⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Es que ahora está de moda que los hombres adultos vengan a las fiestas de cumpleaños de otros a llorar a gritos?
Elizabeth chasqueó la lengua mientras hacía este comentario. En respuesta, Heide contestó con un tono más compasivo que el de su cuñada.
—No estoy segura. ¿Qué opina usted, señora de Neuschwanstein?
—Bueno, a este paso, tal vez sí se convierta en una nueva moda.
En medio del animado baile de máscaras, quien de repente empezó a sollozar, llamando la atención de todos, no era otro que el Conde Muller. Era difícil discernir si estaba borracho o si estaba actuando deliberadamente, ya que ni siquiera se había quitado la máscara mientras lloriqueaba. ¿Acaso ese astuto Conde tenía la intención de arruinar la ceremonia de mayoría de edad de su sobrino?
—Conde, ¿qué le ocurre?
—Ah, señora, discúlpeme por causar este escándalo… ¡Uaaagh!
—¿Qué le ha pasado para que esté llorando así? ¿Acaso Jeremy le volvió a molestar?
—No, no es eso. Solo que al volver aquí después de tanto tiempo… ¡Snif! Perdón, es que me han invadido los recuerdos… ¡Uaaagh!
Por su aspecto, no parecía que estuviera tramando nada. ¿Será que simplemente se ha vuelto más sentimental con la edad?
Me rasqué la cabeza mientras miraba en dirección a Jeremy, que estaba al otro lado del salón. Aunque no podía verle el rostro por la máscara, me imaginaba que tanto él como Nora debían tener una expresión de fastidio.
—¿Soy la única que siente que últimamente los viejos a nuestro alrededor están perdiendo la cabeza?
—Opino lo mismo.
Después de que los dos caballeros, siguiendo mi señal, se llevaron al Conde sollozante, miré a la Emperatriz y a la Duquesa, quienes negaban con la cabeza en sincronía.
—Con su permiso, me retiro un momento.
—No existe anfitriona en el mundo que abandone a sus invitados. ¿Qué se supone que haremos mientras no estés?
—Creo que ahora mismo están empezando la obra de teatro en el piso de arriba. Pueden disfrutarla y desearme suerte.
—Humph. ¿Suerte? Por favor.
Después de que la Emperatriz rezongona y la amable Duquesa se marcharon, traté de prepararme mentalmente para la reunión conspirativa que se avecinaba, bebiendo grandes tragos de champán. Al dejar la copa y tomar aire profundamente, me disponía a dar el primer paso cuando alguien se acercó inesperadamente y me habló.
—Cuánto tiempo sin vernos.
La voz pertenecía a una dama con una máscara morada adornada con amatistas. Gracias a su cabello rubio platino recogido elegantemente y los ojos violetas visibles a través de la máscara, no tardé en reconocer quién era.
—Es cierto, ha pasado tiempo. ¿Cómo ha estado?
—No muy bien.
Mi sonrisa se desvaneció cuando me detuve un momento. La joven Duquesa, que en su día había sido el epítome de la elegancia en mi memoria, parecía algo borracha. Sus mejillas, visiblemente sonrojadas bajo la máscara, y su tono mordaz no dejaban lugar a dudas. ¿Era este el poder de un baile de máscaras?
—Creo que ha bebido un poco de más. Es bueno divertirse, pero también debería cuidarse…
—Por supuesto que estoy borracha. Pero, a diferencia de usted, a mí eso sí me afecta.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Conozco perfectamente a las personas como usted.
Con un giro desafiante, dirigió su máscara violeta hacia mí y continuó con un tono que rozaba la provocación.
—Todo es fácil para usted, ¿no? Basta con que baile una vez y todos los hombres quedan embelesados. Siempre tiene a caballeros dispuestos a correr en su auxilio en cualquier momento de necesidad. Y para colmo, se casó con un hombre mucho mayor que usted y heredó una fortuna descomunal. ¿No es eso suficiente? ¿De verdad necesita codiciar más? ¿Por qué quiere controlar también el futuro de los hijos que no son suyos?
—¿De qué está hablando…?
—Yo no soy como usted. ¿Sabe cuánto he luchado? ¿Es que simplemente no le caigo bien, o no soporta perder el control sobre su hijo? Seguro lo que en realidad teme es perder su preciado estatus, ¿verdad? Pero…
Splash.
El salón quedó en completo silencio. Claro, como suele decirse, no hay nada más entretenido que ver una pelea ajena. Mientras cruzaba los brazos y miraba a Rachel, O’hara parecía tardar un poco en asimilar lo que había sucedido. Unos segundos después, finalmente comprendió que lo que goteaba sobre su cabeza era jugo de manzana, y su cuerpo empezó a temblar de furia.
—¿Qué… qué es esto…?
—Oh, lo siento. Por un momento pensé que una joven malcriada, incapaz de captar la atención de sus propios padres, estaba insultando descaradamente a mi madre. Si ese hubiera sido el caso, ya te habría arrancado el pelo.
Rachel sonreía de manera inquietante, mientras O’hara, temblando de los pies a la cabeza, dirigía su mirada hacia mí. Con una sonrisa amarga, comencé a hablar.
—Entiendo que no debe ser fácil ver a tu padre con una amante de tu misma edad… Pero, señorita O’hara.
—…
—Si estás enojada, ve y enfrenta a las personas involucradas. Quejarte con alguien que no tiene nada que ver no servirá de nada, nadie lo entenderá.
—…Yo, yo…
—Y no me vengas con reproches porque no eres el tipo de chica que le gusta a mi hijo. ¿Qué clase de bajeza es esta? Si tu difunta madre te viera, se sentiría muy decepcionada.
O’hara no dijo nada. En cambio, comenzó a temblar, aparentemente al borde de las lágrimas. Para colmo, justo en ese momento apareció Elias, corriendo hacia nosotros para ver qué ocurría, y al ver el estado empapado de jugo de la señorita O’hara, soltó una carcajada.
—¡Ja, ja, ja! ¡¿Qué es esto?! ¿Es obra tuya, Rachel? ¡Dios, qué miedo!
—¡Snif!
Mientras observaba la figura de O’hara, que salía corriendo entre lágrimas, una sonrisa amarga volvió a aparecer en mi rostro.
El salón pronto recuperó su bullicio. Al fin y al cabo, estábamos en pleno baile de máscaras, y cualquier incidente solo sería tema de conversación pasajero al día siguiente.
—¡Ja, ja, ja! ¡Tienes que haber visto eso, hermano!
—Elias…
—¿Qué? ¡Fue divertido! Ja, ja, ja…
Honestamente, fue divertido. ¿Será que dicen que el amor de una madre es para su hija? Después de darle un pequeño pellizco en la mejilla a la orgullosa Rachel, me di la vuelta.
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—Tal como lo esperaba, ¿verdad?
Al oír una voz sarcástica detrás de ella, O’hara, que estaba sollozando mientras apretaba su máscara, levantó la cabeza y frunció el ceño.
—¿Saliste para rematarme?
—No, no es para tanto. Pero, ¿por qué fuiste a una fiesta ajena a provocarle a la madre de alguien? Si mi hermana menor fuera como antes, ya te habría arrancado todo el pelo.
Eso habría sido más entretenido, murmuró Elias, cruzando los brazos y riendo una vez más. O’hara lo observó por un momento antes de sonarse la nariz y rechinar los dientes.
—Fue un error debido al champán.
—¿No conoces el dicho ‘en el vino está la verdad’?
—¡Entonces, ¿qué se supone que debo hacer?! ¡Si quieres insultarme, hazlo de una vez!
—Parece que hasta disfrutas que te insulten, ¿verdad?
—¡¿Quién dijo que lo disfruto?! Solo me siento frustrada porque nadie entiende lo que siento. Si tu madre al menos comprendiera un poco lo que pienso…
—Nuestra madre no es del tipo que forzaría a sus hijos a casarse sin su consentimiento. Y hablas de sentimientos, pero ¿no es lo mismo contigo?
—¿De qué hablas ahora?
—Tú solo te fijas en las condiciones externas de mi hermano, ¿verdad? Si realmente lo quisieras, intentarías ganarte su corazón primero. No vendrías a llorar a nuestra madre porque no te da un matrimonio arreglado.
Elias la miraba con sus ojos esmeralda brillando de manera burlona a través de su máscara, mientras que su largo cabello rojo, recogido en lo alto, se balanceaba con energía. De repente, extendió una mano hacia ella, lo que hizo que O’hara se quedara inmóvil, mirándola en silencio.
—¿Ya terminaste de lamentarte? Entonces, ven y diviértete. Hoy es mi ceremonia de mayoría de edad.
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—…¡Snif, snif!
En el balcón del norte, los miembros del consejo se reunían uno por uno, mientras el Conde Muller, a quien tanto esfuerzo nos costó traer, seguía sollozando sin razón aparente. Aunque su comportamiento resultaba incómodo, no era apropiado echarlo de manera tan cruel, por lo que lo dejamos apoyado en la barandilla mientras continuábamos nuestra conversación.
—…Tenía muchas preguntas que hacerte. Señora, imagino que estás al tanto de los rumores desagradables que circulan sobre ti últimamente.
—Bueno, siempre ha habido rumores sobre mí. ¿De cuáles hablas en particular?
—Es difícil de creer, pero se dice que desde tu visita a Safavid, has adoptado ideas heréticas…
—Vaya, parece que el Duque Heinrich sigue prestando atención a lo que dice el Vaticano, como siempre. Qué desperdicio para su familia.
El Duque de Nuremberg, con su máscara de tela azul oscuro, habló con una voz gélida y sarcástica. La atmósfera de sospecha entre los presentes rápidamente se transformó en confusión.
—Entonces, ¿estás diciendo que lo que ocurre en Safavid no es causado por herejes?
—Definan herejía. Vamos, reflexionemos juntos sobre la teología.
—¿Qué…? ¿Cómo se supone que definamos eso? Nosotros simplemente seguimos lo que Su Santidad dice que es herejía.
—Parece que algunos de nosotros nos hemos alejado mucho del orgullo aristocrático.
—¿Qué dijiste? Conde de Baviera, ¿de qué lado estás?
—Del lado de mi familia. Y si amplío un poco más, del lado de los nobles. ¿Qué ha pasado con la autoridad de nuestra clase?
—Hmm, es un comentario válido.
—¿Válido? ¡Marqués de Schweik, ¿es este el momento para comentarios tan relajados? El problema no es la autoridad, ¡son los herejes!
—Parece que tienes un pasatiempo con eso de hablar de herejes. Pero si hablamos de herejes, ¿no lo son más los que se proclaman representantes de Dios y engendran bastardos a diestra y siniestra?
—¡Duque de Nuremberg!
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