⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
No hay ningún deber impuesto sobre el ‘hijo de un dios’.
Incluso el propio título de ‘hijo de un dios’ es algo que las personas que veneran a los dioses inventaron arbitrariamente.
El humano más querido por un dios, alguien que puede manejar libremente el poder divino, alguien capaz de obrar milagros divinos.
En última instancia, significa ser el ser más cercano a un dios.
Quizá debería haber rezado más a menudo.
Aunque siempre había intuido que su poder sagrado era bastante fuerte, Diarin lo había considerado como una habilidad suya, no como un regalo divino.
A pesar de haber trabajado como sacerdotisa durante mucho tiempo, casi nunca había creído realmente en los dioses. Siempre solía quejarse diciendo que, si los dioses existieran, su vida no sería tan dura.
Y ahora, resultaba que ella era ‘la hija de un dios’.
¿Yo?
Diarin giró la cabeza hacia la ventana de donde provenían los vítores incesantes.
Si se tratara de un fraude, habría buscado una forma de salir del paso, esconderse o escapar. No había nada que pudiera restringir a la hija de un dios.
La hija de un dios era sagrada simplemente por existir. Era como un vínculo entre este mundo y el dios mismo.
En realidad, los hijos de los dioses que habían aparecido hasta entonces habían seguido caminos muy diferentes después de revelar sus identidades.
Algunos habían predicado activamente, difundiendo las palabras del dios. Otros permanecieron en silencio y se apartaron del mundo. Incluso hubo uno que usó su poder divino para comerciar.
El templo no podía limitar las acciones de la hija de un dios porque era el lugar dedicado a venerar a los dioses, no a controlar a sus hijos.
Por eso Diarin había planeado fingir que era la hija de un dios. Tener poder divino, pero no estar obligada a convertirse en sacerdotisa ni bajo la supervisión del templo.
Sin embargo, al enterarse de que realmente era la hija de un dios, no podía pensar en ello simplemente como una excusa para escapar.
—Diarin.
—¿Eh?
El llamado de Ceres la sacó de sus pensamientos de golpe.
El rostro de Ceres estaba muy cerca. Demasiado cerca. Sobresaltada, Diarin trató de retroceder, pero era tarde. Ceres ya había colocado su gran mano detrás de su cabeza, sujetándola y acercándola hacia él.
—¡Oye! ¿Estás loco…? ¡Mmm!
El grito de Diarin quedó incompleto. Sus brazos, que intentaron apartarlo, fueron rápidamente inmovilizados por los brazos fuertes de Ceres.
Entonces él la besó.
Presionó sus labios contra los de ella.
—¡Mmmf…!
¡No, idiota…! ¡Estamos en el templo!
Diarin intentó gritar, pero lo único que logró fue emitir un débil gemido.
—Diarin, soy tuyo.
Las palabras de Ceres, pronunciadas con un tono suplicante mientras mantenía los labios unidos a los de ella, la tomaron por sorpresa.
Diarin se sobresaltó y, al hacerlo, la presión sobre sus labios disminuyó. Pero Ceres aprovechó la apertura y profundizó el beso.
—¡Mmmf! ¡Ahh…!
¿Qué está pasando?
La sensación de algo abriéndose paso entre sus labios la desconcertó. Diarin intentó moverse de nuevo, pero no pudo empujar ni sus brazos ni sus labios fuera del alcance de Ceres.
Podía sentir la súplica en sus labios.
—……
La fuerza que ejercía sobre el pecho de Ceres disminuyó gradualmente, hasta que su mano quedó inerte.
—¡Hija de un dios!
Desde fuera, los gritos de la multitud seguían resonando con fervor, llamando a Diarin con una intensidad casi insana.
No solo Ceres, sino todo el mundo, la estaba buscando. El mundo entero deseaba a Diarin.
Finalmente, entendió la súplica de Ceres.
Sí, eres mío.
Los dedos de Diarin se aferraron al borde de la camisa de Ceres, con una fuerza cargada de posesividad, el opuesto de lo que había hecho antes al intentar apartarlo.
Aunque pudiera ir a cualquier lugar del mundo, permanecería al lado de Ceres. Incluso había estado dispuesta a fingir ser la hija de un dios para ello.
Aunque el resultado fue diferente y realmente se convirtió en la hija de un dios, eso no cambiaría nada.
Luché contra un dios y lo recuperé.
La vida de Ceres, que había estado al borde de la muerte, había regresado. Eso era suficiente para afirmar que lo había recuperado de un dios, incluso si el dios se lo había concedido como un acto de benevolencia. Pero no fue sin la intervención de Diarin.
Dicen que cuando alguien salva una vida, esa vida le pertenece al salvador. Entonces, Ceres era suyo.
—No me abandones.
Con los labios apenas separados, Ceres susurró con la frente apoyada en la de ella.
—No lo haré.
Como para asegurarle, Diarin fue quien cerró la distancia esta vez.
¿Cómo podía no consolar esa mirada lastimera?
Era como acariciar la cabeza de un cachorro bajo la lluvia o querer besar suavemente su nariz mojada. Incapaz de resistir, presionó sus labios contra los de él.
Solo entonces, los labios de Ceres formaron una curva de felicidad.
—Si me abandonas, será un pecado.
Diarin lo pensó por un momento. Por muy loco que fuera, ser llamado ‘perro callejero abandonado’ parecía excesivo.
Pero tenía razón: ya fuera un perro, un gato o una persona, no era correcto abandonar a alguien que has recogido.
De todos modos, nunca había tenido intención de abandonarlo, así que la promesa fue fácil.
—Ya te dije que no lo haré.
—Diarin.
Ceres abrazó a Diarin con fuerza, como si estuviera profundamente conmovido.
No parecía alguien que pudiera ser abandonado tan fácilmente.
Diarin se permitió imaginar qué ocurriría si realmente lo abandonara.
Seguramente perdería la cabeza.
Sin embargo, ese no era el problema. El verdadero problema era que Ceres no era un hombre cualquiera. Era un exintegrante de la 8.ª División, capaz de hacer el trabajo de todo un escuadrón él solo, el primer príncipe de Racklion con un poder incomparable y rodeado de seguidores leales. Si un hombre como él perdía el control, sería un desastre.
—… Mejor vivir sin cometer pecados, en ningún caso.
No solo era importante no pecar contra Ceres, sino que, por el bienestar y la paz del mundo, abandonarlo no era una opción.
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—Nos está llevando algo de tiempo despejar el camino hacia el palacio imperial. Si pudiera esperar un poco más…
El sumo sacerdote principal explicaba la situación mientras sudaba profusamente.
Aunque el sol ya había caído y la noche avanzaba, los vítores que resonaban desde afuera no mostraban señales de detenerse. Por el contrario, más gente acudía tras escuchar los rumores.
El lugar era un pequeño templo en un pueblo rural cercano a una zona de caza.
El palacio imperial estaba a una considerable distancia, incluso viajando en carruaje. Pero con la multitud que se aglomeraba, era imposible sacar un carruaje del lugar.
El palacio había enviado a la guardia imperial para despejar el camino, pero el número de personas era simplemente abrumador, y los esfuerzos resultaban insuficientes.
Diarin miró por la ventana. Ni siquiera al amanecer parecía que la multitud fuera a dispersarse.
—Esperemos hasta mañana por la mañana.
No había ninguna razón urgente para regresar al palacio imperial esa misma noche.
—¿Podría quedarme aquí esta noche hasta que todo se calme?
—¡Por supuesto! ¡Sería un honor, hija de un dios…!
El sumo sacerdote principal incluso parecía aliviado.
Si Diarin hubiera sido una sacerdotisa común, el sacerdote se habría preocupado por el costo del alojamiento, la comida, cada gota de agua usada para bañarse e incluso un pequeño trozo de jabón. Pero la situación era diferente con la hija de un dios.
Todo lo que tocara Diarin se convertiría en una reliquia sagrada, y el lugar donde se hospedara sería considerado un santuario eterno para los peregrinos.
Diarin podía ver claramente cómo los cálculos del sacerdote se reflejaban en su rostro, lo que le daba aún más confianza para exigir una cómoda habitación.
—Tengo la costumbre de dormir junto al primer príncipe desde nuestra época en el campo de batalla, así que basta con preparar una sola habitación.
—¡Sí! ¡Prepararemos todo según sus deseos!
El sumo sacerdote principal respondió con una rapidez digna de un nuevo aprendiz del templo.
—Ah, por cierto…
Pero su eficiencia no era tan evidente en sus acciones.
Por supuesto, habría alguna petición. Tener la oportunidad de atender a la hija de un dios era algo que seguramente el sacerdote quería aprovechar al máximo. Diarin, anticipándolo, asintió.
—¿Qué sucede?
—Si mañana por la mañana fuera posible, aunque sea para unas pocas personas, ¿podría concederles una audiencia…?
Aunque el sacerdote hablaba con un tono calmado y serio, a Diarin le pareció escuchar un ‘jeje’ traicionero al final de sus palabras.
Está exprimiendo hasta la última gota de este alojamiento gratuito.
¿Cómo podía este sumo sacerdote parecerse tanto al que dirigía el templo donde ella había trabajado?
Diarin dejó escapar una risa seca.
—Muchos desean ofrecerle obsequios, hija de un dios. El simple hecho de que los acepte ya sería un gran honor para ellos.
Cuando Diarin no respondió de inmediato, el sumo sacerdote apresuró su argumento para convencerla.
Desde que llegó al palacio imperial, Diarin no había tenido necesidad material alguna. Tenía todo lo que podía desear: oro, joyas, tierras, títulos nobiliarios.
…Pero no era fácil deshacerse de los hábitos adquiridos en tiempos de necesidad.
Había pasado largos años como una humilde sacerdotisa empobrecida. Todo lo gratuito le resultaba tentador, y los regalos aún más.
Finalmente, Diarin cedió.
—No puedo ignorar esos corazones sinceros.
—Se lo agradecemos profundamente.
El sumo sacerdote principal resultó ser más hábil de lo que parecía.
⊱─━━━━⊱༻●༺⊰━━━━─⊰
Los vítores continuaron durante toda la noche.
Diarin, nerviosa y emocionada por su nueva vida, no podía conciliar el sueño. Ceres, por su parte, estaba demasiado preocupado de que alguien pudiera arrebatarle a Diarin.
Ambos, con rostros desaliñados, se encontraron al amanecer bajo los primeros rayos de sol.
—Buenos días, Ceres.
Diarin no pudo evitar reírse al pronunciar el ‘Ceres’ con tanta familiaridad.
Ese era el nombre del primer príncipe, alguien cuya mera mención habría sido inimaginable para una sacerdotisa de bajo rango y casi sin título nobiliario. Hasta entonces, había justificado su familiaridad bajo el pretexto de la amistad, soportando el riesgo de ser considerada grosera.
Pero ahora era diferente.
La hija de un dios era igual que un dios.
El linaje imperial, que se mantenía gracias a la bendición divina, era igual en rango.
La relación entre ambos estaba a punto de ser redefinida una vez más.
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