⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Por muy Duque de Nuremberg que fuera, no le quedaba más opción que ceder ante el anciano mayordomo que lo había visto crecer desde pequeño. Solo podía fingir que se arrepentía con todas sus fuerzas. Aunque, en realidad, no recordaba absolutamente nada.
Lo mismo ocurría con Jeremy. De todas formas, sintió un alivio renovado al darse cuenta de que estaban en la guarida del lobo y no en la del león.
Si el lugar al que se hubieran lanzado la noche anterior hubiera sido la residencia del Marqués de Neuschwanstein, el que ahora estaría con la cabeza gacha ante un mayordomo anciano sería él. Pobres mayordomos.
Sólo después de despotricar un buen rato más, Eukrates se retiró. Entre los tres hombres que quedaron en la sala se instaló un silencio incómodo.
Nora, que se incorporó tambaleante, se dejó caer en el sofá donde hasta hace poco Elias había estado durmiendo con la boca abierta. Su resaca era tal que sentía como si la cabeza se le partiera en dos.
—Dios, me duele la cabeza… No tengo ni idea de qué ha pasado. ¿Ustedes recuerdan algo?
—Yo… No sé. Solo recuerdo haber entrado al pub anoche. ¿Y tú, Elias?
—Yo también solo recuerdo hasta ahí. Maldición, ¿cuánto habremos bebido?
Por más que intentaban exprimir la memoria, los crímenes que habían cometido la noche anterior no volvían a sus mentes. Solo lograban empeorar sus dolores de cabeza.
Nora recogió del suelo su camisa, que estaba tirada junto con las espadas, y se la puso a toda prisa.
Había mostrado un aspecto lamentable ante su hijo. No sabía que el alcohol podía ser tan aterrador.
—Ugh, mi cabeza va a explotar… En fin, creo que está claro que todos estábamos tan borrachos que se nos cortó la película. Suerte que todo esto no terminó en algo peor. Tal vez si nos duchamos y comemos algo, la memoria nos regrese.
Elias, que se había dejado caer en el suelo, extendió brazos y piernas y rodó los ojos para mirar a Nora.
—Oh. Acabo de recordar algo.
—¿El qué?
—Que en el pub, tu hermano se puso a presumir de su próxima boda y terminó pagando la cuenta de todos los presentes.
—¡Pfft! ¿En serio? ¿Él hizo eso?
—Sí. ¿No lo recuerdas? Tú estabas en medio de un pulseo con alguien.
—¿Ese alguien no serías tú?
—No, no. Yo en ese momento estaba bailando sobre la mesa. También recuerdo que la gente me lanzaba muchas monedas.
¿Por qué demonios no podía recordar esos detalles tan importantes? Nora se agarró la cabeza dolorida y soltó una risita ahogada.
Si hubiera sido otro día, Elias habría explotado y empezado a soltar maldiciones. Pero quizá debido a la resaca, o porque incluso él mismo sentía que había sido demasiado ridículo, solo murmuró en voz baja:
—Yo bebo de vez en cuando, pero nunca había estado tan borracho. Hasta el punto de secuestrar a mi propia hija…
—Pfft… Tu hija es impresionante. Ya sabía que no era normal, pero…
—Dios, no merezco ser padre. Mira la imagen que le di a mi hija…
—No lo pienses tan trágicamente. Ana parece estar bien. Yo también hice el ridículo delante de Michael hace un rato. No hay peor vergüenza que esa.
Mientras Elias y Nora protagonizaban una escena inusualmente sentimental, Jeremy permanecía en silencio.
Parecía ensimismado, moviéndose inquieto en su sitio. Justo cuando Nora empezó a pensar que aquello era raro y levantó la cabeza para mirarlo, él murmuró entre dientes:
—No puede ser… ¡Maldita sea!
—¡Hey! ¿Por qué maldices de repente? ¿Recordaste algo?
Jeremy negó con la cabeza con fuerza. Su cara estaba completamente pálida. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban una mezcla de incredulidad y terror absoluto.
Nora y Elias intercambiaron una mirada, y luego le preguntaron con voz paciente:
—¿Qué pasa?
—Yo… Yo… ¿Qué voy a hacer? Estoy jodido. Estoy muy jodido.
—¿Por qué? ¿Qué recuerdas? ¿Hiciste algo muy vergonzoso?
Jeremy volvió a negar con la cabeza. Su rostro, pálido como la cera, se contrajo como si estuviera a punto de llorar.
—…Desapareció.
—¿Qué?
—Desapareció completamente. ¡El anillo de compromiso de 20 quilates!
Tras un momento de silencio, Elias habló. Su expresión era tan confusa como si no supiera qué cara poner.
—… ¿Por qué demonios lo llevabas contigo?
—¿¡Eso es lo que importa ahora!?
—Sinceramente, sí. Te pasaste semanas alborotando por ese anillo y lo llevabas encima en una salida de copas. ¿Por qué?
—¡Porque es importante! ¡Quería tenerlo conmigo!
—Pero salir a beber con él encima…
—¡¿Cómo iba a saber que esto iba a pasar?! ¡Ustedes me arrastraron fuera sin previo aviso!
Por supuesto, la persona que había sugerido la salida de copas en primer lugar había sido Jeremy, pero en ese momento no le importaba en absoluto.
Su mente estaba completamente dominada por el pánico ante la desaparición del anillo de compromiso.
Dado que era una propuesta algo tardía, quería prestarle especial atención, por lo que mandé a hacer el anillo por encargo durante mucho tiempo.
Un lujoso anillo de bodas adornado con un diamante de 20 quilates y una tiara de oro puro. Era un tesoro que llevaba conmigo, esperando con ansias el día de la boda en que finalmente podría entregarlo.
Pero de la noche a la mañana, desapareció sin dejar rastro.
—Ah… ¿Qué hago? ¿Qué demonios hago? ¿Cómo voy a casarme sin eso? ¿Qué le voy a decir a Diane? ¿Eh? ¿Qué se supone que haga?
—Podríamos intentar conseguir otro anillo…
—¡Habla con sentido, por favor! ¡No es un anillo cualquiera! ¡Maldición! No sé qué bastardo sin miedo a la muerte se atrevió a robarlo, pero si lo atrapo, le arrancaré las piernas en el acto.
Jeremy estaba solo, quejándose, explotando de furia y armando un escándalo.
Nora, que lo observaba con una expresión tan aturdida como la de Elias, finalmente se metió en la conversación con calma.
—Cálmate, idiota. Anoche salimos con las espadas.
—¿Y qué tiene que ver eso con esto?
—Si tomamos en cuenta que en la capital no hay nadie que no reconozca nuestras caras y que además estábamos armados, entonces nadie con un poco de sentido común intentaría robarnos. Aunque estuvieras borracho, que alguien intentara hurtarte es un completo sinsentido. ¿Dónde lo llevabas?
—En el bolsillo interno de mi chaqueta. ¡Justo aquí estaba!
A diferencia de Nora, que despertó semidesnuda, Jeremy y Elias seguían exactamente con la misma ropa que usaron la noche anterior.
Además, la chaqueta de Jeremy tenía los botones bien cerrados hasta el cuello. Si la había llevado así todo el tiempo, la posibilidad de un robo era extremadamente baja.
¿Quién en su sano juicio arriesgaría su vida para robarle a un león de Neuschwanstein?
Además, el pub de Dorne no era un establecimiento común y corriente donde entrara cualquier tipo de persona.
—Elias, ¿tú perdiste algo?
Elias negó con la cabeza y luego se palpó el cuerpo con ambas manos.
—No, mira, incluso las monedas de oro en mi bolsillo siguen ahí. Si alguien hubiera intentado robar, habría empezado por mí.
—Tiene sentido. Entonces, la única posibilidad que queda es que este torpe gato, borracho, se lo haya dado a alguien por su propia voluntad…
—¿¡Acaso estoy loco!? ¡Por muy borracho que estuviera, jamás haría algo así!
—Si ni siquiera recuerdas lo que pasó, ¿cómo puedes asegurarlo?
—Eso… eso es…
—No, en realidad el argumento de mi hermano tiene sentido. Te dije antes que estabas tan emocionado por la boda que bebiste demasiado. Aun así, alguien que solo pensaba en su boda no le habría dado el anillo a cualquiera.
Con el apoyo firme de Elias, Jeremy se sintió momentáneamente conmovido. Aunque pronto volvió a poner cara de desesperación.
—Si nadie lo robó, entonces, ¿qué pasó? ¿Qué hago? ¿Cómo voy a solucionarlo ahora? ¡Maldita sea! ¿Por qué demonios no recuerdo nada?
—Cálmate. Vamos a ir paso a paso… Primero, revisemos bien aquí dentro, y luego revisamos la casa de Elias.
Con un chasquido de dedos, Nora lanzó la propuesta, y Jeremy la miró de inmediato con ojos llenos de sospecha.
Elias se estremeció.
—¡Oye, oye! ¿Por qué me estás culpando de nuevo? No sé qué sospechas tienes, ¡pero esta vez realmente no hice nada!
—Mira, aquí está Ana. El hecho de que tú la hayas traído hasta aquí significa que antes de que asaltáramos nuestra casa, pasamos primero por la tuya. ¿Quién sabe si este torpe dejó caer el anillo allí?
Los ojos sombríos de Jeremy se iluminaron con una pequeña chispa de esperanza.
Pero, por supuesto, la esperanza no era más que eso.
Por si acaso, revisaron a fondo el salón donde habían dormido y el resto de la mansión, y luego fueron a la casa de Elias a hacer lo mismo, pero ni el anillo ni la bolsa en la que lo había guardado aparecieron por ninguna parte.
Según el testimonio de los sirvientes, con los ojos aún temblorosos, Elias había llegado la noche anterior con el marqués de Neuschwanstein y el Duque de Núremberg, riendo y charlando alegremente, y luego se había llevado a Annabella, que dormía plácidamente junto a su niñera. Dijeron que nunca oyeron ni vieron nada sobre el anillo de Jeremy.
Al final, Jeremy se desplomó en el suelo y dejó escapar un grito de desesperación.
—Estoy arruinado. ¡Estoy completamente arruinado! ¡Con este cerebro tan torpe y estúpido, ni siquiera merezco vivir! ¡Diane, lo siento!
—¡Oye, oye! ¿¡Qué demonios estás haciendo!?
—¡Cálmate, hermano! ¡Reventarte la cabeza contra el suelo no va a hacer que el anillo aparezca!
Después de evitar que Jeremy siguiera golpeándose la cabeza contra el suelo, los tres concluyeron que no tenía sentido tratar de recordar algo que no se les venía a la mente. Así que el siguiente destino al que se dirigieron fue el último lugar donde su memoria se desvanecía: la entrada del pub de Dorne.
—… ¿Crees que el anillo esté aquí?
Con una voz casi ahogada por la desesperación, Jeremy murmuró mientras Nora le daba una fuerte palmada en el hombro.
—Incluso si no está, puede que encontremos alguna pista importante. Nos emborrachamos tanto que perdimos la consciencia justo aquí. Vamos a reconstruir nuestros pasos poco a poco. La verdad siempre está más cerca de lo que creemos.
—Sí, hermano. Todavía no está todo perdido. Aún tenemos tiempo y esperanza.
Ante las inusuales palabras de aliento de su amigo y su hermano, Jeremy recuperó un poco de esperanza en su expresión.
Los tres hombres, en una rara escena de camaradería, caminaron lentamente hacia la entrada del pub.
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