⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Diarin, abre la boca.
—Ah.
Ceres trataba a Diarin como si fuera una paciente.
Y después de escuchar toda la historia, Diarin aceptó comportarse como tal.
Cada vez que Ceres le pedía que abriera la boca, ella obedecía. Él le daba la comida directamente, y ella la aceptaba sin quejarse.
Mientras observaba cómo Diarin masticaba con cuidado, Ceres sonreía con satisfacción.
—Comes muy bien.
—Esto está delicioso.
—¡Voy a pedir que traigan más!
En la mesa de Diarin no estaban solo ellos dos.
El palacio del primer príncipe estaba abarrotado desde el torneo de caza. Aquellos que habían huido primero ante los gritos de Ceres, ahora regresaban con un fuerte sentimiento de culpa, intentando demostrar su lealtad absoluta.
Entre todos los leales, los más devotos eran los que trataban a Diarin con una reverencia similar a la que mostraban a Ceres.
—Les he dicho que coman tranquilos…
—¡De ninguna manera!
—¡No podemos atrevernos…!
—Ah… esto es un poco vergonzoso.
Diarin se rascó la nariz con timidez, aunque no dejó pasar la oportunidad de sentirse orgullosa.
—En ese caso, seguiré comiendo un poco más.
—¡Por favor, adelante!
Tenía motivos para estar confiada.
El día que salvó a Ceres saltando sola al fuego ya la había convertido en una heroína. Y luego estaba el milagro que había sucedido después.
Para quienes no sabían que Diarin era una sacerdotisa, aquello era simplemente un milagro divino provocado por su lealtad.
Un príncipe que había muerto y regresado a la vida, acompañado de un fenómeno de luces iridiscentes.
Después de usar todo su poder sagrado hasta el punto de agotarse, Diarin había colapsado. Ni siquiera recuperó la conciencia hasta dos días después, ya de regreso en el palacio.
—Ah… De repente tengo antojo de algo dulce.
—¡Lo traeré de inmediato! No, mejor iré personalmente a la cocina.
El trato que recibía era comparable al de la familia real.
Incluso los nobles más arrogantes, quienes habitualmente miraban por encima del hombro a todos, se postraron ante el milagro que habían presenciado con sus propios ojos.
Los testigos quedaron estupefactos y maravillados. Incluso el emperador quedó sin palabras.
Un milagro inspirado por la lealtad y la devoción, decían en el palacio del primer príncipe. Y tenían que convencer a todos de ello.
Revelar que Diarin era una sacerdotisa sería problemático. Si se supiera, estaría obligada a obedecer al templo antes que a nadie, y su rango nobiliario como Vizcondesa quedaría invalidado.
Peor aún, si el templo decidiera excomulgarla, su cercanía con Ceres sería vista como una amenaza o una maldición. Sería desastroso para ambos.
—Estoy llena.
—¿Quieres que te masajee el estómago?
—…No hagas eso.
Diarin estaba tan apegada a Ceres que él no podía ocultar su felicidad. Disfrutaba cada oportunidad de mimarla sin restricciones.
—Tal vez si te balanceo en mis brazos, ayude a tu digestión.
—…¿Qué clase de lógica es esa?
—Solo lo siento así.
—…
Incluso las ideas más absurdas fluían libremente.
Antes, Diarin habría rechazado esas tonterías dándole un golpe en la espalda. Pero después de lo sucedido con Ceres, su corazón se había ablandado hasta el punto de ceder fácilmente.
—Está bien, haz lo que quieras…
—¿De verdad?
—Sí, adelante… haz lo que te parezca.
Diarin se dejó llevar por los brazos de Ceres.
Después de días de recibir su atención, abrazarla ya se sentía natural. Incluso las miradas curiosas de los demás no la perturbaban.
La capacidad de adaptación humana era impresionante.
Ceres la cargó con un brazo y comenzó a caminar por el comedor.
—Espera, no hagas esto aquí.
Aunque Diarin había aprendido a ignorar ciertas cosas, ser tratada como un bebé frente a todos durante la comida era demasiado.
—Entonces, ¿vamos al dormitorio?
—Uhmm…
Después de haber estado encerrada allí durante días, el dormitorio ya le resultaba asfixiante.
Diarin miró por la ventana, pensativa.
—¿Crees que ya sea seguro salir a pasear?
—¿Estás segura?
—¿Crees que sea buena idea?
No solo Ceres, sino también los demás, respondieron con nerviosismo.
Después del torneo de caza y el milagro, salir a pasear no era algo sencillo.
Había innumerables asuntos pendientes que atender: las consecuencias del milagro, los rumores, y las expectativas acumuladas. Cada vez que se abría la puerta del palacio, era como desatar un torrente de problemas.
Por ahora, el palacio estaba cerrado, con el pretexto de priorizar la recuperación de Ceres y Diarin. Solo los leales más devotos tenían acceso.
—No podemos retrasarlo para siempre. Si les damos más tiempo, solo encontrarán más motivos para atacarnos, ¿no?
La mayor preocupación seguía siendo la identidad de Diarin.
Cuanto más tiempo pasara, más probable era que alguien descubriera la verdad.
—Tienes razón…
Los demás no tuvieron más remedio que asentir.
—Por cierto, ¿realmente no recuerdas lo que pasó?
—No, en absoluto. ¿Hice algo? Estaba completamente fuera de mí…
Una pregunta que ya había escuchado varias veces.
Aunque estaban en el mismo bando, Diarin no podía contar toda la verdad.
Había repetido tantas veces su mentira que incluso empezaba a creerla ella misma.
—Ya veo… Entonces, ¿podría ser que los sacerdotes presentes, en su apuro, hayan causado algún fenómeno?
Por más que discutieran y debatieran entre ellos, la verdad solo la sabía Diarin.
Ella se encogió de hombros y señaló con un movimiento de cabeza hacia el jardín.
Ceres, con Diarin en brazos, salió al jardín.
Al ser ya el atardecer, una brisa fría comenzó a soplar. Diarin, vestida solo con su ropa de dormir y cubierta con el abrigo de Ceres, sentía sus piernas expuestas bajo la falda.
Además, como había sido llevada en brazos desde el dormitorio hasta el comedor, estaba descalza.
—¿No tienes frío en los pies?
Ceres masajeó sus pies desnudos con la mano que tenía libre mientras le hacía la pregunta.
—Tus manos son más cálidas que los zapatos…
Aunque le daba vergüenza, el calor que sentía en sus manos era reconfortante. Y no podía rechazar ese gesto.
El simple hecho de que Ceres estuviera vivo y masajeándole los pies era motivo suficiente para sentirse agradecida.
Diarin, apoyada en el hombro de Ceres, lo miró fijamente hacia abajo.
Al notar su mirada, Ceres levantó la vista hacia ella.
—¿Diarin?
De repente, Diarin recordó que nunca le había contado a Ceres el sentimiento de desesperación que había sentido aquel día.
No era necesario compartir todas las emociones, pero quería darle una respuesta a toda la bondad y los sentimientos que él había mostrado hacia ella.
Aunque quizá no fuera la respuesta que Ceres esperaba, al menos sería una parte de lo que sentía en su corazón.
—Ceres.
—Sí.
La mirada fija de él siempre era la misma. Y Diarin confiaba en que seguiría siendo así.
Por eso, pensó, estaba bien decirle.
—No mueras, pase lo que pase.
—Sí.
—Y no vuelvas a herirte.
—Sí.
—No me dejes sola nunca.
En su última petición, su voz se quebró por las lágrimas.
Ceres no respondió, simplemente la miró en silencio.
—¡¿Por qué no respondes a esto?!
Diarin, molesta, golpeó su hombro.
Pero Ceres no se inmutó. En lugar de responder, le hizo una pregunta.
—¿Ahora estoy contigo, Diarin?
Ella no pudo responder con un ‘sí’.
La palabra ‘ahora’ la detenía.
¿Sería ‘ahora’ un ‘siempre’? ¿Permanecerían juntos para siempre?
El futuro no estaba garantizado para nadie.
La vida de Ceres, como príncipe, estaría llena de variables. Nadie podía asegurar que siempre podrían estar juntos.
—Hemos estado juntos hasta ahora…
—Hasta ahora.
—Y mientras sigamos juntos… no me dejes sola.
Ceres sonrió ligeramente.
—Eres injusta, Diarin.
Ante esas palabras, las lágrimas de ella se detuvieron.
Ceres siempre era ambicioso. Si se le daba una cosa, quería diez.
Este descarado cachorro necesitaba aún mucho trabajo y enseñanza. Y como si eso fuera poco, se había puesto en peligro innecesariamente.
—Al menos mientras yo esté contigo, no tienes permiso para morir sin mi consentimiento.
—Entendido.
Ceres lo prometió con facilidad.
Pero la expresión fruncida de Diarin no se relajó.
—Pensándolo bien, la bendición que te di antes de la caza fue completamente inútil.
Había arriesgado todo, incluso el peligro de ser descubierta, para otorgarle la mejor bendición posible.
—Parece que los dioses no son muy efectivos.
Ceres la miró con una expresión que escondía una idea traviesa.
Diarin comenzó a sentir una ligera inquietud. Ya conocía esa mirada. Era imposible no entender lo que significaba.
Era la mirada de un cachorro que quería salir a pasear, que pedía un bocadillo, que rogaba por dormir juntos en la cama…
Y ahora…
—Yo le di un beso a Diarin, ¿no es así? Por eso tú estás a salvo.
Un cachorro que pedía besos.
Diarin entrecerró los ojos, mirando a Ceres con desaprobación.
¿Sería porque había estado al borde de la muerte? Ahora su descaro parecía haberse multiplicado.
—Así que, si me das un beso…
—Ajá.
—…me haría muy feliz.
Diarin ya estaba lista para darle un golpe en la nariz si seguía con su insistencia.
Pero entonces, Ceres jugó su carta maestra.
No dijo más, simplemente esperó pacientemente, como un cachorro obediente que sabía que recibiría su premio.
—…Eres tan injusto…
Ambos intercambiaron un acto de injusticia.
Al final, no pudo negarse a premiarlo.
Diarin sostuvo la cara de Ceres con ambas manos y le dio un beso en la frente.
—…¿Diarin?
¿Era eso todo?
Ceres la llamó con evidente insatisfacción.
Ella sonrió con picardía.
—Te he devuelto lo que me diste. Ahora, Ceres, no puedes morir y dejarme sola.
En el juego de la injusticia, al final, Diarin ganó.
Comments for chapter "155"
MANGA DISCUSSION