⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Hemos venido a escoltarla.
La preparación matutina fue sencilla.
Como hija de un dios, Diarin no necesitaba vestirse de manera ostentosa. No era una ocasión para impresionar a los demás.
Rechazó la ayuda de los sacerdotes que querían adornarla y, con sus propias manos, se preparó rápidamente.
Había pasado la noche reflexionando.
Cómo debía vivir como hija de un dios, cómo adaptarse a su nueva vida…
Pero al amanecer había tomado una decisión.
—Ceres.
Diarin se levantó de su asiento y extendió la mano hacia Ceres.
Ceres miró fijamente la mano extendida y luego la tomó, envolviéndola completamente, hasta el nivel de la muñeca.
Diarin esbozó una sonrisa apenas perceptible.
Esa era su decisión:
Estaría al lado de Ceres. Había decidido que el dios le había otorgado su poder para cumplir ese propósito.
Por muy fuerte que fuera el poder divino de un simple sacerdote, era insuficiente para proteger a Ceres. Sin embargo, como hija de un dios, no le faltaría nada. Podría ser una fuerza para él.
Incluso contra Endin o, si fuera necesario, contra el Emperador mismo, ahora tenía el poder para luchar. Decidió centrarse solo en eso.
Cualquier responsabilidad o sentimiento altruista que viniera con el título de hija de un dios, lo descartaría.
—Pagaremos la cuenta del alojamiento y nos iremos cuanto antes.
Este breve encuentro sería suficiente como pago por la estancia.
Diarin levantó tres dedos hacia el sacerdote que había venido a recibirla.
—Los regalos deben enviarse al palacio del primer príncipe. Solo recibiré a tres personas.
—¿Eh? Pero… ya hay personas haciendo fila…
—Tres.
Diarin trazó un límite firme.
El sacerdote, algo desconcertado, corrió para verificar y regresó poco después con el sumo sacerdote.
—Hemos hecho una petición demasiado atrevida…
—Sí, fue atrevida, pero recibiré a tres.
—Sin embargo, muchos han esperado toda la noche con fe y devoción…
—Precisamente porque su devoción es admirable, recibiré a tres.
Diarin no dio marcha atrás.
Sentía cierta presión por actuar con bondad y compasión como hija de un dios, pero las decisiones que había tomado durante la noche fortalecieron su resolución.
Aparte de Ceres, sería implacable y sin sentimentalismos.
El título de hija de un dios era solo un arma que podía blandir. No debía permitir que ese título la dominara. Si algo era realmente inaceptable, confiaba en que el dios intervendría para impedirlo.
—Tres.
Diarin mantuvo sus tres dedos levantados con una expresión serena pero decidida.
Los ojos del sumo sacerdote temblaron de desesperación.
Ya había unas treinta personas esperando dentro del templo, alabando al dios y habiendo dejado generosas donaciones.
Devolver las donaciones era impensable. No eran entradas, así que técnicamente no había obligación de reembolsarlas. Pero, ¿volverían esas personas tranquilamente a casa después de donar sin haber visto a la hija de un dios?
El sumo sacerdote estaba en un dilema.
Diarin, observando su indecisión, movió ligeramente un dedo.
Era un gesto que decía: Si tardas más en decidirte, bajaré un dedo más.
—…De acuerdo.
El sumo sacerdote aceptó, prefiriendo asegurarse de que al menos tres fueran recibidos.
No tenía base para exigir nada, ya que esto era una concesión generosa de la hija de un dios.
—Entonces, acompáñenme, por favor.
Diarin se sintió satisfecha, no porque estuviera siendo coaccionada, sino porque ahora era ella quien podía ejercer presión. Era una experiencia nueva, estar en una posición donde podía usar su poder libremente.
—Ah… ¿También acompañará el príncipe?
—Sí, soy del primer príncipe. No nos separaremos, vayan donde vayamos.
Aunque un sacerdote no podía involucrarse directamente en los asuntos terrenales, las reglas no aplicaban a una hija de un dios.
Si Diarin decidía quedarse junto al príncipe, así sería.
—Ah… Sí. Haré los arreglos necesarios.
El sumo sacerdote dio instrucciones a otro sacerdote cercano y condujo a Diarin nuevamente por los pasillos del templo.
Diarin caminó agarrada al brazo de Ceres.
Este era su primer momento de presentarse ante la gente como hija de un dios. Diarin respiró hondo antes de mirar hacia la puerta que estaba frente a ella.
—Diarin.
—¿Sí?
—¿Eres mía?
—…
Incluso en un momento como este, Ceres no dejaba de insistir en esas palabras, y eso ayudó a relajar la tensión de Diarin.
—Entonces, eso significa que podemos casarnos…
—…Hablaremos de eso después.
Diarin le dio un codazo a Ceres en el costado.
Él, mostrando una expresión completamente impasible, cerró la boca obedientemente, aunque dejó escapar un leve chasquido con la lengua.
Sin embargo, la expresión del sumo sacerdote, que caminaba delante de ellos, cambió por completo.
¿Matrimonio? ¿Matrimonio? ¿Matrimooonio?
Para alguien que había vivido en la tranquilidad de un templo rural, ya era sorprendente recibir a la hija de un dios. Pero que además estuviera acompañada del primer príncipe y que hablaran de matrimonio… era demasiado para él.
—El primer príncipe a veces dice tonterías por diversión. No lo tome muy en serio.
—Ah… sí, claro. Jajaja.
—¿Le resulta gracioso?
—Ah, no, no. Dijo que era por diversión, así que… pensé que debía tomarlo de forma ligera…
—Ah… Entiendo. Jajaja.
Ambos dejaron escapar risas incómodas, llenas de la tensión acumulada por las formalidades de la vida social.
—…¿Entramos?
—Sí, entremos.
Ambos dejaron de reírse al mismo tiempo y se enfocaron en lo que debían hacer.
El sumo sacerdote, con sus propias manos, abrió la puerta hacia el salón principal.
El templo de aquel rincón rural, aunque no fuera grande, tenía una sala principal para rezos que era tan espaciosa como una sala de audiencias. Donde normalmente estaría colocado un altar, ahora se encontraban las dos sillas más lujosas del templo, colocadas allí en su lugar. Al parecer, la orden del sumo sacerdote de antes se había cumplido rápidamente.
La sala principal estaba vacía.
—¿Y las personas…?
—Ah, pensé que sería demasiado caótico, así que las hice esperar afuera y planeo dejarlas entrar una por una. Entonces, procederé a llamar a la primera…
El sumo sacerdote hizo una señal a uno de los sacerdotes que custodiaba la puerta, pero antes de que el sacerdote pudiera siquiera tocar la puerta, esta se abrió por sí sola.
—¡¿Qué están haciendo?! ¡Respeten su turno…!
—¡Ah, apártense! ¡Esto es algo muy importante!
—¡¿Acaso para los demás no lo es también?! ¡Respeten su turno!
Un bullicio estalló del otro lado de la puerta. Momentos antes, el pasillo había estado tranquilo, pero ahora era un caos. Alguien estaba tratando de entrar a la fuerza, ignorando el orden establecido.
—¡Rápido, pongan orden! ¿Qué están haciendo?
El sumo sacerdote, aturdido, reprendió a los sacerdotes que custodiaban la puerta. Estos intentaron controlar la situación apresuradamente, pero ya era tarde. La multitud se abalanzó por la puerta abierta como una ola imparable.
—¡Esto es inadmisible!
—¡Niña bendita, por favor, trasládese a un lugar seguro!
El sumo sacerdote, alarmado, intentó conducir a Diarin a un lugar seguro, temiendo que alguien en su frenesí pudiera intentar hacerle daño.
Sin embargo, Diarin observó el desorden por un momento y luego miró a Ceres. Sus miradas se cruzaron.
¿Lo haces tú o lo hago yo?
Yo lo haré…
No, cálmate.
Decidir quién tomaría el control en ese momento era una tontería. Diarin colocó una mano en el pecho de Ceres, indicándole que se quedara quieto, y se levantó de su asiento.
—¡Niña bendita, por favor, concédame una bendición!
—¡A mí primero, por favor!
Las personas avanzaban caóticamente, decididas a subir los escalones y tocar a Diarin. Creían que tan solo tocarla curaría sus enfermedades o que una bendición garantizaría su fortuna, llevándolos a un estado de histeria colectiva.
Diarin extendió una mano hacia ellos.
¡Fwoosh!
Una pared de fuego apareció frente a la multitud.
—¡Agh!
—¡Fuego! ¡Fuego!
El avance de la multitud se detuvo al instante. La barrera de llamas, aunque desapareció rápidamente, fue suficiente para asustarlos. Nadie se atrevió a moverse, y algunos incluso cayeron al suelo, paralizados por el miedo.
Diarin retiró la mano que había extendido, con una expresión fría.
El mensaje estaba claro: ella no era una figura amable y cálida, al menos no en ese momento. Aquel breve despliegue de poder había dejado claro que no podían tomarse libertades con la Hija de Dios.
Un pesado silencio se instaló en la sala principal.
Diarin volvió a sentarse. El sonido del roce de su ropa al acomodarse fue el único ruido que rompió el silencio.
Los ojos de las personas se clavaron en ella. Aunque solo les separaban unos cuantos escalones, era como si estuvieran mirando al cielo.
—Cálmense todos —ordenó.
Aunque ya estaban calmados, Diarin lo enfatizó una vez más. Las personas, con los labios apretados, solo asintieron enérgicamente, temerosas de desobedecer.
—Bien.
Diarin asintió también, complacida. Una vez que la multitud había sido sometida, se comportaban como niños obedientes, dispuestos a escuchar cada una de sus palabras.
—Es cierto que nací como la Hija de Dios, pero no soy un boleto de deseos mágicos. Tampoco soy una mensajera que lleva peticiones a los oídos de la divinidad.
Aunque todos lo sabían en el fondo, Diarin se aseguró de reafirmarlo claramente. Estableció límites de manera inequívoca.
La mayoría de las personas no creen en los dioses por pura devoción; lo hacen porque tienen algo que desean obtener. Trabajar en un templo durante años le había enseñado eso.
Las quejas por no ver cumplidos sus deseos tras donar dinero eran habituales. Algunos incluso exigían dinero de vuelta, argumentando que un dios debería garantizar la felicidad de los humanos. Otros llegaban al extremo de exigirle al templo que les proporcionara una pareja, argumentando que si los dioses los habían creado, también debían encargarse de que se reprodujeran. Las demandas eran infinitas.
Si las personas eran así con los dioses, ¿serían más contenidas con la Niña Bendita, una figura tangible con la que podían hablar directamente? La respuesta era obvia: no, serían incluso más insistentes.
—Los que hayan venido solo a saludarme, pónganse a la izquierda. Los que hayan venido a pedir algo, a la derecha.
Y así, implementó un sistema. Con la destreza de una sacerdotisa experimentada, Diarin les dio instrucciones claras.
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