⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Diarin parpadeó, incapaz de creer lo que estaba viendo.
Una mujer, con el vestido en la mano, abriéndose paso entre la multitud como si se hubiera ausentado brevemente de su lugar. No era solo por su comportamiento inquieto, sino por lo familiar que le resultaba su rostro.
—¿Qué pasa?
—Ah, no… Es que creo haber visto a alguien que no debería estar aquí.
—¿Un enemigo?
Diarin sintió cómo Ceres apretaba el puño con fuerza.
Diarin lo tranquilizó dándole unas palmaditas en el puño y negando con la cabeza.
—No, relájate.
—¿Entonces es un amigo?
—Solo alguien que conocí hace mucho tiempo.
—¿Un hombre?
El puño de Ceres volvió a tensarse.
—…Una mujer, una mujer. ¿Qué hombres podría conocer yo?
Aparte de su padre y su hermano, los únicos hombres que Diarin conocía eran Roben y Halt. Ahora, a esa lista se sumaban el Emperador, Endin y Sebian.
Los soldados con los que se había encontrado en el campo de batalla no contaban; no sabía sus nombres.
Todas las conexiones de Diarin estaban relacionadas con el templo. Por lo tanto, la persona que acababa de ver debía haber sido alguien que en su momento también había sido sacerdotisa.
Sorprendentemente, esa persona estaba sentada no muy lejos de Diarin, lo suficientemente cerca como para escuchar claramente su conversación con alguien más.
—Hace tanto que no venía a este templo, me emociona. Aun así, como los templos tienen estructuras similares, encontré el baño sin preguntar ni nada.
Era mucho más animada y alegre que cuando estaba en el templo.
¿Su nombre era… Lilin?
No eran cercanas, pero Diarin recordaba su nombre.
Tampoco habían tenido muchas oportunidades de hablar. Lilin solía ignorarla, pasando de largo sin siquiera reconocer su existencia.
Aunque ambas eran sacerdotisas, Lilin provenía de una familia distinguida, mientras que Diarin, de una familia pobre noble, apenas calificaba como alguien digno de ser dirigido.
Parece que a la señorita de la distinguida familia le ha ido tan bien que, incluso después de dejar el templo, puede asistir a eventos como este.
Por lo general, los sacerdotes que abandonaban el templo eran vistos como parias, hijos rechazados por los dioses. Eran señalados, despreciados por sus familias y, en muchos casos, expulsados de sus aldeas. Si no ocultaban su pasado, les era casi imposible encontrar trabajo.
Normalmente, su vida sería difícil.
Pero Lilin no parecía haber sufrido nada de eso.
El mero hecho de estar en una ceremonia tan importante, sentada cerca de los miembros de la familia imperial, demostraba que llevaba una vida próspera.
—¿Es alguien que conoce?
La voz de una persona sentada junto a Diarin la sacó de sus pensamientos.
Era alguien del palacio que recientemente había decidido apoyar a Ceres.
—Ah… No.
Diarin no podía ser la primera en mencionar su pasado como sacerdotisa.
Aunque sentía unas ganas inmensas de confrontar a Lilin y decirle: ¡Soy aquella Diarin a quien despreciabas!, sabía que no era el momento para venganzas personales.
Negó con la cabeza y trató de desviar su atención.
En ese momento, Lilin se giró hacia ella de repente.
—¡Oh, cielos!
—¡….!
Lilin abrió los ojos con sorpresa y emoción, como si la hubiera reconocido.
El corazón de Diarin dio un vuelco.
¿Será posible que me descubra aquí?
Había estado tranquila pensando que no se encontraría con nadie conocido del templo. Pero ahora estaba a punto de ser delatada por una conocida ex sacerdotisa.
La boca de Diarin se secó.
—¡Es increíble! ¡Es el primer príncipe! ¡Está tan cerca!
—…¿Eh?
Lilin empezó a golpear el hombro de la persona a su lado, emocionada.
…¿Así que es eso?
Era ‘ese’ primer príncipe del que tanto se hablaba. No era de extrañar que estuviera tan fascinada.
—Es igual que cuando estaba en el templo… igual.
Cuando estaba en el templo, siempre alardeaba diciendo que si veía a un hombre atractivo entre los visitantes, se escaparía con él.
Al parecer, su afición por los hombres apuestos no había cambiado.
Las personas, sin importar dónde estuvieran o qué llevaran puesto, no cambiaban su esencia.
Diarin negó ligeramente con la cabeza, ocultando su reacción.
—Pero, ¿quién es esa mujer que está con él?
Esta vez, los ojos de Lilin se posaron en Diarin.
Podrías pasar de largo, ¿verdad? ¿Por qué tienes que insistir tanto?
Diarin tragó saliva y fingió concentrarse en mirar al frente.
—Es la Vizcondesa Arianth. Recientemente recibió su título.
—¿Oh, entonces es la persona más cercana al primer príncipe?
—Así es.
—¡Vaya! ¿Entonces esa mujer recibió el título directamente? Pensé que, siendo la mano derecha del príncipe, sería un hombre.
—Mucha gente lo asume.
—Debe haber hecho cosas extraordinarias. Aunque parece bastante común… ¿Será una genio oculta?
—Nunca se puede juzgar a las personas por su apariencia. Dicen que incluso salvó la vida del príncipe una vez.
—¡Wow… impresionante!
Diarin podía escuchar toda la conversación entre la persona al lado de Lilin y su interlocutor.
Pretender que no había oído nada de aquello se hacía cada vez más difícil. Sin embargo, para su sorpresa, los comentarios no eran negativos.
—¿Pero no están saliendo, verdad?
—Han dejado muy claro que no hay nada entre ellos.
—Oh, ¿eso significa que aún tengo una oportunidad?
—Bueno, no diría que es completamente imposible.
La persona junto a Lilin parecía alguien muy amable, esforzándose por ser optimista.
Tú eres completamente imposible. Absolutamente imposible. Imposible hasta el final.
¿Crees que puedes aspirar a Ceres?
Diarin apretó los dientes, evitando voltear hacia ellos.
—Entonces, si me acerco a esa persona, ¿podría tener una oportunidad de acercarme al príncipe?
—Probablemente, sí…
Ni lo pienses. Nunca, bajo ninguna circunstancia. Jamás.
Diarin lanzó una mirada de advertencia a Lillin.
No tenía intención de cruzar miradas con ella. Pero Lillin, como un gato acechando a su presa, observaba con atención, y sus ojos se encontraron inevitablemente.
—¡…!
Lillin sonrió con dulzura.
En el templo, cuando se cruzaban por casualidad, ni siquiera la consideraba y giraba la cabeza con desdén.
—…
Era algo que Diarin no quería haber visto.
Sacudió la cabeza con repulsión y rápidamente desvió la mirada.
—Snif… parece que no me vio.
El tono lloroso de Lillin era tan irónicamente satisfactorio que podría haberle quitado las ganas de cenar.
—Hoy es el día en que nació el primer hijo de Dios en este mundo.
En ese momento, comenzó la oración del Gran Sacerdote.
El murmullo de la multitud se fue apagando.
—Intenta hablar con ella después del ritual de purificación.
La voz de alguien susurrando consoladoramente fue lo último que Diarin alcanzó a oír antes de concentrarse en el Gran Sacerdote.
Inténtalo.
No te escucharé.
—Hoy celebramos la gloria pura del momento en que Dios creó este mundo. Oh, divinidad que llena el cielo y cruza la tierra, que estás en todas partes y en todos los momentos. Que tu nombre llene este mundo de belleza.
La oración del Gran Sacerdote continuó.
Diarin conocía de memoria la secuencia. Incluso podría recitarla palabra por palabra sin errores.
Con los ojos abiertos, estuvo a punto de quedarse dormida varias veces.
Finalmente, la oración terminó, y llegó el turno de la ceremonia central de la festividad.
—Recordemos la pureza del niño recién nacido bajo la gracia de Dios.
En esta festividad, se llevaba a cabo un ritual en el que se recibía leche blanca con ambas manos, simbolizando la purificación de las manos manchadas por el mundo terrenal con la pureza de una madre.
Por supuesto, no había magia ni nada por el estilo, solo leche. Sin embargo, este simple acto tenía el simbolismo de borrar un año de pecados, así que todos esperaban este momento con ansias. Era como un renacer.
A ambos lados del Gran Sacerdote, los sacerdotes traían recipientes llenos de leche.
Esos recipientes son realmente pesados.
Diarin no pudo evitar pensar en ello. Recordó cómo había tenido que practicarse para transportar esas jarras con gracia y elegancia, soportando críticas constantes.
Quizás, su resistencia, suficiente para derrotar a un ‘perro loco’ en batalla, se debía en parte a cargar esas jarras de leche durante la festividad.
El Emperador se levantó de su asiento y caminó hacia el Gran Sacerdote.
—¿Ha cometido Su Majestad el Emperador algún pecado?
Era una pregunta ceremonial previa al ritual.
Era todo parte del protocolo.
—No recuerdo haber cometido ningún pecado, pero como nací en un cuerpo humano, podría haber cometido alguno sin saberlo. Así se lo confieso a Dios.
Diarin arqueó las cejas ante la respuesta del Emperador.
Por lo general, las personas confesaban aunque fuera un pequeño error. Creían que hacerlo les ayudaba a ser absueltos de sus pecados.
Sin embargo, era raro que alguien afirmara con tanta seguridad no haber pecado, especialmente alguien que, de estar en una lista de culpabilidad, probablemente estaría en los primeros puestos. Quizás esa confianza era lo que hacía a alguien digno de ser Emperador.
—Seguiremos con el plan como estaba previsto.
—Entendido.
Después de todo, este ritual era solo una fachada.
Lo que realmente importaba no era si la persona había cometido un pecado, sino el acto de recibir la absolución.
—Dios demostrará la pureza de Su Majestad el Emperador.
El Emperador juntó las manos y las extendió hacia el Gran Sacerdote.
El Gran Sacerdote vertió leche blanca en las manos juntas del Emperador.
Como era de esperarse, la leche era simplemente leche. A menos que el Emperador hubiera estado trabajando en una mina de carbón, la leche seguía siendo blanca.
—¡Ohhh!
Pero la multitud reaccionó como si hubieran presenciado un milagro.
El Gran Sacerdote, satisfecho, alzó las manos.
—Dios ha demostrado la pureza de Su Majestad el Emperador.
—Que la misericordia de Dios nos bendiga.
El Emperador se giró hacia la multitud y bebió la leche de sus manos.
Con esto, el Emperador se convertía en una persona impecable a los ojos de Dios.
A continuación, la Emperatriz Pelian confesó que lamentaba no haber hecho más por la paz del imperio, y Dios, en señal de perdón, le otorgó leche blanca.
Después fue el turno de Ceres.
En este punto, Diarin no podía seguirle.
Hazlo bien.
Le envió ánimos con la mirada y se sentó a esperar, aunque su corazón latía con fuerza.
No era gran cosa, pero ver a Ceres enfrentarse solo la llenaba de una inquietud inexplicable.
Ceres avanzó con la cabeza alta y con paso firme hacia el Gran Sacerdote.
El murmullo entre la multitud se intensificó al verlo.
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