⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—La burbuja inflada por el engaño eventualmente explotará.
—…
—Creo que debería considerar cuál es la mejor acción que puede tomar en adelante.
Estaba a punto de darme la vuelta cuando Theobald, que había estado sentado en el suelo en estado de shock, se levantó de repente y agarró mi brazo, negándose a soltarme.
—Por favor, espera un momento…
—¡Suelte esto…!
—Pero…
—¿¡Qué crees que estás haciendo!?
…Esa no fue mi voz.
Un grito ensordecedor resonó de repente, y tanto Theobald como yo nos estremecimos y volteamos al mismo tiempo.
Nos encontramos con Nora, que venía hacia nosotros como una fiera, con los ojos llenos de ira.
—No-Nora…
Antes de que pudiera decir algo, Nora se abalanzó sobre Theobald, lo agarró por la nuca y lo arrojó al suelo sin piedad.
¡Crash!
El joven de cabello plateado cayó bruscamente entre los arbustos. Algo voló por el aire y golpeó el dorso de mi mano antes de caer al suelo.
Ese objeto detuvo a todos. Tanto Nora, que parecía dispuesta a destrozar a Theobald, como yo, que intentaba detenerlo, nos quedamos mirando lo que había caído.
Era un relicario del tamaño de un huevo que, al caer, se había abierto. Dentro, una mujer en el retrato me sonreía.
Un silencio se apoderó de todos. Era como si hubiéramos sido hechizados.
—Se parece mucho a ella, ¿verdad…?
Theobald, aún tumbado en el suelo, se levantó lentamente y murmuró, aunque parecía dirigir sus palabras más a Nora que a mí.
Recogí el relicario casi en trance y miré el retrato de la mujer.
Aunque ya lo sabía, ver su rostro me provocó una sensación extraña. Era la Emperatriz Ludovica, la madre de Theobald. Excepto por el color del cabello y los ojos, ella se parecía mucho a mí.
—Mi padre lo lleva consigo de día y de noche… Es el retrato de mi verdadera madre. Se parece mucho a ti, ¿no? Por la reacción, parece que no lo sabías.
—…
—Es curioso, ¿verdad? Yo también lo pensé al principio. Que mi padre, tu padre y el de tu amigo estuvieran todos tan enamorados de la misma mujer… Y encima tú te pareces tanto a ella.
Desvié la vista del retrato y miré a Nora. Parpadeando con sus ojos azules, miraba alternadamente entre mí y el relicario en mis manos. Luego, con un tono sorprendentemente frío y sarcástico, habló:
—¿A qué se supone que se parece?
—…
Theobald, desconcertado, miró a Nora con el ceño fruncido antes de balbucear:
—¿Cómo que no se parece…? ¿No lo ves?
—En absoluto. ¿Quién ha dicho algo tan absurdo?
—…Incluso nuestros padres lo reconocieron.
—Ya sabía desde hace tiempo que nuestros padres no están en sus cabales, pero, ¿dónde exactamente ves el parecido? ¿Intentas decir que, por un momento, Shuri parecía tu madre? ¿Qué tontería es esa?
La frialdad en el tono de Nora no parecía fingida. Eso solo desconcertó aún más a Theobald.
—Yo… yo solo…
—Nora, por favor, basta. Vámonos, ¿sí?
Lo tomé del brazo rápidamente y le supliqué. Nora siguió mirando a Theobald como si quisiera devorarlo, pero luego me agarró la mano bruscamente y se giró para marcharse.
Dejé el relicario suavemente en el suelo y me apresuré a caminar tras él. Mientras me alejaba, miré hacia atrás. Theobald ya se había levantado y nos observaba, con una sonrisa de resignación en su rostro.
Durante todo el trayecto hasta la carroza, Nora no dijo una sola palabra. Incluso cuando la puerta se cerró y el carruaje comenzó a moverse, se sentó encorvado, con una mano sobre su frente, en completo silencio.
¿Qué estaría pensando? Cuanto más se prolongaba el silencio, más me invadía la inquietud. Finalmente, incapaz de soportarlo más, hablé con cautela:
—Nora…
—…
—Nora, ¿estás enojado…?
Ante esa pregunta, él levantó la cabeza de golpe. Sus profundos ojos azules brillaban de una manera extraña, y por un instante, sentí un escalofrío.
¿Lo habrá malinterpretado todo? ¿Pensará que le he dado alguna razón para dudar…?
—Yo… yo no hice nada. El príncipe fue quien apareció de repente y me agarró. Hoy fui al palacio a ver a la Emperatriz.
—…¿Qué dijiste?
—Solo salía del palacio de la Emperatriz. Él apareció de repente y me agarró. ¿Qué se supone que debía hacer? No nos habíamos visto ni hablado en todo este tiempo, así que no sé por qué actuó de esa manera, pero no hice ni dije nada que pudiera malinterpretarse. Intenté liberarme, pero su fuerza era mucho mayor. Si hubiera podido gritar, lo habría hecho, pero si alguien más nos hubiera visto y lo hubiera malinterpretado-
Mientras hablaba rápidamente, Nora, que me había estado mirando fijamente con una expresión extraña, de repente me jaló con fuerza hacia su pecho. Me abrazó tan fuerte que pude sentir cada músculo de su cuerpo.
Nora, en esa misma postura, presionó sus labios contra la coronilla de mi cabeza. Mientras el pánico que me invadía comenzaba a disiparse, pude sentir el fuerte latido de su corazón. El mío también latía con fuerza. No entendía bien qué acababa de ocurrir. ¿Qué estaba diciendo yo?
No sé cuánto tiempo pasó, pero tras abrazarme durante un buen rato, Nora bajó la cabeza y apoyó su frente contra la mía. Con una sonrisa irónica, susurró:
—…Estaba pensando en cómo golpear a ese imbécil para que se corra la voz de que lo hice bien. De paso, me gustaría atarlo al maldito cardenal y lanzarlos juntos al río Danubio.
—Ah…
—¿No te dijo nada raro ese idiota?
¿Algo raro? Iba a negar con la cabeza, pero en su lugar asentí.
—…Dijo que extrañaba a su madre biológica.
—¿Por qué diablos se agarra de ti para buscar a su madre? Siempre tiene una excusa para todo…
—Nora, ¿de verdad crees que no me parezco al retrato de antes?
Le pregunté con cautela, y Nora, alzando levemente sus ojos azules en una expresión de extrañeza, respondió:
—Por supuesto que no. Y aunque te parecieras, ¿qué importancia tendría eso?
—…La razón por la que mi esposo se casó conmigo fue esa.
Susurré en voz baja, cerrando los ojos y rodeando su cuello con mis brazos.
Entonces, no me parezco en nada, al menos para Nora…
Sentí su mano acariciar mi espalda, lo que me produjo una inexplicable sensación de alivio.
—Quizás el Emperador tenía problemas de vista. ¿Así que la antigua Emperatriz fue el primer amor del difunto Marqués de Neuschwanstein y de Su Majestad, el Emperador?
—Y también fue el primer amor de tu padre.
—¡Ja! Es difícil imaginar que mi padre, con lo estricto que es, tuvo una época así, pero claramente tengo mejor gusto que él.
Su comentario burlón me hizo reír. Mientras me reía entre dientes, él también soltó una risa baja y apretó el abrazo a mi alrededor.
—¿Puedo cenar en tu casa hoy?
—Por mí está bien, pero me preocupa Elias… Ya no insiste en que terminemos, pero no sé cómo reaccionará cuando te vea.
—Mm, no te preocupes. No importa lo que diga, lo soportaré.
Con esa respuesta despreocupada, soltó el abrazo y levantó una mano para acariciar mi cabello despeinado. Ese gesto, desconocido pero tierno, me llenó de calidez y una sensación de plenitud. Mientras tanto, sus ojos azules observaban minuciosamente mi rostro.
—¿Estás bien?
—¿Por qué no lo estaría? ¿Tú estás bien?
—…Mientras tú estés bien, yo también.
Había algo profundo en sus palabras, pero cuando esperé que dijera algo más, Nora permaneció en silencio. No fui capaz de notar la lucha de emociones que se agitaban detrás de su sonrisa juguetona y sus ojos azules.
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Si pasas medio día imaginando que el objetivo de tus flechas es el rostro de alguien, lo lógico es que para la hora de la cena estés muerto de hambre. Así que Elias, con su arco colgado despreocupadamente al hombro, atravesó rápidamente el jardín para entrar en la casa. Sin embargo, al ver que el rostro que había estado imaginando estaba paseando por su propio jardín, se detuvo en seco. Y entonces…
—¡Tú, maldito…! ¡¿Qué haces arrastrándote hasta aquí?!
Ante esta cálida bienvenida, Nora, que estaba arrodillado intercambiando miradas amistosas con los perros de caza atrapados en el corral, giró la cabeza tranquilamente y lo miró.
—Ah, hola. También me alegra verte.
—…¡Pues yo no estoy nada contento! ¿Qué demonios haces aquí?
—No vine a verte, así que no te emociones.
—¿Q-qué? ¿Quién dijo que viniste a verme? ¡Y quién está contento! Puede que mi estúpido hermano te haya aceptado, pero yo no. ¡No dejaré que te quedes con Shuri, ni con nadie más!
—Me pregunto quién está acusando a quién de ser astuto…
Nora chasqueó la lengua y volvió a girarse para acariciar la nariz de uno de los perros que asomaba el hocico. Su actitud despreocupada solo hizo que la ira de Elias aumentara aún más.
—¡Te digo que no te reconozco!
—Sí, sí.
—¡Oye! ¡No me subestimes! ¡Lárgate de aquí! ¡Y no vuelvas a poner un pie en esta casa!
—Mm. Entonces supongo que tendré que invitar a tu hermana a cenar fuera. Será una buena cita.
—¿Qué cita ni qué tontería dices? ¡Ni se te ocurra acercarte a Shuri! No sé qué le hiciste para que esté tan hipnotizada por ti, pero mientras yo esté aquí, ¡nunca lograrás lo que quieres! ¡Haré lo que sea necesario para separarlos a los dos!
—Dicen que mientras más obstáculos enfrente el amor, más profundo se vuelve.
—¡Basta!
Finalmente, Elias, incapaz de contenerse, levantó el arco que Shuri le había traído de Safavid, uno de marfil enorme, y lo balanceó con fuerza contra la nuca de Nora.
¡Thwack! El sonido sordo resonó cuando Nora, que estaba a punto de levantarse, cayó de nuevo al suelo mientras se agarraba la cabeza.
Hubo un momento de silencio. Mientras Elias no terminaba de asimilar lo que acababa de hacer, Nora, gimiendo en voz baja, se levantó lentamente mientras se sujetaba la cabeza con una mano.
Y entonces, lentamente, se giró hacia Elias.
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