⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Dentro de Sorben hay que ser precavidos. Por seguridad, lo estoy revisando una vez más.
Ceres respondió con total naturalidad a la pregunta, sin darse cuenta de que Diarin estaba intentando llamar su atención.
—¿Tú necesitas ser precavido? Si algo pasa, simplemente lo destruyes todo y ya.
La palabra ‘seguridad’ sonaba extraña saliendo de la boca de Ceres.
Sin embargo, él hablaba en serio.
—En este viaje hay muchos civiles.
Aunque Ceres tenía un vínculo familiar con el rey de Sorben, la guerra no había terminado hacía tanto tiempo.
Podía parecer que todo estaba bien en la superficie, pero si en el fondo quedaban resentimientos acumulados, cualquier cosa podía ocurrir en cualquier momento.
Si él estuviera solo, no le importaría.
Si alguien intentaba atacarlo con una espada, lo enfrentaría con gusto.
Pero para los demás, un ataque podría significar una catástrofe.
Ceres no estaba acostumbrado a luchar protegiendo a otros.
Por eso debía asegurarse de que todo estuviera perfectamente bajo control.
—Y además, Diarin, ahora ya no eres solo una sacerdotisa, eres la mitad de Racklion, la Emperatriz.
No todo el mundo en Sorben la amaría como él lo hacía.
Después de explicar sus razones, Ceres volvió a enfocarse en los documentos donde organizaba la ruta y la disposición de la escolta.
—Hmm…
Diarin entendía su punto.
Por mucho que fuera la hija de los dioses y que, si se presentaba la ocasión, pudiera carbonizar a cualquiera con su poder divino, no tenía los reflejos extraordinarios de Ceres.
No podía detectar ni detener flechas o dagas arrojadizas antes de que la alcanzaran, y si alguien se movía con suficiente rapidez, podría no reaccionar a tiempo.
Su especialidad era la energía sagrada y la teología, no la lucha física.
—¿No hay algo en lo que pueda ayudar?
—No, tú solo descansa, Diarin.
Pero si ya llevaba días descansando.
Ayer descansó, antes de ayer también, y el día anterior a ese igual.
Y lo que Diarin quería en ese momento no era precisamente descansar, sino que Ceres le prestara más atención.
Vaya, esto sí que es raro.
El hombre que siempre la perseguía, ahora la estaba evitando.
Ceres, con la mirada seca clavada en los documentos, se le hacía desconocido.
En la noche de bodas, cuando él había hecho toda clase de tonterías, no le había parecido sexy en lo más mínimo.
Pero ahora sí.
Ahora entendía cómo se había sentido Ceres hacía unos días, cuando decía que la comida no era suficiente y la devoró de pies a cabeza.
No era común que Diarin deseara tomar la iniciativa.
Porque Ceres solía estar permanentemente en celo.
Antes de que ella tuviera la oportunidad de insinuarse, Ceres ya la estaba abrazando.
Pero en estos últimos días, él había estado extrañamente ocupado, sin poder ni pensar en otra cosa.
Era porque, como Emperador, tenía que cruzar la frontera.
—Estoy hambrienta.
Al oír la repentina queja de Diarin, Ceres por fin apartó la mirada de los documentos y la observó.
—¿Quieres que ordene que te preparen algo?
Los cocineros habían hecho todo lo posible para conseguir provisiones y evitar quedarse sin ingredientes.
Gracias a eso, ahora podían comer lo que quisieran como si estuvieran en el palacio.
—Hmm… No es algo que el cocinero pueda preparar. ¿Puedes venir aquí?
—Sí.
Ceres se acercó sin dudar.
—Dame la mano.
Como siempre, él la extendió sin cuestionar.
Diarin tomó su brazo y fingió morderlo.
—Creo que Ceres sería la comida perfecta.
Levantó la mirada hacia él, con los dientes apenas apoyados en su piel.
Los ojos de Ceres se afilaron.
—Cómeme bien.
Normalmente, Ceres interpretaba todo de manera literal y se tomaba en serio hasta las bromas más absurdas.
Pero cuando se trataba de esto, lo entendía a la perfección.
Sin dudarlo, se quitó la camisa.
Diarin acercó los labios para disfrutar de la comida servida ante ella.
—¿Diarin? ¿Te sientes mal?
Justo cuando estaba a punto de besarla, Ceres se detuvo y le tocó la frente.
—¿Eh?
¿Qué pasa de repente?
¿Mi corazón? ¿Por qué late así de rápido? ¿Es porque Ceres es demasiado guapo?
Mientras Diarin intentaba descifrar si bromeaba o estaba siendo serio, Ceres la observó con el ceño fruncido.
—Acabo de notarlo… Tienes fiebre.
—¿En serio? No lo noto.
Ni siquiera podía sentir su propio estado mejor que Ceres.
Pero si él decía que tenía fiebre, entonces era verdad.
—Aun así, no parece grave.
—Si apenas está comenzando, deberías descansar antes de que empeore.
—Pero si ya he estado descansando todo este tiempo.
Diarin lo sujetó antes de que pudiera levantarse a llamar al médico.
—Pero…
—Dicen que comer bien es mejor que cualquier medicina.
—Entonces te traeré algo de comer…
—Voy a disfrutar a Ceres como mi cena.
Diarin tomó su rostro con ambas manos y lo besó.
—¡…!
Ceres, quien siempre podía prever cada uno de los movimientos de Diarin, esta vez no lo vio venir.
El repentino contacto lo tomó por sorpresa.
Y la sorpresa se transformó en excitación.
—¡Diarin…!
El Ceres serio que estaba enfocado en los documentos desapareció al instante.
En su lugar, apareció el Ceres que Diarin quería, el que estaba loco por ella.
Él la rodeó con los brazos y la levantó del colchón.
El mundo giró.
Cuando volvió a abrir los ojos, ya estaba acostada sobre la cama.
Diarin entrelazó los brazos en su cuello y lo atrajo hacia sí, presionando su pecho contra el de él.
—Ceres.
Era como si estuvieran en un duelo perfectamente sincronizado entre dos caballeros expertos.
—Hmm…
Diarin rodeó la cintura de Ceres con sus piernas, como si estuviera exigiéndolo.
La espalda de Ceres se estremeció.
Era imposible resistirse a la tentación de Diarin.
Con fiereza, Ceres tiró de la parte superior del vestido, deslizando el tejido hacia abajo.
En un instante, su piel quedó expuesta.
El aroma de Diarin lo envolvió de inmediato.
Eso solo hizo que Ceres se volviera aún más loco.
Presionó su rostro contra el pecho descubierto de Diarin, respirando hondo mientras escuchaba los latidos de su corazón.
Su temperatura aumentó al notar que su corazón palpitaba con la misma fuerza que el suyo.
—¿…?
Pero entonces, algo extraño llamó su atención.
Ceres, dudando de sus propios oídos, levantó la cabeza por un momento antes de volver a pegarla contra su pecho.
—¿Qué? ¿Ahora qué pasa?
Hace un momento hablaba de fiebre, ¿y ahora qué tiene su pecho?
Diarin también sintió que algo no estaba bien y se incorporó un poco para mirarlo.
—Diarin, tu corazón…
—¿Mi corazón? ¿Qué le pasa?
Al escuchar que mencionaba específicamente su corazón, su estómago se encogió de inmediato.
¿Tengo algo raro?
Ceres tenía un oído más agudo que los demás, así que quizá había notado alguna anomalía en sus latidos.
Con una expresión confusa, Ceres la miró fijamente.
—Parece que tienes dos corazones.
—¿…?
La mente de Diarin se llenó de signos de interrogación.
¿Qué demonios estaba diciendo?
Aun sin entender sus palabras, llevó una mano a su pecho.
Thump… thump… thump… thump…
Su corazón latía igual que siempre.
—No, suena igual que siempre.
Ceres volvió a pegar la oreja contra su pecho, como si estuviera asegurándose de que no se había equivocado.
Luego inclinó la cabeza y bajó la oreja hasta la boca de su estómago.
Diarin, sin comprender nada de lo que pasaba, simplemente esperó.
Ceres escuchó con atención y, tras un momento, asintió como si lo hubiera confirmado.
—Puedo oírlo. No es un eco ni una resonancia. Son dos sonidos distintos de latidos. Uno es el de siempre, el tuyo, y el otro es mucho más débil…
—… ¿Eh?
Mientras escuchaba a Ceres, un pensamiento cruzó la mente de Diarin como un relámpago.
—¿Eh…? ¿Eh?
¿No será eso…?
—¿Un bebé?
—… ¿Eh?
Esta vez, fue Ceres quien quedó completamente atónito ante sus palabras.
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