⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—… Parece que solo tuve una opción desde el principio.
—…
—Supongo que lo mismo aplica a la cuestión del poder eclesiástico.
—Las generaciones que nos siguen no tendrán obstáculos para abrir una nueva era.
—… El Papa no se quedará de brazos cruzados. Ya han solicitado una investigación conjunta dirigida hacia la señora Neuschwanstein.
Al oír esto, tanto Albrecht como Elizabeth fruncieron el ceño al unísono.
—No era algo inesperado, pero ¿por qué solo a la señora Neuschwanstein? El príncipe Safavid también estuvo involucrado.
—… Parece que prefieren pensar que el príncipe simplemente ha sido influenciado por ella. O tal vez no se sienten capaces de enfrentarse al Duque de Nuremberg en conjunto. De cualquier manera, son una panda de astutos y mezquinos.
El Emperador chasqueó la lengua con disgusto, mientras que el Duque esbozó una leve sonrisa y asintió con la cabeza.
—No son exactamente inteligentes. Mejor aún, acepte la solicitud de la investigación conjunta, Majestad.
—¿Te has vuelto loco? Hace un momento me pedías que… No, espera, la señora Neuschwanstein es súbdita mía. Solo con el juicio eclesiástico ya estoy furioso, y si además tiene que pasar por esto, ¡sería inaceptable! Además, si la Iglesia la presiona demasiado y Safavid decide intervenir, ¿crees que el Vaticano asumirá alguna responsabilidad?
El Emperador explotó con voz llena de furia, pero la Emperatriz no perdió la oportunidad de apoyar a su hermano.
—Creo que el afecto que siente por la señora Neuschwanstein no es solo porque sea súbdita suya, pero de todos modos, esta situación ya era previsible, y ella será capaz de darle la vuelta a la situación. Sabemos perfectamente lo que ha sucedido cada vez que ha estado en juicio.
—Su Majestad tiene razón. Este es un proceso que debemos atravesar tarde o temprano. La clave es cómo podemos hacer que la situación juegue a nuestro favor, pero la señora Neuschwanstein es más que capaz.
El Emperador Maximillian se dio cuenta de que ya no tenía argumentos contra los comentarios alternos de los hermanos, quienes, siendo de la misma sangre, sabían cómo dejarlo sin opciones. Aunque, en realidad, no había otras alternativas.
—Sí, claro… Ella podrá manejarlo. Entonces, ¿qué se supone que debo hacer yo?
Los ojos del Duque, que ahora miraban al Emperador directamente, brillaban con una intensidad profunda mientras se inclinaba sobre la mesa.
—De todas formas, el interrogatorio será dirigido por los cardenales. Su Majestad solo debe aparentar que permanece al margen, pero implícitamente mostrar su apoyo a las reformas. De ese modo, esta reforma será vista por el pueblo como una lucha entre todo el imperio y los corruptos cardenales.
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En mi vida pasada solo tuve que enfrentarme a esto una vez, pero en esta vida ya es la tercera vez que entro en un tribunal, jurando ante Dios y los hombres que diré solo la verdad. Aunque esta vez no me sorprendió recibir la citación del interrogatorio, a diferencia de las dos ocasiones anteriores, me sentía mucho más tranquila. No es que no estuviera nerviosa en absoluto, claro.
Tampoco me sorprendió demasiado saber que los cardenales solo me habían convocado a mí. Aunque, claro, no dejó de ser molesto. De cualquier manera, según la carta que recibí del Duque de Nuremberg, no tendría que preocuparme por el Emperador. Solo tendría que enfrentarme a los cardenales.
A pesar de todos los preparativos que habíamos hecho en las sombras, me sentí algo inquieta el día de la audiencia.
Decidí usar un vestido sencillo de color crema y joyas discretas mientras me dirigía a la capilla del palacio, donde se celebraría el juicio.
La multitud que se había reunido alrededor de la capilla y los espectadores que abarrotaban los bancos a ambos lados de la galería en el segundo piso hicieron que mi nerviosismo aumentara.
Había una preocupación persistente: si mostraba el menor signo de debilidad, todo lo que había construido hasta ahora podría desmoronarse.
Si los jueces querían intimidarme al obligarme a pararme sola en medio del tribunal, enfrentando a todos desde arriba, había que reconocer que en cierta medida lo estaban logrando. Aunque había público también en la parte trasera, la inmensa plataforma del tribunal ocupaba casi la mitad de la sala, dejando claro que nadie más, aparte del acusado y sus pertenencias, podía estar allí.
Por eso, mientras me acercaba al tribunal, me quedé atónita al descubrir que, antes de que yo llegara, un enorme muchacho ya estaba plantado allí, firme y confiado.
—¿Nora…?
—Ah, hermana. Me preocupaba llegar tarde, pero parece que fui más rápido.
—Pero aquí…
Antes de que pudiera terminar mi frase, un breve y estridente repique de campanas resonó, seguido de la entrada de los cardenales, vestidos de negro, que tomaron asiento en el estrado superior.
El Emperador estaba presente, junto a sus dos hijos, en un nivel aún más elevado que el de los cardenales.
Hmm, entiendo lo de Theobald, pero traer también a Retlan…
Al observar disimuladamente la expresión de Theobald, me preguntaba si sabía lo que le esperaba o si estaba completamente ignorante, porque solo me miraba con una expresión inescrutable.
—¡Silencio, silencio!
El sonido del mazo resonó con fuerza, y de inmediato la sala de audiencias, que había estado sumida en murmullos, se volvió completamente silenciosa.
Levanté la vista hacia el lado derecho del estrado, donde se encontraba un joven cardenal que me tenía inquieta desde el principio. Como era de esperar, se trataba del cardenal Richelieu, quien ni siquiera había aparecido durante los juicios eclesiásticos. Hacía mucho que no lo veía.
¡Ese desgraciado casi mata a Nora! ¡Qué descaro! Ahí está, sentado con total arrogancia en el estrado, como si no fuera más que un traidor que intentó envenenarlo.
Por alguna razón, tal vez porque las cosas no iban como él esperaba, el cardenal Richelieu parecía aún más demacrado que antes. Su brillante cabello castaño claro, que no le quedaba nada bien, seguía siendo tan desagradable como su oscura y perturbadora mirada. ¿Qué estará tramando detrás de esos ojos tan desvergonzados? De repente, sentí un impulso feroz de verterle un frasco lleno de cantarella en la boca. ¿Cómo pudo Nora estar tan cerca de la muerte por culpa de ese hombre? ¿Cuánto dolor tuvo que soportar…?
En ese momento, un cardenal de mediana edad, sentado en el centro del estrado, alzó la voz.
—Nadie que no sea el acusado puede estar en el estrado. Nora Von Nuremberg, retírate de inmediato.
Parpadeé, volviéndome hacia Nora. Para mi sorpresa, él simplemente mantenía una sonrisa tranquila, a pesar de que el sospechoso de intentar asesinarlo y su enemigo de la infancia estaban ahí arriba, presumiendo sin vergüenza alguna.
—Según tengo entendido, solo el acusado y sus pertenencias pueden estar en el estrado.
—Si ya lo sabes…
—Según la ley imperial, la relación entre un caballero y una dama se encuentra dentro del ámbito de propiedad mutua. Como todos aquí saben bien, soy el caballero honorario de Lady Neuschwanstein. Por lo tanto, simplemente me consideran una de sus posesiones en este momento.
Esa absurda afirmación provocó una mezcla de silbidos, abucheos y aplausos entre el público, como era de esperar.
Me quedé mirando a Nora, desconcertada, casi al borde de dejar caer la mandíbula. ¿Qué acababa de decir?
Los cardenales tampoco ocultaron su desconcierto.
—¿Qué… qué clase de tontería es esta? ¿Estás insultando esta sagrada audiencia, príncipe?
—De ninguna manera. Solo estoy reclamando mis derechos como propiedad, según los procedimientos legales.
Los ojos imperturbables del cardenal Richelieu se clavaron en Nora, mientras el público se volvía cada vez más ruidoso.
—¡Ah, claro! ¡El caballero siempre es propiedad de la dama!
—¿Ese es el tal caballero que mencionan?
—Yo también quiero ser propiedad de alguien.
—¡Solo déjenme estar a su lado! ¡Está en su mejor momento!
Los cardenales, que hasta ahora habían estado mirando a Nora con expresiones incrédulas, se volvieron y comenzaron a murmurar entre ellos, claramente desconcertados. No era algo que hubieran visto antes.
Poco después, el cardenal del asiento central carraspeó, lanzándonos una mirada severa.
—Incluso si aceptáramos esa condición, nadie más que el acusado puede participar en el interrogatorio.
—Soy consciente de eso. De todas formas, no diré una sola palabra. Solo soy una posesión.
Nora respondió con calma, guiñándome un ojo mientras lo hacía. No pude evitar soltar una risa sarcástica. ¡Todo esto, solo para estar a mi lado! Aunque sería mentira decir que no me alegraba.
—¡Silencio! ¡Que todos guarden silencio!
El sonido del mazo resonó una vez más, trayendo consigo una nueva ola de silencio. El interrogatorio estaba por comenzar.
Uno de los cardenales, que ya había perdido casi todo el cabello a una edad temprana, alzó un libro que me resultaba familiar con una mano.
—Lady Neuschwanstein, ¿conoce este libro titulado <La serpiente en el hábito sagrado>?
—Sí, lo conozco.
—Lady Neuschwanstein, ¿es usted la autora de este libro?
—No, no lo soy.
—Lady Neuschwanstein, este libro, que insulta la fe y las enseñanzas sagradas de la Iglesia, fue distribuido por los gremios de comerciantes bajo el control de Neuschwanstein. Si no es usted la autora, ¿quién lo es?
—Cuando fui enviada como embajadora a Safavid por decreto imperial, adquirí algunos libros que estaban en boga en esa región. Como su contenido me pareció interesante, decidí venderlos y distribuirlos a través de los gremios.
—Ya que fue enviada a Safavid por orden imperial, debe estar bien al tanto del caos que azota esa región en estos momentos. ¿Conoce el contenido de este libro?
—Sí, lo conozco.
La comisura de los labios del cardenal se curvó hacia arriba, como si hubiera estado esperando ese momento.
—¿Sabe usted que este libro, escrito claramente por herejes, fue distribuido en el corazón del Imperio, donde la Santa Sede tiene sus raíces?
—¿Qué parte del contenido considera malintencionada?
El ambiente se volvió tenso, con un silencio cargado de expectativas. Sentí la presencia de Nora junto a mí, y me enderecé bajo las miradas intensas de los cardenales que me observaban con dureza. Saber que él estaba a mi lado me ayudó a calmar los nervios que comenzaban a asediarme.
—¿Está diciendo que, como ciudadana fiel del Imperio y devota creyente, no considera malintencionado el contenido de este libro?
—Como fiel ciudadana del Imperio y devota creyente, tras haberlo leído varias veces, no me pareció muy diferente de una revista de chismes que difunde escándalos. Solo describe los desagradables pasatiempos de ciertos cardenales, doctrinas que no tienen nada que ver con las escrituras, o escándalos de papas pasados y presentes. Todo basado en hechos. No percibí ninguna intención maliciosa.
—¿Basado en hechos? ¿Qué significa eso exactamente?
—¿Qué cree usted que significa? Estoy segura de que ustedes lo saben mejor que yo.
Tanto ellos como yo lo sabíamos. Todos lo sabían. Simplemente, nadie se atrevía a decirlo en voz alta.
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