⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Q-qué está pasando? ¿Qué demonios hacen todos…? ¡Ack!
Era Roben.
Pero no era el Roben habitual.
—¿…En harapos?
Un aspecto familiar de harapos y desaliño.
Después de regresar al palacio, Diarin esperaba que Roben luciera pulcro y brillante como de costumbre. Pero, ¿por qué estaba en ese estado? Su ropa estaba rasgada, tenía moretones por todas partes y algunas heridas parecían sangrar.
El camino desde el Palacio del Segundo Príncipe hasta aquí no debía ser tan complicado. Algo debía haber pasado en medio.
—¡Aaaah! ¿Qué les pasa a todos? ¡Cálmense! —gritó Roben a los miembros de la Octava División que estaban fuera de control.
Quizás porque su voz era la más fuerte, algunos de los soldados frenéticos se detuvieron y giraron la cabeza hacia él, mientras que otros ralentizaron sus movimientos.
Aprovechando la oportunidad, Diarin escapó rápidamente.
¡Sigue gritando, sigue gritando!
Diarin pensó mientras corría.
Dado lo sensibles que eran los miembros de la Octava División al sonido, si Roben seguía gritando, probablemente centrarían su atención en él.
—¡¿Te volviste loco?! ¡Después de todo el trabajo que me costó ponerte en forma humana, ahora vienes con esto! ¡Ay, mi pobre corazón! —Roben se golpeaba el pecho mientras exclamaba con desesperación.
Incluso mientras corría, Diarin ladeó la cabeza, desconcertada.
¿Es su padre o qué?
Sonaba como un padre lamentándose por un hijo travieso que nunca aprendía.
—¡Deténganse todos! ¡Tiren las espadas! ¡Basta ya!
Pero, ¿qué hijo escucha siempre a su padre?
Mucho menos los miembros de la Octava División en su estado actual.
—Huff… huff…
—Grrr…
Los soldados, respirando como bestias agotadas, uno por uno comenzaron a girarse hacia Roben.
La agresión hacia los demás soldados se detuvo. Sin embargo, los soldados, temerosos de convertirse en el próximo objetivo de la furia, no aprovecharon la oportunidad para contraatacar. En lugar de eso, retrocedieron en silencio.
Nadie podía culpar a aquellos que se retiraban. Todos sabían que abrir la boca podría convertirlos en el siguiente objetivo.
Aunque lamentable para Roben, no había más opción que dejarle lidiar con la situación.
—¡Eh, esperen un momento! —Roben extendió las manos frente a él, tratando de calmar a los soldados.
Pero sus palabras no llegaron a los oídos de los frenéticos miembros de la Octava División.
—¡Rayos! ¡Si me atacan, voy a usar ‘eso’! —amenazó Roben, temblando de pies a cabeza.
Por supuesto, tampoco lo escucharon.
—¡Aaaaah! ¡Aaagh! ¡No! ¡Ugh!
La violencia desatada cayó sobre Roben.
La intensidad era varias veces mayor que antes, pues ahora los ataques estaban concentrados exclusivamente en él.
Sorprendentemente, Roben esquivaba los ataques.
Aunque no era el movimiento de alguien entrenado profesionalmente, lograba anticipar las trayectorias con una precisión casi sobrenatural y evitarlas.
Un estilo de evasión forjado puramente en situaciones de vida o muerte.
¿Oh?
Diarin quedó impresionada.
¡Vale la pena haber convivido con él!
Sin embargo, pronto, Roben llegó a su límite.
Lo acorralaron contra un rincón donde ya no podía retroceder.
—¡Si no se calman ahora mismo, voy a usar esto! ¡Lo usaré, lo usaré, ¿eh?! —a pesar de la desesperación, su voz resonaba con fuerza.
El entrenamiento de los soldados de la Octava División era impresionante.
¿Pero qué piensa usar?
Mientras esquivaba los ataques, Roben comenzó a buscar algo en su ropa.
Pero esquivar ya le resultaba complicado, y buscar algo al mismo tiempo era aún más difícil.
—¡¿Por qué no sale?! —gritó desesperado al no encontrar lo que buscaba.
Estaba tan frustrado que casi rasgó su ropa en el intento.
Pero sus manos, aunque temblorosas, no tenían la fuerza suficiente para desgarrarla.
—¡¿Qué estás buscando?! —preguntó Diarin con urgencia.
Aunque no podía correr a ayudarle a luchar, al menos podía ayudarle a buscar.
—¡Una flauta! ¡La flauta de emergencia que cosí dentro de mi ropa…! ¡Maldita sea, no puedo sacarla!
¿Una flauta de emergencia?
Aunque los demás no entendieran, Diarin lo comprendió de inmediato.
Era la misma flauta que había usado en el pasado con Ceres y que había jurado no volver a tocar.
La suya había quedado enterrada junto con la mansión, pero había más de esas flautas en su momento, pues había varios responsables de controlar a la Octava División. Aunque la mayoría fueron destruidas, al parecer Roben había conseguido una.
Por increíble que pareciera, nunca había tenido que usarla hasta ahora. Pero ese momento finalmente había llegado.
—¡Quita las manos! —ordenó Diarin.
Por reflejo, Roben levantó las manos sobre su cabeza.
Aunque no entendía lo que Diarin iba a hacer, obedeció instintivamente.
Fue una decisión acertada.
¡Whoosh!
—¡Aaaah!
En un abrir y cerrar de ojos, la ropa de Roben se prendió fuego y se desintegró por completo.
—¡Pero qué demonios! —gritó Roben, horrorizado.
—¡El cabello está a salvo! —lo consoló Diarin.
Aunque sonaba como una burla, era un intento genuino de tranquilizarlo.
Sorprendentemente, Roben se sintió aliviado.
Mejor estar desnudo que calvo. La vergüenza es pasajera, pero la calvicie es eterna.
N/T: WTF JAJAJAJJAJA LOS AMO.
—¡La flauta, rápido, la flauta! —gritó Diarin.
Obedeciendo, Roben se apresuró a buscar la flauta entre las cenizas de lo que había sido su ropa.
Un silbato de metal oculto entre las ropas cayó al suelo con un tintineo, rodando hasta detenerse.
Roben, completamente avergonzado por estar desnudo, se lanzó hacia el silbato y lo agarró apresuradamente.
Si hubiera tenido tiempo de sobra, quizá habría dudado, pero las cuchillas que volaban hacia él disiparon cualquier sentimiento de culpa.
—¿Fueron ustedes los que intentaron matarme primero, no? ¡¿Eh?! —dijo mientras se justificaba, aunque no se detuvo a reflexionar demasiado.
Era una estrategia de emergencia, una excusa para cuando tuviera que enfrentarlos de nuevo cara a cara en el futuro. Por ahora, lo importante era sobrevivir.
Roben llevó el silbato a sus labios y lo sopló con fuerza.
—¡Ceres! —gritó Diarin mientras abrazaba la cabeza de Ceres y canalizaba su poder sagrado.
Había roto la mayoría de los hechizos que afligían el cuerpo de Ceres. Esos hechizos probablemente ya no funcionarían al oír el sonido del silbato.
Sin embargo, su cuerpo reaccionó antes que su mente.
Fue un acto reflejo.
—¡Krgh!
—¡Guh!
El sonido inaudible del silbato resonó, y de inmediato los miembros de la Octava Unidad cayeron al suelo.
Aquellos que hasta un momento antes habían estado moviéndose con ferocidad se desplomaron como peces arrojados fuera del agua, retorciéndose de dolor.
—¿Qué… qué está pasando? ¿Por qué reaccionan así de repente?
—Parece que están sufriendo… pero, ¿por qué? —La confusión se apoderó de los presentes.
Nadie sabía cómo proceder ante la repentina situación.
—¡¿Qué están haciendo?! ¡Estos son los que han convertido el Palacio Imperial en un desastre! ¡Mátenlos de una vez! —vociferó Endin, rompiendo el caos con su grito autoritario.
—A-ah, cierto, sí, claro…
—¡Guardias imperiales!
Aún conmocionados por el despliegue de fuerza brutal y por haber estado al borde de la muerte, los soldados sobrevivientes actuaron como autómatas ante la orden de Endin.
Los guardias restantes, junto con los refuerzos recién llegados, ajustaron sus armas con manos temblorosas.
Después de todo, seguir las órdenes del segundo príncipe era lo correcto. No había lugar para cuestionamientos.
—¡Todos han sido neutralizados! ¡Solo amárrenlos! ¡Eso será suficiente! —gritó Roben, colocándose delante de ellos, su desnudez olvidada por la urgencia del momento.
—¡Atarlos no es suficiente! ¡Matarlos es más seguro y definitivo!
—¡Quítese de en medio! ¿Está tratando de defenderlos?
Nadie mostró piedad cuando sus propias vidas estaban en juego. Roben, enfrentando la multitud él solo, no era rival suficiente para detenerlos.
—¡Pero las órdenes de Su Alteza el segundo príncipe fueron claras! ¿Acaso no escucharon?
Las amenazas a su vida, sumadas a las órdenes de Endin, motivaron aún más a los soldados.
—¡Aunque sea así… pero aún así! —balbuceó Roben, desesperado.
Los soldados lo apartaron con brusquedad y avanzaron hacia los miembros de la Octava Unidad.
—¡No los maten! —gritó Diarin con todas sus fuerzas.
Pero su súplica cayó en oídos sordos. Los soldados alzaron sus espadas, listos para dar el golpe final.
Solo hacía falta hundir sus armas, y estos seres peligrosos dejarían de ser una amenaza. La seguridad estaba al alcance…
El miedo nublaba los pensamientos de los soldados. El grito de Diarin no lograba detenerlos, pero cuando ella se lanzó hacia Halt, quien estaba tirado cerca, se vieron obligados a retroceder.
Diarin se arrojó sobre el cuerpo de Halt, protegiéndolo con el suyo.
—¿Acaso han olvidado que estas personas son los héroes que pusieron fin a la guerra?
Su acción extrema obligó a los soldados a detenerse. Después de todo, matar a alguien que un ‘hijo de Dios’ protegía con su propio cuerpo era un desafío enorme.
Los soldados dudaron, buscando excusas para justificar su postura.
—Pero… ahora son los criminales que asesinaron a Su Majestad el Emperador y a la Emperatriz… Los que dejaron el Palacio Imperial en este estado. ¿Cómo podríamos…?
—¡Fueron manipulados! ¡¿No pueden verlo?! —exclamó Diarin con voz temblorosa, al tiempo que levantaba el rostro de Halt para examinarlo.
El rostro pálido de Halt estaba desencajado, y un débil gemido escapaba de entre sus dientes apretados.
—Halt, por favor, despierta.
—Ugh…
Diarin sostuvo la cabeza de Halt y canalizó su poder sagrado en él, tal como había hecho con Ceres antes.
No sabía si funcionaría de la misma manera, pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras lo veía sufrir.
—Ugh… ¿Quién… es usted? —preguntó Halt débilmente, con una voz entrecortada.
—¿Halt? ¡¿Has vuelto en ti?!
—Ugh… Me duele. Creo que voy a… desmayarme…
—¡Hazlo entonces!
—¡¿…?!
Incluso en medio del delirio, Halt la miró, incrédulo.
A pesar de todo, podía sentir que la situación era grave.
¿Qué podía hacer en ese estado?
Nada.
—…De acuerdo.
Gracias al poder sagrado de Diarin, el dolor había disminuido considerablemente.
El cuerpo y la mente de Halt, forzados al límite por el hechizo, ya no podían resistir más.
Dejó de luchar y permitió que la inconsciencia lo envolviera.
Incluso este ‘cachorro’ sabía obedecer.
Gracias a que cedió a la inconsciencia, no sintió la mirada asesina que le dirigía ‘el otro cachorro’.
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