⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Un viento frío barrió el jardín.
Hasta hace poco, el sol estaba agradable y cálido, pero de repente todo se tornó gélido.
—¡Ja, ja, ja! —en ese momento, el Emperador estalló en carcajadas—. Parece que no tienes ni la más mínima intención de agradar a tu padre.
—Por ahora, estoy demasiado ocupado intentando agradar a Diarin.
Mientras decía eso, los ojos de Ceres no se apartaban de Diarin.
Diarin no sabía si debía seguirle el juego a esas bromas absurdas o fingir que no las había escuchado. En realidad, solo quería llorar.
Ceres, que de repente parecía un completo descarado; el Emperador, que se reía de sus palabras; la Emperatriz Pelian, que mantenía una ligera sonrisa en esa situación… Todos eran personas extrañas, muy difíciles de entender para Diarin.
—Ja, ja, si ya están así, cuando se casen ni siquiera me verás —bromeó el Emperador.
El Emperador fue el primero en mencionar la palabra ‘matrimonio’.
Diarin se sobresaltó. No esperaba que el Emperador utilizara directamente ese término.
—Ya casi no lo hago ahora —respondió Ceres sin reparos.
—¡Qué hijo tan desconsiderado!
Aunque lo reprochaba, el Emperador no parecía molesto. Al contrario, parecía disfrutar de la insolencia de Ceres.
Tal como había insinuado en la carreta, parecía que el Emperador quería probar hasta dónde llegaban las ambiciones de Ceres.
—He oído rumores que cruzan los muros del palacio imperial, dicen que últimamente estás muy cautivado —comentó el Emperador.
—Demasiados hombres están intentando acercarse a Diarin —dijo Ceres, molesto.
—Parece que hay quienes creen que casándose con la hija de un dios, ellos también se convertirán en hijos de Dios.
—Estoy considerando enviar a esos sujetos al lado de Dios para que lo comprueben.
Aunque podría sonar como una broma, Ceres hablaba con completa seriedad, lo que hizo que el ambiente se volviera aún más frío.
—Para evitar más sacrificios, parece que la hija de Dios tendrá que tomar una decisión —comentó el Emperador, divertido, dirigiéndose a Diarin—. Dime, hija de Dios, ¿hasta cuándo rechazarás la propuesta de mi hijo?
¿Perdón?
La expresión de Diarin vaciló por un momento.
—Todavía no he tomado una decisión.
—¿Oh? ¿Acaso mi hijo es tan insuficiente?
El ambiente comenzó a volverse inquietante. Parecía que el Emperador estaba tratando de empujar a Diarin a casarse con Ceres.
¿Por qué?
El Emperador nunca actuaba sin intención. Siempre había sido así.
Diarin sopesó varias respuestas en su mente, pero decidió descartarlas todas.
No quería utilizar de ninguna forma la propuesta de Ceres, ya fuera para influir en el Emperador o para fortalecer la posición de Ceres. Sabía que la propuesta de Ceres no tenía esas intenciones.
El amor y el matrimonio de los que hablaba Ceres eran puros. No quería profanar esa pureza.
Habiendo tomado una decisión, Diarin endureció su mirada y se enfrentó al Emperador.
—No es un problema del otro. Es que no tengo interés en casarme.
—¿No tienes interés en casarte?
—Así es.
—Entonces, ¿quieres decir que no te casarás?
—No considero que sea algo necesario.
—¿Eh?
El Emperador ladeó la cabeza como si hubiera escuchado un idioma extranjero.
—Pero, ¿por qué? No eres sacerdotisa. ¿No es natural que un hombre y una mujer se casen y formen una familia?
—Soy la hija de Dios, no una simple humana, así que parece que estoy fuera de esas normas.
Diarin refutó con firmeza las palabras del Emperador.
El Emperador la observó, alzando una ceja como si intentara provocarla.
—¿De veras? Entonces, ¿la hija de Dios está libre de los deseos humanos comunes?
—Bueno, mi cuerpo es humano, así que tengo deseos básicos, como el apetito… Sí, especialmente el apetito.
Diarin admitió sin problemas que era muy fiel a sus impulsos frente a la comida.
—Ja, ja, interesante. ¿Y qué hay del deseo de poder?
—¿Eh?
—Por ejemplo, el título de princesa heredera.
El Emperador sonrió imitando el tono de Diarin. Pero la sonrisa que ella tenía al pensar en comida desapareció de inmediato.
—Se dice que la sangre imperial lleva la bendición divina —comentó el Emperador lentamente. Tomó un sorbo de agua y comió una uva, haciendo cada movimiento con deliberada lentitud, como si quisiera aumentar la tensión—. Entonces, unirse con la hija de Dios sería la unión perfecta. Haría la divinidad de la familia imperial aún más completa. No podría haber un matrimonio más adecuado para el imperio. Si ese matrimonio se consuma, el resultado sería un Emperador perfecto, reconocido por Dios mismo.
—¿Está sugiriendo… nombrar al príncipe heredero? —preguntó la Emperatriz Pelian, con el rostro completamente pálido.
Por fin, Diarin comprendió por qué la Emperatriz estaba presente en esa reunión.
El Emperador quería hacer que el Palacio del Segundo Príncipe, la Emperatriz y la casa Ducal de Juren reconocieran su derrota.
—Eso depende de la hija de Dios.
El Emperador empujó a Diarin hacia la trampa que había preparado con astucia. Estaba cansado de equilibrar las fuerzas entre Ceres y Endin, y había decidido cambiar las reglas del juego.
Si se seguía provocando más, la facción de Endin podría considerar incluso la traición. Pero si lograban enfocar la atención en Diarin, el Emperador solo tendría que mirar como espectador.
En ese momento, Ceres habló.
—No tengo intención de obtener algo a través de mi matrimonio con Diarin. Estar con ella es todo lo que deseo.
El Emperador se rió entre dientes al escuchar la confesión de Ceres.
—En este mundo, las cosas no siempre salen como uno quiere.
Con una leve sonrisa, el Emperador dejó claro que el sueño de Ceres no era más que eso, un sueño.
Parecía una especie de maldición, como si le asegurara que jamás habría paz en su vida.
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A pesar de haber encendido los corazones de todos los presentes, el Emperador los invitó a comer con calma.
La comida pasó como una sombra. Nadie podía distinguir si la comida entraba por la nariz o por la boca.
Diarin caminaba acariciando su estómago, que se sentía pesado.
Decidió ir caminando hasta el Palacio del Primer Príncipe para aliviar la sensación de pesadez.
—¿Te duelen los pies, Diarin?
—… Apenas hemos dado unos pasos.
—Parece que no llevas calzado cómodo para caminar.
Diarin miró sus pies y, por fin, se dio cuenta de qué llevaba puesto.
Desde que se levantaba por la mañana, dejaba que las doncellas la vistieran con lo que Ceres, quien despertaba antes que ella, había seleccionado.
Ese día, como no había muchas actividades fuera del palacio, él había elegido unos zapatos bonitos pero poco prácticos para caminar.
—Te llevaré en brazos.
—De acuerdo.
Diarin, ya acostumbrada, se dejó cargar por Ceres.
Sabía que su peso no era problema para él, y además, se había vuelto tan habitual estar en sus brazos como recostarse en su propia cama.
Costumbre.
Para Diarin, el matrimonio no era algo positivo. Las uniones que había visto a su alrededor confirmaban esto.
Incluso su propia madre no podía describir su matrimonio como feliz. Ella repetía frases como ‘esto es suficiente para ser feliz’, ‘todos viven así’, ‘la vida es así’, y ‘tu padre no es tan malo’. Pero para Diarin, no parecía una vida feliz.
En el templo, incluso hubo sacerdotes que huyeron para casarse con alguien que amaban, solo para regresar años después, rogando ser readmitidos entre lágrimas.
Habían abandonado la estabilidad, el respeto y la seguridad del templo por amor, pero ninguno hablaba de amor al regresar.
El matrimonio no se mantenía con amor. Era una cuestión de realidad.
—… Ceres.
—¿Sí?
—¿Por qué quieres casarte conmigo?
De repente, recordó que nunca había preguntado por qué Ceres estaba tan empeñado en casarse.
No esperaba una razón profunda. Probablemente diría algo como ‘porque te amo’ o ‘quiero estar contigo para siempre’.
—Porque temo perderte.
—¿… Qué?
Era una respuesta parecida, pero mucho más cruda y seria de lo que esperaba.
Ceres miró a su alrededor, sus ojos brillaban con una intensidad asesina.
—Si nos casamos, nadie más podrá acercarse a ti. No permitiré que otros te tengan.
Ah, entonces es eso: posesividad.
Diarin soltó una risa suave. A veces, parecía un príncipe endurecido por las crueles realidades de la vida, pero en momentos como este, era tan ingenuo como un niño.
Una idea traviesa surgió en su mente. La imagen de Ceres reaccionando a sus provocaciones era irresistible.
—¿Sabías que, aunque estés casado, alguien podría tener una aventura?
—¡¿Qué?!
—Sí, es algo malo, pero existe algo llamado adulterio.
—¡…!
Los ojos de Ceres temblaban como si el mundo se estuviera derrumbando. Esa inocencia suya hacía que Diarin quisiera cuidarlo más.
Conteniendo una sonrisa, Diarin agregó con seriedad fingida:
—Y eso no es todo. Incluso casados, si uno se divorcia, son extraños otra vez. El matrimonio no garantiza nada.
—¡¡…!!
Quería provocarlo más, pero temió que su pobre Ceres realmente se desplomara.
Ceres apretó los brazos que la sostenían, respirando con fuerza.
—Sin ti, moriría.
—… No te mueras.
—No, hablo en serio. Moriría de verdad.
Ceres la miró con una intensidad desgarradora, como un animal herido y ansioso.
Conmovida por su vulnerabilidad, Diarin lo abrazó por el cuello.
—De acuerdo. Entonces, ¿nos casamos?
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