⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Rechazado.
Diarin negó con firmeza, sin dejar lugar a discusión.
Los labios de Ceres se curvaron hacia abajo en un puchero.
¿…Oh, en serio?
¿Ahora también hace pucheros?
Diarin dejó escapar una risa incrédula.
—De todas formas, esto no. Busca otra cosa.
—Vaya, parece que la señorita tiene gustos muy exigentes. Este mercado no tiene nada que le satisfaga, ¿verdad?
Esta vez fue el vendedor quien intervino, dificultando las cosas.
Antes de que Diarin pudiera fingir no haber escuchado y arrastrar a Ceres lejos, el vendedor señaló otro artículo y comenzó a promocionarlo.
—Entonces, ¿qué le parece esto?
Lo que señalaba eran cosméticos.
Un tipo de producto que Diarin nunca había usado ni planeaba usar.
En el templo, donde la prohibición de adornarse era estricta, tales cosas no se podían ni mirar. Pero en las casas nobles, el culto a los dioses era menos importante que impresionar a los visitantes, y era común aparentar naturalidad mientras se usaba maquillaje.
—¡Este bálsamo labial aporta un toque de vida instantáneo! ¡Un brillo irresistible que invita a los besos!
—¿Qué es esto?
Ceres mostró interés, lo que animó aún más al vendedor.
—¡Ah, parece que el joven no está familiarizado con estas cosas de mujeres! Esto es un producto que se aplica en los labios para darles color.
—¿Labios? ¿Color? ¿Por qué?
—Porque al aplicarlo, los labios se ven más rojos, brillantes y hermosos. Estoy seguro de que las señoritas que querían llamar su atención habrán usado algo como esto.
Ceres miró fijamente los labios de Diarin.
Estaban al natural, sin ningún cosmético. Como no poseía productos de ese tipo, ese día también había salido con el rostro completamente limpio.
Los labios de Diarin eran de un suave tono rosado, mucho más tenue que cualquier bálsamo.
A Ceres, incluso ese color le parecía perfecto.
—Ya son bonitos.
—¡Oh, oh, ohhh!
El vendedor se rió a carcajadas, doblándose de la risa.
Diarin, por otro lado, quería desaparecer.
—Ya tiene unos labios preciosos, pero si usa esto, serán aún, aún más hermosos.
—Quiero verlo.
—…No.
—Si no me lo dan, lo compraré. Lo usaré en Diarin.
Eso no sonaba ni siquiera cómo pedir prestado.
Este chico… ¿realmente no entiende nada del mundo?
Por alguna razón, parecía estar acorralándola sin saberlo.
Diarin apretó los dientes y lo fulminó con la mirada.
—Ceres, elige algo, lo que sea que quieras comprar.
—Esto.
—…
Había perdido.
Ya no tenía excusas para detenerlo.
—Bien, cómpralo… haz lo que quieras…
Exhausta, Diarin dejó caer los hombros, derrotada.
—Entonces, eche un vistazo a los colores, joven.
—¿Colores?
—¡Claro! ¡Hay muchos tonos! Este es un elegante tono rosa viejo, este un vibrante rojo cereza, y este un sofisticado tono ladrillo…
—Hmm…
Ceres se sumergió completamente en la explicación de los colores.
Tenía una capacidad de concentración asombrosa cuando algo captaba su interés, pero nunca habría esperado verla en un contexto como este.
—¿Este hace que brille más?
—¡Sí, sí! ¡Hace que los labios luzcan como cristal brillante! ¿Le gustaría este?
—Este color…
Ceres enfrentaba un dilema.
El color que le gustaba no tenía brillo, y el que brillaba no era de su agrado.
Parecía estar considerando su decisión como si se tratara de una cuestión de vida o muerte.
—¿Por qué tanto dilema? ¡Llévese ambos!
—¿De verdad?
—¡Claro! Si va a comprar algo, es mejor hacerlo a lo grande y llevarse lo que realmente le guste, en lugar de quedarse con algo mediocre.
Las palabras del vendedor parecieron convencer a Ceres.
Ahí va, otra vez dejándose engañar.
Definitivamente tenía que enseñarle cómo no ser un ingenuo.
Diarin, que hasta ese momento había decidido mantenerse al margen, ya no pudo contenerse. No podía simplemente mirar cómo Ceres era embaucado delante de sus ojos.
—Espera un momento. Si compras cosas innecesarias, estás malgastando dinero. Y antes de comprar, deberías comprobar si te alcanza.
—¿Eh?
Cuando compró la bufanda, ni siquiera preguntó el precio.
Ceres simplemente sacó todo el dinero que tenía, y el vendedor lo tomó como si eso significara que podía coger lo que quisiera.
Afortunadamente, la bufanda era más barata de lo que costaba todo el dinero que Diarin le había dado.
Pero lo que había ganado bailando no era mucho, y seguramente no alcanzaría para comprar dos bálsamos labiales.
—Cada cosa tiene un precio. Si no tienes suficiente dinero, no puedes comprarlo.
—…Ah.
Ceres inclinó la cabeza, comprendiendo algo nuevo.
Sin embargo, no parecía dispuesto a rendirse tan fácilmente.
Sacó el dinero que tenía en la mano y lo mostró al vendedor.
—¿No alcanza?
—Eh… bueno, veamos…
El vendedor, que hasta ahora había sido bastante insistente, se sintió un poco incómodo.
Por su apariencia, Ceres parecía un joven noble que podía comprar sin preocuparse, pero aparentemente tenía un presupuesto limitado.
Tal como Diarin había previsto, el dinero era insuficiente.
—Con esto… no alcanza.
—¿No alcanza?
—…
Ceres lo miró fijamente.
Si su mirada pudiera escribir palabras, ahora mismo estaría proyectando un enorme ¿No alcanza? repetido una y otra vez.
El vendedor empezó a sudar.
Sabía que debía decirle que no alcanzaba… pero esa mirada.
Si no puedo comprarlo, te mataré. Si no puedo comprarlo, estaré muy triste, muy decepcionado. Mi día entero podría arruinarse…
Aunque no emitiera sonido, sus ojos parecían gritar todas esas palabras al mismo tiempo.
Y, además, quien sostenía esa mirada era un joven tan guapo que toparse con él podía considerarse un golpe de suerte.
El vendedor, considerando que era un buen día y que la suerte estaba de su lado, finalmente cedió.
—¡Oh, bueno! Aunque pierda un poco, se lo daré. ¡Lléveselo!
—¡¿…?!
Los ojos de Diarin estuvieron a punto de salirse de sus órbitas al presenciar la escena.
¿Por qué el mundo de repente era tan amable?
¡Si iba a ser tan generoso, podría haberlo sido desde el principio!
¡Antes de que este chico llegara a ese estado!
Diarin pensó que, tal vez, todos los sufrimientos que había pasado en la vida estaban siendo recompensados en ese momento.
Miró al cielo, como si buscara confirmación.
… ¿De verdad existirá algún dios?
Aunque confiaba en el poder divino, siempre había dudado de la existencia real de los dioses. Pero ese día, por alguna razón, sintió su presencia.
—Ceres.
Ceres parecía estar radiante de orgullo.
Sosteniendo los dos bálsamos labiales en la mano, la miraba como si esperara reconocimiento, con los hombros ligeramente erguidos.
—Está bien, me los aplicaré.
No había ningún sumo sacerdote supervisándolos, y además no estaba vistiendo su túnica de sacerdotisa. ¿Qué problema podría haber con usar bálsamo una vez?
Diarin decidió tomárselo con calma.
—Dámelos.
—No.
—…¿Qué?
Pero Ceres no le entregó los bálsamos.
Diarin parpadeó, desconcertada por su negativa.
—¿Qué… no eran para mí?
Ni siquiera había considerado esa posibilidad.
—¿No dijiste que los usarías en mí?
¿Acaso había cambiado de opinión y planeaba regalarlos a alguien del palacio?
Si ese era el caso, todo lo que había pasado hasta ahora carecía de sentido.
Sintió un leve ardor en las mejillas por la vergüenza.
No estaba acostumbrada a que Ceres la rechazara, pero sabía disimularlo bien.
—Bueno, si no es para mí, no importa. Vámonos ya.
—No, es para los labios de Diarin.
—¡Pues entonces, dámelo ya!
—Labios.
Antes de que pudiera seguir protestando, el dedo de Ceres tocó los labios de Diarin.
—¿…?
Su boca se cerró automáticamente.
Era su dedo, manchado con el bálsamo.
Ceres comenzó a aplicárselo en los labios, con movimientos cuidadosos y delicados.
Parecía estar explorando cada pliegue de sus labios, como si quisiera comprenderlos por completo.
Como un niño que toca todo para conocer el mundo, él los acariciaba con una suavidad asombrosa.
Parecía como si estuviera manejando el objeto más valioso del mundo.
Estaban en medio de un camino transitado, a un lado, pero todavía visibles para los transeúntes.
Podía sentir las miradas curiosas de quienes pasaban cerca.
A pesar de ello, Diarin no podía moverse.
Había algo en la forma en que Ceres tocaba sus labios que parecía tan frágil, como si cualquier movimiento suyo pudiera romper ese momento.
Incluso contuvo la respiración para evitar que su aliento rozara la mano de Ceres.
Ceres no miraba otra cosa que sus labios.
Con una concentración aún más intensa que cuando había elegido los colores, estaba completamente absorto.
Los labios de Diarin ardían.
Su garganta se sentía seca.
Quería humedecerlos con la lengua, pero no podía hacerlo.
El dedo de Ceres presionó un poco más fuerte, y sus labios se separaron ligeramente, revelando sus dientes blancos a través de una pequeña apertura.
Ceres no dejó de observar ese detalle.
La miraba, y seguía mirándola, como si quisiera memorizarlo todo.
Tras aplicar cuidadosamente el color rojo, tomó el otro bálsamo para añadir el brillo, como si colocara gotas de rocío.
El vendedor había explicado cómo aplicarlo, y Ceres lo replicó a la perfección, como siempre hacía cuando aprendía algo nuevo.
El bálsamo rojo lo aplicó con precisión y firmeza, mientras que el brillo lo colocó con un toque suave y ligero, casi imperceptible.
Ese toque sutil era incluso más difícil de soportar que la presión directa.
Ah…
Era una sensación de cosquilleo, mezclada con una sed imposible de saciar.
Diarin seguía la mirada de Ceres, que estaba fija en sus labios, pero desviada ligeramente hacia un lado.
Sus ojos quedaron atrapados en los de él, como si estuviera hipnotizada por el brillo oscuro de sus pupilas.
Y en ese instante.
Ceres levantó la mirada de golpe.
Sus ojos se encontraron directamente con los de ella.
Diarin inhaló con fuerza, sorprendida.
Ceres estaba inclinado hacia ella, su rostro peligrosamente cerca.
…Ah.
Entonces, se dio cuenta de algo.
Esa postura.
Era exactamente la misma que alguien adoptaría para un beso.
Los ojos de Diarin temblaron.
Y en los ojos de Ceres, vio reflejada esa misma vacilación.
Era como si estuviera atrapada, incapaz de apartar la vista.
Y entonces, Ceres habló.
—…Eres hermosa.
¿Quizás una leve sonrisa?
Fue tan breve que parecía casi una ilusión.
No estaba segura de si realmente lo había visto.
Pero incluso ese pequeño instante fue suficiente para dejar a Diarin sin aliento.
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