⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Era el palacio abandonado donde habían visto la luna en forma de conejo.
Cuando reconstruyeron el palacio imperial que se había quemado, aprovecharon para comenzar las obras en los edificios deteriorados. Aunque todo alrededor estaba en construcción, este lugar aún permanecía igual.
Era tan silencioso como la última vez que lo visitaron, sin rastro de personas.
—¿Aquí tampoco hay nadie durante el día?
Los empleados del palacio imperial estaban ocupados. No había razón para vagar sin propósito por rincones como este.
—¿Deberíamos derrumbar este lugar y reconstruirlo algún día?
Probablemente, durante el reinado de Ceres, el palacio imperial cambiaría drásticamente.
Incluso dejando de lado las secciones que se estaban renovando, había muchas instalaciones antiguas que necesitaban ser remodeladas. Llegaría el momento en que este lugar también cambiaría.
—Antes de que se convierta en una ruina aún más peligrosa.
Aunque Diarin sabía que ese momento llegaría eventualmente, le resultaba algo melancólico pensar que un lugar lleno de recuerdos con Ceres cambiaría.
—Antes de demolerlo, entremos una vez más.
Después de todo, los recuerdos seguirían acumulándose en el futuro. No tenía sentido aferrarse demasiado al pasado, pero volver una última vez no era mala idea.
—Diarin, es peligroso.
Ella levantó la mano que sostenía la de Ceres y se la mostró.
—Si me caigo o resbalo, me sostendrás, ¿verdad?
Ahora podía caminar sola, sin necesidad de aferrarse al pecho de Ceres.
Así como Diarin, la Hija de Dios, había encontrado su lugar en el palacio sin depender de la protección del príncipe heredero Cerendias, Ceres también había aprendido a sentirse tranquilo solo con percibir la presencia de Diarin desde lejos, sin necesidad de refugiarse en su abrazo.
—Puedo ir por mi cuenta.
Diarin, para demostrarlo, comenzó a avanzar delante de Ceres.
La última vez que estuvieron allí había sido de noche; esta vez era de día. Además, ahora llevaba zapatos firmes en lugar de sandalias.
Diarin avanzó sobre las ruinas sin necesidad de ser cargada en los brazos de Ceres.
Al ver su paso decidido, Ceres dejó de preocuparse y la siguió tranquilamente.
—Durante el día, parece diferente.
Diarin contemplaba el lugar mientras subía lentamente sobre los escombros.
Era una ruina hermosa.
Ahora podía ver cosas que no había notado durante la noche.
—Sí, es diferente.
Ceres también observó el palacio abandonado con una sensación renovada.
Cuando huyó llorando aquí la primera vez, no tuvo tiempo para admirar su aspecto.
La belleza era un lujo que nunca había considerado como parte de su vida.
—Es hermoso.
Sin embargo, siempre que estaba con Diarin, esa sensación lo invadía.
Ante las palabras de Ceres, Diarin asintió con la cabeza y movió la mirada.
Las hojas verdes que envolvían el edificio blanco, la luz del sol reflejándose en ellas, brillante y serena.
Incluso la atmósfera tranquila parecía digna de la palabra —hermosa—.
—Sí, es realmente herm…
Mientras intentaba responder, el final de la frase de Diarin se interrumpió al darse cuenta de que Ceres no estaba mirando las ruinas, sino a ella.
—Yo no, las ruinas.
Diarin corrigió rápidamente el objeto de admiración.
Ceres asintió con la cabeza, giró brevemente la mirada alrededor del lugar, y luego la volvió a fijar en Diarin.
—Las ruinas son hermosas porque las veo contigo.
Ceres añadió un adjetivo obstinadamente.
Diarin entrecerró los ojos.
Aun así, la testarudez de Ceres no se rompió.
—Antes de estar contigo, no sabía lo que era la belleza.
—…
Esas palabras, cargadas de dulzura, hicieron que Diarin se detuviera con una sonrisa nerviosa y torciera ligeramente los labios.
Ceres, en cambio, no sabía lo que era la vergüenza o la incomodidad.
—Tampoco sabía que la luz del sol filtrándose entre las hojas podía ser hermosa.
Era como en ese momento.
El viento agitó las hojas, y los rayos de sol se deslizaron entre ellas como pequeñas perlas de luz.
—Tú trajiste color a mi mundo.
En un mundo donde solo distinguía formas y límites, ahora había colores.
Ese era un árbol, aquel era un pilar. Antes, el mundo era solo eso, una serie de distinciones. Ahora, los adjetivos empezaron a añadirse poco a poco.
Todo comenzó con Diarin.
Las ramas de un árbol que recordaban el color de su cabello, las hojas que reflejaban el tono de sus ojos.
El mundo entero parecía una extensión de Diarin.
Y Diarin, por sí sola, era luminosa y cálida.
Fue entonces cuando Ceres entendió que el mundo podía ser brillante y cálido.
—Contigo, mi mundo puede seguir brillando.
Diarin tosió ligeramente, desviando la mirada.
Quería devolverle palabras igual de magníficas, pero su talento para hablar solo destacaba cuando intentaba justificarse frente a sus superiores o vender algo a los devotos.
¿Cómo se suponía que debía responder a semejantes palabras dulces y empalagosas?
Aunque mantenía una expresión tranquila, el color de su rostro la delataba.
Las mejillas de Diarin, ahora rojas como el carmesí, recibieron el suave contacto de los labios de Ceres.
—También es gracias a ti que aprendí que este color en tu rostro es lindo y encantador.
—…
El rubor en el rostro de Diarin se intensificó.
Pero Ceres no se detuvo allí.
Alzó la mano de Diarin, le besó el dorso y luego llevó su palma a su propia mejilla, frotándola suavemente contra ella.
Sus labios depositaron otro par de besos en la mano.
—Mi mundo eres solo tú, Diarin.
Incluso el trono carecía de sentido sin ella.
¿Qué valor podía tener el poder si el mundo no tenía significado?
Era como obligarse a tragar comida insípida sin ningún placer.
Pero Ceres ya había probado lo más delicioso del mundo.
Cuando conoces ese sabor, el miedo a perderlo se vuelve más intenso.
Había experimentado la belleza del mundo a través de Diarin. Ahora sabía que no podía dejarla ir.
—Diarin, ¿te quedarás a mi lado para siempre?
Ceres apretó su mano con fuerza, como si jamás fuera a soltarla, mientras formulaba la pregunta.
Sin dudarlo, Diarin asintió con la cabeza.
—Sí.
Después de todo, esa ya era su intención.
Cuando Ceres soltó su mano, esta vez sería Diarin quien nunca la dejaría ir.
Diarin entrelazó sus dedos con los de Ceres como si sellara una promesa. Las manos, ahora entrelazadas, estaban firmemente unidas, imposibles de separar.
—Nunca te soltaré.
Ante la respuesta de Diarin, Ceres sonrió radiante. Una sonrisa tan deslumbrante que podría hacer temblar el corazón de cualquiera que la presenciara.
—…Ah.
Mientras ambos se miraban y reían juntos, Ceres recordó algo que había olvidado. Su sonrisa desapareció de repente, lo que hizo que Diarin también se pusiera seria.
—¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió?
Aunque Ceres solía tener una expresión seria, si de reír pasaba a fruncir el ceño, debía ser algo realmente importante. ¿Quizás había olvidado matar a alguien que debía eliminar…? ¿Algo así?
—El orden se equivocó.
—¿Eh?
Ceres, aún con las manos entrelazadas con las de Diarin, señaló con el mentón su bolsillo.
—No te he dado el anillo de compromiso antes de entrelazar nuestras manos.
—…Entonces dámelo ahora.
—Pero no quiero soltar nuestras manos…
Sin dudarlo, Diarin soltó la mano entrelazada rápidamente y extendió elegantemente sus dedos, lista para recibir algo.
—Vamos, estoy preparada. Inténtalo de nuevo.
No importaba si era antes o después; lo importante era disfrutar del momento. Diarin completó en un instante su preparación física y mental para recibir el anillo.
—Diarin, el anillo de compromiso simboliza una promesa y también significa que quiero atarte a mi corazón —dijo Ceres.
—Sí, lo entiendo.
Finalmente, Ceres sacó el anillo de su bolsillo. Pero no era uno, sino diez.
Diarin parpadeó, atónita, mirando los anillos antes de mirar a Ceres.
—¿Quieres que elija uno?
—Son los diez.
—¿Qué?
—Significa que todo mi corazón está atado a ti.
Pero… ¿realmente era eso? Diarin ladeó la cabeza, desconfiada.
—Esto parece más bien un aviso de que mi cuerpo, mente y vida estarán completamente ligados a ti.
—…
¿Por qué desvió la mirada como si lo hubieran descubierto? Parecía que la obsesión de Ceres estaba ardiendo intensamente.
—Acéptalos, por favor.
—Hmmm…
—¿No los aceptarás?
—Hmmm…
—Por favor.
Escuchar a Ceres decir ‘por favor’ era irresistible y adorable. Le resultaba tan entrañable que parecía que siempre acabaría cediendo ante él.
Pero extrañamente, no era un sentimiento desagradable.
—Los aceptaré.
Diarin aceptó con un aire despreocupado mientras comenzaba a ponerse los anillos uno por uno en sus dedos. Los diez anillos brillaban intensamente en sus manos, casi cegadores. Brillaban tanto como Ceres.
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La ceremonia de ascensión al trono del nuevo Emperador se llevó a cabo, como estaba previsto, junto con su boda. O, más bien, la ceremonia de coronación fue casi un accesorio para la boda.
Era una ceremonia nupcial tan deslumbrante que casi hacía parecer que había dos emperadores.
—¡Larga vida al Emperador Cerendias!
—¡Larga vida a Diarin, la hija del dios!
De hecho, no había mucha diferencia, ya que Diarin participaba en la mayoría de las reuniones de gobierno del imperio.
Esta boda reflejaba ampliamente las opiniones de Diarin, especialmente en cuanto a los adornos que colgaban por todo el cuerpo de Ceres.
—Se ve bien.
Diarin miró orgullosa su obra, sus ojos curvados en una sonrisa satisfecha. Ceres, cargado de collares, brazaletes, tobilleras y los anillos en los diez dedos, sonrió como un niño inocente mientras miraba a Diarin.
Ella también llevaba un atuendo igualmente ostentoso. Ambos, al insistir en expresar sus sentimientos hacia el otro de la manera más evidente posible, habían terminado vistiendo de forma tan extravagante que parecían joyas humanas.
—Tú también te ves bien, Diarin.
Literalmente brillantes, ambos se sonrieron mientras sus dedos entrelazados, adornados con los anillos, se apretaban aún más firmemente.
A los ojos del otro, solo había amor. Para quienes los observaban, sin embargo, aquello era pura locura. Dos almas apasionadas, intensas, completamente obsesionadas.
Eran como dos lobos salvajes perdidamente enamorados, imposibles de detener.
[ FIN DE LA HISTORIA PRINCIPAL ]
[ CONVIRTIENDO AL PERRO LOCO EN UN JOVEN MAESTRO ]
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