⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Cómo puedes esperar que me quede tranquila con tanta preocupación…?
—¡No te preocupes! ¡Aquí tienes a un arquero infalible! ¡Jajaja! Si las cosas se ponen feas, le disparo al mismísimo rostro del papa, ¿qué te parece?
—¿Y por qué diablos tendría que salir el papa a pelear? No tienes ni idea de lo que es una batalla real…
—¡Ah, claro! Y tú, que has estado en apenas unas cuantas, ¿te crees muy listo? De todas formas, ¡tranquilízate! Si alguien se atreve a atacar a esos idiotas de tus hermanos o a su pandilla, este gran arquero se encargará de protegerlos. ¡Frente a las flechas, todos son iguales!
Elias, quien por una vez parecía hablar con seriedad, se golpeó el pecho con orgullo, lo que dejó a todos boquiabiertos.
Nora esbozó una sonrisa incómoda.
—No sé quién se supone que va a proteger a quién, pero, ¿desde cuándo te portas bien?
—¡Ja! ¿De qué hablas? ¡Yo siempre soy bueno! Solo que no contigo, ¿entendido?
Elias respondió con una risita, luego se desplomó sobre el sofá y se recostó en mis rodillas, dirigiéndole a Nora una sonrisa de autosuficiencia que hizo que su rostro se torciera cada vez más. Me recordó a la expresión que puso Jeremy una vez cuando me abrazó medio dormido.
Jeremy, por su parte, se reía con malicia ante la expresión de su amigo.
—Te falta mucho para ganarnos, cachorro.
—Así que ahora los idiotas están haciendo equipo. No me rebajaré a competir con niños.
—¿¡Quién es un niño, eh!?
—Me alegra tanto que tus hermanos no vengan con nosotros.
—¿Lo ves? Por eso tengo que quedarme.
De todas formas, Nora decidió acompañarnos en el camino hacia el Ducado de Erfurt. Después de llevarnos a Rachel y a mí, tenía algunos asuntos que discutir con los vasallos locales.
Luego, Nora regresaría a la capital para unirse oficialmente a las fuerzas aliadas.
¿Quién hubiera imaginado que lo que comenzó como un acto de pura terquedad llegaría a desencadenar una serie de eventos tan decisivos?
Bueno, ¿cuándo ha sido el mundo predecible alguna vez?
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En el invierno de 1118, unos diez días antes de la Navidad, Erfurt, una región montañosa en el sur del imperio, parecía un lugar pequeño y pintoresco. Estaba tan lejos de las ciudades y tan poco poblado, que parecía haber escapado de la tensión y los conflictos que se extendían por otras partes. Comparado con la capital, el ambiente aquí era sorprendentemente pacífico.
—Es realmente hermoso.
—Me alegra que te guste. Para ser sincero, es la primera vez que vengo aquí.
—¿En serio? ¿Nunca habías estado aquí?
—No, nunca. Al parecer, mi padre solía huir aquí cada vez que discutía con mi abuelo. Decía que era el lugar perfecto para esconderse y estar en paz.
—¡Tiene pinta de estar lleno de fantasmas!
Mientras Nora y yo conversábamos, Rachel, que estaba mirando la hermosa mansión en la que nos hospedaríamos, soltó ese comentario de repente.
La frase fue tan fuera de lugar que me quedé perpleja. En ese momento, Rachel se agachó, recogió un poco de nieve del suelo y la lanzó directamente hacia nosotros.
¡Paf!
Nora, sorprendido por el inesperado ataque, miró con incredulidad el polvo de nieve que caía sobre su hombro, mientras Rachel, con sus ojos verdes brillando traviesamente, lo desafiaba.
—En mi casa, nadie me gana en una pelea de bolas de nieve. ¿Cómo te irá a ti, joven señor?
Nora no dijo nada ante la evidente provocación. En cambio, recogió un puñado de nieve y se lo lanzó de vuelta.
¡Paf!
La risa de Nora resonó cuando vio a Rachel con su melena dorada cubierta de blanco, como si le hubieran arrojado un saco de harina.
Rachel gritó furiosa.
—¡No vale pegar en la cabeza!
—Tú empezaste con el ataque, ¿no?
—¡Aaah!
Y así comenzó una batalla campal. Antes de que pudiera intervenir, bolas de nieve volaban por todas partes.
Nuestros sirvientes, al ver que su señorita estaba siendo atacada, se unieron rápidamente del lado de Rachel, lo que llevó a los sirvientes del Ducado a intervenir también.
El mayordomo de la mansión, que había salido a recibirnos, se encontró de repente en medio del caos y, aunque claramente desconcertado, pronto recuperó la compostura como buen profesional.
Salió corriendo, gritando:
—¡Dios mío, joven señor! ¿Por qué cada vez que viene arma semejante alboroto?
—Perdón, ¿quién es usted?
—¡Soy Fuche! ¿Otra vez ha tenido una disputa con Su Excelencia?
—…
Hmm. Parece que este anciano mayordomo aún vivía en el pasado.
Gracias a su intervención, la batalla de bolas de nieve terminó rápidamente y todos entramos en la mansión. Pero, no mucho después, Rachel empezó a temblar y a toser.
—Qué… qué… ¡Achú!
Al parecer, había cogido un resfriado por jugar tanto tiempo en la nieve. Pronto, estaba sudando y tosiendo sin parar, mientras todos corrían a buscar medicinas, agua caliente y mantas para mantenerla abrigada.
—Esto me hace sentir algo culpable.
—Solo jugamos juntos, no tienes por qué sentirte así.
Después del alboroto, Rachel finalmente se quedó dormida con una expresión más tranquila, envuelta en una gruesa manta en una habitación cálida, con la chimenea encendida.
Me apoyé junto a la ventana y miré a Nora, que parecía un poco avergonzado, sonriéndole con suavidad.
—Normalmente no es así… Creo que quería hacerse amiga tuya.
—¿Ah sí? Pensé que ya éramos amigos, pero parece que solo era mi imaginación.
Contestó en tono juguetón mientras se acercaba y se sentaba a mi lado.
Nos quedamos un rato sentados, observando a la niña durmiendo en la cama, respirando suavemente. Viendo nuestros reflejos en la ventana, de repente sentí una extraña sensación, como si todos fuéramos pequeños muñecos de juguete, interpretando un juego familiar.
—¿En qué piensas?
Nora debió notar que mi expresión había cambiado, ya que me puso un brazo sobre los hombros y me hizo la pregunta. Parpadeé y negué con la cabeza.
—Es solo que… me preguntaba qué habría pasado si no me hubiera casado con el padre de los niños. Si no lo hubiera hecho, nada de esto existiría.
Y si no hubiera vuelto…
Los recuerdos de antes de regresar se sentían tan distantes ahora, como si todo hubiera sido un largo sueño, como si mis peores miedos no hubieran sido más que pesadillas…
En ese sueño, Nora no estaba. Nada de lo que había era realmente mío, y yo tampoco era realmente para nadie.
Ya no sabía si era yo quien había cambiado o si era el mundo el que había cambiado. O quizás, simplemente, nunca lo había entendido del todo. Desde que regresé, he visto innumerables nuevas facetas en aquellos que creía conocer bien. Quizás incluso en mí misma.
De repente, sonaron unos golpecitos en la puerta, seguidos por una voz que reconocí como la del mayordomo de antes.
—¿Joven señor?
—…Sí.
—¿Otra vez está ahí dentro leyendo esos libros extraños con sus amigos? ¡Le he dicho muchas veces que eso le va a dejar los huesos hechos polvo!
—…
Me tapé la boca con la mano, tratando de contener la risa, mientras Nora soltaba un leve gemido.
—¿Qué le pasa a ese anciano? Parece que tiene su mente atrapada en el pasado.
—Bueno, podría decirse que es una especie de historia viviente. Ya está bastante mayor y, siendo tan parecido, es normal que se confunda.
—¿Parecido? ¿Yo, a mi padre?
—Para mí, tú eres más guapo.
Nora sonrió satisfecho y salió de la habitación, murmurando algo sobre el viejo mayordomo. A través de la puerta entreabierta, escuché su voz discutiendo, probablemente tratando de explicarle que no era quien él pensaba.
Historia viviente… ¿Nos convertiremos todos en eso algún día?
Me recosté en la silla y observé la amplia habitación. Un librero cubría una de las paredes, repleto de libros antiguos. Pensé que tal vez podría encontrar algo útil para leer y me acerqué. Saqué unos cuantos libros de títulos interesantes: <Historia de la Guerra Civil Imperial>, <Fe y Política>, <El Ocaso de los Nobles>, y otros. Aunque estaban un poco viejos y mordidos por el tiempo, estaban bien conservados.
Pasé mis dedos por las páginas rugosas del libro titulado <El Ocaso de los Nobles> y lo abrí sin pensarlo mucho.
—¿Qué…?
Lo cerré de golpe, pero luego lo abrí lentamente otra vez.
Algo andaba mal. El título en la portada decía <El Ocaso de los Nobles>, pero el interior mostraba dibujos extraños y un título completamente diferente.
—¿El tutor apasionado?
Murmuré, atónita. Nadie podría culparme por estar sorprendida.
Esto… ¡Este es el tipo de cosas que uno esperaría encontrar bajo la cama de Elias! ¡Uno de esos libros rojos que mencionó el mayordomo antes!
—¡Hermana, la cena está…!
La voz de Nora me sorprendió, justo cuando intentaba cerrar el libro con un golpe fuerte. Pero, nerviosa como estaba, el grueso libro se me escapó de las manos y cayó al suelo.
¡Plof!
Por supuesto, cayó abierto justo en la página con la ilustración más inapropiada.
Era inevitable que la mirada de Nora se dirigiera hacia allí.
—…
—…
Ojalá pudiera encontrar algo que decir para salir de esto. De verdad lo desearía.
La situación era incómoda, muy incómoda. Pero, mientras yo me retorcía de vergüenza, Nora no parecía afectado. De hecho, me sonrió con la misma expresión de siempre y dijo:
—Si pasa algo, avísame de inmediato. Ese viejo mayordomo, aunque parezca despistado, es rápido para resolver problemas.
—Sí… Tú también…
—Protegeré a tus hijos con mi vida, así que no te preocupes.
Levanté la mirada para encontrarme con sus profundos ojos azules. Estaba listo para regresar a la capital, sonriendo con alegría, pero mi corazón se sentía cada vez más pesado.
Era irónico que yo, quien había desencadenado toda esta revuelta, estuviera ahora escondida aquí, mientras el país entero se levantaba en armas.
No era justo estar a salvo mientras las personas que amaba luchaban. Y, sin embargo, todos tenían razón en que, si me quedaba en la capital, el peligro sería aún mayor.
A pesar de haberme prometido a mí misma que no lo haría, estaba a punto de romper en llanto y balbuceé:
—Tú también debes tener cuidado… ¿de acuerdo? No caigas en provocaciones, y pase lo que pase, no te muevas solo…
—Tendré cuidado. Lo prometo —respondió Nora con tono animado mientras acariciaba suavemente mi mejilla con una mano y besaba mi frente.
Un beso suave como una pluma, un beso de despedida temporal.
—Reza para que podamos terminar antes de Navidad.
—…Sería el mejor regalo de Navidad.
Ninguno de los dos pudo decir adiós. Como si al hacerlo temiésemos que se convertiría en una despedida para siempre.
Poco después, observé cómo el carruaje en el que viajaba se alejaba. Mi pecho dolía, como si estuviera a punto de romperse en mil pedazos.
¿Habría sido mejor no haber comenzado nada? ¿Habría sido mejor para todos?
Ya conocía la respuesta. Esto no había sido algo que solo mi voluntad creara. Pero aun así…
—Mamá… ¿Mamá, estás bien?
Finalmente, tomé a Rachel, que me miraba con preocupación, y rompí a llorar de manera inconsolable. La separación de Jeremy, de Elias y de Leon, todo me rompía el corazón. Pero separarme de Nora era un dolor de otra dimensión. Un dolor que nunca antes había experimentado en mi vida, imposible de describir.
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