⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Disculpa…
Una voz suave interrumpió los pensamientos de Diarin, que estaba completamente concentrada en observar a Ceres.
Diarin giró solo los ojos para ver quién le hablaba.
Era Lilin.
Sin responder, Diarin miró a Lilin de arriba abajo con indiferencia y luego volvió a centrar su atención en Ceres.
—¿Vizcondesa Arianth?
Pero Lilin no se dio por vencida.
—¿Qué quieres?
No tuvo más remedio que responder.
A pesar de la frialdad en el tono de Diarin, Lilin sonrió con amabilidad.
—Había escuchado mucho sobre usted y ahora que tengo la oportunidad de verla en persona, quise saludarla. Me llamo Lilin.
—Ah, ya veo…
Diarin imitó exactamente la reacción que Lilin le había dado antes en el templo.
Cuando Diarin había intentado hablarle por algún asunto, Lilin le había respondido de manera similar, con un aire de indiferencia, como si pensara: ¿Cómo te atreves a dirigirte a mí?
—Estoy muy feliz de que Su Alteza el Primer Príncipe haya regresado sano y salvo. Quisiera expresar este sentimiento, pero… aún no tengo una posición estable en el palacio.
—Ya veo.
—Espero poder entrar al ala del Primer Príncipe si es posible.
—Entiendo.
Diarin estaba a punto de ignorarla y terminar la conversación cuando una curiosidad repentina cruzó su mente.
—Pero, siendo hija de una familia tan distinguida… ¿por qué no ha vivido en el palacio hasta ahora?
—Ah, es porque mi salud era delicada. Pasé mucho tiempo recuperándome en el templo, así que no tuve la oportunidad de mudarme al palacio.
—Entendido.
Lilin respondió de inmediato, como si estuviera esperando esa pregunta.
Diarin, en su mente, se sorprendió por cómo Lilin había adornado su historia.
Con solo negar su pasado como sacerdotisa y evitando que otros hablaran de ello, Lilin había conseguido reinventarse completamente. Aunque implicaba cierto gasto en silenciar rumores, no era imposible empezar una nueva vida como si nada hubiera ocurrido.
Diarin no pudo evitar reírse internamente ante lo fácil que parecía la vida de Lilin.
—Su Alteza el Primer Príncipe, Cerendias.
Mientras tanto, Ceres había llegado frente al Gran Sacerdote.
La multitud, impresionada por la reaparición deslumbrante del Primer Príncipe, comenzó a murmurar.
Diarin volvió su atención a Ceres, lo que llevó a Lilin a quedarse en silencio.
—¿Ha cometido Su Alteza algún pecado?
Era la misma pregunta que se le había hecho antes al emperador. Sin embargo, Diarin sintió la boca seca mientras observaba a Ceres sin parpadear.
Ceres tomó una leve inspiración y miró a su alrededor antes de responder.
—No he cometido ningún pecado, así lo declaro ante Dios.
¡Bien hecho!
Diarin asintió con aprobación mientras apretaba los puños con fuerza.
Incluso las personas sin pecado a menudo inventaban algo para confesar, creyendo que recibir una absolución preventiva era mejor. Incluso el Emperador había añadido un ‘si hubiera pecado sin saberlo’ a su confesión.
Decir directamente ‘No tengo pecados’ era algo inaudito.
La respuesta de Ceres dejó asombrados tanto al Gran Sacerdote como a la multitud, que comenzó a murmurar.
—Dios comprobará la pureza de Su Alteza el Primer Príncipe…
El Gran Sacerdote intentó manejar la situación con calma.
Sin embargo, antes de que pudiera terminar su frase, un grito resonó en la sala, interrumpiendo sus movimientos mientras levantaba el recipiente con leche.
—¡Mentira! ¡Ese hombre está insultando a Dios ahora mismo!
El grito detuvo el movimiento del Gran Sacerdote.
Todas las miradas se dirigieron hacia donde provenía la voz.
Era Grelind.
¡¿Qué demonios hace aquí ese hombre?!
Con el rostro rojo y claramente ebrio, Grelind señaló a Ceres con un dedo tembloroso.
—¡Con todas esas manos manchadas de sangre, con un reino destruido, y dices que no tienes pecados! ¡Asesino! ¡¿Cómo puedes declarar eso sin vergüenza alguna?! ¡Estás burlándote de Dios!
Grelind gritó con furia.
Recientemente, había estado ausente de la vida pública, evitando incluso a sus conocidos del círculo de la ‘Reunión de la Mañana’. Diarin había asumido que la incomodidad de la situación lo mantenía alejado.
¡Pero esto es un golpe inesperado!
Diarin miró alrededor en busca de los miembros de la Reunión de la Mañana, esperando que intervinieran.
Estaban sentados lejos, demasiado lejos para ayudar. Solo entonces se dio cuenta de que un noble cercano a la facción del Segundo Príncipe estaba junto a Grelind.
¿Será posible?
Diarin sintió que la inquietud la envolvía por completo.
Si el Segundo Príncipe estaba involucrado, esto no era un simple incidente de embriaguez.
Diarin se levantó rápidamente de su asiento.
—Permítanme un momento…
Estaba abriéndose paso entre los nobles cuando el Segundo Príncipe levantó la mano y se puso de pie.
—Con su permiso, quisiera decir unas palabras.
Las miradas se dirigieron a él, mientras su voz resonaba con autoridad.
Incluso el Emperador asintió con interés, claramente intrigado.
—Esta guerra fue una lucha de Racklion por protegerse a sí misma. ¿Cómo puede considerarse un error la sangre derramada en defensa propia?
—¿…?
Diarin frunció el ceño.
¿Por qué el Segundo Príncipe estaba diciendo algo tan razonable? Más aún, parecía estar defendiendo a Ceres.
—Sin embargo, esto es solo según los estándares humanos. La culpabilidad o inocencia son asuntos que solo Dios puede juzgar.
Con esas palabras, el Segundo Príncipe avanzó y se situó al lado de Ceres.
—En esta guerra, he derramado más sangre que nadie. Siendo así, seré el primero en someterme al juicio divino.
El recipiente de leche blanca simbolizaba pureza, pero también era un juicio.
Según una leyenda, un pecador condenado una vez tocó la leche, y esta se volvió negra al instante. Se dice que el pecador, al beberla para demostrar su inocencia, murió en el acto.
Era una historia conocida, aunque nadie realmente la creía.
¡Ah, con que es esto!
Diarin apretó los puños y fulminó con la mirada al Segundo Príncipe.
No había nada más efectivo para confundir a las masas que presentar una prueba aparentemente visible y tangible.
Estaba claro que había preparado algo con la leche, por lo que se ofrecía a ser el primero para dramatizar la escena.
—Gran Sacerdote, durante la guerra ordené la muerte de innumerables personas y destruí un reino. Al mismo tiempo, sacrifiqué muchas vidas de soldados por el bien de este país. ¿Perdonará Dios estos pecados también?
El Gran Sacerdote inclinó la cabeza con calma ante la pregunta del Segundo Príncipe.
—Eso es algo que solo Dios puede juzgar.
Sin más palabras, el Gran Sacerdote levantó el recipiente de leche.
El Segundo Príncipe extendió ambas manos con las palmas hacia arriba, mostrando un gesto que incluso podría parecer noble, si uno no supiera lo que ocultaba.
El Gran Sacerdote vertió la leche en las manos del príncipe. Como era de esperarse, la leche permaneció blanca.
El Segundo Príncipe miró la leche en sus manos con serenidad y, lentamente, la llevó a sus labios y bebió.
Glu, glu.
No había mucha leche, por lo que terminó en un par de tragos.
Luego levantó sus manos vacías, mostrándolas a la multitud. Las gotas de leche que quedaban en sus palmas hacían que parecieran aún más blancas, como si fueran las de una persona impecable.
—Dios ha demostrado la pureza del Segundo Príncipe.
Declaró el Gran Sacerdote.
—¡Viva el Segundo Príncipe!
—¡Larga vida al Segundo Príncipe!
Aunque el resultado era predecible, como cuando alguien consulta un oráculo trivial, la gente no podía evitar sentir una emoción especial ante la expectativa de algo inesperado.
El Segundo Príncipe respondió a los vítores con una amplia sonrisa, girándose para mirar a Ceres.
—Hermano, por mucha sangre que hayas derramado, tus pecados no pueden ser mayores que los míos, quien di las órdenes. Pero…
El príncipe seguía sonriendo, aunque una frialdad escalofriante cruzó su rostro.
—Si, a pesar de ello, Dios dictamina que tienes pecado, entonces será porque cargas con otro pecado mucho mayor, algo distinto a la guerra por Racklion.
La multitud quedó en silencio ante sus palabras.
Ahora era el turno de Ceres.
El Segundo Príncipe regresó a su lugar, dejando a Ceres solo en el centro de atención.
El ambiente seguía siendo tenso y desordenado.
—Un momento, por favor.
Diarin aprovechó el caos para avanzar entre la multitud hasta llegar al lado de Ceres.
Cuando al fin estuvo junto a él, sintió la mirada inquisitiva del Gran Sacerdote.
—Soy la Vizcondesa Diarin de Arianth, quien ha acompañado a Su Alteza el Príncipe Cerendias desde el campo de batalla. Como alguien que ha estado a su lado toda su vida, quiero asumir la responsabilidad de sus pecados junto a él.
El inesperado acto de Diarin sorprendió a la multitud, que comenzó a murmurar.
—Los pecados que él haya cometido son también mis pecados. Como su fiel subordinada, si no fui capaz de detenerle, merezco recibir el mismo castigo.
A veces, para demostrar lealtad entre amantes, esposos o incluso entre un gobernante y su vasallo, se llevaba a cabo un juicio conjunto.
Era una forma de declarar que uno estaba dispuesto a cargar con los pecados del otro, incluso si eso significaba morir en su lugar. Una vez realizado este acto, un cambio de lealtad no era perdonado. Si alguien lo traicionaba, sería tratado con el mismo desprecio que un sacerdote secularizado.
Incluso el Gran Sacerdote, sorprendido, abrió los ojos de par en par.
Pero la determinación de Diarin era firme. Sabía que nunca cambiaría de opinión.
—Diarin.
Cuando Ceres pronunció su nombre, ella lo miró directamente a los ojos.
Incluso si resultaba que Ceres tenía un pecado real y ambos debían beber un cáliz de veneno, Diarin estaba dispuesta a compartirlo con él.
Porque sabía que su querido ‘cachorro’ era realmente puro.
Si alguien estaba equivocado, sería el juicio de Dios, no el de Ceres.
Y si era necesario, ella misma corregiría ese error.
—Lo haré contigo.
Diarin tomó la mano de Ceres y la extendió junto a la suya hacia el Gran Sacerdote.
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