⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Si parecía que en los ojos azules y oscuros del chico, que lanzó aquellas palabras con voz tensa, había un brillo húmedo, ¿sería una ilusión mía? Sin pensarlo, me acerqué apresuradamente. Recordando la inusual situación de hace poco, una preocupación comenzó a crecer en mi corazón.
—Nora, ¿qué… qué pasa? ¿Por qué estás aquí solo? ¿Te sientes mal?
Nora no respondió. ¿Cuánto tiempo había pasado en ese incómodo y breve silencio? De repente, los hombros del chico, que estaba sentado con la cabeza gacha y suspirando de agotamiento, empezaron a temblar violentamente. ¡Dios mío! No hacía falta decir que en ese instante sentí que mi corazón se hundía.
Era algo que nunca habría imaginado en el pasado. Ver al hijo del Duque de Nuremberg, rival de Jeremy y conocido como el lobo hambriento, llorar como un chico joven frente a mí era simplemente inimaginable.
—Nora… ¿qué pasa? ¿Qué te sucede?
Ver a los chicos llorar siempre es desconcertante. Me sentí perdida, igual que cuando vi a Jeremy esconderse y llorar en soledad en algún momento vago del pasado. Una mezcla de compasión y la duda de no saber qué hacer me invadió.
¡Ver llorar a chicos tan fuertes! ¿Qué podría haber pasado? Le pregunté con cuidado, pero el chico no respondió. Lo bueno es que al menos no apartó mi mano.
Me arrodillé lentamente junto a él, que sollozaba junto al altar, y suavemente le acaricié la espalda y los hombros. No sabía qué lo afligía, pero lo único que quería era consolarlo.
—Está… bien, Nora. Todo estará bien…
Escuché un profundo suspiro entrecortado. Finalmente, el chico levantó la cabeza y me miró con sus ojos azules llenos de lágrimas, antes de murmurar con voz tensa:
—Hermana… ¿qué significa realmente madurar?
¿Cómo se supone que debo responder a algo así? Y encima, ¿me está llamando hermana, de todas las personas? Nunca pensé que el hijo de un Duque me llamaría de esa manera. En lugar de señalarlo, le ofrecí una débil sonrisa.
—No lo sé. Yo tampoco lo tengo claro.
¿Qué consejo podría darle en ese campo? Incluso en esta nueva vida, estoy continuamente sorprendida por los descubrimientos que hago…
Tragué mis palabras y saqué un pañuelo, acariciando suavemente su mejilla febril. Él me miró fijamente por un instante, antes de volver a bajar la cabeza. Luego, frotó sus ojos húmedos con el dorso de la mano y soltó un suspiro cansado.
—Hubiera sido mejor… si ese príncipe hubiera sido el hijo de mi padre. Habría sido más fácil para todos.
—¿El príncipe? Pero tú eres…
—¿Tú también crees eso…? ¿Crees que soy un caso perdido, un niño que no hace más que mentir cada vez que abre la boca?
—No, en absoluto.
Respondí con firmeza, sin siquiera una pizca de duda. Como si fuera la única persona en el mundo que creyera completamente en él, Nora me miró fijamente con una expresión que parecía desesperada.
—¿Por qué haces esa pregunta…?
—Porque… todos lo dicen.
—¿Quién dice eso?
Nora no respondió. Simplemente bajó la mirada y dejó escapar otro suspiro rasposo. No tenía idea de qué había sucedido exactamente, pero podía hacerme una vaga idea.
Recordé la escena en la ceremonia conmemorativa reciente, y la imagen de la familia de Nuremberg vino a mi mente. Sin duda, había ocurrido algo entre Nora y el Duque nuevamente. Aunque el Duque de Nuremberg había sido notablemente amable conmigo, siendo el hermano de la actual Emperatriz y una figura prominente de la nobleza, no era alguien que encarnara precisamente una naturaleza cálida y afectuosa. Además, tenía una esposa enferma y reservada, y Nora era su único hijo. En esas circunstancias, no era de extrañar que fuera tan estricto con su único heredero. Pero…
—No importa lo que digan los demás, yo no creo que seas esa clase de persona.
—¿Cómo puedes estar tan segura? No me conoces tan bien.
Uf, qué sensación de choque. Este tono sarcástico me resultaba bastante familiar, gracias a ciertas personas…
—Tú tampoco me conocías bien, y aun así me ayudaste. ¿Cómo sabías qué tipo de persona era yo?
—……
—Así que también creo que tú eres, sin duda, una buena persona.
—Está bien, entonces…
Mientras observaba al chico murmurar algo incomprensible mientras se frotaba los ojos, intenté recordar más detalles sobre su futuro.
Este joven heredero recibiría su título de caballero el próximo año, y en dos años competiría a la par con Jeremy en el torneo de esgrima del aniversario del imperio. Y luego… si mi memoria no me falla, él ingresaría en la policía secreta del imperio, la Strafe. Recuerdo que había muchas especulaciones sobre por qué el único heredero del Duque de Nuremberg, y no un simple joven noble, se uniría a una unidad tan dura.
—Uf… No era mi intención, pero al final terminé mostrando un aspecto ridículo.
Aunque su voz seguía entrecortada por el llanto, sus quejas tenían un toque divertido, pero a la vez me resultaba muy conmovedor. Sin embargo, me alegraba ver que había recuperado el ánimo más rápido de lo que pensaba.
—Cualquiera puede tener un momento así. Yo misma ya te mostré un lado ridículo dos veces.
—Eso es completamente diferente. Un hombre, llorando a lágrima viva sin vergüenza, si mi padre lo supiera, seguramente se desmayaría.
—Es bueno poder llorar cuando lo necesitas. Llegará un momento en el que, aunque quieras llorar de verdad, ni siquiera las lágrimas saldrán.
Le hablé suavemente, y sus ojos azules, aún húmedos, parpadearon mientras me miraba detenidamente. Sus ojos aún brillaban con la pureza de un joven; la sombra oscura y peligrosa de un hombre aún no aparecía en él. Me pregunté si había hablado como una anciana, ya que su siguiente comentario me dejó algo desconcertada.
—Pero, cada vez que te veo, pareces triste.
—¿Eh?
—Bueno, no es que yo, que acabo de llorar como un niño, deba decir esto, y solo Dios sabe por qué alguien como tú parece tener esa mirada triste, pero creo que podrías levantar más la cabeza. Si fueras tú, no sería tan molesto.
¿Intentaba elogiarme o burlarse de mí? Hace un momento lloraba como un niño pequeño, y ahora soltaba este tipo de comentarios. ¡Qué impredecibles son los chicos de hoy en día!
—Pensé que ya me veía bastante descarada.
—Para ser descarada, deberías estar al menos al nivel de eso.
Encogiéndose de hombros, se levantó con ligereza, como si nunca hubiera llorado, y me ofreció una mano. Dudé por un momento, pero al final la acepté y me levanté.
—Gracias por verme hoy. Deséame suerte.
—¿Suerte?
—Sí, voy a casa ahora para enfrentarme a mi padre. Si sobrevivo, te dedicaré mi victoria.
—¿Qué es lo que está pasando…?
—Nada especial, es lo mismo de siempre, pero es mi problema, no el tuyo.
Aunque lo decía en un tono despreocupado, no podía evitar sentirme preocupada. Sabía que no debía entrometerme en los asuntos familiares de los demás, pero…
—Eh, Nora. ¿Recuerdas lo que te dije la última vez? Si alguna vez necesitas hablar con alguien, no dudes en contactarme.
Eso era lo máximo que podía entrometerme. El joven simplemente me respondió con una sonrisa traviesa.
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No mucho después de la primera nevada, se acercaba la fiesta de Navidad.
El día de la Navidad, que celebra la primera llegada del Padre y la Madre Divinos a este mundo, me encontré frotándome los ojos somnolientos desde temprano en la mañana. Fue un espectáculo ver los ojos asombrados de los gemelos al encontrar montones de regalos apilados en el salón. ¿Sería esto lo que sentía Santa Clara al llevar regalos a los niños buenos en la víspera de Navidad?
Por supuesto, hacía mucho que dejé de creer en la existencia de Santa Clara. Lo mismo sucedía con Jeremy y Elias. Fíjate en cómo ya estaban listos para arruinar el ánimo de sus hermanos menores desde primera hora de la mañana. No mostraban ni un ápice del espíritu navideño.
—¡Guau! ¡Mira esto, hermano! ¡Parece que la santa sabe que me he portado bien!
—¿Quién dice que te has portado bien? ¿Todavía crees en esas historias tan anticuadas?
—¿Anticuadas? ¡Solo lo dices porque no te portaste bien y no recibiste regalos! ¡Estás celoso!
—¿Celoso? ¡Yo también tengo un regalo, ¿sabes?! Estoy seguro de que la falsa santa me lo dará.
—¡Mamá, mis hermanos están blasfemando!
Con las manos en la cadera, fulminé con la mirada a esos dos insolentes hijos míos.
¡Ay, estos chicos!
—Jeremy, Elias. Claro que existe la santa. Si no quieren quedarse sin regalo de Navidad, deberían comportarse mejor.
—Lo único que estoy haciendo es intentar enseñarles a mis ingenuos hermanos la cruel realidad cuanto antes. ¿O es que te gustaría que vivieran toda su vida como tontos?
—¡Claro que sí! Si eso significa ser tan tontos como tú, estaré encantada.
Al fin, estallé y les grité. Jeremy, que había estado riéndose, y Elias, que había estado regañando a los gemelos, intercambiaron miradas atónitas antes de rascarse la cabeza incómodamente y comenzar a ayudar a los pequeños a abrir sus regalos. ¡Estos chicos!
—¡Mira, hermano mayor! ¿No es este tuyo?
—¿Qué…? ¿Qué es esto?
¿Qué más podría ser? Un arma especial hecha para mi futuro hijo, que será una leyenda en la esgrima. Era una espada larga enana de Langeness, con una hoja blanca pura y un mango adornado con oro y rubíes. La funda estaba incrustada con esmeraldas y rubíes, un verdadero tesoro. La cantidad de dinero que gastamos para conseguirla fue suficiente para dejar boquiabierto al fiel Robert.
Jeremy desenvainó la espada con movimientos expertos y examinó la brillante hoja blanca. Con el rostro atónito, me miró, lo que hizo que no pudiera evitar soltar una risa al verlo comportarse de una manera tan poco habitual.
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