⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Diarin abrazó con fuerza el cuerpo inerte de Halt mientras se dirigía nuevamente a las personas con un grito firme:
—¡Ya lo vieron! ¡Pudimos hablar con él! No están completamente perdidos; alguien está manipulándolos, lo que los llevó a este estado temporal. Así que, ¡retrocedan todos!
La multitud se miró entre sí, confundida. Aunque habían recibido la orden directa de Endin, no podían ignorar tan fácilmente las palabras de un Hijo de Dios.
—Pero, ¿y si se vuelven peligrosos otra vez…? —murmuraron algunos, cautelosos.
Los presentes estaban indecisos. Los altos mandos podían esconderse en lugares seguros si algo salía mal, pero los soldados y guardias sabían que ellos serían los primeros en enfrentar cualquier desastre.
—¿Y creen que no sé cuán peligrosos pueden ser? —interrumpió Diarin, elevando la voz con un tono de orgullo—. ¡Yo estuve en el campo de batalla! Si no han pisado un campo de guerra, mejor cierren la boca.
La declaración cayó como un balde de agua fría. Era una de esas afirmaciones molestas, pero innegables, que sólo quienes habían sobrevivido a la guerra podían proclamar.
Aunque los presentes guardaron silencio, no todos estaban dispuestos a obedecer de inmediato. Después de todo, aunque Diarin fuera un Hijo de Dios ‘igualado en rango al Emperador’, la autoridad directa sobre ellos recaía en Endin. Y sin una orden específica de Ceres, la voz de Endin prevalecía.
Fue en ese momento cuando la furia de Endin se desbordó:
—¡Les he dicho que los maten! ¡Si dejamos que esta situación vuelva a descontrolarse, ¿quién asumirá la responsabilidad?! ¡Si sucede algo, serán ejecutados junto conmigo!
La amenaza de Endin retumbó, pero los soldados seguían sin decidirse. Mientras tanto, los miembros de la Octava Unidad continuaban retorciéndose en el suelo, atrapados en un dolor insoportable.
—¡Kuhhh…!
—¡Aaahhh…!
Parecían bestias heridas, listos para atacar en cualquier momento. El miedo palpable y las órdenes enfrentadas sumieron a los soldados en un dilema.
—¡Debemos matarlos! ¡Es lo correcto! —exclamó finalmente Merian, la alta sacerdotisa.
La sacerdotisa tenía sus propios intereses en juego: si la Octava Unidad desaparecía, también lo harían todas las pruebas de su implicación.
Los ojos de Diarin se entrecerraron peligrosamente.
—¿Están sugiriendo que simplemente matemos a los responsables del asesinato del Emperador?
Aunque sabía que la Octava Unidad había sido manipulada, usar ese título ‘asesinos del Emperador’ era su única estrategia para salvarlos.
—Cualquiera que mate a estos hombres ahora será considerado cómplice de traición. ¡Eso los convierte en parte del complot rebelde!
—¡¿Qué?!
El simple hecho de mencionar la palabra traición hizo que las espadas de los guardias se detuvieran en el aire. Nadie se atrevía a moverse frente a esa acusación.
—Son testigos clave. ¡Si alguien los daña, será acusado de querer destruir pruebas cruciales! —remató Diarin, plantando la semilla de duda en la multitud.
La situación era clara: la Octava Unidad, a pesar de su estado, seguía siendo una pieza clave en el rompecabezas del asesinato del Emperador. Y matarlos no solo sería cruel, sino también un acto sospechoso.
—¡Cuerda! ¡Traigan cuerdas! —gritó finalmente uno de los guardias, inclinándose hacia el lado de Diarin.
La balanza se inclinó a favor del Primer Príncipe.
Endin apretó los dientes con furia. Sentía cómo todo el aire de la sala se volvía en su contra. Una vez más, veía cómo el control de la situación se le escapaba de las manos.
En ese momento, una de las columnas del palacio, envuelta en llamas, se derrumbó con un estruendo ensordecedor. El cielo negro de la noche se tornó rojo con el reflejo de las llamas, mientras el suelo seguía manchado con la sangre de innumerables caídos.
Era una noche teñida de rojo.
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—Su Alteza, el Segundo Príncipe… no tengo palabras para expresar mi pesar.
El Duque Jureen se acercó a Endin, quien permanecía inmóvil, observando el cuerpo de los emperadores dentro de un ataúd de cristal.
El cuerpo de la Emperatriz había sido recuperado con éxito, pero el del Emperador era irreconocible, reducido casi a carbón. No era diferente de un cadáver de jabalí quemado en un incendio forestal.
—Podríamos decir que no está muerto, sino desaparecido —murmuró Endin, sin apartar la vista—. Tal vez está siendo tratado y no puede mostrarse… O quizás otro Hijo de Dios apareció y lo salvó.
La voz de Endin reflejaba la frustración que lo consumía.
El Duque sabía que sus palabras de consuelo eran solo una formalidad. Lo que realmente importaba ahora era decidir el próximo paso. Todo el plan había salido mal.
No solo corría el riesgo de perder su camino al trono, sino que ahora también podía ser acusado de haber conspirado para asesinar al Emperador.
Esos sacerdotes deberían quedarse en sus templos…
La furia hervía en su interior. Una y otra vez, esos obstáculos imprevistos, esos Hijos de Dios, arruinaban sus planes.
—Los tres escenarios que plantea no son malos —respondió fríamente el Duque Jureen, sin una pizca de emoción mientras miraba el cuerpo de su hija muerta.
—Pero el mejor plan sigue siendo el original.
Endin lo miró de reojo.
—¿Y cuál era ese plan original?
—Que los miembros de la Octava Unidad, enloquecidos bajo la influencia del Hijo de Dios, mataran al Emperador y provocaran el incendio en el palacio. En el proceso, desgraciadamente, la Emperatriz también moriría…
El Duque recitó las palabras como si estuviera dictando un manual.
—Y que, mientras intentaban detener la tragedia, la Alta Sacerdotisa Merian, el Hijo de Dios y el Primer Príncipe también murieran…
Endin entrecerró los ojos, captando las insinuaciones del Duque.
El Duque Jureen esbozó una sonrisa fría, torcida solo en una esquina de su boca.
—Si tan solo hubiera resultado perfecto… claro, siempre y cuando yo no hubiera estado incluido entre los muertos.
—…..
La sala donde se guardaban los cuerpos del Emperador y la Emperatriz estaba situada en el templo.
En algún lugar, alguien podría estar escuchando la conversación.
Sin embargo, el Duque Juren se mostró completamente tranquilo, como si eso no le importara en absoluto. Era una declaración implícita de su intención de dejar atrás las disputas estancadas por argumentos y proceder directamente al asunto. Ante esto, Endin esbozó una sonrisa de acuerdo.
El Duque Juren sabía que Endin planeaba matarlo también. Pero, incluso sabiendo eso, decir algo así significaba que estaba dispuesto a someterse y ponerse bajo el mando de Endin.
—A veces, los planes toman un desvío largo, pero si uno llega al resultado deseado, el proceso realmente no importa, ¿verdad? —dijo el Duque Juren con calma.
Si el Duque Juren lo expresaba de esa manera, Endin no tenía razones para rechazarlo. Necesitaba aliados, al menos por ahora.
Con el Emperador, que había sido el centro de gravedad, ahora muerto, los nobles vagarían desorientados, pensando en a quién apoyar.
Por supuesto, Endin no planeaba dividir los bandos y enfrentarse a una nueva guerra interna. La situación no le favorecía si el tiempo seguía pasando sin resolverse.
—Aunque mi madre haya terminado de esta manera…, mi sangre también lleva el linaje de la casa Juren. La familia no se puede separar tan fácilmente, ¿no cree? —Endin habló suavemente, casi con afecto.
—Es un honor escucharle decir eso, Su Alteza el Segundo Príncipe.
—Entre nosotros no hace falta usar títulos tan formales, ¿verdad? Ahora somos familia, y cada vez menos numerosa. Llámeme Endin, abuelo.
Endin mostró una sonrisa amable.
El Duque Juren, a su vez, lo miró con una expresión que parecía genuinamente cálida, como la de un abuelo cariñoso.
Pero no hay enemigos eternos ni aliados eternos.
¿Adónde podría ir el Duque Juren si dejaba de apoyar a Endin? ¿Se postraría ante Ceres? Eso era simplemente impensable.
—¿De verdad? Muy bien, Endin —respondió el Duque con una sonrisa.
Que Pelian hubiera muerto era lamentable, pero ya era cosa del pasado.
Que desapareciera junto al emperador podía considerarse incluso ventajoso para el Duque Juren. Después de todo, Pelian habría sido una competidora en la lucha por convertirse en la persona más cercana al emperador si Endin ascendía al trono.
—Abuelo.
Endin habló con una sonrisa.
El Duque Juren devolvió la sonrisa.
No había lugar para el dolor en ese ambiente.
—Entonces, ¿qué planeas hacer ahora, Endin? Este anciano solo seguirá tus planes.
Directamente, pasaron a hablar de la estrategia.
Aunque los miembros del Escuadrón 8 estaban capturados como los responsables del regicidio, Ceres y Diarin seguían intactos.
Por lo menos, deberían haberse encargado de uno de ellos.
Reprimiendo la ira que hervía en su interior, Endin miró fijamente las paredes del templo.
Las paredes del templo eran majestuosas, pero carecían de un símbolo central; estaban vacías.
No había representación de la deidad porque los humanos no podían atreverse a retratar la figura de un dios.
La ausencia de símbolos significaba que, para venerar al dios, era obligatorio congregarse en el templo.
El poder de hacer que todo girara en torno a uno mismo.
Endin deseaba poseer ese tipo de poder.
Ponerse la corona del Emperador no lo convertía automáticamente en uno.
El trono no era simplemente un asunto de turno.
Solo la persona más poderosa podía ser el Emperador.
Para lograrlo, debía adquirir poder por sí mismo o eliminar a quienes intentaran superarlo.
—Un juego sin árbitro en el medio sólo puede convertirse en una pelea caótica.
Ya no era necesario esperar el proceso de selección del Emperador.
Esa era la única parte que le daba una satisfacción absoluta.
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Ceres regresó al palacio del Primer Príncipe.
No tenía intención de enfrentarse de inmediato en una segunda ronda contra Endin. Primero, debía regresar al palacio y organizar la situación.
—Ceres, ¿de verdad estás bien?
Pero más que organizar la situación, lo que necesitaba primero era poner en orden sus emociones.
—Diarin.
Ceres miró a Diarin, quien estaba firmemente aferrada a su brazo, y le devolvió la misma pregunta.
—No deberías preguntarme eso cuando no tengo heridas graves.
—Yo tampoco estoy gravemente herido.
Aunque lo decía, su cuerpo estaba cubierto de rasguños tras enfrentarse a los miembros del Escuadrón 8.
Cortes finos, hechos por hojas de espada, marcaban su rostro, hombros y manos.
Lo que más preocupaba a Diarin era su cuello.
Recordar lo que pasó la primera vez que usó la flauta, cuando Ceres quedó aturdido, volvía a atormentarla.
—Al menos ahora la flauta ya no tiene efecto sobre ti… qué alivio.
—¡…!
Ante el murmullo de alivio de Diarin, los ojos de Ceres brillaron con intensidad por un instante.
Cierto, ¿cómo podía haberlo olvidado? La furia que sintió en el momento en que Diarin lo dejó a él para correr hacia Halt.
Su mente entendía que, en esa situación, esa era la mejor decisión, pero su corazón se negaba a aceptarlo.
—Ah. Ay, duele. Ah.
De repente, Ceres se dejó caer sobre las piernas de Diarin, abrazándola por la cintura.
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