⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Al ver a una persona horrorizada, los demás se giraron rápidamente hacia atrás, siguiendo su reacción, y se asustaron igualmente.
Aunque no estaban hablando mal, el nivel de la conversación había sido demasiado alto. Era suficiente para que todos fueran acusados de blasfemia contra la familia imperial y arrastrados ante la justicia sin posibilidad de defenderse.
Además, ¿quién era Ceres?
No era solo un príncipe cualquiera. Era un hombre lo suficientemente capaz como para acabar él solo con un grupo entero de caballeros si así lo deseaba. Y no solo eso, sino que siempre fue conocido por su seriedad; no se permitía charlas ligeras ni palabras vanas. Su reputación de ser un príncipe serio e intimidante lo precedía.
Aunque la Vizcondesa Arianth solía llamarlo en ocasiones ‘mi cachorro’ sin pensar demasiado, para los demás eso podía sonar más como una versión atenuada de un insulto dirigido a un superior. Tal era el nivel de seriedad de Su Alteza el primer príncipe.
Y ahí estaban ellos, sugiriendo tres personas juntas… sin importar el género.
—¡He cometido un delito imperdonable, pero…! ¡Por favor, tened misericordia!
Si de verdad había cometido un delito imperdonable, parecía probable que el príncipe simplemente dijera: —’Muy bien, muere’. Así que, en pánico, mezclando su súplica con un toque de sinceridad, todos cayeron de rodillas al suelo.
—No tengo intención de matarlos.
—¡Gracias! ¡Gracias, Alteza! No teníamos ninguna intención de insultarlo, en absoluto…
Aliviados de haber salvado sus vidas, alzaron la mirada, pero quedaron sin palabras al ver la expresión de Ceres.
Ceres estaba sonriendo amablemente.
—A-Alteza, ¿por qué está s-sonriendo…?
—¿Hm? Ah, ¿estaba sonriendo?
Ceres, como si no fuera consciente de su propia sonrisa, se llevó la mano al rostro para tocarse los labios.
Todos se tensaron aún más.
¿No sería realmente una sonrisa? ¿Tal vez estaba levantando la comisura de los labios mientras decidía a quién matar primero?
—Jaja. ¿No puedo sonreír acaso?
Y entonces Ceres se echó a reír nuevamente.
—¿Eh? ¡Oh, claro que sí! ¡Es normal que nuestras palabras le resulten graciosas!
—¡Eso es! ¡Incluso a nosotros nos parecen absurdas nuestras tonterías! ¡Ja, ja! ¡Era algo tan ridículo que no podía evitar reírse!
Desesperados, se unieron a la risa.
—No es eso… ¿De qué estaban hablando?
—¿Eh?
Solo entonces se dieron cuenta de que Ceres realmente no había estado prestando atención a su conversación.
No podía ser, ¿verdad?
Todos sabían bien lo agudo que era el oído de Ceres. Había más de un caso en el que alguien había murmurado maldiciones sobre Diarin a sus espaldas, solo para ser atrapado y casi perder la vida por ello. Que no hubiera oído esta conversación tan cercana parecía imposible.
¡Debe estar fingiendo que no escuchó!
Quizás Ceres estaba siendo considerado.
—¡Ah, ah, no era nada importante!
Con cuidado, comenzaron a levantarse, intentando actuar como si nada hubiera pasado. Si podían dejarlo atrás, tanto mejor.
—Solo decíamos que últimamente su Alteza parece tener buen semblante. ¿Le ha ocurrido algo bueno?
—Algo bueno.
Ceres pensó en ‘algo bueno’.
Lo primero que vino a su mente fue aquel hermoso momento.
Un campo lleno de flores blancas en plena floración, un cielo azul, Diarin mirándolo con dulzura. Y esas palabras que salieron de los labios de Diarin: Te amo.
El sabor de sus labios, su aroma, la calidez de su cuerpo…
—Jejeje…
Sin darse cuenta, dejó escapar una risa suave.
Como un estornudo que no podía contener, el cosquilleo en su interior se transformó en risa.
—…Sí, ha habido algo.
En el rostro de Ceres floreció una expresión de primavera.
Miraba distraído al vacío, con una ligera sonrisa, y los presentes quedaron completamente atónitos.
¿Es… realmente nuestro príncipe?
El hombre que llevaba consigo el aroma de la sangre y el hierro en el campo de batalla ahora desprendía una brisa suave y primaveral.
Una brisa rosada, ligera como el perfume de las flores, era algo completamente nuevo para Ceres.
Pero tampoco le desagradaba.
Con una sonrisa cálida que iluminaba su hermoso rostro, se veía verdaderamente encantador.
—Oh, cielos…
Algunas mujeres se sonrojaron y cubrieron sus mejillas con las manos.
—¿Qué clase de buena noticia pudo haber sido para que sonriera tan maravillosamente?
—Hm…
Ceres reflexionó un momento y luego, mirando a la persona que hizo la pregunta, le dedicó una radiante sonrisa.
—Es un secreto.
—Oh, cielos, oh cielos.
—No importa cuántas veces lo pregunten, no lo diré. Así que no insistan.
Al no revelar nada, su curiosidad creció aún más. Sin embargo, parecía que Ceres no tenía intención de continuar con la conversación, ya que saltó la cerca de madera y desapareció de su vista.
—Parece que su elección será… la Vizcondesa Arianth.
—Aunque todo depende de que la Vizcondesa acepte…
Pronto, el interés de todos se centró nuevamente en la Vizcondesa Arianth, Diarin.
—¿Cómo está últimamente la Vizcondesa Arianth? ¿Sigue rechazando todas las propuestas de matrimonio?
—En las relaciones, hay que actuar en el momento justo. Si se deja pasar, muchas veces termina en una relación ambigua de ‘más que amigos, menos que amantes’.
—¿En qué estará pensando la Vizcondesa Arianth…?
En ese momento, la propia Diarin, el centro de todas las habladurías, pasaba cerca.
Como hija divina, tenía un horario independiente y no podía evitar preocuparse por haber dejado a Ceres solo, así que apresuraba el paso.
Fue entonces cuando Ceres apareció de repente, saltando la cerca y cayendo desde el cielo.
—¡Ahhh!
Diarin gritó ante la entrada inesperada y nada convencional de Ceres.
Sin embargo, el grito nunca llegó a salir de sus labios.
Antes de que Ceres tocara el suelo, ya había envuelto a Diarin en sus brazos y presionado sus labios contra los suyos.
Ahora que estaban casados, a Ceres no le importaba el lugar ni el momento para besarla.
—¡Mmff! ¡Mmm! ¡Puf!
Diarin le dio varios golpecitos de advertencia en los hombros de Ceres.
¡Idiota! ¡Hay gente cerca!
Diarin seguía siendo quien tenía que imponer el sentido común en cuanto a lugar y momento.
Ceres, lamentándolo un poco, se relamió los labios mientras retiraba los suyos. Pero antes de apartarse del todo, observó con ojos anhelantes los alrededores y, como si no pudiera resistirse, le plantó un par de besos rápidos más.
—¿Y si nos descubren?
Aún no podían revelar su matrimonio al público.
El comportamiento del segundo príncipe no era normal últimamente. Se había encerrado en su palacio y no se dejaba ver en absoluto.
Ni siquiera el Emperador era completamente confiable.
—Hablaste del príncipe heredero, pero todavía no tienes un acuerdo definitivo con Su Majestad el Emperador. Seguramente habrás oído los rumores de que, durante la próxima visita del rey de Sorben, podría surgir una propuesta de matrimonio político.
Los rumores eran tantos y tan frecuentes que incluso Diarin no pudo evitar escucharlos. Aunque no intentara buscar información, las palabras de los demás llegaban a sus oídos.
Si el rumor corría, significaba que el Emperador no lo había rechazado tajantemente. En cualquier momento, la situación podía dar un giro inesperado.
—Pero yo ya estoy casado.
—¿Crees que eso importa? Si Su Majestad lo quisiera, podría obligarte a casarte con cien personas a la vez.
Ceres sabía que el Emperador era perfectamente capaz de hacer algo así. Y eso lo enfurecía aún más.
Casarse con otra mujer que no fuera Diarin…
—Solo imaginarlo ya me da asco.
Para purgar ese malestar, Ceres abrazó a Diarin y frotó su mejilla contra la de ella.
Diarin, alarmada, miró rápidamente a su alrededor. No había nadie cerca. Solo entonces dejó caer los hombros y correspondió al abrazo de Ceres.
El tema del matrimonio político también incomodaba a Diarin.
—¿Pero realmente vendrán por eso?
Podría ser solo un rumor infundado. Pero, ¿y si era cierto? ¿El emperador estaría de acuerdo? ¿Incluso lo alentaría?
—De todas formas, no lo haré. Así que no importa.
La determinación de Ceres era inquebrantable. Eso permitió que Diarin dejara de lado las preocupaciones que le enredaban la mente.
—Tienes razón, es mejor lidiar con los problemas cuando llegan. Preocuparse de antemano no sirve de nada.
—Exacto. Mejor utiliza ese tiempo para mirarme más a mí.
—…¿Sabes que cada vez eres más descarado? O tal vez siempre lo fuiste.
Ceres no respondió. En cambio, le dedicó la misma sonrisa que había dejado a otros hipnotizados antes.
—Ay, por favor.
Diarin no pudo evitar reírse también. Su sonrisa tenía algo que hacía que los demás se sintieran felices al mirarla.
—Al principio, ni siquiera sabías qué era sonreír.
—Tú me enseñaste.
La risa, la felicidad, el amor.
Ahora sabía perfectamente lo que significaban.
—Ah, esto.
Ceres tomó la muñeca de Diarin y tiró suavemente de ella.
Sabiendo exactamente lo que iba a suceder, Diarin extendió su mano sin resistencia y colaboró, abriendo bien los dedos.
Ceres sacó un anillo de su bolsillo y lo deslizó en su dedo.
—Como te gustan los anillos de flores, intenté hacer uno.
El anillo era de un metal verde con una piedra semitransparente de un blanco lechoso que brillaba suavemente. Era idéntico al que él le había colocado el día de su boda privada.
Aunque este brillaba con colores iridiscentes al moverse, el diseño era sorprendentemente similar.
Diarin giró el anillo en su dedo para admirarlo, pero luego lo retiró y lo guardó en su bolsillo.
—Gracias.
El rumor de que Ceres estaba haciendo un anillo ya se había extendido. Si Diarin lo usaba, sería casi como declarar públicamente que había aceptado su propuesta de matrimonio.
Era una pena tener diez dedos y no poder usar ni un solo anillo libremente.
Diarin no veía mal la idea de mantener su matrimonio en secreto, pero ahora entendía por qué la gente celebraba bodas grandes y declaraba sus votos ante todos.
Esta persona es mía. No te acerques.
Ese era el mensaje.
Y era exactamente lo que Diarin deseaba gritar ahora mismo.
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