentemente, no estaba exagerando.
Diarin lo soltó todo, mezclando un toque de sinceridad en sus palabras.
—Si quiero asegurarme de solucionar cada uno de esos problemas de manera precisa, no tengo otra opción. Los sirvientes y las doncellas no son tan leales como yo, así que siempre hacen las cosas a medias. No puedo confiar en ellos.
—Ah, claro… ya veo…
Ante el fervor de Diarin, las personas retrocedieron un poco, intimidadas.
Aunque no entendieran todo, su enfado era claramente genuino.
—Ahora que ya tiene su propio territorio, debe estar ocupada con sus propios asuntos. ¿Cómo soporta tanto? Debería buscar a alguien más que le ayude pronto. —comentó alguien, mezclando una pizca de lástima con la esperanza de que, tal vez, esa ‘ayuda’ pudiera ser él o ella.
—Por supuesto, eso espero. Me encantaría que apareciera pronto alguien tan leal como yo.
—Su lealtad es enorme. Por mucho que confiara en él durante la guerra, ¿cómo puede poner tanta dedicación en todo? Quizás… ¿será que…?
¿El poder del amor?
Alguien intentó forzar esa interpretación, pero Diarin cortó el tema con una sonrisa firme.
—Es por el dinero.
—¿Qué…?
—Dinero.
Diarin asintió con una convicción inquebrantable.
—Ya que me han dado tierras y un título, ahora es el turno del dinero.
—¿Eh…?
Los demás la miraron, confundidos.
—¿Qué pasa?
Diarin se preguntó si había algo extraño en lo que dijo. Pero no entendía cuál era el problema.
—El territorio equivale a dinero. Dinero que sigue llegando constantemente.
—¿En serio…?
—¡Por supuesto! Las tierras son del señor feudal. Lo que salga de esas tierras también es suyo.
—Ah…
—Ya sea cultivo, extracción de minerales, o cualquier cosa que fabriquen los habitantes, todo eso es dinero.
¿De verdad funciona así?
Toda su vida había trabajado dependiendo de lo que le pagaran otros. La idea de que el dinero fluyera hacia ella sin hacer nada más que existir era una noción asombrosa, casi inconcebible.
Viendo su rostro atónito, las demás personas se echaron a reír nuevamente.
—Es curioso que alguien tan competente y autoritaria como usted sea tan ignorante sobre su propio bolsillo.
Diarin no pudo evitar que un leve sonrojo se apoderara de su rostro, lo cual provocó aún más risas entre los presentes.
Finalmente, alguien con un poco más de amabilidad intervino con un consejo serio:
—El territorio de Arianth pertenecía a la familia imperial, ¿cierto? Probablemente enviaron a alguien para gestionar las operaciones. Pero, créame, esas personas son las primeras en robar. Tendrá que ir cada uno o dos meses a supervisar para asegurarse de que no desvíen nada.
—¿Un par de meses?
—Exactamente. Además, buscar qué productos o recursos valiosos puede explotar en el territorio también es su responsabilidad como señor feudal. El territorio de Arianth no es tan pobre. Si investiga bien, encontrará varias formas de hacer dinero.
—Entiendo…
Todavía le costaba procesar que ‘hacer nada y que el dinero llegara solo’ pudiera ser real.
—Aunque el territorio de Arianth es pequeño, tiene un clima favorable. Dicen que es una joya oculta.
—Pronto será rica. ¡Felicidades!
—Si consigue ese dinero que tanto deseaba, ¿renunciará a ser leal?
Aunque era una broma, Diarin negó con seriedad.
—¿De qué están hablando? No me detendré hasta recibir más dinero.
Su vida estaba en juego, no podía dejarlo todo.
Sin poder revelar la verdadera razón, optó por parecer ambiciosa y materialista.
La codicia humana no tiene fin…
Y las personas aceptaron su respuesta con sorprendente facilidad.
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