⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Diarin había estado probando de todo para deshacer la maldición que afectaba los recuerdos de Ceres.
Después de estudiar incluso anatomía, llegó a la conclusión de que cualquier intervención en el cerebro era extremadamente peligrosa.
Si cometía un error, Ceres podría perder la capacidad de mover su cuerpo, sufrir una mayor confusión en su memoria o, en el peor de los casos, quedar en estado vegetativo.
No podía arriesgarse a dejar en ese estado a alguien que actualmente llevaba una vida relativamente funcional solo por devolverle los recuerdos.
Como resultado, se limitó a manipular las zonas del cráneo que no implicaban un gran riesgo… terminando por concentrar toda su energía sagrada en el cuero cabelludo.
De todos modos, tiene un cuero cabelludo realmente resistente. Normalmente, al manipular el color del cabello, el cuero cabelludo suele dañarse, pero en su caso, ¡de cada poro nacen hasta cinco cabellos! Y son increíblemente gruesos.
Diarin se sintió culpable en silencio.
Con esto, no tendrá que preocuparse nunca por quedarse calvo.
Así fue como descubrió otra función de su poder sagrado.
Si alguna vez dejaba de trabajar como sacerdotisa o se encontraba en peligro de morir de hambre, ya sabía cómo utilizarlo: una energía sagrada que prevenía la calvicie.
Sin embargo, si esta habilidad se conociera mientras trabajaba en el templo, no tendría paz. La gente agotaría toda su energía, y moriría joven.
—Vaya, ahora entiendo lo que significa que no es el rostro lo que resalta el cabello, sino el cabello lo que realza el rostro.
El estilista, al notar que Ceres había dejado de gruñir, dejó fluir libremente su inusual verborrea.
Aunque de vez en cuando Ceres parecía molesto y su expresión se tornaba amenazante, no pareció importarle.
Tal vez porque su interlocutor estaba completamente relajado y en confianza, Ceres se limitaba a incomodarse, pero no llegó al extremo de lanzar un espejo o usar una silla como arma.
—Ah, me dijeron que debería hablar con usted sobre mi horario, sacerdotisa. ¿Podría tomarme unos días libres la próxima semana?
La gestión general de la mansión recaía sobre Diarin.
Roben no podía supervisarla diariamente, así que la responsabilidad había quedado en sus manos.
Afortunadamente, los residentes de la mansión eran personas capaces que se encargaban de sus tareas sin necesidad de supervisión constante.
—¿Vacaciones?
—Sí, la próxima semana se celebra el festival por el cumpleaños del segundo príncipe. Me gustaría asistir un día al festival.
—¿Un festival por el cumpleaños del príncipe?
Racklion había estado en guerra durante mucho tiempo.
Aunque las batallas tenían lugar en el frente, los efectos de la guerra se extendían a la economía y la sociedad en general.
Cuando los hijos e hijas de alguien morían en el frente, no había lugar para celebraciones ni festividades.
Por eso, salvo algunos festivales tradicionales, no se organizaban grandes eventos.
¿Un festival por el cumpleaños de un príncipe?
Era algo insólito.
No era el aniversario de la fundación del reino, ni el cumpleaños del Emperador. En toda la historia, nunca se había celebrado un festival por el cumpleaños de un príncipe.
—Sí. Como la guerra ha terminado, habrá un festival durante toda la semana. La familia real distribuirá comida gratis y organizará desfiles.
—Ah…
Un festival.
Diarin nunca había asistido a un festival como espectadora.
Para disfrutar de un festival, alguien debía encargarse de llevarla.
Cuando era pequeña, no tenía ni idea de qué era un festival, y después de ingresar al templo, solo había ido a trabajar.
Para el templo, los festivales eran una oportunidad ideal para hacer publicidad.
Vestían a los sacerdotes de manera llamativa y realizaban actos de caridad con poderes sagrados, o repartían comida en nombre de los dioses.
Por eso, nunca había tenido la oportunidad de disfrutar un festival como una persona común.
—Revisaré los horarios y haré los ajustes necesarios.
—¡Gracias!
Qué entusiasmo.
El estilista estaba visiblemente emocionado por la posibilidad de asistir al festival, algo que Diarin no podía comprender.
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—Entonces, nos vemos en cinco días. Que todos disfruten y descansen bien.
Después de discutirlo con Roben, decidieron dar vacaciones a toda la mansión.
El descanso era necesario tanto para los empleados como para Ceres.
Aunque Ceres se había acostumbrado bastante a la gente, aún le resultaba incómodo.
No era solo Ceres; a cualquier persona le resultaba agotador estar constantemente consciente de las miradas ajenas.
Incluso Diarin, acostumbrada a la vida estricta de sacerdotisa, se sentía algo cansada de las normas de la mansión.
—…No quiero ir…
Sin embargo, había un lugar que odiaba más que la mansión: el templo.
Y, más aún, encontrarse con el sumo sacerdote.
Diarin arrugó la carta que había recibido, la arrojó al suelo y se dejó caer de espaldas en la cama.
Vivir con Ceres había hecho que su comportamiento se volviera más descuidado.
Algo que, obviamente, no podía permitirse en el templo.
Allí, cualquier error, por pequeño que fuera, sería señalado con precisión quirúrgica.
Si lo estoy haciendo bien, ¿por qué me tienen que llamar…?
Rodando en la cama, Diarin gimoteaba.
Sin embargo, ir al templo ya estaba decidido.
Cuando la llamaban, no tenía más remedio que ir.
—Ceres, ¿estarás bien solo?
Ahora que la mansión estaría completamente vacía, ya no habría estímulos que pudieran alterar a Ceres.
Pero, aun así, dejarlo solo mientras estaba consciente era algo que la inquietaba.
—No.
Ceres negó con seguridad.
—…¿Qué se supone que debo hacer si tú mismo dices que no? Deberías al menos intentarlo.
—No estoy bien.
—¿Por qué?
—No quiero.
—Pero, ¿por qué?
—Porque no quiero.
No querer es razón suficiente.
No necesitaba una excusa para eso.
Ceres tenía un punto.
—…Yo tampoco quiero.
Ante el suspiro de Diarin, Ceres levantó la mirada.
—Yo también me siento más tranquila estando con el señor Ceres.
—Entonces quédate aquí —respondió Ceres.
—No puedo. Las personas, aunque no quieran, tienen cosas que deben hacer. Tú también cumpliste órdenes en la Octava Unidad para sobrevivir. Y ahora estás entrenando.
Ceres era, de hecho, el ejemplo vivo de alguien que había vivido cumpliendo órdenes, quisiera o no.
A lo largo de su vida, apenas había tenido la oportunidad de hacer algo que le gustara o de tomar sus propias decisiones.
No fue sino hasta hace poco que comenzó a descubrir lo que le agradaba o no, y a aprender a exigir cosas según sus preferencias, bastante estrictas, por cierto.
Sin embargo, incluso eso eran elecciones menores dentro de un margen estrecho.
Nunca había tenido la posibilidad de decidir la dirección de su propia vida.
—El entrenamiento actual me gusta —murmuró Ceres.
—¿De verdad? Me alegra. Pero para poder seguir estando contigo, necesito ir al templo —replicó Diarin.
Ceres guardó silencio.
A veces, incluso si algo no es agradable, hay que soportarlo por el bien de algo mayor.
—Entonces, iré y volveré pronto. ¿Puedes quedarte tranquilo mientras tanto?
Si seguía demorándose, sólo le resultaría más difícil irse.
Decidida, Diarin se levantó de golpe.
Había hablado de su visita al templo con Roben con antelación.
Aunque sería una breve salida de una tarde, dejar a Ceres sólo seguía siendo una preocupación.
—Podríamos simplemente sedarlo o dormirlo por seguridad —sugirió Roben.
—Eso es demasiado… ¿No sería mejor usar una correa?
—Las medidas físicas tienen sus límites.
—Pero, si algo amenaza al señor Ceres, ¿quién lo protegerá?
—Ah…
Ambos reflexionaron profundamente.
Controlar a Ceres y al mismo tiempo protegerlo de posibles amenazas era un dilema.
Desde el intento de asesinato anterior, seguían ocurriendo incidentes menores, aunque la mayoría eran frustrados antes de llegar a él, gracias a la vigilancia en las entradas.
Aun así, los ataques no cesaban.
Esto confirmaba que había fuerzas tras Ceres, pero Roben admitía que rastrearlas con precisión era complicado.
Dejar a Ceres sin vigilancia no era una opción.
Así que idearon una solución: crear un espacio de apego.
Dado que Ceres encontraba tranquilidad en la presencia de Diarin, decidieron que su habitación podría servir como un sustituto temporal.
—Puedes acostarte aquí —le dijo Diarin, mientras lo guiaba hacia su cama.
Lo arropó con cuidado hasta la barbilla y dio unas suaves palmaditas sobre la colcha.
Ceres la miró fijamente, sin mover más que los ojos. Sus manos, aferradas con fuerza a la manta, tenían las articulaciones y los tendones tan marcados que parecían intimidantes, pero sus gestos transmitían la fragilidad de un niño que teme ser abandonado.
—Prometo que regresaré. Intenta quedarte aquí tranquilo. Los guardias se encargarán de cualquier intruso, así que no tienes que preocuparte… si puedes quedarte quieto, claro.
Con esfuerzo, Ceres asintió.
Diarin sabía que no sería fácil, pero en ese momento no tenía más opción que confiar en él.
—No salgas de aquí, ¿de acuerdo? Quédate exactamente donde estás.
Incluso mientras cerraba la puerta, repetía sus advertencias.
Hasta el último instante antes de que la puerta se cerrara, Ceres no apartó la vista de Diarin.
El hecho de cortar su mirada al cerrar la puerta hizo que Diarin sintiera un incómodo peso en el pecho.
—Haa…
Nunca pensó que salir de casa pudiera ser tan agotador.
Separarse de Ceres había sido difícil, pero también le resultaba doloroso alejarse de él.
Esto era un problema.
Parecía que ya había empezado a encariñarse con él.
Cuando estaban juntos, a veces lo encontraba irritante, pero al tratar de separarse, se dio cuenta de que le costaba más de lo esperado.
Aun así, cuando es momento de partir, hay que hacerlo con determinación.
Desde el principio, las vidas de Ceres y Diarin habían sido opuestas.
Ceres, un huérfano. Diarin, hija de nobles.
Ceres, un guerrero. Diarin, una sacerdotisa.
Y ahora, Ceres viviría como un joven noble, mientras Diarin continuaría siendo una sirviente de los dioses.
No había puntos en común entre sus vidas.
No debía permitirse desarrollar sentimientos hacia un vínculo fugaz.
Diarin se marcó esa resolución y se dio la vuelta.
El peso de su decisión dejó una sensación de vacío en su pecho.
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