⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Por qué me estás revelando tus verdaderas intenciones? Me intriga saberlo.
—Amo a mi familia.
—¿Acaso te gusta hablar en acertijos?
—Amo al pequeño intelectual Leon, a la decidida y apasionada Rachel, al problemático y alocado Elias… y, por encima de todo, amo a nuestra madrastra, quien es más de lo que podríamos merecer.
—……
—¿Cómo podría quedarme de brazos cruzados viendo cómo aquellos que intentan separarnos continúan dominando el Imperio?
—¿Es un deseo de venganza por atacar a tu familia?
—Sabes que no se trata solo de eso. Si alguien como el príncipe heredero asciende al trono, las intrigas que solo han afectado a la familia Nuremberg escalarán a una magnitud que afectará a toda la nación.
En este punto, sus palabras rozaban la insolencia, llegando casi al insulto. Hablar de los problemas familiares de otra persona en su cara era algo que incluso entre nobles de estatus similar no se toleraba fácilmente. Sin embargo, era un golpe certero y profundo. Enfadarse o recriminarlo solo lo haría parecer como alguien más que intentaba ocultar sus fallos. Por eso, el Duque respondió lentamente:
—Tienes más perspicacia de la que aparentas.
—Supuse que un hombre como usted ya habría llegado a una conclusión clara. De hecho, sería extraño que no lo hubiera hecho.
Las palabras de Jeremy, dichas con un tono ligero, eran como una daga que atravesaba el corazón de Albert. Tenía razón. El incidente del collar de diamantes, el escándalo en la casa de apuestas… ¿cuántas otras cosas habrían estado ocurriendo bajo su radar durante todos esos años?
Solo recientemente había empezado a abrir los ojos a esa incomodidad que había ignorado durante más de una década. No era casualidad que tanto él como su hermana estuvieran lidiando con los mismos dilemas.
Además, fue la Marquesa Shuri Von Neuschwanstein quien les dio pistas sobre lo que realmente sucedió en el escándalo de la casa de apuestas. Esa mujer, que había acogido a los cuatro hijos de Johannes con tanto cariño y los había criado con amor, no parecía alguien con una agenda oculta o malintencionada hacia Theobald.
Y, sobre todo, ella le había entregado aquel croquis…
—¿Duque? ¿Se encuentra bien?
Albert parpadeó y miró al joven frente a él. Luego, viendo el brillo de absoluta sinceridad en los ojos verde esmeralda, sonrió.
—Definitivamente… mi hijo tiene mejor juicio que yo.
—Bueno, siendo exactos, es mi juicio el que ha demostrado ser superior.
—Pero, Sir Jeremy.
—¿Sí?
—Los chicos que están colgados de esa ventana… ¿son tus hermanos?
Jeremy giró rápidamente la cabeza hacia la ventana, justo cuando se escuchó un fuerte crujido seguido de un estruendoso golpe.
—¡Aaagh! ¡Quítate de encima! ¡Te dije que te quitaras de encima!
—¡Mi, mi brazo! ¡Creo que me he roto el brazo! ¡Aaaaah! ¡Shuri! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Mi amor!
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—No se puede culpar al Emperador por esto. Es evidente que el Vaticano debe haberlo presionado mucho.
—Supuse que aquí también tenían una idea de por qué estábamos de visita.
—Sí, aunque debo admitir que me sorprendió que la Marquesa Neuschwanstein decidiera venir personalmente.
La conversación era únicamente entre el príncipe Ali y yo. Bayezid, como un viejo roble, permanecía inmóvil desde hacía rato, simplemente observándonos, mientras que Nora, en un inusual estado de calma, solo se sentaba con una aire de serena dignidad. Como resultado, la conversación fluía entre el joven príncipe y yo de manera bastante tranquila.
—No puedo saber qué siente la Marquesa, pero desde mi perspectiva, no sería extraño que guardara cierto resentimiento hacia el clero. Y que una persona así haya hecho el esfuerzo de venir hasta aquí, en beneficio del Vaticano, me hace sentir como si hubiera sido derrotado.
—¿Por qué crees que vine hasta aquí por el beneficio del Vaticano?
—¿Acaso no es así?
—Bueno, personalmente, me interesa saber cómo ve Su Alteza a la Iglesia, que ha sido el pilar de la fe de tantas naciones durante más de mil años. Me gustaría saber qué es lo que realmente espera de ella.
No era una pregunta con la intención de sonsacar, sino sincera. Como un buen ciudadano del Imperio y un fiel creyente, lo correcto sería mantenerse al margen de cualquier pensamiento herético. Pero yo no era ninguna de esas cosas, ¿verdad? El príncipe Ali se tomó un momento para considerar mis palabras, mientras se tocaba el rostro, antes de dirigir su mirada hacia el caballero a mi lado.
—Príncipe de Nuremberg, usted, como todos los ciudadanos del Imperio, ¿nació en la fe?
Nora, que en algún momento había avanzado hacia mí, empujó al gato que intentaba subirse a sus rodillas con una mano y respondió:
—Con el debido respeto, no me considero una persona con muchas inclinaciones religiosas.
—Vaya respuesta sincera. Pero, aún así, debe creer en el Dios que todos conocemos, ¿no?
—Ni el Padre ni la Madre me inspiran mucha confianza, la verdad.
Su tono era calmado, pero impregnado de una punzante frialdad. Notando que lo observaba fijamente, desvió la mirada y me dedicó una sonrisa, una que conocía muy bien, la que usaba cuando quería mostrar que no pasaba nada.
—Bueno, ciertamente es algo que le va bien. Pero, ¿qué hay de la Marquesa Neuschwanstein?
—Ah, bueno… no sé. A veces pienso que el Dios que conozco es muy distinto al que los demás conocen.
Aunque no era ‘a veces’, sino siempre. ¿Quién creería que existe un Dios que puede matar a alguien y luego devolverlo a la vida en el pasado? El problema es que yo soy la prueba viviente de ello.
El príncipe Ali tomó al gato que se acercaba lentamente hacia mí con una mano, lo levantó y lo colocó en su hombro, mientras asentía con la cabeza.
—Gracias a ambos por sus respuestas sinceras.
—No hay de qué. En una situación como esta, preferiría evitar las cortesías vacías que solo terminan causando malestar.
—Nosotros también pensamos igual. De cualquier modo, deben estar cansados, así que sería mejor que se retiraran a sus aposentos para descansar. Continuaremos mañana en el almuerzo… Oh, ¡Rachel!
Al escuchar el nombre ‘Rachel’, naturalmente giré la cabeza hacia la puerta, esperando ver a mi hija. Pero allí solo estaban los dos sirvientes de antes.
Un instante después, me di cuenta, algo avergonzada, de que el príncipe Ali no estaba llamando a mi hija, sino al gato que acababa de saltar de su hombro.
Hubo un breve momento de silencio. Nora y yo lo observamos con miradas atónitas, mientras el príncipe de Safavid, que hasta hace poco había mostrado tal serenidad y dignidad, comenzaba a ponerse rojo como un tomate y a tartamudear.
—Ehh, señora, eso, espero que no me malinterprete…
—……
¡Qué excusa tan mala! Parece que el príncipe ha caído completamente por mi hija. Aunque jamás imaginé que le pondría su nombre a un gato.
—Creo que sería mejor no llevar ese gato frente a mi hija.
—¿Eh? ¿Por qué no?
—Bueno, imagina que mi hija llamara a su perro con su nombre, ¿cómo se sentiría?
—Ehh… creo que me sentiría… bien… ¿verdad?
—……
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La primera noche en un lugar extranjero parece eterna. Quizás fuera por el desfase horario, pero me sentía completamente despierta hasta que terminé de bañarme y de escribir una carta para enviar a casa.
—¿Qué haces, mamá? ¿Les escribes a mis hermanos?
—Sí. ¿Tienes algo que quieras decirles?
—No creo que haya nada… Ah, dile a Leon que no toque mis libros.
A diferencia de mí, Rachel parecía bastante agotada por el viaje, ya que se acurrucó en la cama y se quedó dormida enseguida. Su rostro dormido parecía radiante, casi como si estuviera soñando algo hermoso. ¿Será el poder del primer amor?
Doblé la carta rápidamente y me levanté. Sentía la cabeza un poco confusa y también tenía ganas de tomar un poco de aire, así que salí de la habitación y me dirigí a la terraza más cercana.
—¡Hyaaa!
—¡Waaa!
El sol en los trópicos dura más. En el Imperio ya habría anochecido, pero aquí el cielo comenzaba apenas a teñirse de rojo. En medio del jardín lleno de palmeras y jazmines exóticos, nuestros caballeros y los guardias locales competían en una animada batalla de espadas, como peces en el agua.
—¡Esto es el espíritu del Imperio, pequeño león marino isleño!
—¡Oh, tú, perro del continente, no lo haces nada mal!
Si Jeremy hubiera venido con nosotros, sin duda estaría ahí metido también. No tenía intención de interrumpir, así que me limité a observar en silencio. Pero justo cuando uno de los guardias, que blandía su espada con entusiasmo, levantó la vista y me vio, soltó una extraña exclamación de sorpresa, lo que hizo que todos se percataran de mi presencia.
Me apresuré a retirarme, ofreciendo una torpe sonrisa a los guerreros que, de repente, realizaban saludos exagerados hacia mí. O al menos lo intenté.
—¿Qué haces?
—Oh, Nora… Solo salí a tomar un poco de aire. Pensé que estarías abajo.
Nora acababa de salir del baño, con el cabello negro aún húmedo y vestido con una cómoda bata. Lanzó una rápida mirada hacia los acalorados espadachines en el jardín y se encogió de hombros.
—No quería terminar envuelto en algún problema.
—Supongo que hay muchos que querrían enfrentarse a ti.
El silencio cayó por un momento. La brisa marina salada revolvía nuestro cabello húmedo, mientras el sonido de las espadas chocando y las olas rompiendo en la distancia se mezclaban en una exótica sinfonía.
—¿Qué piensas tú? Me refiero a lo que dijo el príncipe Ali.
La pregunta salió de mi boca antes de que pudiera detenerme. Nora, apoyado en la barandilla mientras contemplaba el estrecho, parpadeó lentamente con sus ojos azules.
—No hay mucho en lo que pensar. Más bien, tengo curiosidad por lo que piensas tú.
—¿Yo?
—Desde mi perspectiva, parece que no tienes ninguna intención de ceder ante las demandas de Su Majestad.
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