⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
El palacio del primer príncipe estaba abarrotado.
Las visitas eran constantes, sin un momento de respiro, y las habitaciones destinadas a los invitados se llenaban a gran velocidad.
Esto sucedía a pesar de que las reformas aún no estaban completas. De hecho, antes de terminar las reparaciones, ya se estaban planeando ampliaciones.
Esta noticia llegó rápidamente a oídos de Endin.
Claro, un perro rabioso ha entrado al palacio imperial, y todos tienen curiosidad por ir a verlo.
Pronto la gente se cansaría y perdería interés. Habían imaginado el regreso heroico del primer príncipe, pero la realidad era que parecía más un perro salvaje.
No todos los que comparten sangre noble son automáticamente personas nobles.
Un sujeto criado como un perro en el campo no podría convertirse en un príncipe imperial digno.
Después de un par de reuniones, se darán cuenta de lo patético que es.
Tal vez los estúpidos nobles no lo notaban, pero Endin lo veía con claridad.
El primer príncipe dependía de recuerdos infantiles para imitar torpemente las normas de etiqueta de la familia imperial, y lo hacía de manera muy deficiente.
Su forma de hablar dejaba mucho que desear, su expresión era rígida como la de un perro de guerra, y sus gestos eran toscos.
No tardarán mucho en darse cuenta de que aliarse con él es un desastre.
Endin estaba convencido de que eso no tomaría demasiado tiempo.
Aun así, tener que soportar esa situación hasta que llegara ese momento lo frustraba enormemente.
Si el primer príncipe estuviera solo, habría sido fácil desterrarlo del palacio imperial y enviarlo lejos. Pero el problema era la mujer que lo acompañaba.
Esa mujer era la razón de todo este caos.
A primera vista, parecía una campesina insignificante, pero tenía una valentía fuera de lo común. Además, sabía cómo manipular hábilmente a las personas y cautivarlas con pequeños trucos.
En realidad, no tenía nada extraordinario.
Entre los subordinados de Endin, había personas mucho más capaces que ella.
Si tan solo esa mujer retrocediera…
Aunque el Emperatriz le había otorgado un título, Endin ni siquiera quería mencionar su nombre.
Para él, no era lo suficientemente importante como para recordar su título; simplemente la llamaba ‘esa mujer’.
Aunque aparentemente era insignificante, no se podía subestimar la lealtad que mostraba.
Cuando alguien mostraba una lealtad tan ciega hacia otra persona, automáticamente elevaba el estatus de esa persona.
Debe haber algo en él para que alguien le sea tan leal, pensaba la gente.
Esa expectativa podía atraer más apoyo, y entonces el primer príncipe realmente se convertiría en algo.
Antes de que eso sucediera, Endin necesitaba encontrar la razón detrás de la lealtad de Diarin.
¿De verdad dijo que todo era por dinero pero luego se mostró indiferente al dinero?
Endin había enviado a Arien a investigar, pero el intento fue un completo fracaso.
Seguía creyendo que había algo más, algo material no explicaba esa devoción.
—¿Estás seguro de que no han compartido cama?
—Las criadas y el personal de lavandería han confirmado que nunca han encontrado evidencia de ello. Ni una sola vez…
El informante, que estaba de pie junto a la pared, respondió con una voz carente de emociones.
—¡Maldita sea!
Endin se pasó las manos por el cabello, frustrado.
Si tan solo esa mujer desapareciera, deshacerse del inútil primer príncipe sería un juego de niños.
—¿Qué demonios es esa mujer? ¿Todavía no lo sabes?
—…Lo siento mucho, su alteza. Hay demasiadas personas involucradas, y nos está llevando tiempo.
La guerra había durado más de diez años.
El número de soldados movilizados y el personal de apoyo en la retaguardia era enorme.
El objetivo de Endin era identificar la verdadera identidad de Diarin. Para ello, estaba ordenando que revisaran todos los registros de nombres buscando coincidencias con ‘Diarin’.
Una vez encontrados los registros, verificaban los antecedentes de cada persona, rastreaban su lugar de origen y asignación, y enviaban a alguien para confirmar si esa Diarin era la misma mujer.
El proceso requería una cantidad enorme de tiempo y recursos.
—¡Date prisa y averígualo! ¡Rápido!
—…Estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo, Su Alteza.
—¿Y qué hay de Roben?
Además de Diarin, Endin tenía otro objetivo: Roben, el traidor.
Ese bastardo había sido astuto como un acróbata, cambiando de lealtades según su conveniencia.
En el campo de batalla, había estado inclinado ante Endin, pero desobedeció órdenes y colaboró con el tercer príncipe en un asunto crucial. Después, aparentó estar de nuevo del lado de Endin durante una fiesta, solo para desaparecer completamente después.
—…Estamos buscando, Su Alteza.
—¿Y cuánto tiempo más planeas seguir buscando?
—Estamos haciendo todo lo posible.
—¡’Todo lo posible’! ¡Traigan a ese bastardo ante mí de una vez!
—…Lo haremos pronto, Su Alteza.
—¡Siempre —pronto—! Malditos inútiles.
En un arrebato de ira, Endin lanzó la copa que tenía en la mano.
¡Crash!
La copa chocó contra la pared y se hizo añicos.
Un sirviente que había estado esperando en silencio se apresuró a recoger los fragmentos.
El simple acto del sirviente llamó la atención de Endin, que se sintió irritado.
—Tú.
—¿Sí? ¿Su Alteza?
El sirviente, sorprendido por ser llamado directamente, se puso rígido.
Endin lo miró de pies a cabeza con desdén.
—Tu cabello castaño me molesta.
—¿Qué? ¿Perdón, su alteza?
El sirviente, que tenía el infortunio de compartir el color de cabello de Roben, se convirtió en el blanco de la furia de Endin.
—¡Todos los de cabello castaño terminan traicionándome! ¡Tú también lo harás, ¿no es así?!
—¡No, por favor! ¡Jamás, Su Alteza!
Aunque el sirviente suplicaba desesperadamente, Endin lo pateó sin piedad.
—¡Aaaah! ¡Por favor, perdóneme!
El cuarto resonó con los gritos de dolor del sirviente.
El informante observaba todo en silencio. Era una escena demasiado común.
Si al menos hubiera golpeado a Roben así, tal vez no habría escapado.
—¡Aaah! ¡Deja de golpearme!
Sin embargo, en otro lugar, Roben estaba siendo golpeado por alguien completamente diferente.
—No te he golpeado.
—¡Claro que me golpeaste! ¡Sé que me golpeaste!
—Solo te quité un insecto venenoso de la espalda.
Halt agitó el cadáver aplastado de un insecto, mostrándolo con indiferencia.
Al verlo, los ojos de Roben casi se pusieron en blanco.
—Si te desmayas, esta vez te despertaré a golpes de verdad.
—¡No, no! ¡No lo haré!
Roben se aferró con todas sus fuerzas a su debilitada conciencia.
Había pasado una semana desde que escapó de la capital, pero aún no se acostumbraba a los insectos que infestaban los alrededores.
Había traicionado a Endin y huido, así que regresar a sus tierras no era una opción. En su esfuerzo por evitar ser descubierto, la única respuesta fue refugiarse en las tierras salvajes.
Se llevó consigo a Halt y al resto de los soldados del 8.º batallón.
—¡Aaaaaah!
—¡Aaaaaah!
Gracias a Diarin, Halt casi parecía una persona normal ahora.
Los demás soldados del 8.º batallón también habían comenzado a estabilizarse, siempre y cuando tuvieran suficiente espacio y tranquilidad. Aunque no pareciera, esos gritos eran bastante pacíficos en comparación con el pasado.
Además, su energía desbordante se enfocó en la caza, lo que les permitió asegurar comida con sorprendente abundancia.
—Parece que cenaremos conejo esta noche…
Roben miró con resignación a un soldado del 8.º batallón desmembrando un conejo con las manos desnudas a lo lejos, adivinando el menú de la cena.
—El conejo está bien.
Halt, que estaba masticando despreocupadamente un insecto al que le había retirado las glándulas venenosas, respondió con indiferencia.
Roben hizo una mueca de asco al principio, pero pronto recuperó la compostura.
Ya no se sorprendía; se había acostumbrado a convivir con aquellos ‘malditos lunáticos’.
—No me gusta el olor del conejo…
—Ahí hay un ciervo.
—El ciervo también huele raro…
—¿Un jabalí, entonces?
—Oh.
Eso sonaba mejor.
Halt asintió con entusiasmo y miró a Roben.
Chasqueó la lengua y recogió una piedra del suelo.
Aunque estaban en un paraje salvaje, había bosques dispersos por los alrededores, lo que hacía fácil encontrar presas.
Para evitar accidentes, habían acordado sellar sus armas. Solo podían usar sus manos, piedras y ramas.
Pero incluso con eso, los soldados del 8.º batallón eran más que capaces de cazar.
Halt divisó un jabalí a lo lejos y, sin moverse de donde estaba, lanzó la piedra.
¡Zuuum!
El sonido cortó el aire como un halcón en picada, seguido de un ¡Bam! desde el bosque, como si algo hubiera explotado.
—Listo.
Halt señaló el bosque con un gesto de su mentón.
Roben parpadeó mientras miraba a Halt.
—¿…?
¿Qué se supone que debía hacer con eso?
—Te conseguí la presa, ve a buscarla.
—¿Yo?
—¿Quién más? ¿Yo?
—Yo no sé hacer esas cosas…
Aunque había estado en el campo de batalla, Roben era un estratega, no un cazador. Jamás había considerado cargar una presa con sus propias manos.
—¿Y cómo se supone que haga eso?
—Hazlo.
—No puedo.
Lo que al principio era una relación jerárquica entre un oficial y sus subordinados se había desdibujado. Ahora, todos eran fugitivos compartiendo las mismas penurias, y las distinciones de rango importaban poco.
Roben empezó a dudar de sus decisiones nuevamente.
¿Estaba bien vivir así? Tal vez habría sido mejor seguir con el príncipe Endin…
—No, no, eso definitivamente no.
Había demasiadas cosas cuestionables acerca del príncipe Endin.
Por el contrario, el primer príncipe, Ceres, era un terreno lleno de potencial aún desconocido. Esa posibilidad infinita era mucho más atractiva.
El príncipe Endin era un sol que se apagaba.
Incluso en términos de carácter, Ceres parecía ser mejor… o eso creía.
Bueno, eso requería un poco más de reflexión.
Recordando cómo Diarin lo había regañado severamente, Roben sacudió la cabeza para disipar sus dudas.
Sin embargo, estaba seguro de algo: el primer príncipe tenía todo el potencial para surgir.
¡Algún día!
Roben confiaba plenamente en su elección.
Lo mismo pensaban otras personas.
Debe haber algo en el primer príncipe para que incluso Su Majestad el Emperatriz lo respalde.
Este tipo de pensamientos hacían que el palacio del primer príncipe estuviera cada vez más abarrotado.
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