⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
La primera noche comenzó con nerviosismo y terminó en asombro.
Diarin no sabía mucho sobre las relaciones entre hombres y mujeres.
Sabía lo básico, pero su conocimiento era superficial, apenas raspaba la superficie.
Lo poco que sabía lo había aprendido escuchando las conversaciones entre los sacerdotes, centradas en aspectos sensacionalistas.
—¡Dicen que si un hombre tiene la nariz y los dedos largos, eso también es largo!
—Yo escuché que cuanto más largo, más dura el acto.
—¿Y no se puede saber el grosor por los muslos?
Las nobles jóvenes que vivían en el templo no tenían ninguna experiencia con hombres, así que sus comentarios, basados en rumores, solían exagerarse con imaginación y conjeturas.
—¡Dicen que si te topas con un hombre demasiado grande, podrías partirte por la mitad y morir!
—Pero si es pequeño, no sientes nada, ¿no?
Algunos rumores resultaban ser ciertos por casualidad, pero otros eran historias absurdas que no tenían sentido.
—¿Cómo va a ser un hombre un monstruo? ¿Cómo va a ser tan grande como para partir el cuerpo en dos?
A veces, las personas que llegaban al templo tras enviudar trataban de corregir esos mitos.
Sin embargo, los conocimientos sesgados nunca se rectificaban del todo.
—¿De-de-de verdad no voy a morir?
Diarin agarró a la anciana que se encargaba de su educación sexual y, temblando, le preguntó con voz insegura.
Ya estaba tan nerviosa que tenía la mente completamente en blanco mientras se preparaba para la noche.
—¿¡Vello?! ¿Por qué tengo que quitarme el vello?
—Es por higiene y para mejorar la sensación, Su Majestad la Emperatriz.
—¿Tengo que seguir haciéndolo? ¿¡Siempre?!
—No, pero… para la primera noche es una costumbre muy extendida.
Hasta cierto punto, estaba preparada para usar perfume en el cuerpo y en el cabello.
¿Pero quitarse el vello? ¿Todo? Brazos, piernas, axilas… ¿absolutamente todo?
Aunque las doncellas trabajaban con profesionalismo, la vergüenza invadió a Diarin.
—¿De verdad tengo que hacerlo?
—Si desea mostrar respeto hacia Su Majestad el Emperador…
—¿Y él también me muestra respeto?
—Bueno, no necesariamente…
—Pues dile que hasta que él lo haga, yo tampoco lo haré.
Y así, parecía que el asunto del vello se había resuelto.
—Su Majestad el Emperador también lo ha hecho.
Al escuchar esa respuesta, Diarin no tuvo más remedio que someterse.
Fue un momento en el que pensó que moriría ahogada en su propia vergüenza.
Tras terminar de prepararse, justo antes de entrar en la alcoba nupcial, llegó el momento de la educación sexual.
Después de sentirse tan expuesta durante la preparación, su confianza en los conocimientos que tenía se había desplomado.
¡Pase lo que pase, será algo que supere mi imaginación!
La que antes se mostraba confiada, ahora estaba completamente intimidada.
Agarró a la anciana que la instruía y empezó a temblar.
—¿Qué pasó? Hasta antes del baño parecía tranquila. ¿Acaso las doncellas le dijeron algo?
—¡Nadie me avisó que tendría que quitarme todo el vello del cuerpo para la primera noche!
—¿Eh? Ah… ¡ah!
La anciana asintió con comprensión, como si finalmente hubiera recordado algo.
Era una de esas cosas que, al pasar una sola vez, la mayoría olvidaba por completo.
Pero para quien lo experimentaba por primera vez, era lo suficientemente impactante como para quedarse grabado.
—Bueno… entiendo que haya sido algo desconcertante.
—¡Exacto! ¿Y quién dice que no habrá algo peor después?
—Bueno… podría ocurrir algo más inesperado.
—¿¡Cómo!?
Diarin casi saltó de su asiento.
Quizá ahora era el momento de retractarse.
No, tampoco podía hacer eso. Todo el mundo lo hacía, ¿por qué ella no?
Podía soportarlo si tenía que hacerlo, pero, ¿de verdad era correcto seguir aguantando tanto?
La anciana podía ver claramente las dudas que invadían la mente de Diarin.
—No todo tiene que ser difícil o doloroso. También puede sorprenderse por algo placentero o emocionante.
—Gracias por intentar animarme…
—No era mi intención animarla.
Entonces comenzó la lección.
No hubo grandes revelaciones.
Era más bien una explicación sencilla y lógica de cómo funcionaban las cosas, conectando puntos básicos.
Le explicó que, al excitarse, el cuerpo masculino sufría cambios físicos visibles, y que en su propio cuerpo podría experimentar ciertas reacciones.
Diarin escuchaba con atención, como si estuviera leyendo un texto sagrado.
—Entonces, en resumen: entrar, moverse, y luego… ¿descargar?
—Sí, exactamente.
—Me dijeron que, según las fechas, es poco probable que me quede embarazada.
—Pero siempre existe la posibilidad. Especialmente considerando que Su Majestad es joven y saludable.
—¿Eso influye?
—Cuanto más fuerte sea el hombre, mayores serán las probabilidades.
Eso tranquilizó un poco a Diarin.
Al menos no habría problemas para producir un heredero.
Con su propia salud robusta y su poder divino, todo debería salir bien.
Y eso fue todo lo que pensó al respecto.
Para ella, la única finalidad de la unión matrimonial era asegurar un sucesor.
Sin embargo, esa no era la única perspectiva sobre el asunto.
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La habitación estaba llena de flores, y en el centro, una cama rodeada por cortinas pesadas.
Diarin se sentaba al borde de la cama, maquillada con esmero y con un peinado que había tomado casi una hora en arreglarse.
Llevaba joyas hermosas, pero lo suficientemente simples como para quitárselas fácilmente.
Incluso se había teñido las uñas con colores delicados, como pétalos de flores, aunque ahora no servía de nada.
Sus manos estaban tan frías por los nervios que las uñas lucían azuladas.
¡Chirrín!
En ese momento, más allá de las cortinas, la puerta se abrió, haciendo sonar las campanillas que colgaban de ella.
En la habitación nupcial, se decía que no debía escucharse la voz de nadie más. Por eso, la llegada de Su Majestad el Emperador se anunciaba con el sonido de campanillas.
—¿Ceres? —llamó Diarin.
Las cortinas ocultaban la puerta, y aunque sabía que nadie más podía entrar, su nerviosismo hacía que se inquietara sin motivo.
—Diarin.
La pesada y dulce voz de Ceres respondió, y Diarin dejó caer los hombros, aliviada. Había olvidado que la razón de su tensión era precisamente él.
Ceres apartó las cortinas una por una, acercándose poco a poco. Con cada paso que resonaba más cerca, la ansiedad de Diarin regresaba, obligándola a tragar saliva.
Finalmente, Ceres descorrió la última cortina y se plantó frente a la cama, encontrándose con Diarin.
—…
—…
Ceres la miraba fijamente, y Diarin le devolvía la mirada.
Llevaba una bata sencilla pero elegante, bordada con detalles exquisitos, y un pantalón de dormir. Aunque su cabello parecía caer de manera natural, era evidente que había sido peinado durante al menos una hora, al igual que Diarin.
Su piel, ligeramente húmeda, brillaba bajo la cálida luz roja. Y sus ojos, hoy más que nunca, lucían ese vibrante brillo irisado.
En el breve momento en que Diarin parpadeó por el deslumbramiento, Ceres cerró la distancia como una ráfaga de viento y presionó sus labios contra los de ella.
—¡Mm! —Diarin se sobresaltó, retrocediendo torpemente con las caderas.
Pero ese fue un grave error. Lo único que logró fue poner a Ceres en la posición perfecta para sujetarla por la cintura y acostarla en el centro de la cama.
Como el cazador experto que era, Ceres no perdió esa oportunidad. En un abrir y cerrar de ojos, Diarin estaba tumbada bajo él.
—¡E-espera, espera!
—Diarin… eres hermosa.
Ceres acercó su rostro tanto que sus narices casi se rozaron, susurrándole con voz grave.
—Ah… g-gracias.
Ceres sonrió suavemente como respuesta.
Era una sonrisa que, con el tiempo, se había vuelto natural en él. Ceres, quien antes no sabía ni cómo sonreír, ahora sonreía al mirarla.
Sin darse cuenta, Diarin también le devolvió la sonrisa.
—Tú también eres guapo, Ceres.
—¿De verdad?
—Sí. Aunque últimamente siempre lo has sido.
Desde que se convirtió en Emperador, Ceres siempre lucía impecable. Incluso cuando era el primer príncipe, a menudo se veía elegante, aunque en ocasiones más relajado y desaliñado fuera de los eventos oficiales.
Pero como Emperador, la libertad de vestirse a su antojo había desaparecido. Desde su ascensión al trono, había participado en numerosos eventos oficiales, luciendo atuendos majestuosos y dignos de su posición, algo que Ceres encontraba molesto y tedioso, aunque para Diarin y los demás era un deleite visual.
Sin embargo, la vestimenta que llevaba en la habitación nupcial era diferente, una elegancia fresca y única.
—Hoy te ves distinto, pero igual de guapo.
—¿De verdad?
Ceres pasó la mano por su cabello con un gesto presumido, como queriendo resaltar su atractivo.
Ese movimiento hizo que la abertura de su bata se ampliara, revelando un destello de su firme pecho.
Los ojos de Diarin se desviaron instintivamente hacia la escena antes de volver rápidamente a su rostro.
—¡¿?!
Y al encontrarse nuevamente con la mirada entrecerrada y provocadora de Ceres, Diarin dio un pequeño respingo, sorprendida.
Ceres la observaba con los ojos entreabiertos, mientras se lamía los labios lentamente con la lengua.
—Entonces… ¿soy sexy?
—¿¿??
Diarin, incrédula ante aquella absurda pregunta, abrió la boca, atónita.
—T-tú… ¿de dónde aprendiste eso…?
—¿No soy sexy?
—No, eso no es lo importante…
Al no recibir una respuesta de Diarin, Ceres frunció ligeramente el ceño y volvió a lamerse los labios, esta vez más despacio, de forma aún más insinuante.
Diarin, sin poder articular palabra, abrió aún más la boca, completamente desconcertada.
Entonces, Ceres bajó la mano que había pasado por su cabello. La deslizó por su cuello, pasando por la clavícula y recorriendo lentamente su pecho como si lo acariciara.
—¿Y ahora…?
Diarin, incrédula, empezó a respirar agitadamente.
Definitivamente esto no es algo que haya salido de su cabeza…
¿Quién…? ¿Quién le enseñó cosas raras a mi chico?
—¿Quién te enseñó esto?
—¿No soy sexy?
Ceres insistió una vez más, decidido a obtener una respuesta.
Diarin, sin dudar, asintió con firmeza.
—Es ridículo.
—¡…!
Ceres, en shock, dejó de respirar, como si aquellas palabras lo hubieran paralizado por completo.
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