⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Diarin estaba tan concentrada en los preparativos para el torneo de caza que olvidó completamente el Festival de la Madre Divina.
Por más ocupada que estuviera, incluso si olvidaba su propio cumpleaños, nunca había olvidado el Festival de la Madre Divina. El cumpleaños podía pasar desapercibido si los demás lo olvidaban, pero el festival era un día tan importante que todo el mundo lo celebraba.
Incluso en el campo de batalla, el Festival de la Madre Divina se celebraba de alguna forma. Los sacerdotes distribuían leche o colgaban cintas blancas en las entradas de los campamentos. No había personal suficiente para batir merengues, así que se prescindía de la crema batida.
Un día tan significativo, y este año, estaba tan absorta en cuidar de Ceres que lo olvidó por completo.
¡Ella, una sacerdotisa!
¡El Festival de la Madre Divina, el más importante del mundo!
—¡Esto es un desastre!
Diarin irrumpió en la habitación abriendo la puerta de golpe.
Ceres, sentado junto a la ventana leyendo un libro, levantó la vista.
—No parece que haya ningún desastre.
Ceres, que había oído los pasos de Diarin mucho antes de que entrara, estaba tranquilo. Si hubiera sido un verdadero desastre, habría saltado por la ventana inmediatamente.
—¡Olvidé el Festival de la Madre Divina! ¡Yo!
—¿El Festival de la Madre Divina? …Ah.
Por un momento, Ceres puso cara de no saber de qué hablaba.
En la Octava División, nunca se habían preocupado por festivales ni celebraciones. Después de más de diez años sin recordarlo, apenas le venía a la mente la época en que lo celebraba siendo príncipe.
—¿Eso es tan grave?
—¡¿Cómo puede una sacerdotisa olvidar el Festival de la Madre Divina?! ¡No tengo derecho a ser sacerdotisa!
Mientras Diarin se lamentaba y se agarraba la cabeza, los ojos de Ceres brillaron.
—Perfecto.
—¡No digas lo que estás pensando!
—Es el momento de dejar de ser sacerdotisa.
Diarin esperaba consuelo, pero recibió ánimos para renunciar.
Debería haber pedido apoyo a alguien más…
Mientras fulminaba a Ceres con la mirada, Diarin volvió al tema principal.
—De todas formas. Hasta ahora, Su Majestad el Emperador visitaba el templo principal por su cuenta, y el segundo y tercer príncipes hacían lo mismo, ya fuera en el templo principal o en el del palacio.
—Ya veo.
Ceres aún no captaba la gravedad del asunto.
—¿No recuerdas qué hacías en el Festival de la Madre Divina?
—Vestía de blanco y comía alimentos blancos.
—¿Y eso era todo?
El propósito original del Festival de la Madre Divina era alabar a la deidad. Pero, ¿cuántos iban realmente con una intención pura?
Era un lugar donde la gente observaba qué llevaban los demás, cuánto donaban, y se dedicaban a compararse. Para los acomodados, era la oportunidad perfecta para presumir.
—…Ah.
Ceres recordó algo que había pasado por alto.
De niño, simplemente vestía lo que le preparaban y hacía lo que le decían, así que no le daba importancia al evento. Pero sí recordaba haber sentido más miradas sobre él que de costumbre.
Ese había sido el primer evento oficial donde se presentaba el regreso del primer príncipe.
No se trataba solo de asistir al festival. También era una oportunidad para demostrar que era un príncipe tan capaz como el segundo o el tercero.
—Este año, será mejor aparentar devoción alejándonos de la familia real.
Aunque el festival era un día de culto, también era una celebración para todos.
Donde había gente, había comparaciones. Quién donaba más al templo, a quién trataba mejor el templo… Todo era parte de una competencia por influencia.
Ceres tenía pocas cartas a su favor. Comparado con el segundo príncipe, sólo tenía su rostro, su físico y su habilidad para luchar. Eso no era suficiente para destacar como príncipe ante los demás.
Si iba a ser comparado desfavorablemente, sería mejor salirse del escenario por completo.
—Un mensaje de Su Majestad el Emperador.
En ese momento, un sirviente golpeó la puerta.
—¿Qué será?
Desde que Ceres se mudó al palacio del primer príncipe, el Emperador no había intervenido. Parecía decir que ahora todo dependía de él.
Ceres pensaba que el Emperador seguiría observando pasivamente hasta el torneo de caza. Pero, ¿por qué enviaba un mensaje ahora?
—Un saludo al primer príncipe.
—Adelante.
—Le transmitiré el mensaje.
El sirviente adoptó un tono solemne, como si hablara el propio Emperador.
—‘Dado que este encuentro de la familia es obra de los dioses, sería bueno honrar su voluntad visitando juntos el templo principal.’ Así lo dijo Su Majestad.
—….
Diarin inhaló profundamente.
—Transmite que he recibido el mensaje de Su Majestad.
—Entendido, Alteza.
Ceres despidió al sirviente.
—…Ese viejo maldito…
En cuanto el sirviente salió, Diarin expresó sus irreverentes pensamientos.
—¿Por qué no construir un coliseo y organizar una pelea de perros directamente? ¡Ahh!
Frustrada, Diarin golpeó el suelo con el pie.
¿Realmente el Emperador había elegido el templo principal por devoción?
En el Festival de la Madre Divina, el templo principal estaría abarrotado de visitantes, muchas veces más que lo usual.
Esto no era más que un intento del Emperador de iniciar una batalla de egos antes del torneo de caza.
—¿Está favoreciendo al segundo príncipe esta vez?
—Parece que sí.
Tal vez pensaba que ya había apoyado demasiado a Ceres y quería equilibrar la balanza.
El mensaje del Emperador significaba que Ceres quedaría en una posición inferior al segundo príncipe durante el festival.
—¿Pretende que lo vea… con mis propios ojos…?
Diarin rechinó los dientes, frustrada.
A Ceres tampoco le agradaba la idea de quedar por debajo del segundo príncipe, pero le preocupaba más que Diarin pudiera colapsar por la presión.
—Diarin, no tienes que verlo.
—¿Qué? ¿Cómo?
—No tienes que ir.
Técnicamente, Diarin no era parte de la familia real. Aunque Ceres era soltero y su asistente más cercana, no tenía obligación de asistir al festival.
—¡No quise decir eso!
—Si puedes evitar verlo, es mejor no mirar.
La deshonra era algo que podía cargar él solo. Si había una situación incómoda que soportar, bastaba con que él lo hiciera. No había necesidad de que Diarin sufriera también viéndolo.
—Pero aunque no lo vea, eso no hará que dejen de ignorar a Ceres, ¿verdad?
—Si no lo ves, no lo sabes.
—Es evidente, ¿no crees?
Diarin, angustiada, apretaba el dobladillo de su vestido, arrugándolo entre sus manos.
—…Quiero saber que Ceres está bien, incluso en los lugares donde no puedo verlo.
No se trataba simplemente de ignorar algo porque no estaba a la vista. Necesitaba tener la certeza de que Ceres estaría bien para poder sentirse tranquila, estuviera donde estuviera. Así era ahora.
Ceres la miraba, sin saber cómo consolarla, con una expresión indecisa.
—Dado el caso…
Diarin inhaló profundamente para calmar su pecho y tomar una resolución.
Ya había insultado al primer príncipe llamándolo ‘un loco bastardo’, se había burlado del segundo príncipe y exigido dinero a la Emperatriz tumbándose a su antojo. No había razón para no enfrentarse también al Emperador.
¡Lo haré con moderación!
No sería algo tan grave como para que el Emperador se enfadara y diera un giro total en su apoyo al primer príncipe, pero tampoco podía dejar que Ceres quedara aplastado frente al segundo príncipe sin más. Era un equilibrio delicado entre resistencia y prudencia.
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Llegó el día de la ceremonia de la Madre Divina.
Diarin examinó de arriba abajo a Ceres, quien vestía un sobrio traje blanco.
La estrategia de hoy era proyectar una imagen de ‘humildad y santidad’.
Aunque todos llevaban trajes blancos, la ostentación variaba según cuánto dinero se invirtiera en ellos. Precisamente porque el color era el mismo, las diferencias en los materiales y acabados resaltaban aún más.
Habían considerado usar telas como el exclusivo Maranta para dar una impresión de lujo. Con el ojo crítico de Ceres, habría sido posible encontrar algo realmente sofisticado.
Sin embargo, Diarin optó por algo completamente diferente:
¡En un ambiente donde todos querían presumir su riqueza, destacarían por su austeridad y devoción!
—Es tan solemne. Simplemente perfecto.
Sin duda, la estrategia había resultado un éxito.
La sencillez del atuendo realzaba la belleza natural de Ceres. Con su rostro inexpresivo y su mirada seria, parecía un santo en medio de una penitencia.
Definitivamente no parece un loco rabioso.
El pasado caótico de Ceres, cuando era conocido como una bestia en el campo de batalla, ahora estaba completamente enterrado. Nadie que viera al actual Ceres podría imaginarlo desbocado y frenético en la guerra.
Aunque ahora usaban inteligentemente su experiencia como soldado de élite para construir su imagen, era necesario desvincularlo de cualquier percepción salvaje. Las personas no siempre querían ver crudeza.
Pero había otro problema.
Diarin se miró en el espejo con aire sombrío.
—…¿Qué voy a hacer con esto?
—No pareces un perro rabioso tampoco.
—…
El intento de broma de Ceres fue devastadoramente ineficaz. No tenía gracia en absoluto.
Diarin lo miró con ojos cargados de deseo de morderlo, como si realmente estuviera considerando volverse loca.
Ceres desvió la mirada, incómodo.
Suspirando profundamente, Diarin volvió a enfocarse en su reflejo en el espejo.
Su atuendo también daba una impresión de sobriedad y modestia, casi tanto como el de Ceres.
El problema era que no se diferenciaba mucho de su uniforme de sacerdotisa.
—…Quizás debí ponerme un lazo más grande…
El color no era un problema, ya que todas llevaban vestidos blancos. Pero el problema era el aura natural de Diarin.
—¡No debo mirar así!
Tal vez porque hacía tiempo que no se vestía de blanco, no podía evitar adoptar inconscientemente expresiones que recordaban a una sacerdotisa.
Frente al espejo, intentó cambiar su expresión, buscando deshacerse de su mirada bondadosa y sus gestos gentiles.
Sin embargo, por más que lo intentaba, no podía abandonar esa sonrisa amable, esa mirada compasiva ni esos gestos tan llenos de gracia.
—…Esto es inútil… Desde que nací estaba destinada a ser una sacerdotisa…
Con desesperación, golpeó su reflejo en el espejo.
—No existe tal cosa.
Ceres, a su lado, negó rotundamente las palabras de Diarin.
Más que nadie, él deseaba que ella no fuera una sacerdotisa, y esa convicción se reflejaba en su firme tono de voz.
—Diarin no será una sacerdotisa.
—…
Quizá porque hoy era el día del ritual sagrado.
Sus palabras sonaron inusualmente como una profecía, tan intensas que daban escalofríos.
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