⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Otro año que se va…— murmuró el Emperador Maximillian, con las manos detrás de la espalda, mientras contemplaba el panorama otoñal del palacio real que se teñía de marrón.
Albrecht no dijo nada.
—Debe ser que me estoy haciendo viejo. Cada otoño, inevitablemente, me invade la nostalgia.
—…
—Seguramente lo recuerdas. Aquél otoño cuando los cuatro fuimos a Langeness en busca de la Piedra Filosofal. En vez de encontrarla, nos perdimos en los túneles y los enanos nos dieron una buena lección. Qué fascinante era descubrir que existían especies tan pequeñas y además con talentos especiales…
—Nadie supo quiénes éramos.
—Quizá eso fue lo más divertido. Viéndolo en retrospectiva, esos eran días en los que nada se nos oponía. Tú y yo, junto con Johannes y Ludovica, sentíamos que cualquier cosa era posible… que nada nos daba miedo. Ni siquiera los dioses.
—…
—Tal vez eso es el poder de la juventud. Aunque mi juventud terminó demasiado pronto… Se acabó el día que ella murió. Dejándome solo con un bebé que ni siquiera podía caminar… un hijo que no se parecía en nada a ella… Albrecht, ¿es esta tu venganza por habértela quitado? ¿Es esta tu manera de vengarte de mí?
Albrecht bajó tranquilamente su pipa.
Sus fríos ojos azules observaron la espalda de su viejo amigo y señor, quien permanecía erguido e inmóvil.
—A menos que seas tú o ese amigo nuestro, Johannes, no soy del tipo que se deja llevar por recuerdos de antaño para hacer el ridículo a esta edad. Y, ¿acaso crees que si algo le ocurriera al príncipe Theobald, a su majestad le importaría lo más mínimo?
El Emperador, que había estado dándole la espalda en silencio, finalmente se giró bruscamente. Sus ojos dorados, llenos de rabia, se enfrentaron ferozmente con los fríos ojos azules de Albrecht.
—Después de la muerte de Ludovica, no dijiste una sola palabra cuando me casé con tu hermana. ¿Era ese tu objetivo desde el principio? ¿Que los lobos de la nobleza se devoraran al Imperio?
—¿Eso es lo que crees?
—¿Qué estás tramando? ¿Acaso no te envié a la señora von Neuschwanstein a Safavid? ¿Y ahora resulta que ella y la familia real de Safavid están aliados, y que tú también has caído bajo su influencia? ¿Cómo puedes estar seguro de que detrás de lo que le ocurrió a tu hijo no estaba la Iglesia? ¡Bien podría haber sido una conspiración de esos bastardos de Safavid!
—…
—Como si eso no fuera suficiente, ¿ahora estás conspirando con la Emperatriz para hacer que Retlan sea el príncipe heredero? ¡Pensaba que tú y Theobald eran bastante cercanos, pero parece que me equivoqué! ¿O todo fue una actuación bien calculada? ¿Una trama más de esa sangre astuta que corre por tus venas? ¡Ya ni siquiera sé quién eres! Pensaba que te conocía mejor que a nadie, pero ahora ni siquiera puedo estar seguro de quién eres.
El Emperador Maximillian golpeó con fuerza el tapiz de la pared con la mano, su voz llena de desesperación.
Albrecht alzó la mirada hacia el techo, donde un águila de platino estaba grabada en el escudo imperial. Luego, con voz calmada, respondió:
—La caída de la Iglesia no perjudicará a su majestad de ninguna manera. Usted ha sido, más que nadie, el que más ha odiado al Papa, ¿o no?
—¿Me estás tratando de idiota? Incluso un niño sabe que hay una diferencia entre que el poder de la Iglesia se debilite y que desaparezca por completo. ¡Los únicos que ganarían con eso serían los malditos nobles, tú y esos grandes magnates! ¡Incluso si Theobald tiene algunos contactos cercanos con algunos cardenales, eso es normal para un príncipe heredero! ¿Estás planeando crear un escándalo con algo tan trivial?
—…
—Tienes razón, no soy un padre afectuoso con mis hijos. Pero eso no significa que vaya a permitir que alguien interfiera con sus derechos. ¡Theobald es el hijo que Ludovica me dejó! Para honrar su memoria, Theobald debe heredar el trono.
—Parece que Su Majestad todavía no entiende la verdadera naturaleza de los nobles.
Albrecht entrecerró los ojos con frialdad.
—La mayoría de los nobles en la capital ya han comenzado a darle la espalda a la Iglesia. Y no solo en la capital, también en otras regiones. El sentimiento anti-papal está en aumento en todo el país. Si su majestad no destituye rápidamente al príncipe Theobald, él será arrastrado por los conflictos que se avecinan y sufrirá una gran humillación. Sería mejor para él renunciar a su posición antes que soportar tales vergüenzas.
—¿Humillación? ¿Deshonra? ¿Me estás diciendo que si no destituyo al príncipe, los nobles lo arrastrarán junto con la Iglesia? ¿Es esa la voluntad de los nobles? ¿Qué clase de odio le tienen?
—Nada de eso, majestad. Es únicamente mi voluntad.
Hubo un momento de silencio. El Emperador miraba a su amigo con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Albrecht, con un tono aún más calmado, continuó:
—No quiero llegar a esos extremos, por eso le ofrezco una opción… por nuestra antigua amistad.
—Tú… ¿no amabas a ese niño? ¡Era el hijo de Ludovica!
—Si en su momento me hubiera fijado en mi propio hijo en lugar de en el hijo de Ludovica… Si su majestad hubiera prestado atención a sus hijos en lugar de consolarse en los brazos de otras mujeres… Si Johannes no hubiera proyectado la sombra de Ludovica sobre una joven e inocente… quizás hoy viviríamos una realidad muy diferente.
La voz de Albrecht estaba teñida de amargura y remordimiento. Maximillian se quedó atónito al ver a su amigo, a quien conocía de toda la vida, expresarse con tal autodesprecio y arrepentimiento. Era la primera vez que lo veía hablar así.
—Tú…
—¿Sabe qué es lo más irónico? Creía que era diferente, pero al final no soy tan distinto de esos dos. Quizás nunca lo habría descubierto si alguien, la mayor víctima de todo esto, no me hubiera abierto los ojos. Si no lo hubiera hecho, ahora probablemente habría perdido a mi hijo para siempre. Igual que su majestad no se dio cuenta de cuán distorsionado se había vuelto su propio hijo.
—¿Qué…?
—¿Puede creer que el hijo de Johannes me dijo que no podía permitir que el hijo de Ludovica ocupara el trono?
Ante esta declaración, los ojos dorados del Emperador se llenaron de furia. Fue un cambio tan repentino y aterrador que Albrecht, curiosamente, parecía haberlo anticipado.
—¡¿Cómo se atreve ese mocoso a decir tal cosa?!
—Escúchelo bien. No fue Johannes quien lo dijo, sino su hijo.
—¡Eso es lo mismo, ¿no?!
—¿Lo mismo? ¿Acaso ha terminado de hablar? ¿Hasta cuándo, Majestad, seguirá atrapado en el pasado, sin poder razonar con claridad y dando vueltas en círculo? ¡Por eso el príncipe Theobald ha crecido de esa manera!
¡Crash!
El Duque apenas esquivó la silla que el Emperador, con gran fuerza, lanzó en su dirección. Después, un ruido metálico estremecedor resonó cuando el Emperador desenvainó su espada, comenzando a blandirla furiosamente hacia su antiguo amigo, lleno de ira.
—¡¿Cómo te atreves a usar esa lengua insolente?! ¡Esta vez te arrancaré de raíz esa lengua molesta que tanto me harta!
—La lengua que debería preocuparle no es la mía, sino la del príncipe Theobald, su Majestad.
—¡Cállate! ¡Deberías preocuparte por la lengua de tu propio hijo!
—¡Mi hijo ha crecido de manera admirable! ¡El hijo problemático del Imperio es el suyo, un retoño destinado a ser un tirano, digno heredero de su linaje!
—¡¿Cómo te atreves a llamarme tirano?! ¡Presumes de ser superior, pero en el fondo eres igual a nosotros! ¡Si no fuera por la señora Neuschwanstein, ni siquiera le habrías dado tu apoyo!
—¿Mi hijo quiere eso, y como padre, no puedo cumplirle ese deseo? ¡Por otro lado, si no fuera por la señora Neuschwanstein, ya habría traído a su hijo y lo habría confrontado, ¿o no? ¿Quién apoya a quién aquí…?
—¡Y eso, ¿qué más da?! ¡Con esos ojos grandes y brillantes, idénticos a los de ella, cómo no va a ablandar mi corazón! ¡Y tú, ¿desde cuándo te preocupas tanto por tus hijos?!
—¡Soy mejor que usted, que parece no pensar en nada!
—¿Que no pienso en nada? ¡Tienes el descaro de aconsejarme destruir la base de un imperio que ha existido por más de mil años y, además, dices que no pienso?!
—¿Y qué tiene eso de malo? ¡Podría construir una nueva base!
—¡Esa maldita lengua tuya! ¡Hablas como si fuera fácil! Si lo hiciera, ¡la Casa Bismarck perdería para siempre su legítimo derecho como protectora de la fe!
—¡Pero podría construir una nueva legitimidad! ¡Una legitimidad única que no esté bajo la influencia de la religión! ¡Como Emperador, ya es hora de que haga algo digno de un hombre!
—¡¡¡Albrecht!!!
—¡¡¡Maximillian!!!
—¡¿Qué demonios están haciendo?!
La Emperatriz Elizabeth, habiendo escuchado el alboroto, irrumpió en la sala de audiencias y gritó con voz afilada. De inmediato, tanto el Emperador, que mostraba una danza salvaje con su espada, como el Duque, que esquivaba mientras gruñía, se detuvieron bruscamente, como si lo hubieran hecho de común acuerdo. A pesar de detenerse, seguían lanzándose miradas furiosas, como si quisieran destrozarse el uno al otro.
Elizabeth los miró con desdén durante un momento antes de posar una mano en su cintura y, con tono incrédulo, preguntar:
—¿Ambos han contraído la peste? Me refiero a la de la cabeza.
—¡… El Duque ha osado cuestionar mi dignidad como padre!
—Hermana, como usted bien sabe…
—¡Silencio, los dos! Ninguno de ustedes dos es mejor que un par de adolescentes caprichosos. ¿Se preguntan a quién se parecen el príncipe y el Duque para ser tan problemáticos? Pues es evidente que son iguales que ustedes, tal padre tal hijo.
—Ya que mencionas al príncipe, Emperatriz, yo creía que apreciabas mucho a Theobald. Pero…
—Yo también lo creía, Majestad. Pero, ¿a quién culpar? Todo esto es culpa suya. Así que, si quiere reprocharme por ser una mala madre, adelante. Prefiero ser la peor madrastra de la historia que seguir abandonando a mi propio hijo, aunque sea solo uno de sangre.
Las palabras mordaces y sarcásticas de Elisabeth dejaron al Emperador momentáneamente sin palabras. Solo pudo mirar a su esposa con una expresión de desconcierto, como si la estuviera viendo por primera vez.
—¿Lo entiende? Theobald es su hijo de sangre, no el mío. Usted, que ha sido la pureza personificada, no debería estar sorprendido ahora.
Ante el ataque verbal de la Emperatriz, en lugar de enfurecerse, el Emperador parecía desconcertado. Mientras sus ojos dorados recorrían los rostros fríos y calculadores frente a él, la delgada capa que cubría sus emociones comenzó a resquebrajarse.
Tras un incómodo silencio, el Emperador arrojó su espada sobre la mesa central de la sala de audiencias y se dejó caer en una silla. Tres anillos con el sello de la familia imperial colgaban de su mano mientras apoyaba la cabeza, de cabello plateado, en ella. Sus ojos dorados mostraban una tormenta de emociones difíciles de describir.
Después de un largo silencio, finalmente habló con una voz sorprendentemente baja y vacía.
—¿Qué ha pasado realmente…?
Cuando Elizabeth estaba a punto de responder, Albrecht levantó una mano para detenerla y, con una voz calmada, habló:
—No importa. Tanto Su Majestad, Johannes, como yo hemos cometido errores. Lo único que nos queda a los que aún estamos aquí es tratar de corregir los errores, aunque sea tarde. Por lo tanto, por una vez, asuma la responsabilidad como padre y tome una decisión.
—¿Privar al príncipe de su título sería un acto de responsabilidad como padre? ¿Permitir que ustedes se enfrenten a la Iglesia sería eso?
—Lo que le pido es que lo proteja de mí, que estoy tratando de deshacerme de todo.
La voz tranquila de Albrecht era apacible, pero contenía una inquebrantable firmeza.
Esto ya no era ni una negociación ni una persuasión.
Era una elección: protegerlo al quitarle el título o seguir siendo un espectador pasivo y lanzarlo a la ruina.
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