⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—¿Otra vez se va sin más? El joven se sentirá decepcionado… Debería esperar un poco más…
Después de despedirnos del señor Fuche, que nos decía esas palabras misteriosas, mi hija y yo dejamos la villa en Erfurt acompañadas por un reducido grupo de caballeros, dirigiéndonos de regreso a Wittelsbach.
—No te preocupes tanto, mamá. No está tan herido como para alarmarse. Seguro que solo te quiere ver, ese tonto siempre exagera con esas cosas —dijo Rachel, intentando tranquilizarme con su tono maduro, al ver lo inquieta que estaba durante todo el trayecto.
Ojalá solo fuera eso…
Forcé una sonrisa y llevé mi mano al pecho, presionando con fuerza el lugar donde sentía los latidos acelerados.
Por más que intentaba tranquilizarme, diciéndome que no era nada grave, que la situación no era tan mala como temía, una inquietud constante me devoraba por dentro, y los peores pensamientos no dejaban de asaltarme.
¿Y si Jeremy se había herido de gravedad, al punto de no tener vuelta atrás? ¿Y si, aunque hubiera escapado de la muerte, quedaba con una lesión permanente? ¿Y si la moral del ejército aliado se desplomaba, disolviéndose, y todo el impulso de la reforma se desmoronaba? ¿Y si el imperio comenzaba a desmoronarse, desgarrado por las fuerzas extranjeras y las facciones internas?
¿Acaso no debimos haber empezado nada desde el principio? ¿Habría sido mejor no haber vuelto nunca? ¿Si en el momento en que regresé hubiera abandonado todo y me hubiera marchado sola, tal vez todos habrían vivido felices, cada uno en su lugar?
Pasé casi día y medio en el carruaje, torturándome con estos pensamientos, hasta sentirme agotada.
Cuando finalmente nos acercamos a la última barrera antes de entrar en la capital imperial, al pie de las montañas Arof, mi ansiedad creció aún más. Mi corazón latía tan rápido que parecía que iba a salirse del pecho, como si mi cuerpo reaccionara antes que mi mente, sumido en un pánico repentino.
Me levanté y me senté junto a Rachel, quien dormía recostada contra la ventana, tomé su cálida mano entre las mías y la apreté con fuerza. Todo estará bien, no pasará nada, no pasará nada…
¡Boom!
De repente, un impacto tremendo sacudió el carruaje, que comenzó a balancearse violentamente. Luego se escuchó un crujido de ramas rompiéndose, y el carruaje se detuvo bruscamente.
Al mismo tiempo, se escucharon gritos de los caballeros y los alaridos de alguien herido. En un instante, todo se llenó de caos.
—¿Qué, qué pasa, mamá? ¿Qué está ocurriendo…?
—¡Bandidos!
—¡Son bandidos! ¡Protejan el carruaje!
—¡Protejan el carruaje!
El reflejo de mi rostro pálido como la muerte apareció en los ojos verdes y aterrorizados de Rachel, abiertos de par en par por el miedo.
Esto es mi peor pesadilla. Y estaba volviendo a hacerse realidad.
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—¡Apártense! ¡Apártense todos!
Finalmente, la barricada del cuarto escuadrón de caballería, que rodeaba la primera puerta principal de Sacrosanct, comenzó a ceder.
Avanzando entre los cuerpos caídos de los enemigos, como si fueran fichas de dominó derrumbándose, los caballeros se apresuraban hacia las murallas, escalando las escaleras y lanzándose como una furia imparable. Elias avanzaba a caballo, gritando con todas sus fuerzas, intentando abrirse paso entre la carnicería.
Cuando finalmente llegó al punto donde ondeaban las banderas familiares, gritó con todas sus fuerzas.
—¡Hermano! ¡Y tú también, príncipe! ¡Malditos idiotas!
La aparición inesperada de alguien que no debería estar allí, lanzando insultos a gritos, hizo que ambos hombres asomaran la cabeza a través del caos, atravesando la multitud como bestias salvajes.
Rodeados de los gritos ensordecedores de la batalla, todos tuvieron que gritar para escucharse.
—¡¿Elias?! ¡¿Qué demonios haces aquí?!
—¡Eso no importa ahora! ¡Es un desastre! ¡Se va a acabar el mundo, idiotas!
Sin detenerse a respirar, Elias soltó la noticia que acababa de recibir. Las caras de los dos caballeros, que habían estado tomando un breve respiro en medio del caos, se tornaron instantáneamente en una expresión de horror.
—…¡Así que tenemos que ir a salvarlas ahora! ¡Shuri y Rachel están en peligro!
—¡Malditos bastardos!
Jeremy, enfurecido, estaba a punto de lanzarse hacia adelante, pero alguien lo agarró del hombro. Era Nora.
—¿A dónde crees que vas?
—¡Suéltame! ¡Shuri está…!
—¡Con esa mano herida no vas a ninguna parte! Yo iré, tú te quedas aquí y sigues avanzando…
—¡Es mi familia! ¡Es mi madre y mi hermana!
Nora lo sujetó del cuello de la camisa y lo acercó con firmeza, mirándolo directamente a los ojos con una ferocidad contenida.
—Sí, es tu familia. Por eso tienes que quedarte aquí y llevar al ejército aliado a la victoria. ¿Lo entiendes? Como heredero de nuestra diosa de la reforma, no puedes abandonar tu puesto. Dentro de esas murallas están los que torturaron a tu madre. ¿Recuerdas la promesa que hiciste a tu hermana?
—Pero…
—¡Elias! ¿Cuándo exactamente enviaron el mensaje?
Elias, aún jadeando y algo aturdido por la escena, respondió de inmediato.
—Hace unos tres días, así que…
—Si enviaron el mensaje hace tres días a Erfurt, tu madre ya debería estar de regreso.
—Entonces… dijeron que las eliminarían justo antes de llegar a la capital…
Si los atacantes habían estado preparando una emboscada para alguien que regresaba desde Erfurt hacia la capital, su única opción para esconderse era un lugar específico.
Nora llegó rápidamente a esa conclusión, recordando de repente la extraña sensación que había tenido Shuri la última vez, cuando cruzaban las montañas cerca de la capital. ¿Habría sido una premonición?
En ese instante, Nora se lanzó hacia una barricada caída, subió a un caballo sin jinete y se dirigió al galope.
Los ojos de Jeremy se agrandaron.
—¿Nora?
—Llevaré a tu madre y a tu hermana de vuelta sanas y salvas. Tú asegúrate de ganar aquí.
En cuanto Nora comenzó a correr, Elias la siguió apresuradamente. Al mismo tiempo, un enorme clamor, como si hubiera caído un rayo, estalló en la distancia. Finalmente, la primera puerta se había abierto.
⊱─━━━━⊱༻●༺⊰━━━━─⊰
—Uggh… ugh…
Los gemidos de los caballeros cubiertos de sangre, esparcidos por el suelo al pie de la colina, resonaban en mis oídos. Alguien que aún respiraba emitía un último sonido de desesperación mientras intentaba moverse.
—Mamá…
Empujé a Rachel más cerca de mí, mientras apretaba con fuerza la pesada espada que había recogido del suelo de uno de los caballeros caídos.
—¿Por qué no te rindes ya?
Aquellos rostros que aparecían innumerables veces en mis pesadillas me hablaban, con un tono de aburrimiento y fastidio. Sabían que aunque tuviera una espada en mis manos, no tenía posibilidad de enfrentarme a todos ellos. Pero tenía a Rachel a quien proteger. Mis brazos y hombros estaban desgarrados de tanto desviar sus espadas, pero, curiosamente, no sentía ningún dolor.
Cuatro años. Cuando me encontré por primera vez con esos rostros, tenía veintitrés años, pero ahora tenía diecinueve. Nos habíamos encontrado cuatro años antes. La primera vez fue cuando estaba de camino, y esta vez era cuando volvía.
—¿Quién los ha enviado…?
—¿Eso importa?
El hombre con una expresión hosca respondió con indiferencia, girando su enorme espada en círculos mientras se acercaba un paso más.
—Vaya, sí que tienes instinto maternal. No queríamos llegar a esto, pero qué se le va a hacer, es tu destino.
¡Clang!
Con un estruendoso sonido, la espada que sostenía cayó al suelo. Con el impacto, tanto Rachel, que estaba pegada a mí, como yo, caímos al suelo. Una hoja brillante y aterradora bajo la luz de la luna se abalanzó hacia nosotros. Rachel gritó.
—¡Mamá!
La hoja se clavó en la palma de mi mano, y la sangre comenzó a gotear.
Apreté los dientes para contener un grito mientras agarraba con fuerza la espada. El hombre, al ver que yo resistía, levantó su pie y lo hundió en mi estómago.
¡Pum!
El aire se escapó de mis pulmones, y un débil gemido salió de mis labios.
—¡Vaya, pero qué testaruda! Te dijimos que te quedarías quieta y morirías con tu hija de una vez. ¿Por qué sigues resistiendo?
—¡Aaaaah!
Rachel gritaba desesperadamente, llorando, mientras yo la abrazaba con fuerza. El hombre continuaba pateándome con brutalidad.
Mis sentidos comenzaron a entumecerse. Mi cuerpo se sentía como si fuera de barro. ¿Era este mi destino? No importa lo que cambiara, ¿moriría siempre de manera tan inútil a manos de los mismos hombres?
Pero, por mucho que mi destino fuera cruel, no podía permitir que arrastraran a Rachel conmigo. No podía permitir que eso le sucediera a mi Rachel.
Después de un rato, el hombre que me pateaba sin cesar finalmente resopló, levantando su espada una vez más.
—Las dos al otro mundo, juntas…
¡Fiuuu!
Fuera lo que fuera lo que iba a decir a continuación, fue interrumpido por un sonido familiar que resonó en el aire, seguido de un grito de dolor.
—¡Aaargh! ¡Malditos sean…!
—¡Oigan, malditos! ¡Voy a acabar con todos ustedes!
¿Era eso una alucinación? ¿Una última visión antes de morir?
—¿Elias?
—¿Hermano?
No podía creer lo que estaba oyendo. Pero allí, ante nuestros ojos asombrados, estaba nuestro valiente Elias, montado en un caballo y disparando flechas con su ballesta.
El hombre que nos iba a matar cayó al suelo convertido en un erizo de flechas, mientras los asesinos, sorprendidos por el ataque repentino, se reorganizaban y cargaban contra Elias. Él pronto tuvo que dejar su ballesta y desenvainar su espada.
—¡Vamos! ¡Vengan por mí!
—Este mocoso…
¡Slash!
Uno de los asesinos que saltaba hacia Elias cayó decapitado, y la sangre voló en todas direcciones. Mientras Elias miraba incrédulo sus manos manchadas de sangre, un caballero, sin pedir permiso, intervino.
—¿Qué haces? ¿Es tu primera vez en combate?
—¡Yo podía haberme encargado! ¡Qué fastidio…
—¿Nora?
El caballero, al oír mi voz, volvió su mirada hacia mí, sus ojos azules clavándose en los míos.
En ese momento, los asesinos enfurecidos se lanzaron en masa sobre él, y él comenzó a blandir su espada ferozmente, enfrentándose a los enemigos que le atacaban. Elias, quien hasta hace poco maldecía entre dientes, también se unió a la lucha, mostrando sus habilidades con la espada.
El sonido de las espadas chocando, los gritos y los alaridos se mezclaban en una caótica pero vibrante sinfonía. La ladera de la montaña, donde comenzaban a caer ligeros copos de nieve, se convirtió brevemente en un campo de batalla feroz.
¡Boom!
Finalmente, el último de los enemigos cayó, y entre los cuerpos esparcidos por todas partes, dos figuras se acercaron rápidamente hacia nosotras, las dos mujeres que permanecíamos congeladas en el suelo.
—¡Hermana!
—¡Shuri! ¡Rachel!
—Ustedes…
Intenté hablar, pero mi voz salió rota y desgarrada. En cuanto Nora se arrodilló a mi lado y me abrazó, el dolor que no había sentido hasta ese momento me golpeó de una vez, arrancándome un grito.
—¡Aaaah!
—¿Estás bien? ¡Maldita sea! ¿Cómo pasó esto…?
—¡Huaaaang!
Rachel, quien había estado inmóvil hasta entonces, de repente rompió en llanto. Elias, que se acercaba con un aire triunfal, preguntó con desconcierto.
—¿Qué pasa? ¿Ni un aplauso para mí?
—¿Por qué llegaste tan tarde? ¡Mamá… mamá casi muere por mi culpa!
—¡Oye, hice todo lo que pude! ¿Sabes cuántas veces casi me caigo del caballo…? ¡Agh! ¿Por qué me pegas?
—¡No lo sé! ¡No sé!
Mientras Elias intentaba, sin éxito, apartar a Rachel, quien lo golpeaba sin piedad, me miró buscando ayuda.
Me encogí en los brazos de Nora, quien me envolvió con su abrigo mientras la miraba con dificultad y conseguía hablar.
—¿Cómo… cómo lograron llegar hasta aquí…?
—Digamos que fue gracias a mi buena suerte. Pero más importante…
—¿Cómo está Jeremy? ¿Está herido gravemente?
Nora y Elias intercambiaron una mirada breve antes de murmurar con incredulidad.
—¿Quién está preocupado por quién aquí…?
—Quien está herida eres tú, no él.
—¿Qué? ¿Entonces está bien?
—Se llevó un buen susto intentando detener una flecha en el aire, pero aparte de eso, está tan bien que es molesto. Dijo que estaba a punto de morir de aburrimiento.
—Sí. Recibí un mensaje, pero… ¿cómo supieron dónde encontrarnos?
—¡Jajaja! ¡Es todo gracias a mí! ¡Unos idiotas se confabularon para molestar al león dormido! ¡Ja! Cuando regrese, los despellejaré vivos y…
De repente, un fuerte sonido resonó en la distancia, seguido por una explosión. Cuando miramos hacia el cielo de la capital imperial, vimos pequeñas luces brillando.
—Eso es…
—Son fuegos artificiales de la victoria. Parece que el hijo mayor de la hermana ha llevado a las fuerzas aliadas a la victoria.
Nora, con tono juguetón, me miró profundamente con sus intensos ojos azules. Una oleada de preguntas surgió en mi mente, pero lo único que logré decir fue:
—No puedo creer que hayas llegado hasta aquí para encontrarme.
Nuestras frentes se tocaron cuando él inclinó la cabeza. La tensión se disipó de golpe, y la alegría, el alivio y el júbilo se mezclaron, llenando mis ojos de lágrimas.
—Tendrás que acostumbrarte. No importa dónde estés o en qué situación te encuentres, siempre te encontraré.
Los brillantes fuegos artificiales iluminaban el cielo sobre Vitelsbach, marcando el final de una era y el comienzo de una nueva.
[FINAL DEL VOLUMEN IV]
N/Nue: Hay un epílogo en este volumen, por cierto. Mi dedicación, lamentos y lágrimas por terminar esta preciosa novela irá al final de los sides, mientras, disfruten tanto como yo esta preciosa obra.
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