⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
A medida que el carruaje se acercaba al Palacio Real, un ambiente inesperado se desplegó.
—¡Llega la Hija de los Dioses!
—¡La gloria de los dioses sobre Racklion!
Era un escenario que Diarin no había anticipado. Se suponía que Endin había tenido una noche entera para actuar y seguramente habría preparado alguna intriga.
Sin embargo, toda la ciudad estaba inmersa en un ambiente festivo.
Por todas partes colgaban letreros con frases como ‘El milagro de Racklion’ y ‘La Hija de los Dioses’. Pétalos de flores volaban desde cada rincón.
Era un ambiente que nadie podía haber creado por sí solo. Alguien había organizado todo meticulosamente.
¿Quién podría ser?
Si bien los partidarios del Primer Príncipe existían, esto excedía sus capacidades. Parecía que una fuerza mayor había intervenido.
La incertidumbre sobre lo que estaba sucediendo hizo que la preocupación de Diarin superara su entusiasmo.
El carruaje cruzó la gran puerta del Palacio Real y se detuvo. Según lo previsto, debería haberse detenido frente al Palacio del Primer Príncipe.
—Su Majestad el Emperador ha salido a recibirles.
Uno de los guardias se acercó al ventanal del carruaje para informarles.
¿El Emperador?
Por supuesto, el ambiente extraño tenía una razón: el Emperador había intervenido. Si él estaba implicado, Endin no habría podido actuar.
Diarin se apresuró a prepararse para bajar del carruaje. Con el Emperador esperándola en la puerta, no podía quedarse sentada dentro.
Ha decidido su postura antes de lo esperado.
El Emperador no había asistido al coto de caza. Si hubiera estado presente, habría sido posible discernir su posición en ese momento, lo cual había sido una gran fuente de preocupación para Diarin.
Entre todas las personas, el Emperador era el único capaz de enfrentarse realmente a un dios. Su postura podía cambiar radicalmente la situación de Diarin.
—Huu…
Con una breve respiración profunda para calmarse, Diarin salió del carruaje.
En el momento en que sus pies tocaron la alfombra extendida en el suelo, supo de inmediato que la ocasión era significativa.
El Emperador había organizado una recepción tan imponente que dejaba sin palabras.
A su lado estaban la Emperatriz Pelian, Endin, Sebian y Charlotte. Todos los miembros de la familia imperial estaban presentes. Detrás de ellos, liderados por la Gran Sacerdotisa Merian, se encontraba todo el clero del templo del palacio.
La escena ya era impresionante con esta multitud, pero además estaban formados los guardias reales y todos los nobles del palacio vestidos con sus mejores galas.
Además, la ubicación exacta era justo la entrada del palacio, dejando las puertas abiertas para que los plebeyos del otro lado también pudieran observarlo todo. Era un espectáculo diseñado para que nadie en el mundo lo ignorara.
Con pasos tensos, Diarin avanzó junto a Ceres hasta situarse frente al Emperador.
—¿Cómo es que Su Majestad ha venido hasta aquí? —preguntó Ceres, inclinándose respetuosamente.
—La Hija de los Dioses ha llegado. No podía quedarme sin salir a recibirla.
El Emperador dirigió una sonrisa bondadosa hacia Diarin.
—Bienvenida, Hija de los Dioses.
El inesperado uso de un tono respetuoso por parte del Emperador hizo que Diarin se tensara aún más.
El Emperador no era un devoto ferviente. Esto era una prueba.
Diarin avanzó lentamente hacia él y, sin vacilar, se arrodilló sobre ambas rodillas.
—Aunque fui creada por los dioses, mi hogar está en Racklion. ¡Que el Emperador del Imperio sea bendecido!
Tomó las manos del Emperador y besó primero el dorso y luego las palmas, apoyando finalmente su frente contra ellas. Había combinado todos los gestos de bendición y sumisión que un sacerdote podía ofrecer.
—…
Honestamente, fue excesivo.
No solo sorprendió a los espectadores, sino también al propio Emperador.
Sin embargo, no fue una elección equivocada.
—¡Ja, ja, ja! Esto es… un honor que excede lo merecido. ¡Reciban también una bendición de la Hija de los Dioses!
El Emperador soltó una risa sonora, tomó a Diarin de la mano y la ayudó a levantarse personalmente. Luego, alzó su mano en alto como si estuviera mostrándola con orgullo.
El lenguaje formal del Emperador desapareció rápidamente. Estaba satisfecho. Había sido la decisión correcta.
Ni siquiera combinando la fuerza del Primer Príncipe y la del templo podían igualar al Emperador. Además, enfrentarlo no era necesario.
Sin embargo, la perspectiva del Emperador podía ser distinta. El equilibrio de poder se inclinaba peligrosamente hacia Ceres, al punto de representar una amenaza para el propio Emperador.
Por ello, Diarin había tomado la iniciativa. Como un perro que mostraba el vientre en señal de sumisión, declaró públicamente su lealtad al Emperador. Este lo aceptó.
Con una sonrisa, Diarin exhaló aliviada.
Por otro lado, el rostro de Endin estaba tan tenso que parecía tallado en piedra.
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El Emperador decidió que no podía dejar pasar esto y decretó que se celebraría un festival de diez días para dar la bienvenida al hijo de los dioses.
Además, se decidió organizar una recepción aparte en el palacio imperial. La fiesta estaba programada para dentro de siete días.
Mientras que el festival era algo que podía desarrollarse con naturalidad simplemente distribuyendo comida para animar el ambiente, la fiesta en el palacio requería un protocolo estricto y una preparación exhaustiva. Organizarlo todo en solo una semana significaba que los sirvientes del palacio tendrían que correr de un lado a otro sin descanso.
La fiesta se extendería durante tres días consecutivos y culminaría de forma grandiosa el día en que terminara el festival.
Era una celebración tan lujosa como el cumpleaños del Emperador. Esto reflejaba la intención del Emperador de elevar y reconocer la importancia de Diarin.
—Han llegado las telas para el vestido.
—El maestro artesano en encajes también ha llegado.
—También debe elegir las joyas.
No solo los sirvientes estaban abrumados con los preparativos de la fiesta.
En los eventos organizados en el palacio imperial, usar el mismo vestido dos veces era prácticamente una declaración de ostracismo en la alta sociedad. Por ello, Diarin también tenía un sinfín de cosas por preparar.
El Emperador, en un gesto de interés y respeto, se encargó de proporcionar todo lo necesario para embellecerla.
Vestidos, encajes, joyas, incluso flores. Las personas enviadas por el Emperador iban y venían constantemente del Palacio del Primer Príncipe.
—…Diles que esperen por ahora —dijo Diarin a través de un sirviente, antes de dejarse caer en el sofá, estirándose por completo.
Aunque sabía que debía salir a atender a quienes la esperaban, no encontraba el ánimo necesario para mover su cuerpo.
—Diarin, ¿no piensas ir? —preguntó Ceres.
—Debo ir… —respondió ella con pereza, mientras se movía lentamente y apoyaba su cabeza en el muslo de Ceres, usándolo como almohada.
Por una vez, decidió hacer lo contrario a lo habitual: en lugar de permitir que Ceres se apoyara en ella, fue ella quien buscó apoyo. Para su sorpresa, los firmes muslos de Ceres resultaron ser más cómodos y acogedores que cualquier almohada.
Ceres bajó la vista del libro que estaba leyendo y observó a Diarin.
—Es cómodo —dijo ella.
—Puedes apoyarte todo lo que quieras.
—Mhm.
—Incluso puedes dormir así toda la noche.
—…Tengo que revisar los vestidos…
El entusiasmo que sintió inicialmente al ver los vestidos había desaparecido. Parecía que no estaba hecha para la vida social. Algunas personas lamentaban no tener nada que ponerse aunque tuvieran montañas de ropa, pero ese no era su caso.
Diarin se quedó mirando fijamente la portada del libro que Ceres estaba leyendo.
Desde que llegó al Palacio del Primer Príncipe, Ceres había estado estudiando con varios consejeros de edad avanzada, enfocándose especialmente en política, legislación y administración.
—Yo también debería hacer algo como Hija de los Dioses… —murmuró Diarin.
—¿No se supone que la Hija de los Dioses no necesita hacer nada?
—Eso es cierto, pero ya que tengo este poder, me gustaría usarlo para algo bueno.
No podía olvidar las miradas llenas de desesperación de las personas que se aferraban a ella proclamándola como la Hija de los Dioses.
Después de regresar al palacio, Diarin había ordenado establecer un lugar frente al mismo para recibir peticiones escritas de los ciudadanos. Incluso contrató a personas que ayudarían a escribir las solicitudes para aquellos que no sabían leer ni escribir.
Hoy era el primer día, y por la noche recibiría las primeras solicitudes.
Aunque había delegado la tarea en Ceres, no podía evitar preocuparse. Su mente estaba llena de ideas sobre cómo podría ser más útil.
—Ha llegado el especialista en cintas. Los demás también están listos —informó un sirviente, visiblemente ansioso por las constantes idas y venidas.
—…Supongo que debo ir.
Diarin hizo un esfuerzo por levantarse, pero volvió a caer pesadamente sobre el sofá.
—¿…?
No fue por decisión propia. Ceres había ejercido presión en su hombro, obligándola a permanecer recostada.
Desde su posición, Diarin alzó la vista para mirarlo.
—No necesitas ir.
—Pero están todos esperando.
—A ti no te apetece, así que no tienes que ir.
—¡…!
Diarin pensó que Ceres estaba actuando como un niño caprichoso que quería pasar más tiempo con ella. Sin embargo, resultó que era un gesto considerado hacia ella. Aunque se sintió reconfortada, también pesaba en su corazón. ¿Cómo podía responder de manera adecuada a esta sincera muestra de afecto?
Sin saber qué hacer, abrazó con fuerza a Ceres, expresando sus sentimientos de la única manera que se le ocurrió.
Ceres emitió un sonido de satisfacción en su garganta y la rodeó con sus brazos. Para ambos, ese gesto ya era tan natural como si hubieran estado abrazados desde el día en que nacieron.
Ceres parecía sentirse igual de cómodo. Tanto, que sus palabras brotaron sin filtro.
—Además, no creo que sea indispensable que estés presente para elegir los vestidos.
—¿Qué has dicho?
—El gusto de Diarin es… algo… particular.
—…
El cálido afecto que había sentido hasta hacía un momento se enfrió en un instante.
La incapacidad de negar esa afirmación sólo intensificó su frustración.
—Está bien, no crecí rodeada de lujos, así que no sé cómo elegir ropa. ¡¿Y qué?!
—No es que el gusto de Diarin sea malo —se apresuró a agregar Ceres al percatarse del ambiente tenso—, simplemente es diferente al mío.
Pero ya era demasiado tarde.
Sin decir una palabra, Diarin lo empujó y lo fulminó con la mirada.
—Bien, entonces, con tu exquisito gusto, el príncipe podrá elegir los vestidos por mí.
—¿…De verdad?
—…
Quería imponerle una tarea como castigo, pero Ceres aceptó con entusiasmo.
Esto se siente como una derrota total.
Ceres, sin embargo, estaba encantado. Sus ojos brillaban de emoción.
Hasta ahora, la mayoría de los vestidos que Diarin había usado o encargado habían sido seleccionados con la opinión de Ceres. Entonces, ¿por qué estaba tan emocionado como si fuera la primera vez?
—No es tu ropa, es la mía. ¿Por qué estás tan emocionado?
—Porque es uno de los mayores placeres de mi vida.
Lo que había pensado como un castigo terminó siendo un regalo inesperado para Ceres, como si le hubiera ofrecido su postre favorito.
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