⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Abrí los ojos al escuchar un sonido abrupto, como si algo se cerrara bruscamente. Aunque abrí los ojos, tardé bastante en recuperar la sensación en mi cuerpo.
Sentía como si tuviera un bloque de metal atado al cuerpo. Además, un techo desconocido pasaba repetidamente frente a mis ojos.
¿Dónde estoy y por qué desperté de este modo? Mi mente, confusa y desorientada, finalmente se aclaró cuando una voz penetró mis oídos aturdidos.
—…Esto te protegerá de la mujer malvada, para que no caigas en las palabras seductoras de la extranjera. No codicies su belleza en tu corazón ni te dejes cautivar por sus párpados. Pues la prostituta reduce a un hombre a un pedazo de pan, y la adúltera caza la preciosa vida…
Era una voz extrañamente familiar, y al mismo tiempo, desconocida. Como si me hubieran echado un cubo de agua fría, mi conciencia despertó por completo, y me incorporé rápidamente.
—¡Tú…!
El cardenal, que estaba de pie junto a la ventana leyendo de un libro sagrado, levantó la cabeza y me miró con ojos que reflejaban mi asombro. Sus ojos, literalmente, parecían abismos oscuros que destellaban con el resplandor del fuego de la chimenea.
—Finalmente has despertado.
—……
—Debes de estar bastante satisfecha.
Mis ojos recorrieron rápidamente la habitación. Era una estancia lujosa que no encajaba con la situación en la que me encontraba. Todo el mobiliario, incluida la cama en la que estaba sentada, era de la mejor calidad, y el techo estaba adornado con elaboradas hojas doradas, mientras que gruesos tapices colgaban de las paredes, mostrando una opulencia que rivalizaba con las habitaciones de cualquier noble. El mismísimo cardenal Richelieu, que estaba presente en la habitación, se veía fuera de lugar.
—¿Dónde estoy…?
—Es la residencia privada del cardenal. Y te adelanto que gritar o causar un alboroto no servirá de nada. Aquí dentro, nadie puede interrumpirnos.
Por supuesto, eso sería cierto. Sacudí la cabeza, todavía con el dolor pulsante en mi cabeza. Piensa rápido, me dije, ¿no estaba en el taller de Madame Melisha…?
—¿Dónde están mis hijos?
Incluso a mis propios oídos, mi voz sonaba aterradoramente fría.
Richelieu frunció ligeramente el ceño, cerró su libro con un golpe y se giró completamente hacia mí.
—Seguramente están en la residencia del Marqués. ¿Cómo iba yo a saberlo?
¿De qué está hablando…?
Cerré los ojos con fuerza y respiré hondo. A ver… Sí, Leon y Rachel estaban con los caballeros. Si me habían secuestrado después de desmayarme en el taller de Madame Melisha, entonces haber enviado a los gemelos fuera de allí temprano fue, sin duda, un golpe de suerte.
—Vaya… No pensé que Madame Melisha fuera tan tonta.
—Ella es una verdadera creyente.
—¿Y qué le prometiste en compensación por su cooperación?
Richelieu no respondió. En lugar de ello, arrastró una silla cercana a la chimenea y se sentó más cerca de la cama, fijando en mí una mirada que ardía con ira, vergüenza, culpa y deseo. Aquella mezcla de emociones era tan intensa que me dio escalofríos.
—Has logrado algo que una mujer sola no debería haber podido hacer. Lograr la unidad de esa jauría de nobles y el movimiento herético… ¿No serás acaso la encarnación misma del diablo?
—No sé si soy realmente una encarnación del diablo, pero considerando que tú cooperaste en parte, parece que también eres uno de sus secuaces.
—¿Cooperé…?
—Le diste cantarella al príncipe de Nuremberg. Supongo que debo admitir que tienes cierta habilidad. Aunque no diría que eres muy sabio.
Recordar ese incidente provocó más furia que miedo. La idea de que por culpa de este hombre casi había perdido a Nora encendió mi ira.
Una leve sonrisa sarcástica se dibujó en mis labios.
—Si no hubiera sido por ese incidente, no habría podido convencer tan fácilmente a los demás. Debería darte las gracias.
—……
—También debería agradecerte por hacerme dar cuenta completamente de mis sentimientos hacia el príncipe al casi perderlo. ¿No estarías ayudándome intencionalmente, verdad?
—Las artimañas del diablo siempre trastornan la voluntad divina.
—¿Acaso el Padre y la Virgen te dieron la misión de envenenar al príncipe de Nuremberg? Yo solo creía que era por tus mezquinos celos. Matar por celos… no es un pecado que vaya en contra de los mandamientos?
—Yo intentaba salvar su alma. Evitar que cometiera el pecado de sucumbir a una bruja como tú.
—¿Una bruja, dices? Yo ni siquiera tengo una escoba mágica.
Solté una risotada sarcástica, lo cual provocó que las cejas del joven cardenal se fruncieran peligrosamente. Se inclinó hacia adelante, apretando y soltando los puños, como si estuviera a punto de lanzarse sobre mí.
Mientras bajaba la mirada, noté que se tensaba aún más, y en ese momento habló de nuevo con una voz escalofriante, como si estuviera frotando un par de esferas de acero entre sus dedos.
—Te traje aquí para salvarte. Para lavar tus pecados corporales y espirituales, y convertirte en una nueva creyente.
—¿Mis pecados serán perdonados si me entrego a ti?
Mi pregunta fue irónica, pero pareció haberle dado justo en el clavo, porque se estremeció visiblemente. Aquello me arrancó un suspiro.
—Qué conveniente debe ser ser un sacerdote. Puedes llamar ‘salvación’ al abuso.
—No he dicho que fuera a abusar de ti.
—Cardenal Richelieu, ¿por qué estoy aquí exactamente?
—……
—Una vez me dijiste que, por mi culpa, tu cuerpo podía ser puro, pero tu alma estaba ya corrompida. Al culparme a mí, ¿te sentiste mejor?
—…Desde que te conocí, ni una sola vez he sentido paz. Ojalá… ojalá hubiera hecho lo posible para destruirte mucho antes. Si lo hubiera hecho, podría haber evitado que este país fuera arrasado por los secuaces del demonio y los herejes…
Su voz, exprimida como si fuera arrancada a la fuerza, temblaba levemente. Como si estuviera conteniendo algo con todas sus fuerzas.
Tranquila… debes actuar con cautela.
Lo miré fijamente, esos ojos oscuros que se agitaban frente a mí, y con un tono bajo y calmado, le hablé.
—Que hayas hecho esto sabiendo del pacto entre la realeza safávida y la casa Neuschwanstein solo puede significar dos cosas. O actuaste por tu cuenta o crees que, independientemente de si estalla una guerra, al Vaticano no le importa.
—¿Realmente crees que el ejército de esos bárbaros herejes cruzaría el estrecho solo por ti? …Aunque, siendo tú una emisaria del demonio, tal vez podrías lograrlo. Aun así, incluso si invaden, el Vaticano sigue contando con el apoyo de países aliados con una fe profunda. ¿Crees que los ciudadanos del imperio seguirán apoyándote de la misma manera si traes ejércitos extranjeros?
Eso era algo que no podía saber. De todos modos, la promesa que me hizo el príncipe Ali fue útil en los primeros momentos, para persuadir a otros nobles temerosos y presionar a la Iglesia. Y eso era todo lo que esperaba de ella. Yo tampoco deseaba que el ejército jenízaro llegara a las costas del Imperio. No era solo que no quisiera la guerra; sabía que la introducción de un ejército extranjero causaría inevitablemente inestabilidad.
—Eso está por verse. Pero por ahora, la Iglesia tiene enemigos internos más graves de los que preocuparse, ¿no te parece?
—…
—El simple hecho de que me hayas traído aquí significa que no tienes intención de dejarme salir con vida. Así que, ¿qué es lo que pretendes? ¿Vas a esconderme en un convento de alguna diócesis para encarcelarme allí para siempre? ¿O planeas doblegarme aquí mismo?
El cardenal, que me observaba en silencio, se levantó lentamente de su asiento. Aunque mi corazón latía con fuerza y mis palmas sudaban, me esforcé por no mostrarlo mientras permanecía inmóvil.
—Su Santidad quiere quemarte viva.
—…
—Quiere usarte como ejemplo para devolver a los creyentes tentados por las pruebas del demonio a su camino. Aunque antes de eso, hay otros que tienen asuntos pendientes contigo. Muchos aquí tienen cuentas que ajustar contigo.
—…
—Pero yo puedo salvarte.
Se acercó a la cama, inclinándose sobre mí. Su aliento frío y desagradable se deslizó por mi oído.
—Si prometes una sola cosa.
—…¿Qué promesa?
—Rompe todos tus lazos con el mundo y prométeme que te someterás a mí.
—…
—Ya no sufrirás ninguna angustia humana ni serás usada por el demonio.
Giré lentamente mi mirada hacia la ventana, luego volví la cabeza hacia atrás, dejando salir una carcajada como si fuera el aire que había estado conteniendo.
—¡Ja, ja, ja!
Al ver cómo me reía, él se quedó con una expresión congelada, imposible de describir. Sin embargo, seguí riéndome mientras le respondía en un tono que me recordaba al de nuestro querido Elias.
—Lo siento, pero, como bien dijiste, soy una persona profundamente mundana. Nunca podría conformarme con alguien como tú, que no vale ni un viejo calcetín de mi caballero. Pobre hombre, es una lástima que hayas pensado que sería tan fácil manipularme. ¡Preferiría morir quemada que pasar el resto de mi vida a tu lado!
Sus ojos negros ardieron como el fuego del infierno, y en el siguiente instante, Richelieu se lanzó sobre mí con la ferocidad de un gato.
Estuvimos forcejeando un rato. De repente, recordé una técnica de defensa personal que me había enseñado Jeremy, así que levanté la rodilla y lo golpeé con todas mis fuerzas.
¡Paf!
Por suerte, le di justo en el punto correcto. El cardenal, que hasta ese momento me aplastaba con una furia implacable, palideció, perdiendo toda su fuerza. Aproveché ese momento para liberarme rápidamente.
—No puedes vencerme, mocoso retorcido.
Corrí hacia la ventana y vi el suelo oculto bajo las ramas de los plátanos que casi cubrían el cristal.
Respiré hondo, agarré uno de los gruesos tapices colgados en la pared y, justo cuando Richelieu, tambaleándose, venía hacia mí con la intención de acabar conmigo, salté por la ventana.
Afortunadamente, estaba envuelta en el tapiz. De no ser así, las innumerables ramas que chocaban contra mi cuerpo me habrían destrozado antes de llegar al suelo.
Un impacto monumental recorrió mi cuerpo, dejándome adormecida por el dolor.
El suelo estaba duro por el invierno, y aunque el tapiz y los arbustos amarillentos amortiguaron la caída, no fue suficiente para evitar que el golpe de una altura de cuatro pisos me dejara completamente magullada. Mejor que nada, pero solo por poco.
¡Bam!
Mientras me levantaba, cojeando, otro fuerte estruendo se escuchó cerca de mí. ¿Habrá alguien más que, como yo, fue secuestrado y saltó? No tenía tiempo para pensarlo. Agarré mi destrozado vestido y eché a correr sin mirar atrás.
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