⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Eres tú quien es hermosa.
Diarin no podía decirlo, pero Ceres lo expresó claramente.
—Por la mañana, era un capullo cerrado. Ahora, después de salir el sol, parece una flor roja completamente abierta.
—……
Por favor, ya basta.
¿Qué se suponía que podía hacer con la habilidad de expresión de este tipo?
Nunca había estado en círculos sociales, así que no sabía si eso era algo bueno o malo.
Desde el punto de vista de una sacerdotisa, sus palabras eran como pétalos de campanilla plegándose al caer la noche.
Ceres usaba todo tipo de expresiones floridas, y para empeorar las cosas, hablaba con sinceridad.
Las palabras por sí solas eran suficientes para incomodar a cualquiera, pero esa honestidad lo hacía aún más difícil de manejar.
Su cuerpo entero se sentía inquieto, incapaz de estar en calma.
Quizás Ceres era un experto en manipulación emocional.
¿Tal vez intentaba confundirla para que no lo dejara? ¿Para mantenerla cerca?
En este momento, extrañamente, no parecía tan mala idea.
Ese pensamiento la incomodaba consigo misma.
—¡Te amo!
—¿?
De repente, un estruendoso grito masculino resonó desde la plaza.
El tono era tan alto y claro que todos los transeúntes voltearon hacia el origen del sonido.
—¿Qué pasa, qué pasa?
—¡Parece que está declarando su amor en público!
—¡Guau!
Instintivamente, Diarin también miró hacia ese lado.
Cuando los ojos de Diarin se dirigieron allí, los de Ceres la siguieron.
En el centro de la plaza, un hombre y una mujer estaban frente a frente.
—¡Desde el momento en que te conocí, mi mundo ha sido completamente tuyo!
—¡Waaaaaah!
La multitud estalló en vítores.
Animado por los aplausos, el hombre mostró aún más confianza.
—¡Ahora quiero estar contigo para siempre!
—¡Wooooooo!
Con determinación, sacó un anillo de su bolsillo.
La mujer frente a él dio un paso atrás, nerviosa.
Pero el hombre avanzó con más fuerza.
—¡Cásate conmigo!
Se arrodilló con una pierna, como un caballero, extendiendo el anillo hacia ella.
Los corazones de los espectadores latían de expectativa.
Los ojos de la multitud estaban llenos de curiosidad y anticipación, observando a los dos.
—¡No! ¡Estás loco! ¿Crees que haré algo así solo porque me lo pides frente a tanta gente? ¡Me das asco!
—¿Eh? ¡¿Ehhh?!
Pero el resultado fue un fracaso total.
La mujer se dio la vuelta y se alejó de la plaza sin mirar atrás.
Un silencio incómodo llenó el aire mientras el viento soplaba, despejando la escena.
El hombre, aún arrodillado con el anillo extendido, quedó petrificado como una estatua.
—Qué pena.
—Patético.
Los transeúntes lo miraban con una mezcla de lástima y burla mientras lo pasaban de largo.
La multitud, que se había reunido en un instante, se dispersó igual de rápido.
Solo quedó el hombre derrotado en medio de la plaza.
Diarin negó con la cabeza mientras hacía un chasquido con la lengua.
—¿Ves, Ceres? En una relación, no puedes imponer tus deseos unilateralmente.
Pero Ceres estaba absorto en otro pensamiento.
Matrimonio.
Los ojos de Ceres brillaron con interés.
Sabía lo que era el matrimonio, lo había leído en los libros.
Pero en ese momento, no lo había considerado algo que pudiera aplicarse a él.
El matrimonio es una promesa de estar juntos para siempre.
—Matrimonio.
—… ¿Eh?
La voz de Ceres era extrañamente significativa.
—Entonces, si esa mujer hubiera aceptado el matrimonio, ¿habrían estado juntos para siempre?
—Exactamente. Por eso es importante asegurarse de que la otra persona esté lista para ello. Una vez que te casas, no puedes deshacerlo fácilmente.
En realidad, el divorcio no existía formalmente en su mundo.
Para que un matrimonio fuera oficial, debía realizarse una ceremonia en el templo, donde se declaraba que las almas de ambos estaban unidas bajo la bendición divina.
Después de eso, recibían un certificado del sacerdote para registrar el matrimonio.
¿Y cómo podrían separarse más tarde después de haber declarado ante los dioses que eran uno?
Por eso, no existía el divorcio oficial. Si una pareja no podía convivir, simplemente se separaban sin formalidades.
El divorcio oficial era algo reservado para matrimonios reales, donde los intereses del templo estaban en juego.
Los sacerdotes involucraban incluso a dioses menores para justificar la separación, algo que no ocurría con las personas comunes.
Así que, en esencia, un matrimonio era para toda la vida.
—¿Cómo puedo lograr que te cases conmigo, Diarin?
—……
¿Por qué había hablado tanto sobre el matrimonio?
Diarin cerró los ojos con fuerza, como queriendo bloquear el mundo exterior.
Sin embargo, era demasiado tarde.
Ceres ya había recogido cada palabra como si fuera un tesoro, sin dejar ni un solo detalle fuera.
—Diarin.
—……
Ella fingió no escucharlo y apresuró el paso.
No lo escuchó. No lo escucharía.
Pero por mucho que corriera, era inútil contra los largos pasos de Ceres.
—Hah… hah… hah…
Finalmente, Diarin se detuvo, jadeando.
Ceres se acercó tranquilamente junto a ella, sin el menor indicio de fatiga.
—Diarin, ¿cómo puedo casarme contigo…?
Este tipo es increíblemente terco.
Diarin se sentía agradecida de que no la hubiera vuelto loca aún, pero ¡esto era demasiado!
—No, no me casaré. No puedo.
—¿Por qué?
—¡Soy sacerdotisa! ¡Los sacerdotes no pueden casarse!
—¿Por qué?
—¡La vida de un sacerdote pertenece a los dioses!
Ceres se puso sorprendentemente serio ante esa respuesta.
—Entonces, ¿debo luchar contra los dioses y ganar?
—…¿Qué…?
Diarin estuvo a punto de quedarse con la mandíbula desencajada.
Aunque hubiera sido una broma, ya habría colapsado, pero lo decía con total seriedad.
—¿Son buenos los dioses peleando?
—…¿Qué… estás… diciendo… tú…?
Ya ni siquiera podía llamarlo ‘señor Ceres’.
Cuando algo es demasiado absurdo, uno se queda sin palabras.
Diarin solo podía temblar, apuntándolo con el dedo, incapaz de articular una respuesta.
Mientras su mente estaba paralizada por el asombro, Ceres reflexionó tranquilamente sobre lo que Diarin había dicho y llegó a una solución.
—Si consigo dinero, ¿puedes dejar de ser sacerdote?
—…¿Qué has dicho, señor Ceres?
—Dijiste que si consigo dinero, podrías dejar de ser sacerdotisa…
—…
¿Quién demonios había dicho algo tan ridículo?
Fue su propia boca.
Diarin comenzó a preguntarse si acaso tenía otra personalidad viviendo dentro de sí, algo que nunca antes se había planteado.
—Ser sacerdote no es algo tan fácil de abandonar, señor Ceres.
—¿Cómo se deja, entonces?
—¿Cómo se deja? Esa pregunta…
El tono de Ceres era puro.
No tenía intención oculta; simplemente preguntaba lo que le interesaba.
No se veía obstaculizado por las reglas del mundo.
Era, de alguna manera, tanto destructivo como increíblemente transparente.
Para alguien como Diarin, quien había sido desgastada por los avatares de la vida, esa claridad era abrumadora.
¿Es así como se siente estar frente a un dios?
Ese pensamiento la golpeó.
Era como si Ceres estuviera mirando directamente dentro de su alma, llegando al fondo de su ser sin esfuerzo alguno.
¿Dejar de ser sacerdote?
Era algo que nunca había considerado.
Desde el momento en que ingresó al templo, asumió que sería su hogar para toda la vida.
Aunque tenía familia, no tenía a dónde regresar.
Además, ser sacerdote le sentaba bien.
Claro, había momentos en los que tenía que hacer cosas que no quería, o cuando alguien más se llevaba el crédito por su trabajo, lo cual era frustrante, pero nunca había llegado al punto de querer renunciar.
Sin embargo, el sacerdocio no era lo mismo que el matrimonio.
Existía la posibilidad de abandonar esa vida, lo que llamaban ‘volver al mundo’.
Renunciar es fácil.
Solo tenía que devolver su túnica sacerdotal y declarar que quería vivir más cerca de los humanos que de los dioses.
El sacerdocio no era obligatorio.
Muchos deseaban ingresar al templo, así que no tenía sentido que la institución se esforzara en retener a nadie.
El único que perdía algo al renunciar era el propio sacerdote.
Y aunque no era común, había quienes renunciaban.
La mayoría de las veces eran hijas de familias adineradas.
No tenían problemas para mantenerse, así que si se necesitaba a una hija para un matrimonio político, simplemente la sacaban del templo.
En casos más raros, algunas mujeres abandonaban porque estaban hartas de esa vida.
Por lo general, eran personas acomodadas que no enfrentaban el desprecio que otros podrían sufrir al dejar el sacerdocio.
¿Y yo?
Diarin empezó a pensar en lo impensable: ¿y si un día dejara de ser sacerdote?
Mientras caminaba, reflexionó profundamente.
—Primero necesitaría una casa en la que pudiera vivir cómodamente hasta el día de mi muerte…
—Una casa.
Ceres repitió sus palabras como si estuviera grabándolas en su mente.
—Sí, una casa. No una que tenga que alquilar, sino una que sea completamente mía, donde nadie pueda echarme.
No aspiraba a algo como la mansión donde vivía ahora.
Solo quería una casa donde no goteara el techo, donde no hubiera ratones, y donde las puertas funcionaran correctamente.
Un lugar en el que pudiera estirarse en la cama sin tocar las paredes con las extremidades.
Si además podía separar un espacio para leer y otro para comer, sería aún mejor.
—Y también necesitaría dinero, ¿verdad?
—Dinero.
Diarin no era alguien que buscara lujos extravagantes.
Claro, como cualquier persona, a veces tenía ganas de darse un capricho, pero no era un deseo abrumador.
Para ella, el dinero era una herramienta de supervivencia, no un fin en sí mismo.
Quería poder comprar comida cuando tuviera hambre, reparar o reemplazar cosas rotas sin sentirse incómoda.
¿Qué más podría necesitar…?
Cuando se dio cuenta de que había cubierto lo esencial, no pudo pensar en nada más.
Vaya, soy muy sencilla.
Diarin se sintió impresionada consigo misma.
Se veía como la sacerdotisa perfecta: humilde y moderada en sus deseos.
¿Por qué dejar el sacerdocio si estoy satisfecha con esta vida?
—Ah, ya sé qué necesitaría para dejar de ser sacerdote.
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