⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
—… ¡Hk!
Ante la inesperada voz que irrumpió de pronto, Jeremy, que había estado gritando, y Nora, que chasqueaba la lengua, se sobresaltaron al mismo tiempo y giraron la mirada.
—Pe, pelear, dices. ¿Yo? ¿Acaso no soy un hijo tan bueno? ¿No es así?
—Supongamos que sí. ¿Hermana, viniste a verme?
—Si te ve en casa todos los días, ¿no debería estar cansada de ti? Shuri, viniste a verme, ¿verdad? ¿Cierto?
—… Vine a ver a Su Majestad la Emperatriz.
Ante esa respuesta tan fría y carente de emoción de Shuri, quien tenía una mano en la cintura y entrecerraba los ojos, los dos hombres, que hasta hacía un momento miraban con ojos brillantes de expectación, se desanimaron simultáneamente.
—Abandonar a un hijo mayor tan preciado para escoger a esa Emperatriz gruñona…
—Tú cállate. Hermana, ya que el clima es agradable, ¿por qué no dejas que mi tía tenga un rato a solas y vienes conmigo…?
—¡Apártate, miserable! Madre Shuri, tengo una gran idea, se trata de…
—Parece que no están muy ocupados.
—No estamos ocupados, no podríamos estarlo…
—¡Yo tampoco estoy ocupado!
—Genial. Entonces, ¿podrías ir temprano a casa? Dejé a los niños solos y estoy algo preocupada.
Por un momento, el silencio reinó.
—Pero si hay niñeras.
—C-cierto. ¿Además, no está Leon allí?
—Sí, pero incluso las niñeras más experimentadas han tenido problemas con ellos. Yo, en cambio, he criado a cuatro.
Shuri respondió en tono burlón con una sonrisa, y Jeremy inmediatamente estalló. En otras palabras, expresó su fuerte desacuerdo.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! ¡Si éramos niños obedientes y angelicales!
—……
Ante esa afirmación dudosa, no solo Shuri, sino también Nora adoptaron una expresión profundamente escéptica. Jeremy, sintiéndose incómodo, apartó la mirada y cruzó una mirada melancólica con el perro guardián, que hasta ese momento había estado ignorado.
—Entonces, ¿cuándo vas a volver a casa, hermana?
—¿Hmm? No lo sé, si la conversación no se alarga mucho… Como escuchaste, tenemos un invitado en casa, y parece que eso le preocupa a mi tía.
Nora tragó su resentimiento y lágrimas amargas al pensar en por qué su tía molestaba a su esposa por un niño que en unos días se iría de todos modos.
—Parece que se lleva bien con Michael.
—Sí. Es más, Michael hasta le cedió su cascanueces. Pensaba traerlo de regreso al palacio, pero como parecía muy triste, lo dejé un rato más para que jugaran juntos.
Los ojos de Shuri destellaron con una expresión extraña mientras bajaba la voz. Parecía estar evaluando algo o preocupada por ello. Percibiéndolo, Nora sonrió con su actitud habitual.
—Ese niño tan quisquilloso… En fin, me quedaré aquí contigo, hermana…
—Ejem, ejem. ¿No que habías anunciado tu salida del trabajo? ¿Por qué sigues aquí? Anda, vete a casa, yo, como un diligente Capitán de la Guardia, protegeré a mi madre…
—Eso aplica cuando mi hermana está en casa. ¿Y tú qué? ¿Ahora te haces el trabajador cuando siempre vives como un holgazán?
—¡No soy un holgazán! Su Majestad me dijo personalmente que se siente insegura si no estoy en el palacio.
—¿No será que dijo que se siente insegura cuando estás aquí y lo interpretaste a tu conveniencia?
—¡¡¡Oye!!!
—En cualquier caso, iré a ver a Su Majestad y luego regresaré a casa. Hablemos después. Jeremy, no olvides que hoy tienes que cenar con Diane. ¿De acuerdo?
—Espera, ¡hermana! ¡Un momento! ¿Cómo puedes abandonar a tu esposo para ir con otra mujer?
—¿Por qué las madres siempre nos abandonan?
—No digan cosas que podrían malinterpretarse.
—Sí.
—Lo siento.
Sintiendo repentinamente vergüenza, los dos hombres levantaron la mano en señal de disculpa. Una vez que la figura de Shuri desapareció en la distancia, ambos volvieron a mirarse con una expresión seria.
—Maldita sea, ¿por qué hay tantos obstáculos en mi matrimonio…?
—¿No puedes hacer algo con tu tía?
—El problema principal son ustedes.
—¿Qué, qué dijiste?
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—De todas formas, ¿no es increíble? ¿Quién hubiera imaginado que el bastardo del príncipe destronado existiría?
—A mí me parece más increíble lo suyo, señor.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Teniendo una mujer tan hermosa como prometida, aún no hay señales de boda. ¿Cuánto más piensa retrasarlo? El joven maestro Elias ya tiene una hija, y si sigue así…
Ultimamente, su leal mayordomo no perdía oportunidad para sermonearlo. Previendo otra larga charla, el león de Neuschwanstein empezó a maquinar una manera de escapar y de pronto abrió los ojos de par en par, exclamando con dramatismo:
—¡Oh, oh, Robert, tienes canas en el cabello…!
—¿Eh? ¿Cómo dice? ¿Que tengo canas?
—Solo quería darte algo de esperanza.
Se hizo un silencio. Mientras Jeremy sonreía con picardía, Robert, quien ya no tenía ni un solo cabello que pudiera encanecer, no se rió ni frunció el ceño. Simplemente puso una mirada serena y dijo con calma:
—Creo que ya es hora de que este anciano se retire. Siento que mi hora ha llegado…
—¡E-espera, era una broma!
Hay bromas que se pueden hacer y otras que no.
Después de sudar la gota gorda por molestar innecesariamente a su mayordomo, Jeremy se cambió de ropa y salió al patio delantero, donde encontró a Diane justo cuando montaba su caballo.
Su cabello azul oscuro y rizado brillaba con la luz de la tarde, y sus ojos azul cielo, a juego con su vestido, resplandecieron traviesamente cuando lo miraron.
—¿Quieres competir? Veamos quién llega primero a la mansión ducal.
—No es una mala propuesta, pero si gano, ¿cuál será el premio?
—Lo que quieras. ¿Y si gano yo?
—Lo que quieras. ¿Qué deseas? Solo dilo.
Jeremy se subió ágilmente a su corcel, mientras Diane inclinaba la cabeza, fingiendo pensar.
—Hmm, veamos… Probablemente… ¿tú?
—¡E-eso, eso puedo dártelo sin problema!
—Pero, aun así, este tipo de carrera es más divertida con mi madre. Mejor olvidémoslo.
Jeremy estuvo a punto de caerse de la montura, pero logró recuperar el equilibrio a duras penas.
—Oye, pero si yo empecé a montar mucho antes que tú…
—No porque empezaras antes significa que seas mejor.
—…Bueno, eso es cierto. Sé sincera, ¿de verdad nuestra madre Shuri monta mejor que yo?
—Sí.
Ante una respuesta tan firme y contundente, Jeremy frunció los labios y refunfuñó, pero como la realidad era innegable, no se quejó demasiado.
—¿Desde cuándo se hicieron tan cercanas?
—¿Acaso estás celoso?
—¿Ce… celoso? ¡Para nada! Solo me sorprende. Ya te sale llamarla ‘madre’ con tanta naturalidad…
—¿Y eso está mal?
—No digo que esté mal, pero suena como si ya estuviéramos casados… O sea, ¿quieres casarte conmigo?
La pregunta salió de su boca sin que siquiera se diera cuenta. Realmente fue una tontería que escapó sin pensar, y cuando Jeremy rápidamente se cubrió la boca con la mano, Diane frunció un poco el ceño y le contestó sin dudar.
—Qué pregunta más rara.
—Pe… perdón. Yo solo…
—Es una pregunta muy extraña. No lo dices solo por decir, parece que realmente te lo estás preguntando.
—¡Por supuesto que no lo digo por decir…!
—Bueno, no es que haya muchos hombres con tan buenas condiciones como tú. En ese sentido, sí, por supuesto que quiero.
—…
—Aunque dejando de lado las condiciones, no estás tan mal.
—Eso sí que es un comentario conmovedor. ¿Se supone que puedes jugar así con las emociones de una persona?
—El que juega con las emociones eres tú, tonto. Preguntar si quiero casarme contigo es algo que yo debería preguntarte, no al revés.
Como le había dado justo en el clavo, Jeremy se quedó sin palabras por un momento y solo pudo mirar los ojos azules de su novia con una expresión atontada.
Ya llevaban varios años juntos. Jeremy tenía veintisiete, y Diane, veinticuatro. Era la época en la que debía tomar una decisión. Por supuesto, más de una vez había tenido el impulso de pedirle matrimonio. Justo como en este momento. El problema era que, cuando intentaba expresarlo, su mente se quedaba completamente en blanco y entraba en un estado de pánico sin saber por qué.
—Yo…
Entonces, Diane sonrió con suavidad y cambió de tema.
—Está bien, vámonos. No sé por qué quieres ir temprano, pero también tengo curiosidad por ese bastardo ilegítimo del príncipe destronado.
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Cuando la pareja llegó cabalgando juntos a la guarida del lobo, eran aproximadamente las cinco de la tarde. Para sorpresa de Jeremy, Nora todavía no había regresado a casa.
Que Shuri aún no hubiera vuelto era comprensible, pero ¿por qué demonios ese tipo seguía afuera? Con una sensación creciente de inquietud, Jeremy entró y, al primer contacto visual con un conocido, le lanzó una mirada fulminante. Su interlocutor, por supuesto, se sobresaltó.
—¿Qué pasa, hermano? ¿Por qué esa cara de fastidio?
—…¿Has estado aquí todo el día sin moverte?
—Estaba cuidando a los niños, ¿vale? Ejem… Es un placer verla, señorita Diane.
—Hace tiempo que no nos vemos. Escuché que tuvo problemas en su ceremonia de bienvenida, pero parece que ya está mejor.
¿Así que su hermano había corrido a contarle todo a su novia? Los ojos de Leon brillaron con resentimiento tras sus lentes, aunque no tanto como para que fuera evidente. Sin embargo, consciente de la presencia de Diane, decidió moderarse. Por su parte, Jeremy, como siempre, ignoró descaradamente la mirada de reproche de su hermano.
—¿Dónde están los niños?
—Leah y Anna están tomando una siesta, y los demás están jugando en el patio. Ah, pero ese mocoso… No sé si ya es hora de devolverlo al palacio.
—¿Y quién lo va a reclamar? No tienes de qué preocuparte.
En lugar de quejarse, si decidían retenerlo un poco más antes de devolverlo a Nueva Baviera, nadie podría hacer nada al respecto. Y si, por alguna razón improbable, el otro lado intentaba anular su estatus, la familia imperial no tendría muchas opciones para intervenir.
—Bueno, supongo que tienes razón. Pero, ¿qué dice el Duque?
—¿Qué va a decir? Solo se quedó sin palabras.
—Ah, cierto. Por cierto, antes…
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—Entonces, ¿ese caballero también es tu hermano?
Theo, que estaba observando con curiosidad a los tres recién llegados desde el balcón que daba al patio trasero, lanzó la pregunta al reconocer al capitán de la guardia. Sin levantar la cabeza, Michael respondió con desinterés.
—Más o menos.
—Vaya, tienes muchos familiares… Qué suerte. Seguro es divertido.
—Es divertido a veces. Pero no siempre es bueno.
—¿Por qué?
—Porque siempre intentan quitarme a mi mamá y a mi papá. Y ya son adultos.
Refunfuñando con irritación, Michael pateó el castillo de arena que acababa de construir, derrumbándolo por completo. Parecía que no esperaba que se desmoronara tan fácilmente, porque en sus ojos azules pasó un atisbo de desconcierto.
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