⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Cuando se trata de controlar a las personas, no se puede pedir amablemente con una sonrisa. Aunque se ganen críticas, es necesario mantener una actitud firme y decisiva, sin dar margen para dudas, para que las personas actúen como corresponde.
La barrera de fuego había cumplido su propósito inicial de imponer autoridad. La gente empezó a moverse sin protestar.
La mayoría se colocó en el lado de ‘solo vine a saludar’. Admitir que tenían una solicitud cuando claramente se les dijo que no se concederían deseos era inútil.
Aun así, hubo algunos que se quedaron en el lado de ‘tengo un deseo’. Diarin no les prestó atención y se dirigió primero al grupo de los que decían haber venido solo a saludar.
—Primero, las personas que vinieron a saludar. Saluden. ¡Atención! ¡Saluden!
Un sacerdote encargado de la clase de doctrina para niños solía hacerlo de esta manera. Los adultos no eran tan diferentes.
—Eh, ah… ¿hola?
La gente, confundida, pero de manera automática, siguió la orden de Diarin y saludó.
—Sí, hola —respondió Diarin con calma, aceptando el saludo y permaneciendo en silencio.
—¿Eso… eso es todo?
Las personas, atónitas, no podían creer que todo terminara con un simple saludo. Al menos esperaban unas palabras de bendición.
Sin embargo, Diarin no hizo ningún movimiento. Solo les ofreció una cálida sonrisa. Una vez que se establece un límite, es importante no ceder; de lo contrario, nunca se dejará de ceder.
—Bien, quienes ya han saludado, pueden retirarse… —dijo mientras dirigía su mirada hacia el grupo de los que esperaban para pedir deseos.
En principio, no tenía la intención de escuchar ni siquiera un saludo de ellos.
—¡Por favor, ayúdeme, Hija de Dios! ¡Se lo suplico!
Pero la gente empezó a gritar desesperadamente.
—¡Mi hija fue atacada por un hombre en la calle y le rompió una pierna! ¡No hemos podido encontrar al culpable! ¡Por favor, ayúdenos a encontrarlo!
—¡Mi madre está enferma, pero no hay suficientes médicos para atenderla! ¡Necesitamos la bendición divina!
—¡Un ladrón me estafó y se escondió en el callejón de al lado! Si voy a buscarlo, me acusarán de allanamiento y amenazas. ¡¿Cómo puede Dios permitir esto?!
Ante las súplicas desesperadas, los sacerdotes que intentaban mantener el orden se sintieron desbordados.
—¡Señoras y señores, esto no está permitido!
—¡No incomoden a la Hija de Dios!
Sin embargo, las súplicas de la multitud, una vez iniciadas, no se detuvieron.
No todo el mundo acude corriendo cuando aparece la Hija de Dios. Los que estaban allí lo habían hecho con gran fervor, mostrando una perseverancia incansable tras horas de espera. Todos ellos estaban desesperados.
—Es mejor que se retire. Nosotros nos encargaremos de calmar a la multitud —sugirió el sumo sacerdote, preocupado por que la situación pudiera salirse de control.
Diarin sabía que lo más sensato sería irse. Pero no podía levantarse de la silla.
No era un sentimiento de responsabilidad como Hija de Dios, sino una simple compasión humana.
Esas son cosas que ni siquiera un dios podría resolver.
Las súplicas de aquellas personas eran problemas que ni un dios podría solucionar. Lo que necesitaban eran leyes y un gobierno competente.
Aunque quisiera ayudar, no había forma de hacerlo. Necesitaba levantarse.
—¡Hija de Dios!
—¡Por favor, ayúdenos!
Sin embargo, aquellos gritos desgarradores la mantenían atrapada en su lugar, inmovilizada por la angustia.
¿De verdad no había manera de ayudarlos?
El juramento inicial de no involucrarse como Hija de Dios había desaparecido por completo de su mente.
Pero, ¿qué puedo hacer?
Diarin apretó con fuerza los brazos de la silla. Simplemente consolar a esas personas no resolvería nada. Aunque para ellos sería un alivio momentáneo, no era la solución.
¿Qué podía hacer realmente? ¿Cómo podía ayudar?
Sumida en sus pensamientos, sus uñas se clavaron en la madera de la silla, a punto de romperse, pero no se dio cuenta.
—Diarin.
Ceres colocó su mano sobre la de ella, tranquilizándola.
—¿Ah? ¿Qué?
Diarin salió de su trance y lo miró.
—Puedes retirarte —dijo Ceres suavemente.
Aunque sus palabras eran una invitación a marcharse, Diarin captó un significado más profundo.
Ceres, como príncipe imperial, estaba acostumbrado a enfrentarse a problemas en su propio territorio. Aunque no manejaba asuntos de estado a gran escala, sabía lo que era lidiar con dificultades. Por eso entendía el deseo de Diarin de aliviar el sufrimiento de los demás.
Los ojos de Diarin brillaron.
Usar a las personas adecuadamente también es una habilidad.
—Ceres.
—¿Sí?
—Vamos a trabajar.
—De acuerdo.
Sin saber exactamente de qué se trataba, Ceres asintió de inmediato. Si Diarin lo pedía, él lo haría. No necesitaba más explicaciones.
—Un momento.
Diarin hizo un gesto a los sacerdotes, que habían estado luchando por controlar a la multitud. Estos, a pesar del caos, detuvieron sus movimientos al ver la señal de Diarin.
La multitud, que seguía gritando, también se calmó un poco y dirigió sus miradas hacia ella. Sus ojos estaban llenos de desesperación, deseando recibir al menos una palabra de consuelo.
Bien, les daré algo.
Diarin estaba segura de que podía ofrecerles algo mejor que una bendición divina.
—No puedo solucionar sus problemas directamente, pero puedo decirles cómo solucionarlos.
Con ambas manos, señaló a Ceres.
Aquí estaba, no solo una solución divina, sino una real y práctica.
—¡Cuidar del pueblo es el deber de la familia imperial! Sus problemas serán responsabilidad de este príncipe heredero.
—¡…!
Era una solución perfecta.
La multitud, que hasta ese momento no había notado quién estaba sentado junto a Diarin, se volvió hacia Ceres.
El cabello y los ojos de arcoíris, símbolo de la familia imperial, se convirtieron en el centro de atención.
Las personas siempre miran hacia donde ven una oportunidad.
—¡Su Alteza, el Primer Príncipe!
Esta vez, la multitud se arrodilló ante Ceres, dejando de lado a Diarin y clamando por la ayuda del príncipe.
Diarin, sonriente, continuó dando instrucciones.
—Sin embargo, no podemos escuchar todas sus historias aquí y ahora. Por favor, envíen una carta explicando sus problemas al palacio del príncipe heredero. Aquellos que no sepan escribir podrán dirigirse al encargado frente al palacio para explicar su situación.
Era un método ampliamente utilizado en los templos.
Hacer que las personas escribieran sus problemas o los compartieran con alguien a menudo las ayudaba a calmarse y encontrar por sí mismas una solución. También servía para filtrar los asuntos realmente importantes.
—¡Oh, muchas gracias! ¡Hija de los dioses!
—¡Viva el Príncipe Cerendias!
—¡Viva Racklion!
Aunque sus problemas no se resolvieron con la bendición divina, los presentes obtuvieron una solución más realista y efectiva, lo cual iluminó sus rostros de esperanza.
Diarin también sonrió con alivio.
Ceres hacía el trabajo, y ella se llevaba el mérito. Un trato que claramente dejaba beneficios. Se sentía genial.
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Tras despedir con éxito a los visitantes, ambos subieron al carruaje para regresar al Palacio Real.
La multitud los seguía, lanzando vítores interminables.
—¡Viva la Hija de los Dioses!
—¡Viva el Príncipe Cerendias!
Los gritos fuera del carruaje eran más fuertes que los de la noche anterior, y esta vez incluían el nombre de Ceres. Diarin estaba bastante satisfecha con ello.
Era mejor ganar fama junto a Ceres que hacerlo sola. Así evitaría que alguien intentara interferir o separarlos, y nadie trataría de llevárselos por separado.
Quizá Ceres lo entendía, pues tomó la mano de Diarin, que descansaba sobre sus rodillas, entrelazando los dedos con los suyos.
Diarin miró de reojo sus manos unidas y luego sonrió hacia la ventana, como si nada hubiera pasado.
A partir de ahora, todos los momentos se volverían así de naturales.
El carruaje comenzó a acelerar.
—¡Viva Racklion!
—¡Diarin!
De repente, un llamado peculiar resonó en los oídos de Diarin.
Era su nombre, pero al no ser pronunciado por Ceres, sonaba extrañamente desconocido.
Diarin giró rápidamente hacia la ventana.
—¿Qué pasa?
—Creo que alguien acaba de llamarme ‘Diarin’.
—Yo también lo escuché.
—¿De verdad lo oíste?
Diarin volvió a mirar por la ventana.
El carruaje, ahora a gran velocidad, pasaba velozmente junto a la multitud. Incluso si giraba ahora, no podría encontrar a la persona que lo había dicho.
—¿Quién habrá sido?
Incluso dentro del Palacio Real, Diarin era conocida como la Vizcondesa Arianth o la aliada del Primer Príncipe.
Para los plebeyos, ‘Diarin’ era un nombre desconocido. La primera vez que se dio a conocer fue durante el Festival de la Devoción, y entonces también fue apodada como ‘el Milagro del Primer Príncipe’ o ‘la Leal del Milagro’.
Incluso los eventos recientes en el coto de caza se enfocaron más en ‘el Milagro’. Su nuevo título, ‘Hija de los Dioses’, eclipsaba cualquier otra cosa.
Era poco probable que alguien se interesara en su verdadero nombre o título. Nada superaría el renombre de ‘Hija de los Dioses’.
Pero alguien había pronunciado su nombre.
—Esto me da curiosidad…
Mientras Diarin inclinaba la cabeza, Ceres apretó su mano con fuerza.
—Ah, vamos, ¿ya estás demandando atención porque me distraje un segundo?
Diarin sonrió y miró a Ceres.
—Vale, vale, estoy aquí. No miraré a otro lado más.
Diarin acarició la mano de Ceres en un gesto tranquilizador.
Sin embargo, Ceres no relajó su expresión. En cambio, la miró seriamente.
—¿Qué pasa?
—Tengo algo que decir.
—¿Qué cosa?
—¿Qué hay de mi recompensa?
—¿Recompensa?
¿Recompensa? ¿Qué clase de recompensa? Diarin parpadeó confundida.
Pero al entender el significado, abrió los ojos de par en par.
—¿Recompensa?
—Si me encargaste algo, deberías recompensarme, ¿no?
—…
Era una frase que le resultaba muy familiar.
¿De dónde la había escuchado? Pues claro, de su propia boca. La había dicho infinidad de veces.
Dicen que frente a un cachorro, ni siquiera puedes beber agua fría con tranquilidad, y ante este ‘cachorro’, ni siquiera puedes hablar sin cuidado.
—No estarás pensando en cobrarme dinero, ¿verdad?
—No dinero, pero…
La mirada de Ceres se posó en los labios de Diarin.
—…
¿Cachorro? No, zorro.
No solo un zorro, sino uno tan astuto que podría devorarte el hígado y las entrañas.
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