⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
El rey de Sorven había llegado a Racklion.
Era extremadamente raro que un rey de otro país visitara una nación extranjera. Salvo en ocasiones de estrecha amistad entre reinos para eventos de gran magnitud, o durante la formalización de relaciones diplomáticas, era casi imposible que un monarca abandonara su propio reino.
Por eso, la visita del rey de Sorven a Racklion era tan especial.
A diferencia de las visitas habituales, el ambiente estaba cargado de una tensión pesada, y el rey de Sorven entró al palacio imperial de Racklion en un silencio solemne.
Sin escoltas ni compañía, el rey caminó solo.
Está solo.
Al verlo, Diarin dejó escapar un suspiro de alivio en su interior.
Aunque intentaba disimular, no podía evitar sentirse inquieta ante la posibilidad de que el rey de Sorven trajera consigo a la supuesta candidata para un matrimonio político.
¿Era un rumor infundado?
Relajando sus tensos hombros, Diarin exhaló un pequeño suspiro. A su lado, Ceres, que la observaba de reojo, aprovechó para tomarla suavemente de la mano bajo la manga de su ropa.
Por Dios…
Incluso en un ambiente como este, en medio de semejante situación, Ceres tenía una habilidad impresionante para actuar así.
Diarin, aunque sorprendida, entrelazó brevemente sus dedos con los de Ceres y luego se apartó.
Ambos estaban en un lugar donde eran extremadamente visibles: el estrado de la sala de audiencias, junto al trono imperial. Prolongar esa interacción aumentaría el riesgo de ser descubiertos por alguien con ojos atentos.
Cuando Diarin había intentado ubicarse discretamente entre los nobles bajo el estrado, el Emperador la había detenido.
—¿A dónde va la hija de los dioses?
—No soy de la familia imperial ni tengo lazos directos con ustedes, así que…
—¡Oh! ¿Cómo puede decir semejante cosa? Tiene el lazo más grande de todos, el de los dioses. Debería estar junto a Cerendias.
Y así, Diarin terminó de pie sobre el estrado.
El Emperador, sentado en su trono en el centro, tenía a Ceres a su derecha y a Diarin junto a él. A la izquierda estaban la Emperatriz, Endin, Sebian y Charlotte.
La presencia de Diarin entre los miembros de la familia imperial causó un revuelo entre los asistentes.
—Ahora los ponen directamente uno al lado del otro.
—Definitivamente hay algo entre ellos, ¿no creen?
Gracias a esto, Endin y Sebian, que hacía mucho no aparecía en público, pasaron completamente desapercibidos.
Antes de que Ceres ocupara su lugar, Endin siempre se había ubicado a la derecha del Emperador.
La disposición habitual era la Emperatriz a la izquierda, Endin a la derecha, Sebian junto a Endin, y Charlotte junto a la Emperatriz. Esto dejaba clara la jerarquía entre ellos. Nadie podía discutir que el lugar a la derecha del Emperador pertenecía a Endin.
Desde lejos, se podía escuchar cómo Endin rechinaba los dientes y apretaba los puños.
Diarin, al escuchar aquel ruido, hizo una breve plegaria en silencio mientras trazaba una cruz invisible en su palma.
Dios mío, por favor, que este idiota actúe dentro de los límites de lo predecible.
Era evidente que no debía llamar más la atención en ese lugar.
Ceres, resignado, retiró su mano, aunque se notaba su frustración.
Mientras tanto, el rey de Sorven había llegado al centro de la sala de audiencias.
—Bienvenido a Racklion, rey de Sorven.
El Emperador, sentado en su trono, que estaba unos escalones más alto que el resto de la sala, lo recibió. Aunque estaba sentado, la altura de su posición lo hacía mirar al rey de Sorven desde arriba.
El rey de Sorven, de pie en el suelo sin más adornos, alzó la vista hacia el Emperador.
Junto al Emperador, los miembros de la familia imperial se alineaban, todos observándolo desde una posición elevada.
—Gracias por la cálida bienvenida, Su Majestad el Emperador de Racklion.
El rey de Sorven inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto. No se arrodilló ni hizo una reverencia elaborada, pero el simple hecho de que un monarca inclinara la cabeza era un acontecimiento significativo.
Diarin se sintió incómoda.
Bajo esa cabeza inclinada, su rostro debe estar deformado por la ira y la humillación.
Sin embargo, cuando el rey de Sorven levantó nuevamente la cabeza, su expresión era tranquila.
—Es un placer conocerte por pimera vez, primer príncipe de Racklion y mi sobrino, Cerendias.
—¡….!
Las palabras del rey de Sorven sorprendieron a todos. Aunque no eran incorrectas, usar ese título en un contexto oficial tenía implicaciones profundas.
Todo el mundo sabía que Ceres había sido parte de la Octava Unidad. Incluso en Sorven, esa información había llegado.
El sobrino que intentó proteger había sido manipulado para destruir su propio país, y ahora era el único miembro de la realeza que podía heredar el futuro de Sorven.
—Por fin nos encontramos cara a cara.
Era difícil discernir si sus palabras reflejaban alegría por el reencuentro familiar o rabia contenida por un enemigo.
Ceres, con el rostro impasible, inclinó ligeramente la cabeza.
—Lamento la demora en visitarte.
—Sé que ha habido complicaciones. Si el sobrino no puede venir, el tío debe hacerlo.
Sobrino. Tío.
La conversación dejó claro su parentesco. Los espectadores comenzaron a murmurar intensamente.
—Es un alivio poder verte en persona después de tanto tiempo. Espero poder cumplir mi rol como tío.
—Puedes hacerlo sin duda alguna. Yo, como padre, lo garantizo.
El Emperador intervino, reconociendo el linaje de Ceres como perteneciente a ambas naciones.
Era una reunión de padre e hijo, de tío y sobrino, pero también de dos naciones.
Todos en la sala podían sentir el peso del linaje que unía a ambos países.
Un individuo que portaba la sangre de dos reinos y que podía recibir el apoyo de ambos.
El linaje era una fuerza insuperable, algo que no podía alcanzarse con ningún esfuerzo humano.
La expresión de Endin, con sus ojos inyectados de sangre, parecía a punto de estallar.
Su sangre, por desgracia, no tenía el mismo poder.
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El rey de Sorven inspeccionó silenciosamente el cuerpo sin vida de Grelind y, una vez más, expresó su agradecimiento al Emperador.
A pesar de que un miembro de la realeza de Sorven enviado como rehén había muerto en un país enemigo, como rey de una nación derrotada, no le quedaba más remedio que agradecer que, al menos, le entregaran el cadáver de forma adecuada. Era una humillación que debía soportar.
Sin embargo, el rey de Sorven parecía calmado, como si ya hubiera renunciado a todo.
Después de trasladar el cuerpo de Grellind al carruaje, el rey rechazó la invitación del Emperador a un banquete y pidió un lugar donde descansar.
Y el lugar que eligió visitar fue el palacio del primer príncipe.
No vino solo. Estaba acompañado por la mujer de los rumores: la hija de la familia Ducal Haransa.
—Mi nombre es Biolin.
Diarin, que pensaba que el rey de Sorven había venido solo, se sintió como si la hubieran tomado por sorpresa.
Para colmo, la mujer que se presentó como Biolin no solo era hermosa, sino que su belleza era deslumbrante.
No era simplemente atractiva. Era extremadamente hermosa, más incluso que Arien, considerada una de las mujeres más bellas de todo el palacio imperial.
Diarin no esperaba sentirse amenazada en su posición de esta manera.
La tensión se apoderó de ella mientras miraba fijamente a Biolin.
—Es un honor conocerlo, su alteza Cerendias.
Ceres respondió con una breve inclinación de cabeza, manteniéndose indiferente.
Pero la actitud aparentemente fría de Ceres no alteró en lo más mínimo el rostro impecable de Biolin, que parecía hecho de porcelana.
Tras saludar a Ceres, Biolin dirigió su atención a Diarin.
Diarin respiró profundamente. Quizás había llegado el momento que tanto temía.
—Ceres es de ella.
—Es un honor conocerla, hija de los di… ¿Perdón?
Biolin, que se estaba inclinando reverentemente hacia Diarin, se quedó completamente inmóvil.
—¿Qué… qué ha dicho?
Diarin también quedó paralizada.
Era como si el polvo de una estatua hecha pedazos se desprendiera lentamente de su cuerpo.
—Yo soy de Diarin.
Ceres intervino con una declaración contundente, reforzando el ambiente de desconcierto entre las dos mujeres.
Aunque agradeció su apoyo, claramente Ceres había elegido el lugar y el momento menos adecuados para semejante anuncio.
—Un momento… ¿No vinieron a proponer un matrimonio político?
Diarin, abrumada por la confusión, preguntó directamente. No tenía sentido recurrir a rodeos ni usar el lenguaje diplomático de la corte. Todo estaba expuesto a plena vista.
—Eso también formaba parte del plan.
—Ya estamos casados.
Olvidándose momentáneamente de la vergüenza que la había invadido, Diarin declaró con firmeza.
Ceres, como si la apoyara, entrelazó su brazo con el de ella, sujetándole la mano con fuerza. Luego sacó de su bolsillo los anillos del día y colocó uno en su dedo, mientras él hacía lo mismo con el suyo.
El brillo de los anillos, idénticos, resplandecía en sus manos entrelazadas.
—Ah… Felicidades.
Biolin, calmada, ofreció sus felicitaciones.
—Gracias.
Diarin respondió también con serenidad, aunque en su mente no lograba procesar cómo habían llegado a esta situación.
Biolin fue la primera en recuperar la compostura.
—Cuando se diseñó el plan, no sabíamos que su relación era tan profunda.
—¿Qué plan, por qué y quién lo ideó?
—Para proteger a su alteza Cerendias.
Diarin inclinó la cabeza, desconcertada.
—¿Protegerlo? ¿Quién a quién?
Era una idea risible.
¿Una noble de un reino caído, destruido por la mano de Ceres, intentando protegerlo a través de un matrimonio político? ¿Al primer príncipe del imperio, un exmiembro de la Octava Unidad y respaldado por numerosos nobles?
—¿Puede garantizar que su alteza Cerendias está completamente a salvo?
Diarin frunció ligeramente el ceño.
Biolin tenía razón. Ceres no estaba completamente a salvo. Nunca lo había estado, ni al principio ni ahora, y el peligro seguía rondando.
Pero ¿existía alguna forma de garantizar su seguridad absoluta?
—El segundo príncipe nunca dejará de perseguir a su alteza Cerendias hasta que este muera. Por eso necesitábamos una excusa para llevarlo a un lugar seguro.
Desde el momento en que Ceres había reaparecido y se estableció en el palacio imperial, no había pasado ni un año. En Sorven, habían hecho todo lo posible para actuar con rapidez, y el resultado era este.
Diarin negó con la cabeza mientras abrazaba con fuerza el brazo de Ceres.
—Eso ya no es necesario. Yo estoy aquí.
Ella era la persona más fuerte, la única capaz de proteger a Ceres.
Las palabras seguras de Diarin hicieron que tanto Biolin como el rey de Sorven asintieran.
—No esperaba que la hija de los dioses se convirtiera en un apoyo tan confiable…
¡BOOM!
Un fuerte estruendo resonó desde el exterior.
Los cuatro intercambiaron miradas, pero ninguno parecía tener una respuesta para explicar el origen del ruido.
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