⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue

El consejo del imperio Kaiserreich, compuesto por seis de las familias más prestigiosas de la nobleza residente en la capital, Wittelsbach, junto con siete renombrados cardenales, se reunía para discutir leyes y asuntos importantes del Estado. Tenían el poder de presentar peticiones y apelaciones tanto a la familia imperial como al papado.

Aunque a simple vista parecía que representaban los intereses del poder imperial y eclesiástico, en realidad, todo giraba en torno a sus propios beneficios. No todos los que se sentaban en los escaños de la nobleza estaban del lado del poder imperial, ni todos los cardenales defendían los intereses del clero. Mientras la familia imperial y el papado se vigilaban mutuamente, los miembros del consejo aprovechaban para promover sus propios intereses.

El otoño había pasado rápidamente y estábamos entrando en los primeros días del invierno. En el fresco y frío aire de la mañana, el palacio blanco de Babenberg se alzaba majestuoso. A medida que las personalidades destacadas entraban en la sala de conferencias, sentí que todo se veía sorprendentemente familiar, aunque todos parecían mucho más jóvenes que en mis recuerdos.

Suspiro. No estoy tan nerviosa como antes, cuando casi me paralizaba la tensión. Siento solo un pequeño latido de ansiedad. Ojalá todo salga según lo planeado…

—Ah, disculpe…

Justo cuando iba a entrar al pasillo con mi sombrero en la mano, choqué con alguien que pasaba apresuradamente. A veces, había personas que fingían un choque solo para entablar una conversación, por lo que bajé la mirada deliberadamente mientras me agachaba para recoger el sombrero que había caído. Sin embargo, esa persona lo recogió primero y me lo entregó.

—…Gracias.

Al levantar la vista, me encontré con un joven cardenal de poco más de veinte años, vestido con una sotana negra, que me miraba con una mirada oscura e intensa. No estaba confundida sobre quién era; su rostro me era muy familiar.

No podía no reconocerlo. Era el Cardenal Richelieu, un joven clérigo prometedor de una familia Conde. En el pasado, solía mirarme de esa misma manera penetrante, y aunque intentaba hablarle, nunca decía más de dos palabras, a menos que fueran oraciones. Era tan reservado que lo apodaron ‘el silencio de las campanas’. Incluso durante mi juicio, se limitó a mirarme sin decir una palabra. Pero ahora…

—Buenos días, su excelencia. Lady Neuschwanstein, me alegra que haya venido. Bienvenida.

Una voz familiar me sacó de esa incómoda situación. Al girar la cabeza, me encontré con los ojos profundos y azul oscuro del Duque de Nuremberg.

—Duque de Nuremberg, hace tiempo que no nos vemos.

—Nos vimos en el funeral. Me alegra ver que tiene buen aspecto.

—Gracias por preocuparse.

El Duque de Nuremberg, hermano de la actual Emperatriz y líder de la familia ‘Lobo de Ojos Azules’, fue una de las pocas personas que, el día de aquel maldito juicio, defendió mi causa junto al propio Emperador.

Incluso ahora, cuando lo recuerdo, me resulta un suceso extraño e irónico. Entiendo al Emperador, pero la Emperatriz Elizabeth siempre me había despreciado, hasta el punto de mostrar una enemistad evidente. Entonces, ¿por qué su hermano fue tan amable conmigo?

Mientras intercambiábamos saludos, el ‘silencio de las campanas’ ya había entrado en la sala. El Duque de Nuremberg, con una mirada cálida que no lograba descifrar, me ofreció su brazo.

—Por supuesto. Entremos.

Cuando entré con la escolta del Duque de Nuremberg, resultó que éramos los últimos en llegar. A la izquierda de la gran mesa rectangular estaban el Duque Heinrich, el Marqués Schweik, el Conde de Baviera y el Conde de Hattenstein, todos observándome con miradas tan penetrantes que parecían atravesarme.

A la derecha, los siete cardenales, vestidos con hábitos negros y liderados por el Cardenal Richelieu, tenían una expresión solemne e impenetrable.