⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—Así que, como siempre, no puedo contradecirte. Entonces, con esa lógica tan difícil de refutar, dime, ¿cómo me veo?
¿Que cómo se ve? Jeremy cruzó los brazos y fingió estar pensativo por un momento. ¿Que cómo se ve ahora mismo?
Normalmente, lo adecuado sería burlarse diciendo algo como ‘ese patán no cambia nunca’. Pero en este momento, no pudo hacer tal broma. Con una sonrisa tímida, ella arreglaba su vestido de novia, y la visión de su belleza era simplemente impresionante. Esa impresión honesta y objetiva quedó en segundo plano frente a un pensamiento que surgió en su mente: quizá así debió ser desde el principio.
Sí, así debió ser desde el principio. Ella no debería haberse casado con un hombre que era lo suficientemente mayor para ser su padre, ni haberse convertido en la joven y criticada segunda esposa… Desde el principio, debió ser así.
Así, con una sonrisa radiante llena de emoción y felicidad, resplandeciendo de belleza y celebrando una boda colmada de bendiciones.
—Es… casi irreconocible. No sé dónde se fue esa persona desastrosa. Si Nora te viera, se desmayaría.
—¡Vaya, qué sorpresa! ¿Esa es una felicitación?
—Hum, ahora soy el cabeza de la familia del Marquesado. Como tal, debo dar un buen ejemplo y tratar a mi única madre con el respeto que merece.
—¡Oh, claro! Qué tierno. Pero aunque seas marqués, sigues siendo el llorón de siempre.
¿Llorón? ¿Cómo puede alguien llamarlo llorón? Pero antes de que Jeremy pudiera protestar, Shuri, aún sonriendo, extendió su mano enguantada y acarició suavemente las lágrimas que se acumulaban en sus ojos.
—Siempre has sido un chico sensible. No lo mostrabas delante de los demás, pero siempre lo eras.
Siendo un caballero de corazón valiente, Jeremy intentó refutar sus palabras, pero por alguna razón su voz se quedó atascada en su garganta. Todo el esfuerzo por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse parecía inútil. ¿Qué estaba mal?
—No llores, Jeremy. No me estoy yendo lejos. Aunque deje de ser la señora de Neuschwanstein para convertirme en la Duquesa de Nuremberg, siempre seré tu madre.
Tenía razón. Ella no se iría lejos como Rachel. El Ducado de Nuremberg estaba lo suficientemente cerca como para visitarla en cualquier momento.
Ella simplemente dejaría el nombre de Neuschwanstein para tomar el de Nuremberg. Aun así, Jeremy no pudo evitar las lágrimas que caían sin control. ¿Por qué estaba así?
¿Era porque sentía que así debió haber sido desde el principio? ¿Porque sentía que todo estaba en su lugar? ¿O porque sabía que ahora, realmente, era momento de dejarla ir?
Quizás era por eso.
Porque sabía que todos aquellos sentimientos que albergó en su juventud, toda esa admiración, remordimiento, tristeza y gratitud, ahora llegaban a su fin.
Ahora solo deseaba que ella siguiera brillando con esa luz y felicidad, que disfrutara todo lo que merecía, junto a su amigo en quien más confiaba.
No podía seguir así. Si continuaba, arruinaría la boda de Shuri. Con ese pensamiento, Jeremy se secó las lágrimas con el dorso de su mano y murmuró con voz quebrada:
—…Ya me siento nostálgico.
—¿Nostálgico?
—Si algún día tienes hijos de verdad, parece que seremos dejados de lado… ¡Ohh!
El comentario travieso de Jeremy, simulando estar a punto de llorar, hizo que el rostro de porcelana de Shuri se sonrojara al instante.
—¿Q-qué tontería estás diciendo de repente?
—¡Pero es cierto! Si tienes un hijo con ese hombre, ya no seré tu preciado hijo mayor… ¡Ohh!
—¿Qué clase de fantasía es esa?! Y tú siempre serás mi preciado hijo mayor, ¡no digas cosas tontas! No vayas a olvidarte de mí cuando encuentres a alguna jovencita guapa y te olvides de tu madre regañona.
—¡Qué cosa tan cruel dices! ¿Dónde vas a encontrar a un hijo más devoto que yo?
—¡Vamos, basta los dos, ya está bien!
De repente, un grito resonante interrumpió la pequeña disputa. Tanto Shuri como Jeremy dirigieron la mirada hacia la entrada de la sala de espera, donde apareció la figura amenazante del famoso león con una expresión feroz.
—¿Qué pasa contigo? ¿Por qué estás llorando?
—…¡No, yo no estaba llorando! ¡Tú tampoco puedes decir nada, estabas igual!
—¡¿Cuándo?!
—¡Lo vi todo! ¡Llorabas como un bebé con ese cuerpote!
—¿Cuándo?! ¿A qué hora, minuto y segundo?
Los dos hombres, ambos con los ojos rojos e hinchados, intercambiaban rugidos infantiles, una escena que no era precisamente adecuada para una boda. Shuri, cansada de la situación, dirigió su mirada hacia su hijo menor, quien mantenía una actitud mucho más calmada y digna.
—Me siento mal porque parece que están un poco tristes.
—Tristes no, lo que pasa es que les molesta no poder quedarse con todo tu cariño. Ya sabes cómo son de infantiles.
Con una elegancia que reflejaba su madurez, Leon se acercó y colocó una corona de flores sobre la cabeza de Shuri.
Ahora él era mucho más alto que ella, una señal de cuánto había crecido el pequeño que solía colgarse de su falda.
—Felicidades por tu boda, mamá. Si quieres, estoy listo para llamarle ‘papá’ a tu esposo. A diferencia de mis hermanos infantiles.
—¡Qué dices! ¿Papá?! ¡Eso ni en sueños! ¡No vuelvas a decir algo tan horrible!
—El día en que llame ‘papá’ a ese lobo negro será el día en que el imperio caiga, ¡idiota de patas cortas!
—¿Por qué me llamas patas cortas?! Ya estoy casi a tu altura.
—¿Chicos…? ¿Van a seguir peleando así?
Al escuchar las palabras murmuradas por Shuri con una sonrisa cansada, los tres hombres de Neuschwanstein que estaban en medio de una pelea infantil en la sagrada sala de espera de la novia, se quedaron callados de repente, como si lo hubieran acordado de antemano. Luego, con una sonrisa traviesa, todos miraron a la novia del día.
—¿Chicos…?
Shuri, que había pasado tantos años lidiando con ellos, reconoció enseguida la peligrosa y significativa mirada en los ojos de sus hijos. Justo cuando retrocedía instintivamente, preguntándose qué travesura tramaban esta vez, los tres hombres, ya demasiado grandes como para llamarlos simplemente hijos, rugieron al unísono y se abalanzaron sobre ella.
—¡En toda boda, la novia es la protagonista!
—¡Kyaaa! ¿Qué están haciendo? ¡Bájenme! ¡Chicos, les digo que me bajen!
A pesar de los gritos frenéticos de Shuri, cuyo rostro estaba completamente sonrojado, los tres hombres de Neuschwanstein la levantaron con orgullo sobre sus hombros y salieron con paso firme de la sala de espera.
El espectáculo que ofrecieron al dirigirse directamente hacia el altar dejó boquiabiertos a los invitados de alto rango que llenaban los asientos. Algunos músicos de la orquesta casi dejaron caer sus arcos de violín, y el anciano Conde Muller, quien estaba solemnemente preparado para oficiar la ceremonia, casi se atragantó.
Pero a los hijos de Neuschwanstein no les importaba en absoluto lo que los demás pensaran. Su lema siempre había sido: No prestes atención a lo que murmuran los que no son como nosotros.
—¡Ja, ja, ja! ¡Todo brilla hoy! Claro, ¡hoy es el día de la boda de nuestra querida madre!
Ante la altisonante declaración de Elias, que resonó con orgullo, los invitados, que estaban atónitos, comenzaron a reaccionar.
Mientras una música romántica y solemne empezaba a sonar, los invitados comenzaron a aplaudir al unísono, aunque nadie sabía exactamente por qué estaban aplaudiendo.
El novio, que esperaba al final del camino cubierto de rosas rosas, esbozó una sonrisa torcida, como si ya hubiera anticipado que algo así sucedería, mientras observaba a los tres hombres cargando con orgullo a la novia hacia él.
Jeremy, quien se encontró cara a cara con el resplandeciente novio, intercambió una mirada silenciosa. Los ojos verde oscuro de Jeremy chocaron con los azul intenso del novio.
—Cuídala bien, idiota.
—Pásala de una vez, idiota.
Aunque se le hacía amargo entregar a su querida madrastra a aquel lobo despreciable, Jeremy, sintiendo como si estuviera vendiendo su alma al diablo, bajó a Shuri y tomó su delicada mano para entregársela a la enorme mano de su maldito amigo.
El novio, finalmente recibiendo a la novia, le sonrió mientras la miraba a los ojos. Ella le devolvió la sonrisa.
Los rayos de sol que se colaban a través de los vitrales de la majestuosa catedral de Wittelsbach, que en su tiempo había sido un símbolo de grandeza pero ahora era solo un lugar para eventos, iluminaban a los protagonistas del día.
Jeremy, capturando esa escena tan conmovedora, se retiró hacia el lado derecho de la novia junto a sus hermanos, quienes observaban al novio con mirada desafiante.
Todo estaría bien. Todo estaría bien.
Elias, que había iniciado una huelga de hambre en protesta cuando se fijó la fecha de la boda, solo para rendirse a las pocas horas; Leon, quien se había lamentado por tener que quedarse solo con sus musculosos y toscos hermanos; y Jeremy mismo, todos estarían bien.
Después de todo, él no era como su padre. Lo sabía porque alguna vez el padre de ese molesto amigo también se lo había dicho.
Por eso, Jeremy estaba bien. Quizás no tan despreocupado como Elias, pero seguro de que algún día encontraría a alguien especial entre las mujeres de su edad. Y cuando ese día llegara, una mañana bañada por el sol, miraría el rostro de la mujer que estuviera a su lado en la cama y se daría cuenta de cuánto la amaba.
Pero ese sentimiento persistente de nostalgia que lo acariciaba el corazón… ¿era por algo que no había podido decir?
—Nora von Nuremberg, ¿prometes amar y cuidar a Shuri Von Neuschwanstein como tu esposa por el resto de tu vida, bajo la protección de la Virgen y el Padre?
—Lo prometo.
Shuri, hay algo que realmente quiero decirte por última vez.
—Shuri Von Neuschwanstein, ¿prometes amar y cuidar a Nora Von Nuremberg como tu esposo por el resto de tu vida, bajo la protección de la Virgen y el Padre?
—Lo prometo.
Me alegra tanto que hayas sido nuestra madre.
[FIN DE LA HISTORIA PRINCIPAL]
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