⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Incluso dentro del carruaje que la llevaba al Gran Templo, Diarin temblaba de nervios, moviendo inquieta sus piernas.
—Esa actitud no es propia de una sacerdotisa.
Ceres trataba de consolarla una y otra vez.
—Oh, ¿te refieres a esto?
Diarin miró sus piernas temblorosas con una sonrisa, pero apenas lo hizo, el temblor cesó de inmediato.
¡Oh, no!
Intentó forzar el temblor, pero esa incomodidad ansiosa ya no regresaba.
Ugh… Espero no encontrarme con ningún sacerdote conocido.
No conocía a muchos sacerdotes, pero nunca se sabe cómo y dónde podrían cruzarse las conexiones humanas.
El Festival de los Dioses era un gran evento que llenaba todos los templos hasta rebosar. Incluso quienes normalmente no mostraban interés por los templos acudían en masa durante este festival. No importaba lo pequeño que fuera el templo, todos los sacerdotes estaban involucrados en la celebración, al punto de que no era posible traer ayuda de otros templos.
La mayoría de los sacerdotes que Diarin conocía eran de su propio templo. Había trabajado en el campo de batalla con algunos, pero la mitad de ellos ya habían muerto.
Y en medio del caos de la guerra, apenas habían tenido tiempo para mirarse a la cara. Aunque se encontraran, probablemente no se reconocerían, de la misma forma que nadie asociaba a Ceres con el ‘Perro Rabioso’ del Octavo Batallón.
—Hemos llegado.
Cuando la puerta del carruaje se abrió, Diarin respiró hondo, reuniendo toda su fuerza.
Era el momento de empezar.
Aunque fuera una dama de noble cuna, en ese instante su papel era acompañar a Ceres, así que fue la primera en descender del carruaje.
—¡Uaaaaah!
Tan pronto como bajó, se encontró con una multitud abrumadora que le cortó la respiración.
Diarin se sintió sobrepasada.
Frente a tanta gente…
Frente a tantas miradas, estaba de pie junto a Ceres.
Delante del templo, los sacerdotes ya esperaban en orden, con las manos juntas en una postura humilde.
Incluso en las escaleras que conducían a la entrada del templo, se podían ver sacerdotes esperando.
Cuando sus ojos se cruzaron con los de Diarin, los sacerdotes sonrieron ligeramente y saludaron con una leve inclinación de cabeza.
Yo debería haber estado en ese lugar.
Se sentía incómoda.
Era una posición completamente extraña para ella.
Dentro del palacio imperial, todo había parecido una actuación. Solo tenía que ejecutar el papel que se le asignaba, siguiendo las acciones que había decidido previamente.
Pero ahora, en este templo tan familiar, con la mirada de tantas personas puestas en ella, de repente la realidad la golpeó.
Ya no era Diarin, la sacerdotisa. Ahora era Lady Diarin, Vizcondesa de Arianth. Ya no era un papel que representaba, sino una realidad.
Esto es real.
Bajaba del carruaje de un príncipe, recibía la atención de todo el mundo y las reverencias de los sacerdotes que venían a recibirlos.
Esta era su realidad, no un disfraz ni una mentira.
No hay motivo para temblar. Ya no soy la simple sacerdotisa Diarin.
El temblor incontrolable se calmó.
Si no era la sacerdotisa Diarin mintiendo, sino la Vizcondesa de Arianth en su auténtica realidad, no había nada que temer.
Esta vez, Diarin levantó el pecho con confianza y observó a su alrededor.
Delante del carruaje de Ceres, estaban estacionados los carruajes del tercer y segundo príncipe. Charlotte y Sebian ya habían descendido, y el segundo príncipe también bajaba lentamente de su carruaje. Luego fue el turno de Ceres.
El corazón de Diarin, que antes estaba tranquilo, empezó a latir frenéticamente como un pez saltando fuera del agua.
Incluso con las prendas más sencillas, Ceres brillaba de manera deslumbrante.
—Diarin.
Ceres, como si no pudiera ver a nadie más, mantuvo sus ojos fijos únicamente en ella mientras se acercaba.
Solo cuando estuvo tan cerca que la cabeza de Diarin tuvo que inclinarse para mirar el sol tras él, logró ella recuperar la compostura apresuradamente.
—E-eh.
Hoy era tanto la asistente como la compañera de Ceres. Diarin colocó su mano sobre el brazo que él le ofrecía.
Cuando estuvieron uno al lado del otro, Ceres murmuró en voz baja cerca de su oído.
—No te alejes.
—¿Eh?
—Es ruidoso. Te necesito, Diarin.
—…Ah.
La multitud era inmensa. Sus gritos reunidos formaban un estruendo tan fuerte que se sentía vibrar el cuerpo.
Aunque Ceres había aprendido a controlar su sensibilidad, seguía percibiendo el ruido con más intensidad que los demás. Para aliviar su incomodidad, Diarin debía permanecer cerca de él.
No me separaré.
Diarin se prometió con seriedad.
Aunque ahora era la Vizcondesa de Arianth, seguía estando allí por Ceres.
Por su seguridad. Por su paz.
Eso es lo único que importa.
Diarin apretó con fuerza la mano que tenía sobre el brazo de Ceres.
Ceres respondió tensando sus músculos, como si reafirmara su determinación.
—¡Viva el príncipe!
—¡Larga vida al príncipe!
El estruendoso clamor de la multitud no cesaba.
Era extremadamente raro ver a los tres príncipes juntos en un solo lugar.
Además, el día era perfecto, y los rayos del sol hacían que el cabello de los tres brillara como un arcoíris. Incluso Diarin, acostumbrada a ver el cabello de Ceres, sintió una reverencia indescriptible en ese momento.
Tal vez esta sangre descienda de seres divinos especialmente amados por los dioses.
Esa idea se le cruzó por la mente.
Para aquellos que nunca habían visto a la familia imperial, este momento debía parecerles un milagro.
—¡Viva Racklion!
—¡Larga vida a la Casa Imperial de Racklion!
El clamor alcanzó su punto máximo cuando apareció el carruaje del Emperador.
—¡Saludad al Emperador y a la Emperatriz!
Finalmente, el carruaje del Emperador hizo su entrada.
Era mucho más grande y lujoso que los otros tres, y su llegada dejó a la multitud sin aliento, observándolo en completo silencio.
Aunque el ruido había cesado, las miradas eran tan intensas que, si tuvieran sonido, habrían sido ensordecedoras.
El Emperador descendió de la carroza con calma, disfrutando de las miradas que lo seguían.
La Emperatriz Pelian, tomada del brazo del Emperador, llevaba un vestido tan elegante y majestuoso que el blanco parecía casi opaco. Sin embargo, junto al Emperador, su resplandor se apagaba. Así de imponente era el brillo iridiscente de la familia imperial de Racklion.
El Emperador agitó una vez la mano hacia la multitud.
—¡Uoooh! ¡Su Majestad el Emperador!
Los vítores, que se habían detenido momentáneamente, estallaron con fuerza renovada.
Sonriendo con satisfacción, el Emperador se dirigió hacia donde estaban los príncipes.
—Saludamos a Su Majestad el Emperador.
Los príncipes, que esperaban de pie, se arrodillaron al unísono, inclinándose profundamente. Diarin también se inclinó profundamente hasta casi apoyar una rodilla en el suelo.
Los ojos del Emperador repasaron minuciosamente a cada uno de los presentes.
El tercer príncipe, aparentemente resignado a no competir, vestía ropa sencilla. El segundo príncipe, como era de esperar, llevaba un atuendo deslumbrante.
Por último, junto al segundo príncipe, Ceres parecía aún más modesto.
Las cejas del Emperador se arquearon ligeramente.
—No será por falta de dinero que te vistes así.
—Por supuesto que no.
—Entonces, ¿por qué llevas ropas tan humildes? Como príncipe del Imperio, pareces excesivamente austero.
—Me he preparado con una actitud de humildad para venerar a los dioses.
Era una respuesta ensayada de antemano.
Pasó varios días reflexionando si esta respuesta agradaría al Emperador.
Diarin, expectante, sintió los nervios de revisar las respuestas de su último examen teológico mientras aguardaba la reacción del Emperador.
—Una actitud humilde para venerar a los dioses, ¿eh…?
El Emperador repitió las palabras de Ceres lentamente.
—¡Ja, ja, ja! ¡Claro, hoy los protagonistas son los dioses, así que tienes razón!
Entonces, soltó una carcajada.
—¿Fue idea tuya o de tu ayudante?
—Lo discutimos juntos.
—Si fue porque te faltaba dinero para algo tan básico, podrías haber pedido una mesada extra a tu padre.
—Se lo agradezco profundamente.
Era una aprobación.
—Adelante, entren.
El Emperador lideró el grupo, de buen humor, caminando con la arrogancia de un dios mismo.
Aunque su cabello, ahora teñido de canas, ya no mostraba el mismo fulgor iridiscente, la magnificencia de sus atuendos compensaba cualquier ausencia de brillo.
En contraste, en el caso de Ceres, su apariencia destacaba sin necesidad de ornamentos; era su rostro lo que atraía todas las miradas.
La gran ostentación de Endin, cubierta de lujo, contrastaba marcadamente con la sencillez de Ceres.
—Ven aquí, Cerendias.
El Emperador, siempre ansioso por ser el centro de atención, se aseguró de que incluso este evento preparado para Endin lo hiciera destacar más.
Ceres, sosteniendo la mano de su padre, subió las escaleras del templo junto a él.
Diarin, caminando inevitablemente detrás, soltó el brazo que había tomado momentos antes.
Ceres se giró de inmediato, preocupado.
Está bien, yo te seguiré desde aquí, le transmitió con una mirada tranquila y una sonrisa.
A pesar de ello, Ceres no pudo ocultar del todo su inquietud al volver la cabeza hacia adelante.
Para calmarlo, Diarin tomó discretamente el borde del manto de Ceres, insuflándole un leve toque de poder sagrado.
Solo entonces Diarin pudo ver cómo los hombros de Ceres se relajaban.
Esto también tranquilizó a Diarin.
⊱─━━━━⊱༻●༺⊰━━━━─⊰
Las escaleras a la entrada del templo eran bastante altas.
Construido en una zona elevada y con una estructura impresionante, la altura servía, según decían, para acercarse más a los dioses.
Sin embargo, entre los sacerdotes, circulaba la teoría de que esto era una conspiración para mantenerlos en forma, obligándolos a trabajar con piernas fuertes.
Subir las escaleras después de tanto tiempo dejó a Diarin sin aliento.
¡El templo del palacio no tiene escaleras! ¡¿Acaso significa que los dioses no están allí?!
Refunfuñando mentalmente, Diarin ajustó sus pensamientos poco después.
…Por eso tienen tanto éxito los negocios allí.
¿Quizás porque asumen que los dioses no están mirando?
Mientras divagaba, alcanzaron la cima.
Un pasillo cubierto llevaba al interior del templo, donde la gente estaba apiñada en cada rincón.
El Emperador avanzó recibiendo vítores incluso dentro del templo.
Este lugar, dedicado a los dioses, asignaba los asientos de la familia imperial no en el centro, sino a un lado.
El Emperador tomó el lugar de honor, con la emperatriz a su lado y los príncipes sentados en orden junto a ellos. Los nobles ocuparon los demás asientos.
Mientras observaba los rostros de los nobles desde su asiento junto a Ceres, el corazón de Diarin dio un vuelco de repente.
¡Esa persona!
Comments for chapter "141"
MANGA DISCUSSION