⋆˚ʚɞ Traducción / Corrección: Nue
Entre ellos, también habría quienes asistían por mera curiosidad. El escenario recordaba a audiencias pasadas.
A simple vista, parecía que había una mezcla equilibrada de personas a favor y en contra, pero en realidad no era así. Dejando de lado a los parientes lejanos que parecían estar esperando este día con ojos brillantes como hienas, la mayoría de los nobles simplemente calculaban sus beneficios según el veredicto de este juicio. Una vez que el león dorado cayera, sería más fácil para ellos elevar su propio estatus.
Un estandarte con un águila blanca sujetando las fauces de una bestia observaba desde lo alto. Justo debajo, en el estrado, estaban sentados el Emperador y la Emperatriz. Theobald también estaba allí, naturalmente. Desde que entró, había estado lanzando miradas desesperadas a su madrastra, pero la Emperatriz lo ignoraba deliberadamente. A diferencia de la Emperatriz, que me miraba con hostilidad, el Emperador fruncía el ceño con una expresión inescrutable, como si le disgustara la situación más que sentir indignación por lo ocurrido con el Príncipe Heredero.
Si la Emperatriz retiraba este juicio, las cosas podrían calmarse de alguna manera. Pero la Emperatriz Elizabeth que yo conocía no era de las que harían algo así. No parecía estar enojada porque su hijastro había sido golpeado, ni porque la dignidad de la familia imperial había sido mancillada, sino que parecía aprovechar la oportunidad para avivar su enemistad personal hacia mí.
—Presenten al acusado.
Apenas resonó la voz solemne del Emperador, mi hijo mayor fue traído por los guardias reales con sus uniformes plateados. En medio de las frías miradas de todos, sin mostrar signos de intimidación, simplemente frunció el ceño mientras se sentaba en el banquillo de los acusados, y no pude evitar soltar una risa irónica.
—Jeremy Von Neuschwanstein. Nacido en el año 1101 del Imperio, primogénito y heredero de la Casa Marquesal de Neuschwanstein. Se te acusa de agresión y de intento de asesinato contra el Príncipe Heredero del Imperio, Theobald Von Baden Bismarck. ¿Reconoces estos cargos?
Jeremy bajó los ojos verde oscuro, como si me buscara, y recorrió la sala con la mirada antes de responder, con una calma sorprendente:
—Su Majestad el Emperador, no. No los reconozco.
—¿Entonces estás negando las acusaciones?
—Lo que hice fue únicamente para defender el honor de mi madre. Por más que sea un miembro de la realeza, ¿cómo podría permitir que alguien mancillara el honor de mi madre? No tuve la más mínima intención de dañar deliberadamente a Su Alteza el Príncipe Heredero.
Ay, madre mía… Mientras me cubría la cara sin querer, una oleada de murmullo recorrió a los nobles allí presentes.
No hacía falta decir que la expresión de Theobald, mirando a su viejo compañero de infancia, era de lo más interesante. En cambio, el Emperador, manteniendo una expresión serena, imponía una mayor autoridad.
—Jeremy Von Neuschwanstein. Según la declaración del Príncipe, en el momento de los hechos, él y tu madre estaban observando algunos libros y charlando. ¿Cómo es que esto deshonraba el honor de tu madre?
—Hubo algo que me hizo pensar que así era.
—¿De qué se trata?
—Mientras buscaba a mi madre, me encontré con un Cardenal. Según sus palabras, Su Alteza el Príncipe la había llevado a la fuerza a la biblioteca privada para acosarla. Corrí inmediatamente y, cuando llegué, mi madre estaba en el suelo, aplastada por Su Alteza. ¿Cómo no iba a malinterpretar la situación?
Además de su tono calmado, lo que me sorprendió fue el contenido de sus palabras.
¿Un Cardenal? ¿Qué Cardenal dijo eso?
Es cierto que el día en que Jeremy irrumpió en nuestra sala había algo extraño en su comportamiento. Y aunque fuera una malinterpretación, su actitud tan decidida al golpear a Theobald…
Pero, ¿qué Cardenal habría dicho algo así? Solo podía pensar en una persona.
El murmullo en la sala se hacía cada vez más fuerte. El Emperador, golpeando con fuerza su bastón, miró a mi hijo con ojos dorados llenos de ira.
—¿Recuerdas quién era ese Cardenal?
—Llevaba la capucha puesta, así que no lo recuerdo bien. Pero siendo un Cardenal, no pensé que diría una mentira… Además, desde la muerte de mi padre, me ha sido difícil confiar en nadie a quien conociera previamente.
Volví la mirada hacia el Cardenal Richelieu, sentado junto a los demás Cardenales. Como siempre, con su impenetrable expresión, observaba en silencio el banquillo de los acusados.
¿Sería él? Pero si fuera así, ¿por qué…?
Entonces la Emperatriz habló.
—El acusado no solo muestra una actitud descaradamente insolente, sino que además inventa tonterías. Aunque sea joven, hay un límite. No es difícil imaginar qué tipo de educación le habrá dado la Marquesa. Aunque, claro…
—¡Hermana!
Quien la interrumpió con un tono feroz fue nada menos que el Duque de Nuremberg, sentado entre los jurados. Los labios rojos de la Emperatriz se torcieron inmediatamente en una sonrisa despectiva.
—¿Por qué, acaso he dicho algo incorrecto, Duque?
Era una respuesta tan sarcástica que resultaba difícil de entender para mí. A lo que el Duque de Nuremberg, con una voz tan fría como la de su hermana, replicó:
—Le ruego que se abstenga de hacer comentarios no relacionados con el juicio, Su Majestad la Emperatriz. Su Majestad el Emperador, solicito permiso para que el abogado defensor pueda hablar.
Mientras la Emperatriz se reía con desprecio, el Emperador asintió en silencio. Entonces me levanté y me acerqué al estrado de los testigos. Si tuviera que describir todas las expresiones que vi en los rostros de quienes me observaban mientras caminaba, el escriba se agotaría. Burlas, desprecio, odio, hostilidad… o incluso miradas de compasión y pena, todas mezcladas. Mantuve mi postura erguida, aunque por dentro mi corazón latía con tanta fuerza que parecía que iba a estallar. Solo podía esperar que el Duque de Nuremberg atendiera mi petición.
—Respetado Emperador, Su Majestad la Emperatriz. Yo, Shuri Von Neuschwanstein, actual cabeza interina de la casa Neuschwanstein y madre del acusado Jeremy Von Neuschwanstein, solicito la comparecencia de un testigo y la presentación de pruebas adicionales antes de que comience el juicio.
—Te lo concedo.
—Gracias, Su Majestad.
Por suerte. Mientras inclinaba la cabeza ante el Emperador, el murmullo volvió a extenderse en la sala. Era natural que fuera sorprendente pedir la comparecencia de un testigo en un caso en el que el crimen y la culpabilidad parecían tan claros. En medio de risitas y sonidos de desaprobación, finalmente apareció el testigo que había pedido al Duque y al Príncipe Heredero.
—Saludos, Su Majestad el Emperador, Su Majestad la Emperatriz. Que la bendición de la Virgen esté con ustedes.
Hubo un breve silencio.
Mientras el Emperador mostraba una expresión tan desconcertada como la de los otros nobles, el Duque de Hierro, quien había cumplido su promesa conmigo, tenía una expresión visiblemente incómoda. La Emperatriz, quien también se reía con incredulidad, fue la primera en romper el silencio con un tono mordaz.
—¿Una Sacerdotisa Pura? ¿Por qué has llamado a una Sacerdotisa Pura como testigo, Lady Neuschwanstein? ¿Pretendes que verifique mi pureza en esta sala?
—Su Majestad la Emperatriz. No estoy aquí para hacer bromas a su costa.
Las Sacerdotisas Puras son responsables de la tarea secreta de verificar la pureza de las novias recién casadas o de las princesas herederas. Convocar a una de ellas estaba completamente fuera de mi alcance. Solo aquellos estrechamente vinculados a la familia imperial, como un hermano de la Emperatriz o un príncipe, podrían haber hecho tal solicitud.
—¿Cómo te atreves a hacer algo tan absurdo? ¿Crees que este juicio es un juego de niños?
Una voz cargada de furia estalló desde el público, pero yo sonreí y volví la cabeza hacia el Emperador.
—Su Majestad el Emperador. Yo, Shuri Von Neuschwanstein, solicito la anulación de mi matrimonio.
El bullicio que llenaba la sala se detuvo en seco. El rostro del Duque de Nuremberg, que me observaba con preocupación, reflejó una expresión de asombro. Igualmente, los solemnes ojos del Emperador mostraron un destello de incredulidad.
—¿Qué estás diciendo? Tú conoces las leyes del Imperio…
—Por supuesto, conozco bien la ley imperial que establece que una mujer no puede solicitar el divorcio. Pero también sé que, si se prueba que una pareja no ha tenido relaciones durante más de 500 días, cualquiera de los cónyuges puede solicitar la anulación del matrimonio.
—¿Estás diciendo que…?
—Así es, Su Majestad. Durante los aproximadamente 800 días de mi matrimonio con el difunto Marqués Johannes Von Neuschwanstein, nunca compartimos lecho. Como Su Majestad ha permitido la comparecencia del testigo y la presentación de pruebas adicionales, anularé mi matrimonio en cuanto la Sacerdotisa Pura presente su testimonio.
Mientras un silencio indescriptible invadía la sala, me esforzaba por no mirar hacia el banquillo de los acusados. No tenía el valor de ver la expresión de Jeremy en ese momento. Si la viera, mi corazón se rompería sin remedio.
En ese instante, una voz aguda irrumpió en el silencio que había caído sobre el público.
—¡Eso es absurdo! ¡Su Majestad, esa mujer está burlándose del tribunal con mentiras descaradas!
—¿Podría explicarme lógicamente por qué considera que mis palabras son mentiras, Lady Sebastian?
Lucretia, de pie, me miraba con ojos verde esmeralda llenos de furia. Que esos hermosos ojos pudieran desfigurarse de una manera tan horrenda…
—Mi hermano, el difunto Marqués, no merecía semejante calumnia. ¡Tuvo cuatro hijos con su primera esposa! ¡Mi hermano era, sin duda, un hombre lleno de vitalidad…!
—¿Acaso tenías la costumbre de merodear por el dormitorio de tu hermano, Lady Sebastian? ¿Cómo puedes saber si mi esposo era o no vigoroso?
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