⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Diarin apretaba con fuerza la manga de Ceres mientras murmuraba como si estuviera haciendo una declaración de guerra:
—Ceres… ya no puedes irte con nadie más.
Gruñía de manera tan feroz que casi parecía imitar a Ceres.
—Ceres es mío ahora. No te compartiré con nadie más.
—¿Eh?
Era algo tan obvio que Ceres ladeó la cabeza con una expresión de desconcierto.
—No entiendo por qué sigues repitiendo algo tan evidente, Diarin.
—…
Ceres la miraba con la misma dulzura de siempre. Poco a poco, Diarin se dio cuenta de que era la única que estaba tan alterada.
Ceres no cambiaba.
Aunque el mundo a su alrededor estuviera en constante movimiento, eso no significaba que Ceres fuera a seguir el mismo camino.
—Es que… tengo miedo de que algún día cambies de opinión. Si eso pasa, siento que no podría seguir adelante.
—¿Por qué iba a cambiar de opinión?
—Porque nadie puede prever lo que pasará con los sentimientos de una persona.
—¿Entonces los tuyos también podrían cambiar?
—¿Mis sentimientos? No, nunca.
—Entonces los míos tampoco.
Diarin, un poco avergonzada, se rascó la cabeza.
Los pensamientos caóticos que habían estado girando en su mente se calmaron de inmediato. Era como si, al igual que cuando había usado su poder divino para calmar a Ceres en su momento más turbulento, ese simple intercambio de palabras lo hubiera solucionado todo.
Quizás era natural que uno no pudiera vivir sin algo tan importante.
—Por cierto, ¿cómo supiste que estaba aquí? ¿Por qué viniste corriendo?
—Sentí algo extraño en tu presencia, así que vine.
—¿Mi presencia?
—Parecías intranquila.
—¿Te diste cuenta de eso?
A pesar de lo ocupado que estabas, rodeado de tantas personas, ¿de verdad lo notaste?
Ceres encogió los hombros, como si la pregunta le resultara completamente innecesaria.
—Siempre percibo tu presencia.
—…
Por un momento, Diarin había creído que esa sensibilidad que Ceres tenía hacia ella había desaparecido, que ahora era como cualquier otra persona. Pero no era así.
—No presto atención a la presencia de los demás, pero contigo es diferente.
Era como si la capacidad de Ceres estuviera afinada exclusivamente para percibir a Diarin. Su pensamiento inicial de que él la había olvidado, ocupado con sus deberes, resultó ser solo un malentendido suyo.
—Pero yo no puedo sentirte a ti de la misma manera.
La queja salió de sus labios de manera espontánea.
Aunque Ceres estuviera bien sin tenerla cerca, ella no podía decir lo mismo.
—Yo… yo ya no me meto en problemas aunque no estés frente a mí…
El murmullo de Ceres, como el de un cachorro regañado, le llegó a los oídos.
Pero ese no era el punto.
—Es porque me preocupa que yo haga algo malo.
—¿Tú?
Ceres giró los ojos hacia arriba, pensativo. Tras un momento de deliberación, propuso una solución:
—Entonces no deberíamos separarnos.
—Pero tú fuiste quien me dejó atrás.
—Eso…
Desde la perspectiva de Ceres, como aún podía sentir su presencia, probablemente no lo consideraba una separación. Pero para Diarin, había sido una experiencia de abandono total.
Que ella, quien solía buscar excusas para apartarse de él, fuera ahora quien sufría por la distancia era algo que Ceres claramente no había previsto.
Ahora que lo sabía, lo primero que debía hacer era disculparse, pero eso requería que explicara la razón detrás de sus acciones.
—Tenía una razón que no podía contarte.
—¿Qué razón?
El impacto de sus palabras hizo que la expresión de Diarin cambiara drásticamente, como si acabara de recibir un golpe en la cabeza. ¿No era suficiente con haberse distanciado de ella, sino que además le había ocultado algo?
Ceres, notando la gravedad de su reacción, se tensó.
—Es una razón que no podía decirte… pero…
—¿Qué razón es?
Ceres dudó. Sus pensamientos se debatían entre mantener el secreto o decírselo. Pero al final, decidió.
Aunque le habían dicho que mantenerlo en secreto era parte del significado del gesto, no valía la pena si eso iba a herir sus sentimientos.
—Estaba preparando una propuesta de matrimonio sorpresa.
—¿Una… propuesta?
—No tuve la oportunidad de hacerlo bien la última vez.
—Ah… ¿así que por eso una propuesta?
Ceres asintió con firmeza.
—Me dijeron que preparar la propuesta en secreto haría que fuera más especial para quien la recibe.
Sí, claro… eso sonaba lógico.
Pero el problema era que Ceres nunca encajaba en las normas habituales.
Además, ya habían tenido una ceremonia privada entre ellos, y el matrimonio público era algo prácticamente decidido. No era algo que pudiera sorprenderla ni mucho menos emocionarla.
Para Diarin, cada día junto a Ceres estaba lleno de sorpresas. No necesitaba más.
—A mí me gusta la estabilidad, la calma y la tranquilidad —declaró con firmeza—. Cuando no sabía que eras un príncipe heredero, pensaba… después de mi debut en sociedad, tal vez podríamos vivir en un tranquilo pueblo rural.
Los ojos de Ceres brillaron.
—Eso suena increíble.
—¿Eh?
—Me encanta la idea. Hagámoslo.
—… Tú eres el Emperador.
Ceres puso una expresión como si estuviera dispuesto a abandonar el trono de inmediato.
Diarin negó con la cabeza y lo tomó del brazo.
—No, olvida esa idea.
Por fin, después de mucho tiempo, Diarin había recuperado su rol habitual.
Había sido extraño cómo poco a poco los papeles se habían estado invirtiendo.
Hace solo un momento, Ceres había tenido que calmar a una gruñona Diarin diciéndole ‘tranquila, tranquila’.
—Hmm… —murmuró Ceres.
—Mi objetivo ha cambiado. Ahora quiero convertirte en un gran Emperador. ¿No me ayudarás a cumplirlo? —dijo Diarin con una determinación que hizo que las orejas de Ceres se agacharan, como si estuviera abrumado por la culpa.
¿Por qué no se le había ocurrido antes?
Un lugar tranquilo y apartado, donde pudiera estar solo con Diarin, en una aldea rural…
Ceres se lamió los labios, lamentando la oportunidad perdida.
—Tal vez, cuando nuestro heredero crezca lo suficiente para heredar el trono, podamos hacerlo —murmuró.
Diarin lo consoló dándole unas palmadas en la espalda.
Ambos se habían convertido en figuras demasiado prominentes para simplemente escaparse juntos por amor.
Si Ceres desaparecía, sería un problema. Si Diarin desaparecía, también. Pero si ambos desaparecieran, el reino entero temblaría.
—El heredero… —suspiró Ceres.
Al final, la conclusión siempre llegaba al mismo punto.
—Diarin, entonces empecemos a trabajar en nuestro heredero desde hoy mismo.
—…
Aunque había aprendido a controlar la intensidad, Ceres todavía tenía problemas con la velocidad.
Diarin miró al cielo, intentando ignorar a Ceres, que se le estaba pegando como una lapa.
El problema era que, en el fondo, a Diarin no le molestaba.
Ya era difícil controlar sus propios sentimientos, y tener que frenar a Ceres hacía todo el proceso el doble de complicado.
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La impaciencia de Ceres evolucionó en un plan para combinar la ceremonia de coronación con la boda.
—Como prueba de que no me separaré de ti ni un solo instante, prometo no soltar tu mano desde el principio hasta el final —declaró Ceres con determinación.
Diarin asintió, resignada.
Ya había aceptado casarse con él, así que podía soportar un poco de vergüenza pública.
—Por eso, incluso la ropa debe ser igual para ambos.
—…Está bien, podemos hacer eso.
—También ordené que las coronas del Emperador y la Emperatriz fueran idénticas.
—¿Eso se puede hacer…?
Diarin, que hasta ahora había permitido que Ceres hiciera todo a su antojo, finalmente intervino para ponerle un freno.
La corona del Emperador simbolizaba su poder. Aunque la corona de la Emperatriz fuera hermosa y llamativa, nunca debía ser más imponente que la del Emperador.
—Si fuera por mí, te daría también el trono, Diarin…
—Solo aceptaré la mitad —respondió rápidamente, cortándolo antes de que terminara la frase.
Ceres nunca decía cosas como esas en broma, y si ella le seguía el juego, él realmente lo haría.
Diarin había aprendido a no aceptar ningún ‘regalo’ que Ceres ofreciera sin pensar en las consecuencias.
Desde que tenía poder y riqueza, había descubierto que no deseaba nada más. Era como si toda su codicia hubiera desaparecido.
—Pero esto sí quiero que lo aceptes —dijo Ceres con un tono que insinuaba que había preparado algo.
Diarin lo miró, curiosa, y asintió.
—De acuerdo, estoy lista. Dámelo.
Ya estaban casados en una ceremonia privada, así que no sentía los nervios que una propuesta tradicional podría causar.
No había esperado que Ceres insistiera en otra propuesta formal, pero él era sorprendentemente testarudo en ciertos aspectos.
—Tenemos que ir a otro lugar para esto.
En ese momento, estaban en el Gran Salón, revisando los preparativos para la coronación y la boda.
El lugar estaba lleno de gente ocupada y ruidosa, y también de asistentes esperando instrucciones.
—Sí, este lugar no es adecuado —admitió Diarin.
Aunque estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa, el ambiente definitivamente no era el ideal.
—Vamos, Diarin.
Ceres extendió su mano hacia ella.
Parecía tener algo preparado, y su confianza era evidente.
Diarin tomó su mano con la sensación de estar a punto de presenciar un espectáculo improvisado.
Ceres detuvo a quienes intentaron seguirlos y comenzó a correr con Diarin hacia el exterior del edificio.
Quienes los rodeaban, conscientes del poder y la autoridad de Ceres, obedecieron sin hacer preguntas.
Por fin, estaban solos.
Era raro que pudieran disfrutar de un momento juntos bajo la luz del día, sin interrupciones.
Diarin, emocionada, se adelantó a Ceres, corriendo más rápido.
—¡Diarin! ¿Sabes siquiera a dónde vas? —preguntó Ceres, sorprendido.
—¡No! Solo estoy corriendo porque estoy feliz. ¿A dónde vamos?
Ceres rió y negó con la cabeza.
—Si es un lugar que te haga feliz, entonces eso basta para mí.
Aunque tenía un destino en mente, realmente no importaba.
Ceres también se dejó llevar, corriendo junto a Diarin mientras la luz del sol los envolvía.
Ambos brillaban como jóvenes en el esplendor de su edad.
Cuando finalmente se detuvieron, jadeando, se encontraron en un lugar conocido.
—Oh, este lugar es…
Diarin se secó el sudor de la frente mientras observaba el paisaje frente a ella.
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