⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¡Una manada de lobos se aproxima!
—¡Aaahhh!
En ese momento, el grupo del tercer príncipe también emergió del bosque.
El rostro de Diarin no solo se heló, sino que pareció perder todo rastro de color, quedando completamente pálido.
Casi al mismo tiempo, las llamas comenzaron a extenderse rápidamente. Los lobos avanzaban como un torrente, dirigiéndose hacia la multitud.
—¡Deténganlos!
—¡También hay lobos en ese lado!
Los guardias se adelantaron, alzando sus lanzas para enfrentarse a los lobos. Pero la cantidad de lobos era abrumadora; los guardias no eran suficientes.
Por todas partes, guardias caían bajo el ataque de los lobos.
—¡Su Majestad, evacúe!
Para los nobles, acostumbrados a cacerías donde sólo debían disparar una flecha a presas ya acorraladas por los batidores y los perros, los lobos eran demasiado grandes y fuertes para enfrentarlos.
—¡¿Qué está pasando?!
—¡Parece que los lobos salvajes olfatearon algo y se lanzaron hacia aquí! ¡Es peligroso!
—¡Bah! ¡Esto debería ser resuelto de inmediato! ¿Dónde quedó el valor de Racklion?
El Emperador, enfurecido por el curso inesperado del torneo de caza, golpeó el estrado con el pie y arrojó la copa que tenía en la mano.
Sin embargo, no estaban preparados para iniciar una cacería de lobos. Y estos lobos, además, no eran comunes.
Aunque fueran heridos por las armas, no emitían ni un solo quejido ni huían.
Las llamas, que seguían extendiéndose, representaban un peligro constante.
—¡Su Majestad, debemos evacuar ahora mismo…!
—¿Cuántos no han salido aún del bosque?
—Un número considerable, especialmente el grupo del primer príncipe…
El Emperador frunció el ceño mientras observaba los alrededores del campo de caza.
El tercer príncipe, que había permanecido en el campamento base, y el segundo príncipe, que acababa de regresar, ambos estaban a salvo, al igual que sus respectivos acompañantes.
—¡Aaahhh!
—¡Lobos! ¡Los lobos…! ¡No, también aquí!
En ese momento, las personas que habían salido de cacería con Ceres comenzaron a correr hacia afuera, atravesando las llamas.
—¡¿Dónde está Ceres?! ¡¿Qué hay de Cerendias?!
Diarin corrió rápidamente hacia ellos.
Aunque sus cuerpos no estaban ardiendo, sus rostros estaban completamente enrojecidos por el calor tras atravesar las llamas.
—Su Alteza nos ordenó que escapáramos primero…
—¿Qué?!
Diarin levantó la voz con furia.
Aunque probablemente no habría hecho mucha diferencia que se quedaran, abandonar a su líder y huir era un acto imperdonable. Con la cabeza gacha, aquellos que habían escapado no podían decir nada para defenderse.
—Entonces, ¿Ceres está solo ahí? ¿En ese lugar?
Las llamas, como lenguas ardientes, lamían la entrada del bosque.
Diarin miró fijamente el bosque, que ardía en un rojo intenso, completamente desconcertada.
El ruido del mundo se desvaneció en su mente, dejándola sumida en un estado de aturdimiento.
—¡El fuego…!
—¡Olviden el bosque y acorralen a los lobos hacia él!
—¡Enfréntenlos con lanzas!
—¡Trasladen las pertenencias a los carruajes!
Mientras unos intentaban contener el fuego y otros luchaban contra los lobos, pocos se daban cuenta de la ausencia del primer príncipe. Solo sus seguidores se percataron de ello.
—¡Nosotros… nosotros podemos regresar y…!
Si algo le pasaba al primer príncipe, todos estarían condenados. Aunque habían logrado salvar sus vidas, aquellos que hablaban estaban tan pálidos como Diarin, y sus palabras eran vacilantes. No mostraban el valor necesario para lanzarse de nuevo al bosque en llamas.
Diarin miró el bosque que ardía con furia.
—¿Ceres está… ahí dentro ahora mismo…?
—Lo… lo sentimos mucho. No pudimos hacer nada para ayudar…
—¿Hay alguien más adentro? ¿Alguna otra persona que haya quedado atrás?
—No lo sabemos…
Ceres estaba solo en ese bosque en llamas.
Por muy fuerte que fuera, no era inmune al fuego.
Ceres podría morir.
Muerte.
Cuando ese pensamiento la golpeó, sintió que enloquecería.
No.
Sacudió la cabeza con fuerza, intentando alejar ese pensamiento, pero una vez que había surgido, se aferró a su mente como un ancla, incapaz de despegarse.
La ansiedad comenzó a consumirla por completo.
La escena frente a sus ojos solo hacía que esa ansiedad se convirtiera en certeza.
Un mundo sin Ceres… Era algo que no podía ni siquiera imaginar.
Había creído que, aunque ella misma desapareciera, Ceres seguiría viviendo, radiante y hermoso, en algún lugar.
¿Un mundo sin Ceres?
¿Podría existir algo así?
¿Y si ese mundo llegaba a su vida?
Su mente se nubló. Apenas podía respirar.
Todo lo que vendría después sería oscuridad.
Un mundo árido, sin propósito, sin razones para vivir, donde el tiempo simplemente pasaría.
¡Ceres…!
Siempre había pensado que era Ceres quien la necesitaba a ella.
Pero no era solo eso.
Ceres se había convertido en una parte indispensable de la vida de Diarin.
No, más que eso, se había convertido en el pilar que sostenía su existencia.
Un mundo sin Ceres sería solo oscuridad.
Diarin dio un paso hacia el bosque en llamas.
—¡Oh, oh!
—¡Señora Diarin! ¡¿Qué está haciendo?!
—¡Es peligroso!
Las personas intentaron detenerla.
Pero Diarin se liberó de ellos con un movimiento brusco de su brazo.
—¡Quítate del medio!
—¡Es peligroso!
—¡Por eso mismo debo ir!
Diarin gritó con desesperación.
Allí, en ese bosque ardiente, estaba su Ceres.
—A-algo seguro debemos buscar…
—¿Cuánto tiempo más piensas buscar?
La verdad era que todos sabían que no había ninguna solución segura.
Aunque lo dijeran, nadie estaba dispuesto a lanzarse inmediatamente al bosque en llamas.
Diarin no podía esperar más.
—Apártense.
Esta vez, nadie pudo detenerla ni ponerse frente a ella.
Con solo un paso hacia adelante, sintió el intenso calor del fuego envolviéndola. Era como si el mismísimo dios del fuego le soplara directamente al rostro.
Pero incluso si el dios del fuego se manifestaba, Diarin estaba dispuesta a enfrentarlo.
Oh, dios que estás en todas partes…
Invocando al dios que siempre había venerado, Diarin comenzó a correr hacia el bosque en llamas.
—¡Ahhh! ¡La Vizcondesa Arianth se ha lanzado!
Se oyeron gritos sorprendidos detrás de ella, pero pronto los dejó atrás en su mente.
Solo podía pensar en Ceres, perdido en ese bosque ardiente.
Aunque las llamas se extendían por todas partes, no todos los árboles y arbustos estaban envueltos en fuego. Había un sendero marcado donde las personas habían pisado al salir en masa.
Fuego contra fuego.
Sabía que a veces los incendios forestales se apagaban iniciando un contrafuego.
El fuego que podía invocar con su poder sagrado era pequeño, pero al rodearse de esa energía como un escudo frente al calor, logró protegerse.
Nunca lo había intentado antes y no estaba segura de que funcionara, pero lo hizo.
Con renovado valor, Diarin avanzó con pasos firmes a través del bosque en llamas.
—¡Ce…! ¡Cof, cof!
Cuando intentó gritar el nombre de Ceres, el humo llenó su garganta, haciéndola toser violentamente.
El problema no era solo el calor; el humo era aún más peligroso. Sabía que morir asfixiado por el humo era más rápido que morir quemado.
—¡Ceres!
¿Estaría Ceres a salvo en algún lugar de ese bosque?
El incendio no llevaba tanto tiempo activo.
Había comenzado poco antes de que el grupo del segundo príncipe saliera corriendo, los lobos atacaran y los seguidores del tercer príncipe y del primer príncipe evacuaran. Todo había sucedido rápidamente. Aunque la situación era crítica, no había pasado mucho tiempo.
El fuego no llevaba demasiado tiempo extendiéndose. Si Ceres solo había estado conteniendo la respiración, debía estar vivo. Diarin estaba decidida a creer eso.
—¡Grrrr…!
—¡Auu! ¡Grrrr!
Aún quedaban lobos en el bosque. Se escuchaban sus aullidos en la distancia.
Diarin, instintivamente, corrió hacia el lugar de donde provenían los sonidos. Al menos, había seres vivos en esa dirección.
—¡…!
Saltando por encima de un árbol en llamas, Diarin lo vio.
Allí estaba Ceres.
Siete lobos yacían en el suelo, muertos o agonizantes.
Y en medio de ellos, Ceres tambaleándose.
Gracias a la sangre derramada por los lobos, esa área no había sido alcanzada por las llamas.
Los lobos recién caídos jadeaban y, poco después, dejaron de moverse.
—¡Ce… Ceres!
Diarin corrió hacia él.
Treinta pasos, no más.
Sin embargo, esa corta distancia le pareció un abismo interminable.
El Ceres que debía estar en sus brazos parecía tan terriblemente lejano.
Ceres tambaleó. Su respiración era agitada, como la de los lobos que acababan de exhalar su último aliento.
Sus ojos se encontraron.
Por un breve instante, en los ojos nublados de Ceres brilló una chispa de luz.
Diarin no la dejó pasar. Ella también vio esa luz porque el mismo destello brilló en sus propios ojos.
Con Ceres, el mundo era brillante.
Fue en este momento, al borde de perderlo, que Diarin se dio cuenta de esa verdad.
Hasta que lo encontró, ese bosque ardiente había sido tan oscuro como la medianoche.
Pero ahora, cuando al fin había recuperado la luz, en el siguiente instante, Ceres cayó al suelo como un árbol muerto por un rayo.
—¡Ce… Ceres!
La mente de Diarin se quedó en blanco.
No, el mundo entero se detuvo.
Ya no sentía el calor del bosque en llamas. Era como si toda la luz del mundo hubiera desaparecido de nuevo.
—¡No, no! ¡No puede ser!
Diarin gritó mientras corría hacia él.
Ceres, tirado en el suelo, parecía una muñeca rota, completamente destrozado.
Diarin cayó de rodillas y lo tomó en sus brazos. El cuerpo de Ceres se dejó arrastrar sin resistencia. Cuando intentó levantarlo por los hombros, su cuello se inclinó hacia atrás, flácido.
Parecía… muerto.
Un escalofrío recorrió su pecho.
—Ceres… ¿Ceres?
Su mente, apenas sostenida, comenzó a desmoronarse.
Respiraba con dificultad, jadeando de forma desesperada.
No podía respirar. El mundo parecía desmoronarse.
Y luego, todo se oscureció.
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