⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Roben siempre era un blanco fácil.
—Hace mucho que no lo veo —saludó Diarin.
—Sí, así es. ¿Cómo ha estado? —respondió Roben.
—…¿No ha estado bien, verdad?
Desde que entraron al palacio, Diarin y Ceres estuvieron tan ocupados que casi no tuvieron oportunidad de ver a Roben.
Cuando las cosas empezaron a calmarse un poco, Diarin lo encontró después de un largo tiempo. Sin embargo, el rostro de Roben estaba visiblemente deteriorado. No solo su piel lucía descuidada, sino que sus ojos estaban hundidos y rodeados de ojeras oscuras. Su figura se veía más delgada, casi demacrada.
—Ah, bueno… he tenido algunas preocupaciones —contestó él, esquivando la pregunta.
Roben, que antes hablaba con una mirada clara y directa, ahora evitaba el contacto visual, lanzando su mirada perdida hacia una esquina de la habitación mientras murmuraba.
—¿Es por estar lidiando con los asuntos del Octavo Escuadrón? —preguntó Diarin.
—Ah, sí… entre otras cosas.
La respuesta fue evasiva, y la incomodidad de Roben era evidente. Parecía que no quería contarle más detalles, así que Diarin no insistió. Aunque tenía otra teoría, ‘¿Será que confesó sus sentimientos y lo rechazaron?’, decidió dejarla enterrada para siempre.
—De todas formas, ¿cuál es la razón por la que me llamó hoy? —preguntó Roben, yendo directo al grano.
Diarin apartó su atención de la penosa apariencia de Roben. Ahora, lo más importante era la memoria de su ‘cachorro’. La presentación oficial en sociedad estaba muy cerca.
—Quiero intentar deshacer el hechizo que bloquea los recuerdos de Ceres.
—¿Los recuerdos…?
La mirada de Roben cambió de inmediato. Se volvió más aguda y miró fijamente a Ceres.
Por supuesto, una mirada afilada como esa no significaba mucho para alguien como Ceres. Apoyado en el respaldo del sofá donde Diarin estaba sentada, Ceres sostuvo la mirada de Roben sin vacilar.
Al final, Roben desvió la vista, rindiéndose con rapidez.
—…Ha crecido mucho.
—…Sí, mucho —admitió Diarin.
Antes, mientras tuviera una correa bien puesta, al menos no era peligroso. Ahora, era un ‘perro’que sabía cómo desatarse, abrir puertas y morder por su cuenta. Ya no era solo un animal; tenía inteligencia.
Aunque ya no encajaba en la categoría de un perro, una vez que la mente lo etiquetaba como tal, era difícil cambiar esa percepción.
Para los ojos de Roben, Ceres ahora era un perro peligroso, increíblemente atractivo y absolutamente intimidante.
—¿Eso no era peligroso? ¿Por qué precisamente ahora…?
—Creo que para que sea realmente una persona completa, necesita recuperar sus recuerdos. Aunque aprende bien otras cosas, su desarrollo en relaciones sociales y conversación ha sido más lento. Podría deberse a los recuerdos bloqueados —explicó Diarin.
Mientras hablaba, las ideas en su mente parecían conectarse por sí solas. Aunque no lo había pensado antes, al verbalizarlo parecía encontrar razones más claras.
—Si tan solo se quedara callado, sería perfecto, pero cuando habla, todavía le cuesta actuar como un noble de verdad.
Roben alzó la vista de nuevo. Ceres estaba observando a Diarin hablar con una intensidad tranquila. Su porte era como el de un retrato real cobrando vida, la imagen perfecta de la nobleza.
Tal como Diarin había dicho, mientras mantuviera la boca cerrada, era impecable.
Sin embargo, Roben debía dar una noticia desalentadora.
—Eh… pero hay algo que debo decirle. No es seguro que pueda convertirse en un verdadero caballero noble.
—…¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Diarin, con expresión tensa.
—¿No era ese el objetivo desde el principio?
Diarin comenzó a repasar rápidamente todo lo que le habían explicado al inicio, pensando que quizás se había perdido algún detalle.
El plan era simple: el Octavo Escuadrón, creado ilegalmente por el segundo príncipe para cumplir sus objetivos, debía desaparecer después de completar sus hazañas. Pero en lugar de ser enterrados como ‘perros rabiosos’, se les presentaría como jóvenes caballeros refinados y se celebraría sus logros en sociedad. Esto, a su vez, arruinaría los planes del segundo príncipe, que buscaba borrar su existencia tras usar métodos deshonestos. Así, el escuadrón recibiría reconocimiento por sus méritos y el príncipe sería condenado por su corrupción.
Ese era el objetivo, ¿no?
—Sí, ese sigue siendo el objetivo. Y en realidad, estamos muy cerca de lograrlo.
—Pero Ceres no ha recibido ninguna recompensa. ¿Cómo puede decir que estamos cerca? —replicó Diarin.
—En realidad… la decisión de otorgar una recompensa depende del Emperador. Podría decidir darle algo, o bien, ignorar el asunto por completo.
—…Ah.
Diarin dejó escapar un suspiro ahogado.
Había olvidado un detalle crucial: la ‘voluntad’ del Emperador.
Tal como Roben decía, la recompensa final estaba en manos del Emperador, y no había manera de exigirla directamente.
En las estructuras de poder, era normal que los superiores dieran órdenes a los subordinados. Pero no era común que los subordinados exigieran recompensas, y Diarin misma lo había experimentado al lidiar con el sumo sacerdote.
Aun así, una cosa era cierta.
—¡Pero esto no puede quedarse así! ¿Qué se supone que hará con todo lo que ha pasado y con su futuro? —se quejó Diarin.
Cuando se trata de trabajo, el ‘significado’, la ‘satisfacción’ y la ‘recompensa’ son cosas diferentes.
El vestido que llevaba puesto era suficiente recompensa para Diarin, pero no para Ceres. Después de haber pasado la mitad de su vida en el campo de batalla, debía recibir la recompensa adecuada: ser un verdadero caballero noble.
—Lamentablemente, no hay nada que yo pueda hacer. La decisión de otorgar un título es exclusiva del Emperador.
—Haa…
Frustrada, Diarin no pudo evitar sentir que estaban dejando a Ceres sin su merecida recompensa, mientras otros se preocupaban únicamente por proteger sus propios intereses.
En ese momento, solo era un empleado contratado para convertir a Ceres en un caballero noble. Así que no había cometido ningún error. Sin embargo, ahora que la situación había llegado a este punto, no podía evitar sentirse frustrada.
El deseo de Diarin de verlo como un espléndido caballero noble triunfando en la sociedad era, en el fondo, su propia ambición. Ceres nunca había dicho que quisiera eso.
De hecho, lo que podría haber sido la mayor recompensa para Ceres era alejarse de las personas, vivir en el campo y llevar una vida tranquila.
Debería haberme dado cuenta antes…
Si lo hubiera sabido, habría asegurado una recompensa clara desde el principio.
Habría sido suficiente con exigir solo las recompensas que pudiera garantizarle y ahorrarle sufrimientos innecesarios.
Pero lamentablemente, todos estos eran problemas sobre los que ya era demasiado tarde reflexionar.
Ceres ya estaba dentro del palacio imperial y se encontraba a punto de asistir a la fiesta del Emperador.
Ahora solo quedaba una opción.
Tendremos que idear una forma de ganarnos el favor de Su Majestad el Emperador.
Si no se puede obtener algo gratis, ¡habrá que arrebatárselo!
Después de todo, el Emperador es humano. Mientras se logre agradarle, las posibilidades de recibir una recompensa aumentarían.
Con el sumo sacerdote, la estrategia consistía en una mezcla adecuada de descaro, fingida vulnerabilidad y complacencia.
Aunque todos los superiores tienen sus similitudes, el Emperador estaba en la cima de la jerarquía. Por lo tanto, se necesitaría una adulación más cuidadosa y elaborada.
Diarin preguntó con toda seriedad:
—¿Qué le gusta al Emperador?
—…¿Perdón…?
Los ojos de Roben temblaron.
Aunque todos en el palacio hacían lo imposible por ganarse el favor del Emperador, rara vez alguien lo preguntaba de forma tan directa.
—Cosas como sus preferencias.
Sin embargo, Diarin estaba completamente seria.
Si el problema dependía del ‘ánimo’ del Emperador, al menos podían intentar descifrarlo y adaptarse a él.
—Cualquier detalle pequeño sirve. Su color favorito, el clima que prefiere, chistes, animales, lo que sea.
—Eh… bueno, a ver…
Roben también estaba preparado para adular en cualquier momento, como buen servidor del Emperador. Pero, ¿cómo podría un Emperador ser tan accesible como para permitirle saber esas cosas?
Para muchos, simplemente recibir un saludo del Emperador ya era un honor tan abrumador que les impedía dormir por la noche.
—Si no se le ocurre algo de inmediato, puede describir cómo es Su Majestad, según lo que usted haya observado.
Su Majestad el Emperador era alguien a quien incluso los nobles que vivían en el costoso palacio tenían dificultades para ver. Esto daba lugar a innumerables rumores, pero casi nadie sabía cómo era en realidad.
Para la gente común fuera del palacio, el Emperador era una figura similar a un dios, alguien que residía en lo más alto del cielo.
Incluso sobre el segundo príncipe, que mostraba su rostro al público con mayor frecuencia, Roben había tenido que aclararle a Diarin que en realidad era un… (se omite el calificativo poco favorecedor).
—Su Majestad el Emperador es…
Roben reflexionó mucho antes de elegir las palabras.
Mientras que era posible librarse de algunas reprimendas al hablar del segundo príncipe o del tercero, con el Emperador no había margen de error dentro del palacio.
Debía usar las palabras y expresiones más seguras que garantizaran que su cuello no estaría en peligro en ninguna circunstancia.
—…Una persona verdaderamente admirable.
—…
Diarin lo observó en silencio, sin atreverse a criticar.
Podía entender su actitud.
Después de todo, estaban en el palacio, donde los ojos y oídos del Emperador podían estar en cualquier parte. Evitar cualquier comentario que pudiera ser malinterpretado era, sin duda, la mejor opción.
…Aun así, ¿no debería al menos ofrecer alguna característica personal para dar una idea más clara?
—Claro. ¿Y además?
—Es grandioso.
—…
Diarin volvió a sonreír con amabilidad.
Que los dioses sean misericordiosos y te hayan salvado esta vez, Roben.
—¿Y qué más podría decir sobre él?
—Es justo y honorable.
—Ajá.
—Imponente y majestuoso.
Diarin, con una sonrisa curiosa, asintió, dejando claro que estaba dispuesta a ver hasta dónde llegaría esta lista.
—¿No cree que Su Majestad el Emperador merece algo más que estas palabras comunes?
Incluso durante el discurso de Año Nuevo en el templo, las alabanzas dirigidas al Emperador llenaban al menos dos páginas de elaborados adjetivos.
Si hasta el templo, que veneraba a la deidad más alta, hacía eso, ¿cómo podría un noble del palacio quedarse tan corto?
Al menos, Roben lo había visto en persona. Debería tener mucho más que decir.
Con la expectativa de Diarin, se había iniciado un peculiar tipo de tortura.
Roben no tuvo más remedio que exprimir su cerebro como si estuviera retorciendo un paño seco.
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